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Es una distinguida honra para el país que el periódico The New York Times haya publicado, en la edición de su Magazine del domingo 28 de octubre próximo pasado, un extensísimo trabajo—cinco páginas en la versión de su sitio web—sobre el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela y las figuras de José Antonio Abreu y Gustavo Dudamel, su discípulo más destacado. La enjundiosa y elogiosa pieza escrita por Arthur Lubow—Conductor of the People—es, quizá, el trabajo más redondo e informativo que se haya publicado sobre la impar obra de Abreu y sus colaboradores. En ella, que incluye datos hasta ahora desconocidos sobre el polémico episodio del comienzo de las transmisiones de TVes, Lubow no vacila en proclamar que los Estados Unidos tienen mucho que aprender del sistema venezolano. Esta entrega #169 de la Ficha Semanal de doctorpolítico contiene la traducción íntegra del extenso artículo de Lubow, por considerarlo de gran importancia y seguramente de interés para los suscritores.
Ha debido ser a fines de 1975 o comienzos de 1976 cuando la primigenia Orquesta Sinfónica Juvenil ofreciera su primer concierto en el Poliedro de Caracas, ocasión en la que interpretó, junto con las voces solistas y corales requeridas, la Novena Sinfonía de Beethoven. A continuación, Abreu entregó a cada músico y miembro del coro una medalla de reconocimiento. Comoquiera que soy amante de la música sinfónica y bastante quisquilloso respecto de ella, desaprobé los frecuentes y feos errores de ejecución, y consideré poco sabio premiar a quienes entonces comenzaban apenas y tenían todavía un largo camino por recorrer hasta el logro de una calidad aceptable. No lo creí pedagógico, pues me parecía premio prematuro. Este comentario lo hice a una sola persona—primo hermano de quien más tarde sería mi esposa, y a quien dedico esta ficha por el mérito de haberme dado la oportunidad de conocerla y por el que sigue—que entonces era asistente de Abreu en sus proyectos. (Andrés Ignacio Sucre Guruceaga fue apoyo importantísimo de Abreu en los inicios del “Sistema”; estuvo presente en el primer triunfo internacional de la orquesta en Aberdeen, Escocia, en 1977). A pesar del ámbito restringido de mi opinión, consideré mi deber reconocer abiertamente mi precoz evaluación crítica y excusarme por ella, en publicación que producía en 1984, y expresé mi reconocimiento y mi gratitud al maestro y a su obra.
En el artículo de Lubow se hace mención del carácter ascético de José Antonio Abreu, y se dice que muchos de quienes lo tratan lo asemejan a un monje o sacerdote. En 1974 almorzaba con él en un restaurante de San Bernardino. Abreu estuvo en el sitio antes que yo, y cuando llegué lo encontré esperándome mientras leía, y seguramente rezaba, su ejemplar del Breviario Romano. No muchos saben que José Antonio es brillante economista, puesto que es su liderazgo del movimiento de orquestas juveniles e infantiles lo que lo ha hecho famoso. A fines de 1962 le escuché una conferencia—sobre tema que no logro recordar—y quedé maravillado de una de las más asombrosas capacidades de Abreu: si se hubiera grabado y luego transcrito lo que dijo, el texto resultante habría venido con todos los signos de puntuación correspondientes, tan perfecta y articulada había sido su elocución.
El mundo bueno celebró este año el Premio Nobel de la Paz concedido a Al Gore y la organización que estableciera, por su ejemplar trabajo de concientización ecológica. En 2006 este premio recayó sobre Muhammad Yunus y su Banco Grameen en Bangladesh. No debe faltar mucho para que José Antonio Abreu—quien ya fuera declarado Embajador por la Paz en 1998 (por la UNESCO) y recibiera en 2001 el Premio Nobel Alternativo—se convierta en el primer venezolano en recibir la máxima distinción de la Academia Sueca. Bastaría el artículo de Arthur Lubow para fundamentar el galardón.
(Agradezco a mi hermana María Elena haberme alertado sobre el artículo en The New York Times).
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DIRECTOR DEL PUEBLO
En 2004, Gustavo Dudamel, que para ese entonces era virtualmente desconocido fuera de su nativa Venezuela, participó en la primera Competencia Internacional de Dirección Orquestal Gustav Mahler, para directores menores de 35 años. Uno de los jurados en Bamberg, Alemania, era Esa-Pekka Salonen, Director Musical de la Filarmónica de Los Ángeles. “Llegué un poco más tarde que el resto del jurado, y para las semifinales ya había mucha excitación con él”, dijo Salonen. A sus 23 años, Dudamel era no sólo un competidor inusualmente joven, sino que esa sesión con la Sinfónica de Bamberg marcaba la primera vez que dirigía una orquesta profesional. Lucía impertérrito. “Uno es joven e inexperto, pero de algún modo debe crear un aura de confianza y autoridad”, me explicó Salonen recientemente. “Gustavo no se preocupa por la autoridad. Se preocupa de la música, que es exactamente la aproximación correcta. La orquesta es seducida a tocar bien para él, en lugar de ser forzada”. Después de que el premio fuera concedido a Dudamel, Salonen telefoneó a Deborah Borda, Presidenta de la Filarmónica de Los Ángeles. “Me dijo: ‘Deborah, no vas a creer este muchacho de Venezuela que ganó la competencia’,” me refirió Borda. “Yo pregunté: ‘¿Cómo es él?’ Y me dijo: ‘Es un animal de la dirección. Consigámoslo de una vez para un concierto en la concha acústica’.”
Dudamel ni siquiera tenía un agente. Primero encontró uno, luego Borda lo contrató para un concierto de verano al aire libre en la Concha Acústica de Hollywood. “Cuando llegó nos acercábamos al final de la temporada en la concha, hacía 43 grados, la orquesta se aprestaba a sus vacaciones… y fue eléctrico”, recuerda Borda. De inmediato lo contrató para una fecha de suscripción regular en Disney Hall y, entretanto, se embarcó en lo que llama “una odisea de dos años” para verlo trabajar con orquestas por toda Europa. Para Borda, que buscaba candidatos que un día sucedieran a Salonen, el punto crucial llegó mientras observaba un ensayo de Dudamel con la orquesta de La Scala de Milán en la Quinta Sinfonía de Mahler (que era la pieza que había dirigido en la competencia de Bamberg). “Ésa es una gran orquesta de óperas, pero uno no piensa de ella que sea una gran agrupación para Mahler”, dice Borda de La Scala. “Cuando comenzaron a tocar sonaban a Verdi. Al final sonaban a Viena, con el verdadero sonido mahleriano klezmer (1), judío, grave. Eso fue peso pesado, un verdadero crisol para un director joven”. La única pregunta que quedaba en su mente era la de saber como le iría en Disney Hall cuando debutara, lo que ocurrió en enero de este año. Después de una entusiasta respuesta de los ejecutantes y la audiencia, le ofreció a Dudamel un contrato por cinco años como Director Musical, para comenzar en la temporada 2009-10.
Había la sensación de que ella se había alzado con el Man o’ War o el Secretariat (2) de la pista de carreras de la música clásica. Dudamel, ahora con 26 años, es el joven músico más comentado en el mundo. Sir Simon Rattle, el Director Principal de la Filarmónica de Berlín, lo ha llamado “el director impresionantemente más dotado que yo haya conocido nunca”. En tiempos cuando las compañías disqueras recortan sus ediciones orquestales, Dudamel ha recibido un apetecible contrato con la Deutsche Grammophon y sacado dos CDs de sinfonías de Beethoven y Mahler. Siendo ya una presencia frecuente en las salas europeas, comenzará el próximo mes su más extensa aparición en los Estados Unidos, para presentarse en Los Ángeles, San Francisco, Boston y, por primera vez, en Nueva York, con la Filarmónica de Nueva York y, en Carnegie Hall, con su propia Orquesta Juvenil Simón Bolívar de Venezuela.
¿Hay un riesgo en comprometer una orquesta con un líder que todavía está relativamente poco probado? En esta etapa de su carrera, Dudamel posee un repertorio limitado, enfocado en los familiares centroeuropeos (Beethoven, Mahler) y los poco interpretados latinoamericanos (Arturo Márquez, José Pablo Moncayo, Oscar Lorenzo Fernández). Tampoco está probada su capacidad para las tareas administrativas y de relaciones públicas que las orquestas norteamericanas requieren de sus directores musicales. Pero la Filarmónica de Los Ángeles tiene una historia de contratos con dinámicos directores jóvenes (Salonen tenía 34 cuando comenzaba allí, y Zubin Mehta sólo 26), de forma que uno pudiera decir que tomar riesgos es parte de su tradición. También tiene sentido un director latinoamericano en el condado de Los Ángeles, donde en términos gruesos la mitad de la población es hispana. “Es excitante para la gente de aquí”, dice Borda.
Al escoger a Dudamel, la Filarmónica de Los Ángeles se está aliando también con una impar y exitosa experiencia educativa, de la que su nuevo Director Musical es el producto más ilustre; esta semana la filarmónica anunciará planes de inaugurar un programa, la “Orquesta Juvenil de Los Ángeles”, que toma directamente su modelo de un prototipo venezolano. La Orquesta Juvenil de Los Ángeles comenzará con muchachos entre las edades de 8 a 12 años en un distrito desaventajado del centro de la ciudad, pero su meta última es mucho mayor: proveer un instrumento musical y un lugar en una orquesta juvenil a todo joven del condado de Los Ángeles que lo quiera. Borda dice haber sido inspirada por su visita a Caracas a fines del año pasado. En vívido contraste con la situación en los Estados Unidos, donde se ha suprimido de los currículos escolares los programas de educación artística, al tenerlos por ornamento innecesario, el sistema venezolano provee a los niños de todo el país una plaza en una orquesta, sin importar cuán pobres o problemáticos sean sus antecedentes. Y los resultados han sido asombrosos. Le pregunté a Borda si había sido sorprendida por alguna cosa durante su visita a Venezuela. Me dijo: “No había imaginado que derramaría tantas lágrimas como lo hice”.
Hace una década, en un gimnasio de Barquisimeto, al occidente de Venezuela, Dudamel, entonces de 17 años, se paró sobre un podio con una batuta en la mano, frente a una orquesta y un coro de unos 800 muchachos. Dirigir un conjunto musical de ese tamaño es como comandar un regimiento. Para el adolescente novicio, el reto se amplificaba con la conspicua y audible presencia de su mentor, José Antonio Abreu, quien estaba sentado al centro de la primera fila haciendo sugerencias en voz alta. “¡Las maderas arriba!”, urgía Abreu a su protégé. “¡Pide más arco a las cuerdas!” El director navegó adelante confiadamente. “Creo que ésa fue la prueba”, me dijo Dudamel. Si su serenidad era la cualidad que se evaluaba, el joven triunfó. Sus instintos musicales eran igualmente impresionantes. En un viaje de cinco horas en regreso a Caracas, Abreu telefoneó a casa para decir a su hermana: “Creo que hemos encontrado al nuevo director de la Orquesta Infantil”.
El ascenso de Dudamel, a velocidad de cohete, no puede ser entendido sin una comprensión del sistema educativo que lo lanzó. Con una matrícula de 250.000 estudiantes, la mayoría de ellos de procedencia humilde, el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela—conocido popularmente como “el Sistema”—es la obra de vida del visionario e incansable Abreu, que en 32 años ha conducido el programa a través de diez diferentes administraciones de este país políticamente turbulento, floreciendo bajo los presidentes conservadores de los 80 y el desafiantemente izquierdista Hugo Chávez de hoy. Combinando astucia política con religiosa devoción, el encorvado asceta que es Abreu, de 68 años, parece salido de una novela de Stendhal o de Greene (si se descarta el siempre presente teléfono celular). Sus amigos lo comparan invariablemente con un sacerdote. Desembarazado de obligaciones familiares o posesiones materiales, se ha dedicado a un sueño utópico en el que una orquesta representa la sociedad ideal, y mientras más temprano se críe a un niño en ese ambiente será mejor para todos. Algunas veces Abreu enfatiza el enriquecimiento espiritual que la música trae al individuo; en otras señala la evidencia de que los estudiantes que pasan por el sistema se hacen miembros más productivos y responsables de la sociedad.
El rasgo más notable del sistema venezolano de educación musical es su inmersión instantánea: los niños comienzan a tocar en conjunto desde el momento en que toman sus instrumentos. Los instructores dicen que los alumnos aprenden a comportarse al tiempo que descubren cómo hacer música. “En una orquesta, todo el mundo respeta la meritocracia, todo el mundo respeta el tempo, todo el mundo sabe que tiene que apoyar a todos los demás, sea o no un solista”, explica Igor Lanz, el Director Ejecutivo de la fundación privada que administra el sistema financiado por el gobierno. “Aprenden que la cosa más importante es trabajar juntos en una meta común”. A lo ancho de Venezuela, el sistema ha establecido 246 centros, conocidos como núcleos, que admiten niños entre 2 y 18 años de edad, asignándoles instrumentos y organizándolos en grupos con instructores. Al practicar típicamente dos o tres horas cada día, los niños ejecutan música reconocible virtualmente desde el arranque.
Hace no mucho visité unos cuantos núcleos, incluyendo uno en un edificio de bloques de concreto de la urbanización Los Chorros de Caracas, que fue construido a mediados de los 60 como centro de detención de delincuentes juveniles. Ahora aloja a jóvenes que han sido arrancados a las calles o de hogares violentos o dominados por el crimen hacia la custodia protectora del Estado. Sólo 57 niños eran residentes del albergue, pero 300 más que vivían en la vecindad llegaron allí por instrucción musical diaria. Vi tocar a varios grupos orquestales, incluyendo un conjunto de cuerdas de niños de 7 y 8 años que tocaban la “Oda a la alegría” de Beethoven, los primeros violines pasando sus arcos y los segundos violines pulsando notas en pizzicato. La duras lámparas fluorescentes del techo, las rasgaduras blanco y ocre de las paredes de concreto y los barrotes en algunas ventanas (que datan de los orígenes del edificio) hubieran podido proyectar un aire lúgubre sobre el evento. En vez de esto, el placer y el orgullo que los niños encontraban en su esfuerzo colectivo era contagioso. “Fue como una inyección en el brazo”, me dijo Matías Tarnopolsky, director artístico de la Filarmónica de Nueva York, de su propia gira por el sistema en Caracas. “Me hizo recordar los motivos por los que entré al mundo de la música como profesional”. Rattle ha dicho del sistema que “es la cosa más importante de las que pasan en la música clásica en cualquier parte del mundo”.
Como una red de pesca de largo alcance que comprende 1.800 maestros y unas 600 orquestas, el sistema atrae jóvenes que, dependiendo de su talento y su ambición, avanzan hasta las orquestas estatales, con los más pequeños en las orquestas infantiles y los adolescentes y jóvenes mayores en orquestas juveniles. Los mejores son canalizados a la Orquesta Nacional Juvenil Simón Bolívar. (Uno de ellos, Edicson Ruiz, contrabajista, se convirtió a sus 19 años en el músico más joven admitido a la Filarmónica de Berlín en tiempos modernos). Dirigida por Dudamel desde 1999, la Orquesta Juvenil Bolívar disfruta de una reputación mundial por un sonido que no sólo es apasionado—de esperar en orquestas juveniles—sino también sorprendentemente pulido y equilibrado.
Dudamel, que comenzó tocando como violinista de orquesta en Caracas a la edad de 12 años, ha conocido a algunos de los ejecutantes durante la mitad de su vida, y los dirige con la íntima seguridad de alguien que creció con ellos. “La relación entre la orquesta y yo es tan fácil que a veces no tengo que decirle nada—está a la espera de mis manos y mis movimientos”, dice. Durante un ensayo puede reprenderla de buen humor, “No, muchachos”, agitando el índice y moviendo la cabeza, de una forma que probablemente no funcionaría con la Filarmónica de Los Ángeles. “Estábamos acostumbrados a creer que un director es un tipo viejo, introvertido”, dice Rafael Payares, que toca el corno francés en la orquesta y es uno de los más íntimos amigos de Dudamel. “Pero éste es el mismo Gustavo que veíamos tocar el violín o hacer fiestas. Todavía es el mismo… loco”. Dudamel es pequeño de estatura, y cálido pero no pretencioso en la conversación; cuando la música comienza, sin embargo, con su espeso pelo rizado que rebota mientras salta apasionadamente en el podio, se materializa un electrizante avatar.
Abreu y Dudamel son las dos figuras más identificables del sistema, y la tutoría de Dudamel por Abreu ha tomado la apariencia de la paternidad. “Cuando conocí a Gustavo, creí que era el hijo de José Antonio—la forma como camina, la forma como habla, incluso la forma como escribe”, me dijo la esposa de Dudamel, Eloísa Maturén de Dudamel, una periodista antaño bailarina. Durante las fiestas de toda una noche que seguían a los conciertos en Caracas de la Orquesta Juvenil Bolívar, típicamente escenificadas en la casa donde Abreu vive con su hermana y su cuñado, Dudamel siempre se separa para hablar con el maestro. “Sé que cuando se sientan y comienzan a conversar, eso puede durar para siempre”, dice Eloísa. “Puede comenzar por un compás de la Sinfonía Heroica y puede ir de allí al universo. José Antonio llega muy tarde a estas fiestas. Cuando llega, siempre secuestra a Gustavo. Y cuando eso ocurre, sabemos que Gustavo ha terminado con nosotros por el resto de la noche”. Algunas personas se preguntan si un día Dudamel recortará sus compromisos internacionales para asumir el papel de sucesor de Abreu. “Gustavo es mucho más que un sucesor”, me dijo Abreu riendo, cuando le hice la pregunta. “Él es una gloria universal de América Latina. Él es una bandera, un estandarte”.
El sistema es una suerte de religión, y me acostumbré a escuchar, entre sus iniciados, a Abreu descrito en términos casi divinos (lo ve todo, lo sabe todo, nunca descansa) y a Dudamel como su profeta carismático y filial. En estos días, todavía puede conseguirse a Abreu sentado al centro y al frente para escuchar en Caracas conciertos de la Orquesta Juvenil Bolívar, pero ya él no siente la necesidad de emitir instrucciones. El pasado verano, en una ejecución de la Tercera “Heroica” Sinfonía de Beethoven y el espinoso Primer Concierto de Piano de Bartok, Dudamel irradiaba impaciencia juvenil y deleite al indicar los sucesivos primeros tiempos de la “Heroica”. Sonreía cada vez que los músicos tocaban una frase a su gusto, y sus ojos brillaban y sus dedos pellizcaban el aire, sonsacando con zalamería el sonido que quería de las secciones individuales de la orquesta. Su rostro y su cuerpo expresaban tormento, elevación o desespero, para provocar el ánimo que buscaba, mientras la varita en su mano derecha y las ondulaciones de su izquierda indicaban las entradas y los ritmos a los ejecutantes. En su cercano asiento, el viejo maestro, en absorto rapto, se iluminaba y asentía en aprobación. “Todo el tiempo veo en la cara de Abreu la alegría de observar cómo Gustavo puede hacer música que no ha sido escrita”, me dijo Frank Di Polo, un violista casado con la hermana de Abreu. “Creo que Abreu no está solamente orgulloso. Ahora es su hijo”.
Dudamel fue criado en Barquisimeto, una ciudad que se enorgullece de una rica tradición de música popular. Su padre, Oscar, tocaba profesionalmente el trombón, principalmente con grupos de salsa, así que Gustavo asistió a conciertos antes de ser lo suficientemente crecido para hablar. La familia vivió con los padres de Oscar hasta que Gustavo cumplió los 12, cuando Oscar obtuvo un trabajo de oficina en una ciudad cercana y la reubicó. Gustavo optó por quedarse con los abuelos. (Sus padres, ambos, trabajan ahora para el sistema). El abuelo de Gustavo, que era camionero, murió hace cinco años, pero visité a su abuela, Engracia de Dudamel, en el moderno apartamento que Gustavo le compró en 2005.
A temprana edad, me dijo Engracia de Dudamel, Gustavo se concentraba en la música. A los 5, estudiaba música en el sistema por las tardes. Cuando llegaba a casa de la escuela a la hora de almuerzo, arreglaba sus figuras Fisher-Price de juguete como si fuesen una orquesta, poniendo una pequeña caja para el director y un disco en el fonógrafo; luego le pediría no desordenar la orquesta mientras estaba en clases de música, para que pudiera reanudar la dirección de los músicos a su regreso. Una vez su abuela lo llevó a ver a su padre tocar en un concierto clásico en Barquisimeto. “Era muy pequeño; creía que se iba a quedar dormido”, me dijo. “Y estuvo completamente atento a los detalles de los instrumentos”. Le dijo: “Abuela, me gusta esta música”. Cuando le repetí esta historia a Dudamel, me refirió cuál había sido el programa.
Aunque el niño quería aprender a tocar el trombón como su padre, sus brazos eran todavía demasiado cortos. En su lugar cogió el violín. “Desde el mismo inicio mostró signos de gran talento y aprendía todo muy fácilmente”, dice Luis Giménez, el administrador principal del programa en el estado Lara, del que Barquisimeto es la capital. Cuando Gustavo fue aceptado por un renombrado instructor de violín en Caracas, sus abuelos lo pastoreaban orgullosamente a las clases semanales, partiendo a las 3 de la madrugada de los viernes para llevarlo a ellas.
Por excepcionales que fueran su talento y el apoyo familiar, Dudamel se benefició también inconmensurablemente del marco institucional existente para su ascenso. “Es un brillante resultado del sistema”, dice Abreu. En la orquesta infantil de Lara, Dudamel fue pronto nombrado concertino; y cuando Giménez formó la Orquesta Juvenil Amadeus para explorar la música barroca para cuerdas, Dudamel también sirvió allí como concertino. Una tarde, Giménez llegó retrasado a un ensayo de la Orquesta Juvenil Amadeus programado en la cafetería de la escuela, y descubrió que los músicos habían comenzado a tocar sin él, bajo la batuta de Dudamel, que entonces tenía 12 o 13 años. “Estuvo grande. Era como un director profesional”, dice Giménez. Nombró a Dudamel como director asistente, lo que en la práctica significó que el muchacho hiciera mucha de la dirección tanto del conjunto de cuerdas Amadeus como de la orquesta infantil de Lara.
Abreu, que vigila el talento de planta tan estrechamente como un magnate de la era dorada de los estudios de Hollywood, estimuló a Dudamel para que tomara clases de dirección en Caracas junto con sus clases regulares de violín. Así que cuando vio a Dudamel dirigir la recrecida orquesta en Barquisimeto durante el concierto anual de mayo de 1998, no estuvo totalmente sorprendido por la destreza del muchacho. Después del concierto, fue a hablar con los abuelos de Dudamel y les dijo: “Tengo que llevarlo conmigo a Caracas”. Entraron en shock, pero no pudieron rehusarse. “Lloramos mucho”, recuerda Engracia. “Y mi esposo le dijo al Dr. Abreu, ‘Usted se lleva la luz de esta casa’.” Pero el talento de Dudamel brilló con más luz en la gran ciudad. Aguzó sus destrezas de dirección rápidamente; de hecho, su última década se ha movido hacia adelante como una película acelerada. En 1998, cuando Dudamel tenía 17 años, Abreu le avisó con menos de dos meses de anticipación que dirigiría a la orquesta nacional infantil en la Primera Sinfonía de Mahler durante una gira por Italia. Abreu lo asesoró personalmente. En una sesión, sobre la marcha, en típica manera de Abreu, le entregó a Dudamel la partitura completa para directores y le indicó que anotara el primer movimiento. Luego el maestro se fue a misa. “La vi y escribí una y otra vez: ‘Esto es importante, esto es importante’”, recuerda Dudamel. “No se podía leer la partitura de todo lo que había escrito. Regresó y me dijo: ‘Bueno, dirige’. Fui a tomar lo que había escrito y dijo: ‘No necesitas la partitura’. Cuando comencé, dijo: ‘¿Dónde está la entrada? Canta la segunda melodía. Cántala de atrás hacia adelante’.” Se trataba de hundirse o nadar. Durante la gira de la orquesta Dudamel conoció al director Giuseppe Sinopoli en Sicilia. Éste se convirtió en el primero de los mentores de Dudamel en el extranjero, seguido por Claudio Abbado, Daniel Barenboim y Simon Rattle; todos ellos le han brindado estímulo y consejo.
Durante los últimos tres años, Esa-Pekka Salonen ha visto desarrollarse a Dudamel a medida que sus oportunidades han crecido exponencialmente. Lo más notable fue que firmara, hace un año, para ocho semanas al año como director invitado principal de la Sinfónica de Gotemburgo en Suecia. “Él ha tenido unos pocos años de muy profesional dirección alrededor del mundo, y obviamente es ahora una clase de persona muy diferente”, me dijo Salonen. “Lo que no ha desaparecido es su sentido de maravilla, reverencia y descubrimiento. Éstas son cualidades estupendas en cualquier ser humano, pero especialmente en un director”.
Los músicos procuran asir palabras para expresar lo que hace tan excitante tocar para él. “Cuando está dirigiendo la pieza, uno siente como si estuviera siendo compuesta en ese momento; es como si la estuviese creando él mismo”, dice la primera clarinetista de la Filarmónica de Los Ángeles, Michele Zukofsky. “Lanza hacia atrás el pasado. Uno no se queda atascado en lo que está supuesto a ser. Es como jazz, en cierta forma”. En un ensayo para el debut de Dudamel en Disney Hall, Zukofsky ejecutó un extenso solo que aparece en las Danzas de Galanta, de Zoltan Kodaly. “Toqué un pasaje ascendente muy suavemente, pianissimo”, recuerda ella. “Él dijo, ‘Oh, eso me encanta’.” Es un pasaje que normalmente toca mezzoforte, o moderadamente fuerte. “Aun cuando era un error, disfrutó la diferencia”, dice. E hizo que lo tocara así en cada uno de los conciertos.
Tan pegado a la tierra como es el talento de Dudamel es la transformación social que fue necesaria para nutrirlo. En 1975, cuando Abreu comenzó lo que entonces se llamaba la Orquesta Juvenil de Venezuela, la nación sólo tenía dos orquestas, la Sinfónica de Venezuela y la recientemente fundada Sinfónica de Maracaibo. Ambas estaban compuestas principalmente por emigrados europeos. Inicialmente, el principal atractivo de la Orquesta Juvenil era la oportunidad profesional que ofrecía a los jóvenes músicos clásicos venezolanos. Abreu tenía un objetivo más grande, sin embargo: crear muchas orquestas que abarcarían un segmento de la población del que se creía que sería incapaz de apreciar esa forma de arte. “Para mí, la prioridad más importante era ofrecer a la gente pobre acceso a la música”, dice. “Como músico, tenía la ambición de ver a un niño pobre interpretar a Mozart. ¿Por qué no? ¿Por qué concentrar en una clase el privilegio de tocar a Mozart y Beethoven? La alta cultura musical del mundo tiene que ser una cultura común, parte de la educación de todos”.
Abreu combina un profundo conocimiento de la música—estudió composición y dirección y ha tocado instrumentos de teclado en iglesias y salas de concierto—y de la economía (enseñó la materia en la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas y fue diputado por un período en el Congreso de la República). Así, estaba inusualmente bien equipado para fundar un sistema orquestal. Trabaja sin descanso, a pesar de una constitución frágil que fue ulteriormente debilitada por una seria cirugía abdominal de úlceras en 1973. Desde entonces, tiene prohibido el alcohol y está restringido a una dieta en pequeñas raciones, baja en grasas y sin productos lácteos. Un episodio de diabetes le quitó más tarde el chocolate, que era su única extravagancia. Hoy en día es una figura enjuta y huesuda, envuelta en ropas de lana a pesar del calor venezolano, con ojos brillantes y una sonrisa resplandeciente bajo una gran frente abombada.
El gobierno venezolano comenzó a financiar completamente a la orquesta de Abreu a raíz de su brillante triunfo en una competencia internacional en Aberdeen, Escocia, en 1977. Desde el comienzo, el sistema cayó bajo el dominio de los ministerios de servicio social, no bajo el ministerio de cultura. Estratégicamente, esta posición le ha ayudado a sobrevivir, ya que los presidentes venezolanos han tenido un grado variable de compromiso con las artes y, en lo posible, prefieren rechazar cualquier cosa asociada con el régimen anterior. La actual administración de Chávez, mejor conocida en este país por su tono populista vehementemente antinorteamericano, ha sido hasta ahora el patrón más generoso del sistema, al proveer casi todo su presupuesto operativo anual de 29 millones de dólares y contribuir a proyectos de capital adicional. Cuando hablé con líderes del sistema, creí detectar un énfasis especial sobre los aspectos socialmente progresistas del programa que gratificarían a un Médici de las masas. Pero ese elemento de bienestar social es central en la filosofía de Abreu, y si ahora se subraya el tema… bueno, esa opción es la prerrogativa de un músico.
En la políticamente polarizada Venezuela, una institución soportada por el gobierno camina en la cuerda floja. Para el sistema, lo delicado del trabajo de los pies se hizo desagradablemente público a comienzos de este año. El Ministro de Comunicaciones pidió a la Orquesta Juvenil Bolívar, con la dirección de Dudamel, que tocara el Himno Nacional a fines de mayo, en momentos cuando Radio Caracas Televisión, una red de teledifusión francamente anti-Chávez, salió al aire por última vez. La interpretación sería la primera transmisión de la nueva estación, obediente de Chávez, que reemplazó a RCTV, la que había perdido su licencia. Según una ley de vieja data, se escucha el Himno Nacional cuando quiera que una estación de TV comienza o concluye su día regular de transmisiones en Venezuela. Oficialmente, el gobierno pedía una versión completa de nueva ejecución con introducción orquestal. En el contexto, no obstante, parecía que el nacionalmente aclamado joven director y la orquesta avalaban la renuencia de la administración de Chávez a renovar la licencia de RCTV, una decisión que dividió amargamente a la nación.
Aduciendo impedimentos técnicos, los líderes de la orquesta se excusaron de una aparición en vivo y en su lugar suministraron una cinta de video. Pero dado que el himno típicamente se acompaña en televisión de fotomontajes con pintorescos escenarios venezolanos, muchos televidentes que vieron la cinta en TV creyeron que Dudamel y la orquesta estaban en verdad tocando en vivo. Por la prensa y en blogs, algunos de los críticos de Chávez—que tienden a ser la gente que compra los boletos de los conciertos—expresaron indignación y consternación. En retrospectiva, los líderes de la orquesta dijeron que no tenían otra opción que entregar la cinta. “¿Como podía uno negarse?”, explica Lanz, el Director Ejecutivo de la fundación. “¿Cuál hubiera sido nuestra siguiente respuesta? La organización depende del Estado, y estaban solicitando algo que es absolutamente normal”. Él admite, sin embargo, que “para alguna gente fue chocante”. Al día siguiente, se acercó al gerente de la nueva estación a decirle que “mucha gente está usando esto como una causa política, lo que está causando daño, no a nosotros sino a los niños”, y para pedir que en el futuro se usara la banda de sonido sin las imágenes de la orquesta y Dudamel. “Lo hicieron de inmediato, cosa que agradezco”, dice. “Ver que tu himno es usado políticamente es terrible”. Alguna gente me dice que Dudamel se molestó con la controversia, pero a mí sólo me habló de generalidades acerca de la actual situación mundial. “Nos encontramos en un punto de intolerancia”, dijo. “El Himno Nacional es la gloria del país. Es para todos los venezolanos”. Abreu, algo insinceramente, me dijo: “Hemos grabado el Himno Nacional docenas de veces. Nunca se nos dijo del uso particular de una grabación particular. Cuando entregamos un video, es para todos. Es el Himno Nacional. No es nuestra culpa”. Cuando le dije que era un asunto de contexto, repitió con expresión adolorida: “No es culpa nuestra”.
Esto sin decir que no es únicamente el gobierno quien exige la adopción de posturas políticas. La grabación del himno se llevó a cabo en el nuevo Centro para la Acción Social a Través de la Música, un edificio del sistema de once pisos a un costo de 25 millones de dólares, al borde del centro de Caracas, que fue oficialmente inaugurado a fines de julio. Había creído que su engorroso nombre constituía otra adulación a los chavistas, pero estaba equivocado. Era un premio de consolación para el Banco Interamericano de Desarrollo, que ayudó a financiarlo con un préstamo de 5 millones de dólares y ahora está adelantando 150 millones para la construcción de otros siete centros regionales del sistema a lo largo de Venezuela. Las bancos de desarrollo prefieren prestar dinero para infraestructura: acueductos, carreteras, plantas de tratamiento de aguas. Dentro del BID, muchos banqueros objetaron el préstamo para un proyecto aparentemente tan frívolo. “Uno de mis colegas bromeó: ‘¿Van ustedes a financiar a los niños pobres para que lleven los instrumentos de los niños ricos?’ ”, dice Luis Carlos Antola, un representante del banco en Venezuela. “Es que existe el sentimiento de que la música clásica es para la élite”. De hecho, el banco ha realizado estudios sobre los más de dos millones de jóvenes que han sido educados en el sistema, que muestran que dos tercios de éstos provienen de ambientes pobres. Otros estudios establecen una conexión con mejoras en la asistencia a las escuelas y disminución de la delincuencia juvenil. Sopesando esos beneficios, el banco calculó que cada dólar invertido en el sistema cosecha alrededor de 1,68 dólares en dividendos sociales.
Es verdad, por otra parte, que Abreu sostiene que los pobres tienen derecho no sólo a Mozart y Beethoven, sino también a lo mejor del arte y la arquitectura. Ha contratado a dos de los más distinguidos artistas abstractos de Venezuela para ayudar a decorar el centro, que contiene un hermoso auditorio en paneles de madera de 1.200 asientos, un salón de música de cámara con 400 butacas (una idea de última hora de Abreu) y varios espacios de grabación acústicamente agradables. Después de asistir a conciertos de Dudamel con la Orquesta Juvenil en el Festival de Lucerna en Suiza, que es uno de los más elegantes ambientes para la música en el mundo, Abreu admiró el piso de granito de la entrada a la sala de conciertos. “Fue hasta el Ministerio de Finanzas”, dice Antola. “Los convenció. Ni siquiera había suficiente granito en el país. Tuvieron que traerlo de Panamá, donde ya lo habían vendido. Es como un encantador de serpientes. Uno no puede resistírsele”.
Y su ambición es ilimitada. Dentro de Venezuela, Abreu está determinado a llegar aún más lejos dentro de la sociedad. Apoyado por el gobierno, el sistema ha comenzado a introducir su programa musical en el currículo de las escuelas públicas, con la meta de estar en toda escuela y doblar su alistamiento hasta 500.000 niños. La organización también presiona más abajo en la estructura de clases, habiendo introducido un programa piloto de educación musical en tres ciudades para los niños sin hogar que subsisten como depredadores de basureros. Fuera del país, el sistema está cooperando con programas en casi todas las naciones latinoamericanas, y en Europa, Simon Rattle, un adelantado proponente de la educación musical, ha trabajado con expertos venezolanos para el ya impresionante programa que su orquesta maneja en Berlín.
En un golpe de auspiciosa oportunidad, el precoz éxito de Dudamel ha coincidido con el avance internacional del sistema. “Gustavo es el rostro visible de lo que viene detrás”, dice Antola. “Uno necesitaba algún tipo de emblema. La gente está descubriendo a Gustavo y al sistema simultáneamente”. En sus palabras y en sus logros, Dudamel es un vocero inigualable de las virtudes del sistema. “Uno siente un sonido joven y una energía joven en el sistema”, dice. “No buscamos una meta individual, es siempre colectiva. Soy un producto del sistema, y en el futuro estaré aquí, trabajando para las próximas generaciones”.
Como celebridad internacional cuya carrera fue incubada por el sistema, Dudamel está particularmente capacitado para ser el campeón de su expansión en su propio país y de su adopción afuera. Si tiene éxito, la “Orquesta Juvenil de Los Ángeles”, iniciativa de su nueva casa, la Filarmónica de Los Ángeles, puede comprobar que es un proyecto piloto para la reinvención de la educación musical en este país. Es comprensible que los devotos vean a Venezuela con el fervor que tenía Ponce de León, cuando buscaba mágicas aguas de rejuvenecimiento en la Florida. Esta visión dual—la de cientos de miles de jóvenes transformados por el sistema y la de un juvenil director que pone de pie a las audiencias en aclamación—es un poderoso signo de vitalidad que refuta a esos graves tomadores del pulso que eternamente proclaman la senescencia de la música clásica.
Arthur Lubow
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Notas del traductor:
(1) Klezmer es un género musical derivado de tradiciones de música profana judía. (Hassídica y Ashkenazim).
(2) Man o’ War y Secretariat fueron dos famosos caballos de carrera, campeones en los Estados Unidos.
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Gracias, Luis Enrique.
un gran abrazo,
Javier
Un abrazo de Año Nuevo, y demos nuestras gracias a Arthur Lubow y, por supuesto, a Abreu y Dudamel.