Fichero

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En más de una ocasión doctorpolítico ha traído, a sus cartas o fichas, textos y referencias de Pierre Teilhard de Chardin, una de las figuras señeras del siglo XX. Sacerdote jesuita de pensamiento audaz, penetrante y hermoso, planteó una visión del sentido del hombre que incomodó a la ortodoxia católica de su tiempo. La Santa Sede llegó a prohibir en los centros de formación religiosa la lectura de sus obras. Bajo el papado de Juan XXIII la Congregación del Santo Oficio (antaño conocida como la Santa Inquisición), emitió una advertencia (monitum) el 30 de junio de 1962, que fuera reconfirmada en 1981. Allí se lee: “Prescindiendo de juzgar aquellos puntos que conciernen a las ciencias positivas, es suficientemente claro que las… obras [de Teilhard] abundan en tales ambigüedades y, de hecho, incluso serios errores que ofenden a la doctrina Católica. Por esta razón, los muy eminentes y reverendos Padres del Santo Oficio exhortan a todos los Ordinarios así como a los superiores de los institutos Religiosos, rectores de seminarios y presidentes de universidades, para que efectivamente protejan las mentes, particularmente de los jóvenes, contra los peligros presentados por las obras de Fr. Teilhard de Chardin y de sus seguidores”. Teilhard murió, por decirlo así, en el exilio al que fue destinado en Nueva York. (El día de Pascua de Resurrección de 1955).

Una faceta muy importante en Teilhard fue su profesión de paleontólogo, la que sin duda contribuyó a formar su particular punto de vista sobre la aparición y evolución de la vida. Así, mucho tiempo pasó con ropas seglares en sitios de excavación en áreas remotas, desprovisto de los instrumentos del oficio sacerdotal, cuando era más astringente que ahora la obligación del sacerdote de oficiar misa cada día. (Y rezar el Breviario Romano, también diariamente). Es tal circunstancia, repetida muchas veces, lo primero que menciona en el texto reproducido acá en traducción castellana del original francés. Escrita en 1923 en el Desierto de Ordos (en la porción suroccidental del Desierto de Gobi, en China), La Misa sobre el Mundo fue publicada con otros textos (1961) en un volumen que tuvo por título Himno al universo. Corresponde al Ofertorio de una misa que pudiera muy bien llamarse cósmica, en virtud de la grandeza del sacrificio que describe y ofrece, por el que toma por ara el planeta entero y consagra allí la hostia de “le travail et la peine du Monde”.

Teilhard de Chardin estuvo varias veces en China, y allí formó parte del equipo que encontró (1929) los restos fósiles del llamado “Hombre de Pekín” (Sinanthropus pekinensis, clasificado hoy en día como Homo erectus pekinensis). Su labor científica, sin embargo, no lo alejó de la experiencia espiritual; más bien lo hizo, amén de fenomenólogo, un escritor místico que se revela en poéticos trozos como el reproducido acá o en su obra El medio divino (1926-27).

Sea el texto sobrecogedor de La Misa sobre el Mundo lectura oportuna para el día en que se conmemora el nacimiento del Salvador Jesús, a quien Pierre tanto amó. LEA

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LA MISA SOBRE EL MUNDO

Puesto que, una vez más, Señor, ya no en los bosques del Aisne, sino en las estepas de Asia, no tengo ni pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de los símbolos justo hasta la pura majestad de lo Real, y te ofreceré, yo, tu sacerdote, sobre el altar de la Tierra entera, el trabajo y la pena del Mundo.

El sol viene de iluminar, allá abajo, la franja extrema del primer Oriente. Una vez más, bajo la capa móvil de sus fuegos, la superficie viviente de la tierra se despierta, se estremece y vuelve a iniciar su tremenda labor. Yo colocaré sobre mi patena, oh Dios mío, la esperada cosecha de este nuevo esfuerzo. Verteré en mi cáliz la savia de todos los frutos que hoy serán molidos.

Mi cáliz y mi patena son las profundidades de un alma ampliamente abierta a todas las fuerzas que, en un instante, van a elevarse desde todos los puntos del Globo y a converger hacia el Espíritu. ¡Que vengan a mí, pues, el recuerdo y la mística presencia de aquellos a quienes la luz despierta para una nueva jornada!

Uno a uno Señor, veo y amo a aquellos a quienes tú me has dado como sostén y como encanto naturales de mi existencia. También uno a uno voy contando los miembros de esa otra y tan querida familia que se han ido juntando poco a poco en torno a mí, a partir de los elementos más dispares, las afinidades del corazón, la investigación científica y el pensamiento. Más confusamente, pero a todos sin excepción, evoco a aquellos cuya multitud anónima constituye la masa innumerable de los vivientes; a aquellos que me rodean y me sostienen sin que yo los conozca; a aquellos que vienen y aquellos que se van; a aquellos que, sobre todo, en la verdad o a través del error, en su despacho, en su laboratorio o en la fábrica, creen en el progreso de las Cosas y hoy buscarán apasionadamente la luz.

Quiero que en este momento mi ser resuene con el profundo murmullo de esa multitud agitada, confusa o diferenciada, cuya inmensidad nos sobrecoge; de ese Océano humano cuyas lentas y monótonas oscilaciones introducen la turbación en los corazones más creyentes.

Todo lo que va a aumentar en el Mundo, en el transcurso de este día, todo lo que va a disminuir—todo lo que va a morir, también—, he allí, Señor, lo que me esfuerzo en concentrar en mí para ofrecértelo; he allí la materia de mi sacrificio, el único sacrificio que Te complace.

Otrora se depositaban en tu templo las primicias de las cosechas y la flor de los rebaños. La ofrenda que verdaderamente esperas, aquélla de la que misteriosamente tienes necesidad todos los días para saciar tu hambre, para calmar tu sed, es nada menos que el acrecentamiento del mundo arrastrado por el devenir universal.

Recibe, Señor, esta Hostia total que la Creación, atraída por tu gracia, te presenta en esta nueva aurora. Este pan, nuestro esfuerzo, lo sé, no es más que una desagregación inmensa. Este vino, nuestro dolor, no es todavía—¡ay!—más que un brebaje disolvente. Pero tú has puesto en el fondo de esta masa informe—estoy seguro de ello, porque lo siento– un irresistible y santificante deseo que nos hace gritar a todos, tanto al impío como al fiel: “¡Señor, haznos uno!”.

Porque a falta del celo espiritual y de la sublime pureza de tus Santos, tú me has dado, Dios mío, una simpatía irresistible por todo lo que se mueve en la materia oscura—porque, irremediablemente, reconozco en mí, más que a un hijo del Cielo, a un hijo de la Tierra—, subiré esta mañana, con mi pensamiento, a los lugares altos, cargado con las esperanzas y las miserias de mi madre, y allí—fortalecido con un sacerdocio que sólo tú, estoy seguro, me has dado,—invocaré al Fuego sobre todo lo que, en la Carne humana, está pronto para nacer o para perecer bajo el sol que asciende.

Pierre Teilhard de Chardin

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