Estimada suscritora, estimado suscritor: la semana pasada, en el #270 de la Carta Semanal de doctorpolítico (del 3 de enero), escribí (a propósito de la disposición de Chávez de dar más crédito a las FARC que al gobierno de Uribe): «Con esta definición Chávez confirmaba que jamás fue un mediador, y que en cambio ha actuado todo el tiempo como representante de las FARC». Ocho días después se confirma esta evaluación, cuando Chávez, ante la Asamblea Nacional y en presencia del Cuerpo Diplomático, solicita a la comunidad internacional, y en especial al gobierno de Colombia, que se reconozca la condición de beligerantes a las FARC y se suprima la calificación de terroristas que habitualmente se les endilga.
Está, por supuesto, para confirmar esa cualidad de aliado de las FARC en el gobierno de Chávez, el fragmento grabado de las palabras de despedida del ministro Rodríguez Chacín a los guerrilleros que entregaron a las rehenes recientemente liberadas. De hecho, el nombramiento mismo de Rodríguez Chacín para su segunda temporada en el Ministerio del Interior y Justicia ya era un indicador de un endurecimiento del gobierno y la colocación de una ficha pro FARC en un puesto de poder crucial y delicado. Para la época de los acontecimientos de abril de 2002, ya se había denunciado la proximidad de Rodríguez Chacín con las FARC.
Chávez se ha presentado hoy como mandatario seguro de su poder. Esta seguridad es requerida para atreverse a quebrar lanzas a favor de las FARC. No puede ignorar que la posición que ha asumido públicamente le causará todavía más dificultades internacionales y más aislamiento. O tiene, pues, una excesiva confianza en la solidez de ese poder, o ya ha llegado a la inconsciencia del après moi le deluge.
Ahora se pone en evidencia que una cosa parecida a la que hoy hizo ha debido estar planeada para la oportunidad de la frustrada función del 31 de diciembre. Es evidente que ha habido diseño conjunto de la cobranza política que se pretende ejecutar: «Ustedes liberan unos poquísimos rehenes y nosotros aprovechamos esa circunstancia, en presencia de Kirchner y bajo las cámaras de Oliver Stone, para proclamarlos como dignos combatientes».
Pero la carta ha sido jugada hoy, veinticuatro horas después—¡qué casualidad!—de la liberación de Consuelo González y Clara Rojas. «Esperen ahora. Oliver y Néstor se han tenido que ir, pero tenemos una nueva ventana mediática el día del mensaje presidencial a la Asamblea». Es bajo la flamante aura obtenida ayer—menor que la que se hubiera logrado el 31 de diciembre—que se lanza la tesis de la beligerancia de las FARC. La puesta en escena no puede ser más obvia.
En el mismo discurso, por otra parte, muestra a la oposición el trapo rojo de un referéndum revocatorio-consultivo que pudiera abrir la puerta a su segunda reelección. (Tercera, si se toma en cuenta de la del año 2000). Es una de sus tácticas favoritas: amenazar con algo de informalidad juguetona para preocupar y distraer a sus opositores. No hay que hacer caso al adefesio jurídico de esta nueva ocurrencia. Él mismo sabe que eso no es posible, y que si lo fuera volvería a ser derrotado. Lo que le interesa es entretener a la oposición para que se distraiga de las elecciones de gobernadores y alcaldes, que serán cruciales para medir cuánto ha perdido de arraigo popular.
No debe extrañar para nada la asunción del papel de abogado de las FARC por parte de Chávez. Se trata de una actuación perfectamente consistente en quien al inicio mismo de su gobierno se solidarizaba con Ilich Ramírez Sánchez o Fidel Castro, presentada en ambiente y tiempo que amplifican su impacto histriónico.
Son estas notas que redacto al voleo, distraído de mis ocupaciones cumpleañeras (65) de hoy, un adelanto de análisis más concienzudo en la próxima Carta Semanal, la #272.
Con un cordial saludo
Luis Enrique Alcalá
intercambios