LEA, por favor
Uno de los espejismos más comunes en la conciencia política es el del aparente monolitismo del campo del contrario, sobre todo si se trata de opositores de afinidad marxista. La deformación perceptual es más aguda en los que ocupan el extremo opuesto, esto es, en gente de extrema derecha. Basta que exista una institución como el Foro de Sao Paulo para que quiera verse en las acciones políticas de las miríadas de organizaciones izquierdistas de América Latina la expresión de un plan único secreto, contra el que sería necesario alzarse de urgencia para anularlo con, por ejemplo, alguna nueva manifestación “pacífica, democrática y constitucional” que en verdad es un golpe de Estado militar. (¡Ni un día más!, artículo de Alejandro Peña Esclusa. El autor dice: “Hay mucha gente dispuesta a salir la calle, para exigir pacíficamente un pronto cambio de Gobierno. Cuando eso ocurra, se repetirá la crisis militar del 2D. Las Fuerzas Armadas optarán por convencer a un sólo hombre de aceptar la voluntad popular, antes que reprimir injusta e ilegalmente a miles de venezolanos”. Antes, premunido de su última teoría conspirativa y en estilo machacón, desvaloriza el logro democrático del 2 de diciembre: “Ese día no hubo un triunfo electoral, sino una gravísima crisis militar. Las Fuerzas Armadas detectaron que, si el CNE anunciaba la victoria del Sí, el pueblo saldría masivamente a la calle para hacer valer su voluntad. Así que prefirieron presionar a un sólo hombre—Chávez—antes que reprimir injusta e ilegalmente a miles de venezolanos”).
Pero lo cierto es que los seres humanos encuentran el modo de disgregarse dentro de cualquier ideología. Bastaría para demostrar esto la emergencia pública reciente de una crítica muy fuerte a Hugo Chávez, que proviene de las filas de la izquierda continental y hasta de adentro de su propio patio. Un caso importante es la crítica que de él hace la Izquierda Nacional argentina, puesto que ya no se trata de un teórico inmigrado como Heinz Dieterich, sino de una organización política que nació en 1945, con el advenimiento de Juan Domingo Perón al poder.
Y es que Izquierda Nacional, de inclinación trotskista, se permite criticar al mismísimo Fidel Castro, y no de ahora, sino de pocos años después del inicio de la Revolución Cubana. La agrupación publicó en marzo de 1966 una crítica abierta a Fidel Castro y su discurso de clausura de la Tricontinental de La Habana. (La Izquierda Nacional responde a Fidel Castro: Cuba, la URSS y la revolución de América Latina). Naturalmente, la crítica es de un marxismo a otro, pero es que marxismos hay tantos como sectas protestantes, realidad que no cabe en cabeza de Peña Esclusa y quienes como él razonan.
La Ficha Semanal #182 de doctorpolítico reproduce la primera parte del documento mencionado de la Izquierda Nacional argentina, escrito en el argot tan particular que es el marxismo que, más que una ideología, es verdaderamente una metafísica.
LEA
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Respuesta a Fidel Castro
La experiencia cubana
En su discurso clausurando la Conferencia Tricontinental de La Habana, Fidel Castro profirió cargos, acusaciones y amenazas que redefinen la situación política del gobierno cubano, gravitan negativamente sobre los intereses de la revolución latinoamericana, y obligan a una respuesta del socialismo de la izquierda nacional.
Nuestra posición frente a la República Socialista de Cuba se ha fundado y se funda en el principio de la defensa incondicional del Estado Obrero. Calificamos al actual régimen de Cuba, cualesquiera sean sus capitulaciones y sus yerros, como un régimen obrero en marcha hacia el socialismo, y objetivamente, como parte indisociable de la revolución nacional latinoamericana.
Hemos dicho que la experiencia de Cuba, con sus derroteros peculiares, confirma la teoría marxista de la revolución permanente, es decir, que en la época del imperialismo, las revoluciones democráticas, antifeudales y nacionales de las colonias y semicolonias, no pueden aspirar a consolidarse en una etapa “democrático-burguesa” pura, bajo frentes de clases “nacionales” o “antifeudales” en que el proletariado juegue una función subordinada, y con ideologías y jefaturas políticas que sólo aspiren a un “capitalismo soberano” y a una justicia social retributiva. Por el contrario, cualesquiera sean las formas iniciales que asuma el proceso revolucionario, su consolidación y triunfo dependen de la conquista de la jefatura revolucionaria por la clase trabajadora y por un partido socialista y revolucionario. Esto no implica desconocer el “frente único antiimperialista” ni proclamar e! “socialismo puro”, sino definir, conforme a la experiencia histórica, la correlación concreta entre las clases en lucha más o menos consecuente con el imperialismo y los feudales.
Poder obrero y frente único
La revolución cubana, su obligado desenvolvimiento desde la etapa democrático-agraria a la etapa socialista, sin solución de continuidad, asumiendo un carácter a la vez sucesivo y combinado, volvió a corroborar el valor de esta estrategia, no desmentida (como afirmaría la ignorancia) por la táctica de frente nacional aplicada en el Vietnam, sino en cuanto ésta, durante ciertos periodos (tal como lo reconocieran las propios líderes vietnamitas, como el General Giap) incurrió en desviaciones derechistas, frenando la revolución agraria por consideración a los aliados. Añadamos que esta desviación se produjo, primordialmente, por la presión política del gobierno soviético y del Partido Comunista Francés, inficionado de “social imperialismo” metropolitano.
El camino indonesio
La revolución cubana en suma, contrasta con la experiencia catastrófica del Partido Comunista indonesio, cuyo índice masivo de afiliación, cuantía de recursos, control de la dirección sindical, medios incalculables de difusión, ascendencia en las Universidades, participación gubernativa e influencia sobre importantes núcleos de las fuerzas armadas, no le salvaron de ser barrido por la reacción nacionalista de derecha e imperialista, por su confianza precisamente, en la estabilidad del régimen “democrático burgués” de Sukarno, su “gradualismo táctico”, y su indefensión política y militar.
Quien, como Fidel Castro, conoce de qué modo dos docenas de sobrevivientes de un desembarco pueden llegar a derrocar un régimen muñido de todos los poderes, tendrá motivo para preguntarse cómo es que —según informan las agencias y según expresó Castro mismo en su discurso— 100 mil comunistas indonesios fueron asesinados por la reacción alevosa, incluida la plana mayor del partido y su secretario general Aidit. No habrían muerto si hubiese habido batalla, como no mueren de ese modo en el Vietnam frente al ejército más poderoso de la tierra.
Nuestra defensa de Cuba
Fidel Castro rindió homenaje a las 100 mil víctimas, pero nada dijo de la política responsable de esa catástrofe. Perdió la oportunidad, por ejemplo, de marcar a fuego a quienes propugnan gobiernos “de amplia coalición democrática” para cubrir la “etapa” de lo “revolución democrático-burguesa”. Fidel Castro, por el contrario, empleó la mitad de su discurso de clausura en atacar… al trotskismo, cuyas “desprestigiadas teorías” han dejado de ser un simple “error” de una tendencia de la clase obrera, para convertirse (oh, manes de Stalin, Beria y Vishinsky) en una “agencia del imperialismo”.
Podría señalársele a Fidel Castro que lo que salvó su cabeza y salvó a su movimiento fue su capacidad, que es su gran mérito histórico, para no enfrentar inerme el terror represivo de Batista, y su capacidad para cruzar el Rubicón de la mera revolución agraria, combinándola con las primeras etapas de la revolución socialista. Castro no lo ignora, pues lo ha vivido; mas no puede decirlo pues tendría que admitir que ese proceso sólo se explica a partir de la teoría marxista, actualizada por Trotsky, de la revolución permanente. Y Castro no se había propuesto hablar sobre los responsables políticos de las cien mil víctimas indonesias, sino contra… los “trotskistas”.
De nuestra solidaridad con la revolución cubana no hemos hecho, los socialistas de la izquierda nacional, un pingüe negocio de turismo revolucionario, ni un fetiche de cretinos románticos, ni una argucia para evadir la realidad argentina. Hemos ridiculizado y desenmascarado a quienes sacaban patente de revolucionarios en Cuba para encubrir su cipayismo y su antiperonismo gorila aquí. Cuando el imperialismo yanqui lanzó sus mercenarios sobre Bahía de los Cochinos, nuestra prensa —en aquel entonces el semanario “Política”— fue la primera en salir a la calle denunciando al agresor y solidarizándonos con el agredido. Dijimos entonces que, al defender su isla, pueblo y gobierno cubanos defendían con su honor, nuestro honor; con su pan, nuestro pan; con el porvenir de sus hijos, el porvenir de nuestros hijos. Y que esa batalla se inscribía en la misma tradición heroica y libertadora de Maipú y Ayacucho, de Junín y la Vuelta de Obligado.
Unidad, no sujeción
Esto decíamos en “Política” al par que, como siempre, reservábamos nuestra independencia crítica (como derecho y deber de revolucionarios) para juzgar y opinar acerca de la política y concepciones del movimiento cubano y de sus líderes, principalmente en lo que afectase al destino de Latinoamérica y sin admitirle a nadie el derecho de interferir sobre la conducción revolucionaria en cada país como, adelantémonos, ha interferido Fidel en su discurso, al atacar (previa digitada exclusión de la Conferencia) a los revolucionarios de la guerrilla guatemalteca.
“Pruebas” y “testimonios”
¿Sobre qué fundamenta Fidel Castro su ataque “a los trotskistas”? Sobre consideraciones circunstanciales del periodista Adolfo Gilly, quien escribe a titulo individual y con más competencia y rectitud (suponemos) que el otrora complaciente biógrafo de Castro, Jules Dubois. Sobre declaraciones de “un ex secretario mexicano” de León Trotski, quien afirmó que Ernesto Guevara había sido liquidado en Cuba. Sobre opiniones vertidas por el órgano poumista español (editado en Francia) “La Batalla”. Sobre afirmaciones de algún órgano que responde a un enigmático Buró Latinoamericano de la IV Internacional al que dice pertenecer el periódico “Voz Proletaria” editado en la Argentina.
Los “trotskistas” de Castro
Castro no ignora que la entidad denominada “los trotskistas” es tan ambigua y difusa como para no ser absolutamente nada. Pero tampoco ignora que un periodista competente y, por lo que sabemos, sin partido, que fue durante dos años su huésped en la isla y escribió con sus aciertos y sus errores buenas crónicas, quizás las mejores, sobre, la revolución cubana; un ex secretario, hace 25 años, de Trotski; un órgano poumista; y un buró fronterizo (no en sentido geográfico sino psiquiátrico, como se revela a la menor lectura de “Voz Proletaria”), no son “los trotskistas” a quienes puede localizar, si lo desea, en el Secretariado Internacional de la IV Internacional que funciona en París, o, más cerca, en el Socialist Worker Party norteamericano, cuyo periódico, “The Militant”, es el único semanario que ha defendido consecuentemente a Cuba revolucionaria, no en Praga ni en Estambul, sino en las entrañas del monstruo, en la ciudadela del imperialismo. Castro quizás ignore que Wildebaldo Solano, director de “La Batalla”, dirigió la única organización revolucionaria durante la guerra civil española que sostuvo intransigentemente la lucha por el poder obrero y contra el frente popular. Este “agente imperialista”, para emplear la expresión englobadora de Fidel Castro, dirigía las juventudes del POUM, las Juventudes Comunistas Ibéricas, que rompieron con el POUM cuando éste capituló ante el frente popular.
Para hablar en términos actuales, fueron las Juventudes Comunistas Ibéricas la única organización leninista consecuente, la única que pidió para la revolución española el camino recorrido por Castro, 20 años después, en Cuba, permitiéndole librar a su movimiento del destino trágico de España… y de Indonesia. De los tres secretarios generales de aquella juventud, uno murió en el frente de Madrid; otro, en los sótanos de la G.P.U.; el tercero, Wildebaldo Solano, mantiene las banderas de lucha. ¿También es un agente imperialista este héroe del proletariado español? ¿Fueron agentes imperialistas los héroes de las Juventudes Comunistas Ibéricas?
Sus huéspedes trotskistas
Castro quizás ignore ésta y otras historias. Pero hay una cosa que no ignora, dónde están los trotskistas, pues los trató y frecuentó quizás más asidua, y con seguridad más recientemente, que los socialistas de la izquierda nacional, quienes preferimos reducir a lo indispensable nuestro… “universalismo”, porque tenemos mucho que cumplir en donde estamos y de donde somos. Y para probar con un solo ejemplo nuestra afirmación, bástenos recordarle el caso más notorio, el del secretario general de la IV Internacional, Mandel-Germain, quien no sólo fue huésped agasajado de Cuba, sino que participó en la polémica sobre industrialización y motivaciones de la productividad entablada entre el comandante Guevara y el no marxista (pero favorito de los agentes soviéticos) Bettelheim a quien llegó a pulverizar, literalmente, en una mesa redonda televisada.
Esto dio a Mandel-Germain un resonante prestigio en Cuba, lo que no extrañará a nadie que conozca, por ejemplo, su reciente “Tratado de Economía Marxista”. Porque Castro no lo ignora, es que sostenemos que su “equivocación” constituye una agachada. En realidad, sus tiros van a otra parte, que no son “los trotskistas”, cuya fuerza minúscula, dispersa e irrelevante volvería desproporcionado más allá de todo asombro un ataque que cubre la mitad del discurso de clausura de la Tricontinental.
Guevara: Castro no explica
Pero acabamos de citar a Ernesto Guevara. No es cuestión de su muerte sino de su vida. Y de la vida política cubana, de la que Guevara ha desaparecido. Castro podrá explicar que el paradero de Guevara es cierto, aunque secreto, y cualesquiera sean nuestras aprehensiones, su afirmación nos obliga, sus palabras hacen mérito en nuestro ánimo.
Pero Castro no explica este hecho no menos fundamental: que la desaparición del comandante Guevara de la vida política cubana implica el cierre de una discusión entablada, impuesta por los hechos, sostenida por declaraciones inequívocas. La tesis recientemente sostenida por la prensa imperialista de un Guevara “chinófilo” enfrentado a un Castro “soviético” es falsa, por lo menos con relación a Guevara.
Precisamente, en su viaje último, éste chocó con los dirigentes chinos en Pekín, cuando los dirigentes chinos le reprocharon, unilateralmente, que Cuba se había limitado a una “defensa moral” de la revolución vietnamesa. Guevara les replicó, con absoluto derecho: “La misma defensa moral que nosotros obtuvimos de los camaradas chinos cuando la crisis de los misiles en Cuba”.
Carpetazo burocrático
Posteriormente Guevara pasó por Argelia y allí pronunció el conocido discurso en el cual enjuicia, en forma apenas velada, la política nacionalista de la burocracia soviética. En su renuncia a los cargos y a la ciudadanía cubana, afirmará después su identificación en materia de política exterior con Fidel Castro, lo que no puede borrar el discurso de Argelia, al par que deja pendiente la polémica interna, por lo menos en lo relativo a la conducción económica. Uno y otro aspecto se cortan de cuajo con el retiro de Guevara, y a eso sigue un golpe de timón a la derecha, el terrorismo burocrático que resucita las infamias criminales del “trotskismo contrarrevolucionario”, el arroz chino, los chinos “sirviendo” con sus actitudes la política imperialista yanqui.
Esta supresión burocrática de una discusión abierta por el desarrollo mismo de la revolución cubana, el monolitismo administrativo y asfixiante, denotan con harta evidencia la mano de la burocracia soviética, su método, sus modelos, sus intereses, su nudo corredizo.
El lenguaje de Beria
Nuestras aprehensiones sobre la suerte personal del Che, que sepultamos ante la afirmación terminante de su compañero de armas más directo, provienen de que ese compañero, en el contexto mismo en el cual la reitera, saca a relucir la jerga de Stalin y de Beria, la fórmula del trotskismo que ha dejado de ser una tendencia, aunque errónea, del movimiento obrero, para convertirse en una agencia del imperialismo. Con esa fórmula se montaron los procesos de Moscú, cuyas víctimas están siendo hoy rehabilitadas. ¡Y esas víctimas eran las cuatro quintas partes de los dirigentes del Partido Bolchevique de 1917! Con esa fórmula se exterminó a miles de revolucionarios durante la guerra civil española.
En la actualidad, los dirigentes soviéticos acusan de “trotskistas” a los dirigentes chinos y, en general, a quienes enfrentan de algún modo la política revisionista y capituladora de la llamada “coexistencia pacifica”, a la que no adhirió precisamente Ernesto Che Guevara. Fórmula tan elástica, pues, tiende un puente entre una política revolucionaria y la calidad de agente del imperialismo, puente nada académico pues, como es lógico, en plaza sitiada a los agentes del imperialismo les espera el pelotón de fusilamiento.
Viraje a derecha
Sí, creemos —puesto que lo ha afirmado tajantemente— que el comandante Guevara no ha seguido la suerte de los bolcheviques leninistas entre 1931 y 1938. Pero también creemos que Fidel Castro, al promover o tolerar la supresión de Guevara del escenario cubano, y al resucitar infaustamente el repertorio ideológico del verdugo Stalin, ha introducido los métodos del terrorismo, el monolitismo burocrático y la brutalidad más desmoralizante en su país y en el movimiento revolucionario latinoamericano, y que lo ha hecho capitulando ante la burocracia soviética, que tolera a Cuba a condición de separarla de Latinoamérica, y se empeña en congelarla para que no perturbe su idea fija de un “acuerdo” de “coexistencia pacífica” con el imperialismo norteamericano.
La Izquierda Nacional
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