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Quien hasta hace no mucho se proyectara como la próxima Presidenta de los Estados Unidos, la senadora Hillary Clinton, ha sido derrotada por Barack Obama en las diez últimas confrontaciones primarias de ese país, y ya comienza a ser percibida por los comentaristas y hasta los propios electores como segura perdedora. El ímpetu alcanzado por la candidatura del senador por Illinois no da muestras de desaceleración, mientras el comando de Clinton procura fabricar explicaciones cada vez más débiles y huecas, en su afán por restar importancia al desempeño de quien pudiera ser el primer presidente negro de los Estados Unidos, a cuarenta años del asesinato de Martin Luther King.

La consigna general de Obama intenta proyectarlo como el “candidato del cambio”. (También han pasado cuarenta años desde que en Venezuela se propusiera: “Caldera es el cambio”, en lema de campaña que por fin lo llevó a la Presidencia de la República). Clinton critica a Obama con el argumento de que es puro discurso y cero hechos, argumentando que ella sí estaría preparada para el ejercicio del cargo desde el primer día. Esta línea de ataque, fuertemente asumida en los últimos días por el aspirante a Primer Caballero de los Estados Unidos, William Clinton, no parece hacer mella en Obama, a quien por primera vez las encuestas generales lo consideran triunfador.

La verdad es que hay al menos una diferencia clara entre Obama y la Sra. Clinton en un punto crucial de la conciencia política estadounidense: ella votó a favor de la invasión de Irak; él fue uno de los pocos que se opuso desde el inicio a la locura de esa guerra.

Obama ha sido igualmente criticado porque ha dicho que no tendría inconveniente en sentarse a dialogar con personajes como Mahmoud Ahmadinejad o Hugo Chávez, y este último está seguramente ligando que Obama prevalezca para recibir, por fin, una invitación a la Casa Blanca, si es que para entonces sigue siendo Presidente en Venezuela. (Clinton opinó que esa disposición de Obama revelaba su ingenuidad, pero contradictoriamente se quejó de que él faltara a la verdad al sugerir que ella no estaría dispuesta a reunirse con dictadores extranjeros).

En todo caso, Obama sigue cosechando delegados a la convención demócrata—ya sobrepasó a Clinton en la cuenta—, gana ventaja sobre ella en las encuestas y recoge más contribuciones en dinero. (La semana pasada los Clinton tuvieron que “prestar” cinco millones de dólares a su organización de campaña, mientras Obama reúne efectivo con facilidad creciente).

Parece, pues, lo más probable que Obama sea el abanderado demócrata y por ende llegue probablemente a la Presidencia de los Estados Unidos. Aunque disminuida, la senadora Clinton pudiera todavía hacer historia si aceptara acompañar a Obama como su compañera para el puesto de Vicepresidenta. De ese cargo, bajo su esposo, saltó Al Gore a la fama planetaria con una buena causa, y tampoco ha habido en los Estados Unidos una Vicepresidenta. Geraldine Ferraro es la única mujer en haberlo intentado, y si logró opacar fácilmente a Bush padre en los debates que sostuvieron, su compañero de fórmula, Walter Mondale, no logró superar la popularidad de Ronald Reagan.

Primer presidente negro; primera mujer en la Vicepresidencia. ¿Un ticket invencible? Al menos un verdadero cambio, ciertamente uno que el planeta necesita.

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