LEA, por favor
En 1960, un obeso físico norteamericano, convertido en analista de políticas estrella de la Corporación RAND, publicó un libro de título modelado sobre la obra clásica de Carl von Clausewitz (Sobre la guerra, 1816-30). Se trataba de la obra On Thermonuclear War, un estudio sobre la guerra nuclear que causó profundo impacto, especialmente sobre la comunidad estratégica estadounidense. Su autor era Herman Kahn, quien luego se convertiría en optimista estudioso del futuro—(The Year 2000, The Next 200 Years)—desde el Hudson Institute que fundara. (Kahn visitó a Venezuela en 1978; en la Ficha Semanal #45 de doctorpolítico, del 10 de mayo de 2005, se hace referencia a una interacción suya con el suscrito en esa ocasión: “…Kahn visitó Venezuela por invitación de la Fundación Neumann, y ofreció un seminario en el que tuve oportunidad de participar. Habiéndome trabado en debate sobre algunas de sus ideas, Kahn encontró una fórmula simple para saldar la discusión. En el último día del seminario consintió en autografiarme un ejemplar de Los Próximos 200 Años, y reservó la parte final de su dedicatoria ‘A Luis’ para declarar que ‘…si no hubiera sido venezolano hubiera tenido la razón’”).
Como Kahn no tenía empacho en “pensar lo impensable” con la mayor frialdad, se convirtió en figura sobre la que se creó a personajes del cine de la política ficción. (Dr. Strangelove, de Stanley Kubrick; Fail-Safe, de Sidney Lumet). En el libro mencionado, por ejemplo, se emplea, por comodidad gráfica y de cómputo, la unidad inventada por Kahn para referirse a las previsibles cantidades de bajas en una guerra nuclear: 1 megamuerte = 1 millón de muertes.
Es al término de esa misma década de los años sesenta, dominada por la Guerra Fría y la paranoia nuclear, que Leonard C. Lewin “prologa” y da a la luz el Report from Iron Mountain (1967), que daba cuenta de las deliberaciones de un supuesto think tank al que el gobierno de los Estados Unidos encarga discutir sobre “la posibilidad y la deseabilidad” de la paz.
Lewin explicó más tarde que se trataba de una sátira escrita por él mismo, pero a la publicación del libro se le tuvo por un documento verídico. La intención de Lewin era la de “caricaturizar la bancarrota de la mentalidad de think tank siguiendo su estilo de pensamiento cientificista hasta sus conclusiones lógicas”. Esa conclusión era, escuetamente, que difícilmente la paz sería posible y que, de serlo, probablemente no sería deseable. El propio Kahn procuró desacreditar la obra al opinar que como sátira era muy mala, y Henry Kissinger fue más agresivo al declarar que quienquiera la hubiese escrito era un idiota.
Lo cierto es que el libro cumplió una función pedagógica, al poner de manifiesto los absurdos a los que podía llegarse mediante un análisis desalmado como el que Kahn ejemplificaba. La Ficha Semanal #183 de doctorpolítico reproduce la sección correspondiente a la “función económica” de la guerra del Reporte de Iron Mountain.
LEA
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Guerra y economía
La producción de armas de destrucción masiva ha estado siempre asociada con el “desperdicio” económico. El término es peyorativo, puesto que implica el fracaso de una función. Pero no puede propiamente considerarse desperdiciadora a ninguna actividad humana cuando logra su objetivo contextual. La frase “desperdiciador pero útil” aplicada no sólo al gasto bélico, sino a la mayoría de las actividades “improductivas” de nuestra sociedad, es una contradicción en términos. “Los ataques que, desde la época de la crítica de Samuel al rey Saúl, se han dirigido contra los gastos militares pueden muy bien haber escondido o malinterpretado el punto de que cierta clase de desperdicio puede tener una utilidad social más grande”.1
En el caso del “desperdicio” militar hay, de hecho, una utilidad social superior. Ésta se deriva del hecho de que el “desperdicio” de la producción de guerra ocurre enteramente fuera del marco de la economía de la oferta y la demanda. Como tal, ella provee el único segmento críticamente grande de la economía total que está sujeto a un control central completo y arbitrario. Si las sociedades industriales modernas se definen como aquellas que han desarrollado la capacidad de producir más que lo que requieren para su supervivencia económica (sin tomar en cuenta la equidad de la distribución de bienes en su seno), puede decirse que el gasto militar provee el único contrapeso con inercia suficiente como para estabilizar el avance de sus economías. El hecho de que la guerra es un “desperdicio” es lo que le permite llenar esa función. Mientras la economía avance más rápidamente, mayor deberá ser ese contrapeso.
A menudo tiende a verse esta función, de modo demasiado simplificado, como un dispositivo para el control de los excedentes. Sobre este punto, un autor lo dice de este modo: “¿Por qué es la guerra tan maravillosa? Porque crea una demanda artificial… la única clase de demanda artificial, más aún, que no genera ningún problema político: la guerra, y solamente la guerra, resuelve el problema de los inventarios”.2 Aquí la referencia es a la guerra desatada, pero se aplica igualmente a la economía de guerra en general. “Hay acuerdo general —concluye, más prudentemente, el informe de un panel establecido por la Agencia de los Estados Unidos para el Control de Armas y el Desarme— que un sector público grandemente expandido durante la II Guerra Mundial, como resultante de fuertes gastos de defensa, ha provisto una protección adicional en contra de las depresiones, ya que este sector no responde a contracciones del sector privado y ha provisto una suerte de amortiguador o contrapeso a la economía”.3
Según nuestro punto de vista, la principal función económica de la guerra es justamente que provee ese contrapeso. No debe confundirse esta función con las varias formas de control fiscal, ninguna de las cuales compromete directamente a vastas cantidades de hombres y unidades de producción. No debe confundirse con gastos gubernamentales masivos en programas de bienestar social; una vez iniciados, tales programas se convierten en parte integral de la economía general y ya no están sujetos a control arbitrario.
Pero incluso en el contexto de la economía civil general, no puede considerarse a la guerra como sólo un “desperdicio”. Sin una economía de guerra largamente establecida, y sin su frecuente erupción a una guerra desatada a gran escala, la mayoría de los avances industriales conocidos de la historia, comenzando por el desarrollo del hierro, jamás hubieran tenido lugar. La tecnología de las armas estructura a la economía. Según el autor arriba citado, “Nada es más irónico o revelador acerca de nuestra sociedad que el hecho de que una guerra enormemente destructiva es una fuerza de mucho progreso en sí misma… La producción de guerra es un progreso porque es producción que de otro modo no habría ocurrido. (No es muy ampliamente apreciado el hecho, por ejemplo, de que el estándar de vida civil creció durante la II Guerra Mundial)”.4 Esto no es ni “irónico” ni “revelador”, sino esencialmente una simple declaración de hecho.
Debe notarse asimismo que la producción de guerra ejerce un confiable efecto estimulante más allá de sí misma. Lejos de constituir un drenaje “desperdiciador” de la economía, el gasto de guerra, considerado pragmáticamente, ha sido un factor consistentemente positivo en el aumento del producto nacional bruto y la productividad individual. Un antaño Secretario del Ejército ha fraseado esto cuidadosamente para el consumo público: “Si existiera, como sospecho la hay, una relación directa entre el estímulo de un gasto de defensa grande y una tasa de crecimiento del producto nacional bruto aumentada substancialmente, ello sencillamente implica que el gasto de defensa per se puede sostenerse sobre bases exclusivamente económicas como estímulo al metabolismo nacional”.5 De hecho, la utilidad no militar fundamental de la guerra en la economía es más ampliamente reconocida que lo que las pocas afirmaciones citadas pudieran sugerir.
Pero abunda el reconocimiento público a la importancia de la guerra para la economía general en construcciones negativas. El ejemplo más familiar es el efecto de las “amenazas de la paz” contra el mercado de valores, v. gr. “Wall Street fue vapuleada ayer por las noticias de una aparente señal de paz proveniente de Vietnam del Norte, pero recuperó rápidamente su compostura luego de cerca de una hora de ventas algo indiscriminadas”.6 Las entidades de ahorro solicitan depósitos con eslóganes similares de advertencia, v. gr. “Si se desatara la paz, ¿estaría usted listo para ella?” Un caso pertinente y más sutil fue la reciente negativa del Departamento de Defensa a permitir que las compras alemanas sustituyeran armamento no deseado por bienes no militares en sus compromisos de compras a los Estados Unidos: la consideración decisiva fue que las compras alemanas no debían afectar la economía general (no militar). Puede encontrarse otros ejemplos incidentales en las presiones ejercidas sobre el Departamento cuando anuncia planes de clausurar alguna instalación obsoleta (como una forma “desperdiciadora” de “desperdicio”), y en la usual coordinación de la escalada de actividades militares (como en Vietnam en 1965) con unas tasas de desempleo peligrosamente ascendentes.
Aunque no queremos implicar que no pueda diseñarse un sustituto en la economía para la guerra, hasta ahora no se ha probado ninguna combinación de técnicas para el control del empleo, la producción y el consumo que pueda remotamente comparársele en eficacia. Es, y siempre lo ha sido, el estabilizador económico esencial de las sociedades modernas.
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Notas
1 Arthur I. Waskow, Hacia las Fuerzas Desarmadas de los Estados Unidos (Washington: Institute for Policy Studies, 1966), p. 9. (Ésta es la versión completa del texto de un informa y proposición preparada para un seminario de estrategas y Congresistas en 1965; más tarde tuvo una distribución limitada entre otras personas involucradas en proyectos relacionados).
2 David T. Bazelon, «La Política de la Economía de Papel», Commentary (noviembre 1962), p. 409.
3 El Impacto Económico del Desarme (Washington: USGPO, enero 1962).
4 David T. Bazelon, «Los Hacedores de Escasez”, Commentary (octubre 1962), p. 298.
5 Frank Pace, Jr., en un discurso ante la Asociación de Banqueros Americanos, septiembre 1957.
6 Un ejemplo cualquiera, tomado en este caso de un reportaje de David Deitch en el New York Herald Tribune (9 de febrero de 1966).
Leonard C. Lewin
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