Cartas

El idioma inglés, entre otras cosas por su manera peculiar de construir palabras a partir de componentes más simples, se caracteriza por una gran riqueza léxica. Por ejemplo, el sufijo –manship, construido él mismo a partir de man (hombre) y la desinencia –ship, ésta de uso variable, como en los casos de scholarship (estudio o logro académico, aprendizaje de alto nivel, beca) o apprenticeship (período durante el que se es un aprendiz o el proceso de serlo). En algunos casos esta desinencia se refiere a una habilidad especificada por la raíz que la precede. Por caso, el término marksman (que emplea mark en el sentido de un blanco para puntería y se une, de nuevo, a man para designar a un tirador experto) da origen a marksmanship, que connota la destreza de un tirador experimentado y preciso.

Bien, la palabra inglesa brink se aplica al borde de un precipicio, al borde de un terreno justamente antes de convertirse en una pendiente empinada o vertical; de un acantilado, digamos. El inglés no se detiene allí; a partir de tal vocablo fabrica el concepto de brinkmanship, cuya definición ofrece el Oxford American Dictionary en los siguientes términos: “El arte o práctica de proseguir una política peligrosa hasta los límites de la seguridad antes de detenerse, especialmente en política”. (Obviamente, la palabra política se refiere en el primer uso a una política, como puede ser la política de salud o la política económica o la de seguridad. La segunda vez que aparece en la definición está referida al sentido convencional de la actividad de consecución y empleo del poder).

Este preámbulo se hace necesario porque el castellano no tiene un equivalente de brinkmanship, palabra precisa que describe la conducta reciente de Álvaro Uribe Vélez, quien ordenó la penetración de fuerzas militares colombianas, el sábado 1º de marzo a las cero horas veinticinco minutos (hora local), a territorio de Ecuador para una misión que concluyó con la muerte de Luis Edgar Devia Silva, alias Raúl Reyes, el segundo jefe de las FARC, y de otros dieciséis (o veinte) guerrilleros, además de la muerte del soldado colombiano Carlos Hernández. Una vez consumada la operación, Uribe levantó el teléfono e informó al presidente ecuatoriano, Rafael Correa, acerca de la violación de territorio, alegando que este hecho fue un caso de legítima defensa ante los disparos que los efectivos colombianos habrían recibido de los irregulares de las FARC tras la frontera de Ecuador. Por esta acción ofreció inmediatamente sus excusas. A continuación, y una vez ordenadas las movilizaciones de tropas de Venezuela y Ecuador hacia sus respectivos límites con Colombia, Uribe declaró que las de Colombia no harían lo mismo. Brinkmanship. Uribe llegó al borde del precipicio y se replegó.

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Como era de esperar, Ecuador protestó de inmediato la incursión colombiana, violatoria de su espacio territorial. Más tarde, afirmó que de sus propias investigaciones in situ se desprendía que la relación colombiana no se ajustaba a la verdad. Según el gobierno ecuatoriano, los guerrilleros extranjeros estacionados en su territorio no habrían atacado a las fuerzas de Colombia, y que en cambio habían sido muertos en medio de plácido e inocente sueño. Correa se mostró más airado que al comienzo y, luego de consultas con Hugo Chávez, procedió a cortar relaciones diplomáticas con Colombia y movilizar efectivos militares hacia la frontera con este país, en ejercicio propio de brinkmanship.

Pero Colombia se asomó de nuevo al precipicio de la guerra. Aduciendo haber tomado posesión de tres computadores de Devia, mientras aquella movilización se iniciaba dijo haber encontrado en uno de ellos un informe del jefe guerrillero en el que se daba cuenta de una reunión suya con Gustavo Larrea, el Ministro de Seguridad Interna de Ecuador, en la que habría obtenido seguridades de que no sería molestado por autoridades militares o policiales ecuatorianas mientras se encontrara dentro de Ecuador con su tropa irregular.

Larrea se vio entonces impelido a admitir que se había reunido con Devia, pero declaró que el encuentro, sostenido en enero, se habría efectuado en un tercer país distinto de Colombia y Ecuador, y que los asuntos tratados no habían sido los expuestos por la policía colombiana. El ministro implicado aseguró que sólo había dialogado sobre la liberación de algunos rehenes en poder de las FARC y que había advertido a Devia que sus guerrilleros no debían ingresar a tierra ecuatoriana. (“Desde luego que incumplió la palabra”, dijo Larrea de un Devia que ya no está en capacidad de contradecirlo).

Es evidente que Colombia violó la territorialidad de Ecuador, como acaba de declarar (por aclamación) el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos. Pero estamos ante dos opciones, ambas muy problemáticas. La primera es que la verdad está del lado de Colombia (o, más bien, del lado de Devia): que el gobierno ecuatoriano toleraba la ocupación de parte de su espacio por irregulares colombianos. Esta opción es gravísima, naturalmente; implicaría que Rafael Correa ha tomado partido contra el gobierno de Colombia y a favor de su enemigo interno.

Pero la segunda posibilidad es que Ecuador dice la verdad, y que su gobierno ignoraba la presencia de un campamento guerrillero dirigido por Devia en su territorio. En este caso, la guerrilla colombiana ejercía uti possidetis de facto dentro de Ecuador. Dicho de otro modo, el grupo de Devia ejercía posesión de territorio ecuatoriano; ya la parcela en la que al menos dormían sus integrantes no era controlada por Ecuador sino por la guerrilla. Vista la cosa así, si el gobierno de Correa desconocía esta ocupación Colombia no penetró en territorio ecuatoriano sino en dominios guerrilleros, usurpados a Ecuador. Pero esta usurpación no ha sido en ningún momento reprobada por las autoridades ecuatorianas, mucho menos en los mismos términos tajantes, insultantes y airados que han sido dirigidos contra Uribe y sus colaboradores. Todavía no hemos visto, proveniente de Ecuador, una protesta iracunda contra las FARC, dirigida por ejemplo a Pedro Antonio Marín (alias Manuel Marulanda, alias Tirofijo o marksman), por el hecho de que serían sus fuerzas los originales violadores del territorio de Ecuador. Esta inconsistencia constituye una conducta que deja muy mal parados a Rafael Correa y su gobierno.

A mayor abundamiento, la doctrina del uti possidetis juris—originada por cierto en América Latina para curarse ante pretensiones europeas luego de la derrota de España en estas tierras, y para reducir la probabilidad de conflictos entre los estados que asumieron sus antiguos dominios—tiene su fuente remota en la noción romana de la posesión, distinta de la figura de propiedad. (La propiedad del terreno ocupado por Devia y sus secuaces, sin duda, es de Ecuador; no así lo era su posesión hasta el sábado 1º de marzo, cuando Colombia le hizo el favor de eliminar a sus presuntos usurpadores). Guatemala, por ejemplo, ha pretendido desde hace mucho que Belice, las antiguas Honduras Británicas, le pertenecería, y para sostener tal pretensión ha oscilado entre un principio de uti possidets juris y uno de uti possidetis de facto. Así lo revelan las siguientes palabras de Pedro de Aycinena, en su momento canciller de Guatemala, dirigidas a la Cámara de Diputados de su país (se traduce de la versión inglesa): “Al examinar esta situación, no podemos dejar de reconocer que el derecho que hemos alegado constantemente, como presuntos herederos de la soberanía de España, fue considerablemente debilitado, debido a nuestra falta de medios para tomar posesión de estos territorios que habían sido desertados y abandonados por España misma y subsecuentemente por nosotros. Más aún, tal derecho, enfrentado a una posesión real y el ejercicio práctico de soberanía [por Gran Bretaña primero y por Belice después], independientemente de los medios por los que fueron adquiridas, pudiera conducir a una discusión prolongada que, aunque soportada con algún fundamento por nosotros, no ofrecía ninguna esperanza razonable de éxito”.

En suma, Ecuador no puede alegar que ejercía control sobre el terreno ocupado por los irregulares colombianos, si es que quiere aducir ignorancia de su presencia; para reivindicar posesión—no la propiedad, por supuesto, que no se discute—tendría que admitir que los guerrilleros eran sus huéspedes.

Otrosí. Algún lúcido abogado ha ilustrado a doctorpolítico sobre un recoveco jurídico que ignoraba: la llamada “culpa de la víctima”, que gravita sobre una “compensación de las culpas”. Para usar su ejemplo, si una dama de edad avanzada muere al ser atropellada por un carro, estamos ante un caso de homicidio cuya culpa recae sobre el conductor del vehículo, así sea un caso de homicidio culposo, esto es, sin intención. Pero si la víctima se abalanzó imprudentemente a la calle vestida de negro y con el rostro embetunado, en una vía carente de iluminación durante la fase de luna nueva o bajo un cielo enteramente nublado, entonces hay una culpa en la víctima que “compensa”, en algún grado a determinar por el juez, la culpa del conductor y la atenúa. Como él mismo señala, habría sido una clara imprudencia de Larrea haber puesto su confianza en un personaje delincuente como Devia, quien “[d]esde luego incumplió la palabra”.

Otrosí. Si el gobierno de Colombia faltó gravemente, por la violación de territorio ecuatoriano sin advertir de su intención a Rafael Correa, igualmente grave es que el ministro Larrea haya sostenido conversaciones con Devia a espaldas del gobierno de Colombia, por más que ellas hayan sido para tramitar la “humanitaria” liberación de personas secuestradas por las FARC o para decidir la construcción de un templo dedicado a la Virgen del Putumayo. (Cuya existencia ignoramos). Ningún tercer estado tiene derecho a entrometerse en el difícil proceso que debe ser regido únicamente por el legítimo gobierno de Colombia, sin que éste le haya autorizado expresamente. El derecho no asiste a los entrometidos. Es asqueroso que un tercer gobernante cualquiera se inmiscuya en tan complicada cosa, con el fin de desacreditar al gobierno colombiano y presentarse a sí mismo como campeón de causas humanitarias.

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Otro es el caso de la intromisión del gobierno “bolivariano”, a todas luces impertinente y desmedida. La resolución del Consejo Permanente de la OEA, ciertamente, declaró que “el hecho ocurrido constituye una violación de la soberanía y de la integridad territorial del Ecuador y de los principios del derecho internacional”, pero ni fue tan lejos como una condena de Colombia, ni aludió para nada a Venezuela. Sin decirlo expresamente, la organización multilateral ha opinado que nuestro país no tiene vela en tan literal entierro.

El brinkmanship de Chávez también ha salido a relucir. Chávez, el “brinkman” (en su caso, el hombre que se la pasa brincando), ordenó mayestáticamente la movilización de tropas hacia parte de la frontera con Colombia e interrumpió las relaciones diplomáticas con este país, no sin su acostumbrada descarga cloacal de insultos e injurias interesadas. (Como es de esperar, la mediocridad de su canciller, de su embajador ante la OEA o de una negatividad tan extraviada como la de Iris Varela, le han hecho coro. Esta última, bajo la creencia de que es una política muy atenta, amenazó con declarar traidores a la patria a los medios de comunicación que reportaran sobre los movimientos de tropa venezolana. Cuando el papá del Bush ahora encaramado desató la inexcusable invasión de Panamá en diciembre de 1989, el mundo entero supo de la operación a través de imágenes difundidas por CNN, que captaron la partida de los invasores desde el Fuerte Bragg. Hasta José Vicente Rangel ha salido a defender la obligación de nuestros medios de reportar nuestros movimientos militares).

Un editorial del diario Tal Cual ha conjeturado que la desmesura de Chávez se explica por su temor de que efectivamente el gobierno colombiano encontrara, en el campamento donde murió Devia, pruebas que le comprometieran, y por tal razón habría intentado picar adelante con una alharaca que fungiese como cortina de humo.

A esta explicación puede añadirse una observación simple. Uribe no autorizó la penetración de territorio ecuatoriano para apropiarse de productos agrícolas, o bienes muebles de cualquiera otra índole. No lo hizo para tomar posesión permanente de un trozo del suelo de Ecuador. Uribe ordenó a conciencia la grave violación para ponerle la mano a un criminal, común y de guerra, que era el responsable de todo género de atrocidades y delitos y se encontraba refugiado en santuario de Ecuador. Por supuesto, también esperaba capturar, como aparentemente lo hizo, información útil a la lucha que libra contra los irregulares. Que Chávez, entonces, haya ordenado una desproporcionada movilización militar, y haya ofrecido como justificación que tal decisión obedece al temor de que el gobierno vecino pudiera ordenar una incursión análoga en territorio nuestro, equivale prácticamente a la admisión de que en nuestro suelo es posible encontrar pretextos idénticos: la presencia de guerrilleros colombianos ante, al menos, la vista gorda de Chávez y su combo.

El gobierno de Uribe sostiene que “Tirofijo” se encuentra en Venezuela, en una finca aledaña al departamento del Norte de Santander. (En Táchira o el Zulia). La inteligencia brasileña tiene al líder máximo de las FARC como enfermo necesitado de atención médica de consideración, y si es verdad que Devia debió su muerte a una llamada de Chávez, tal cosa sería porque el reporte personal de éste sobre la más reciente liberación de rehenes tenía que hacerse al jefe real de las FARC, impedido Pedro Marín de ocuparse directamente de las cosas por causa de incapacidad física. Raúl Reyes era a Marulanda como Raúl Castro es a Fidel, al menos mientras el “Mono” Jojoy y otros competidores por la herencia de “Tirofijo” así lo toleraran.

Claro, la cosa se ha puesto más seria para Chávez. No tiene nada de “risible” la posibilidad de una acusación en su contra ante la Corte Penal Internacional, de cuyo estatuto constitucional (Estatuto de Roma) son signatarias tanto Venezuela como Colombia. El gobierno de Uribe dice tener pruebas de unas amplias connivencia, complicidad y cooperación del gobierno “bolivariano” con los irregulares de las FARC. Chávez dice no tener miedo, pero la espada de Damocles que Uribe ha colgado sobre su cabeza es mucho más ominosa que cualquier penetración de piquijuye por tropas colombianas en nuestro territorio, que es lo que Chávez dice prevenir, “amante de la paz” como sería, con sus ramplones ejercicios de guerra.

Rafael Correa y Hugo Chávez, pues, se han puesto ellos mismos en evidencia. Que la OEA no haya mencionado siquiera de pasada a Venezuela en su recentísima resolución sobre la crisis andina, no sólo dice que nuestro país no tiene competencia o interés en el asunto, sino que muy pocos quieren verse asociados ya con Chávez, al menos en el tema de las guerrillas colombianas.

El pueblo venezolano tampoco. Podía argüirse que en la guerra que ya no tendrá lugar Venezuela podía aspirar a una superioridad de ataque aéreo, o en materia de equipo blindado. Con lo que Chávez no iba a poder contar era con la moral de la población, el más importante de los factores de un esfuerzo bélico exitoso.

LEA

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