Es innegable que el actual proceso electoral de los Estados Unidos, que determinará quien será el sucesor del terrible George W. Bush, no tiene precedentes. Hasta John McCain, ya preungido como el candidato de los republicanos, no es un conservador típico, siendo como es un luchador incansable contra el predominio de poderosos intereses creados. Naturalmente, al emerger esta semana como el precandidato insuperable, ha ido a retratarse con Bush, por aquello de mantener unido al partido del Presidente con el de él mismo.
Pero lo que marca con un sello insólito la campaña por la Presidencia de los Estados Unidos es la coincidencia de dos precandidaturas muy especiales: la de la senadora Hillary Clinton, que pudiera ser la primera mujer en alcanzar tan suprema magistratura, y la del senador Barack Obama, el primer norteamericano de raza negra que pudiera lograr exactamente lo mismo.
Hasta el día martes la dinámica parecía favorecer inexorablemente a Obama, pero luego del resurgimiento de Clinton gracias a tres importantes triunfos primarios—Ohio, Texas y Rhode Island—ante su contendor, colega y copartidario, que sólo pudo ganar en Vermont, la senadora por Nueva York ha recuperado momentum, y ahora es Obama quien argumenta con base en las matemáticas electorales. (Dijo que la cuenta de delegados a su favor arroja una ventaja que resultará insuperable. En los momentos supera a Clinton por un centenar de delegados).
Lo parejo de las posiciones amenaza con remitir la decisión al poder de los “superdelegados”, personalidades del partido que tienen un peso extra en la determinación final de la convención electoral de los demócratas. En teoría podrían revertir la decisión de los votantes en las primarias, pero las encuestas registran que un poco más de las dos terceras partes de éstos considera que los superdelegados deberán respetar la voluntad popular democráticamente expresada. En verdad, si esto no ocurriere, el Partido Demócrata debiera cambiarse el nombre.
A raíz de los resultados de las votaciones de anteayer, por otra parte, Hillary Clinton ha hecho una declaración audaz, que Obama no ha comentado hasta los momentos de redactar esta nota. Clinton ha dicho estar abierta a compartir la fórmula—el ticket—demócrata con Obama. Naturalmente, se apresuró a añadir: “Tal vez el proceso apunte en ese sentido, pero desde luego todavía debemos decidir quién encabezará la fórmula. Creo que el pueblo de Ohio dijo claramente que debería ser yo”.
La senadora Clinton no es suscritora de esta publicación, pero aquí se dijo en el #275, del 21 de febrero, comentando la posibilidad inversa—Obama como número uno y Clinton como número dos—lo siguiente: “¿Un ticket invencible? Al menos un verdadero cambio, ciertamente uno que el planeta necesita”.
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