Cartas

Al suscrito solía causarle mucha gracia un chiste que contaba uno de sus compadres, como pretendida viñeta caracterológica del venezolano. Aquí se expondrá sólo esquemáticamente; es mucho mejor oírlo con todas las groserías necesarias a su colorida versión original.

Resulta que un venezolano, muy embriagado, se encontraba en un cierto pub londinense y arranca a gritar todo género de procaces improperios, dirigidos principalmente a la reina Isabel y su principesco consorte, Felipe de Edimburgo. Decía cosas horribles de los augustos personajes a voz en cuello. Toda la concurrencia lo observaba consternada, hasta que, casi de inmediato, un hombre vestido de negro se acercó al borracho, a quien mostró un carnet del Servicio Secreto del Reino Unido y le conminó a salir del local en su compañía. Nuestro compatriota consintió en salir, no sin gritar: “¡Ay, ¡gran vaina! ¿Me vas a asustar con ese carnet? Chapéame, pues. ¡La reina Isabel es una #@&§∑, y el príncipe Felipe es un ¶€øyΩ!”

Una vez en la calle, el agente secreto de Su Majestad le informó: “Caballero, la sección 45.1.4 del Acta Contra Actividades Subversivas del Reino puede castigarle con un juicio sumario y hasta la pena de muerte si usted persiste en su actitud”. Impertérrito, el borracho contestó: “¡Ay, qué miedo! Llévame a juicio, estúpido—esto es un eufemismo—pero la reina Isabel es una…” Etcétera.

En efecto, el agente llama a una radiopatrulla y conduce al indiciado hasta la sede de un tribunal, donde un juez convocado de emergencia le espera ya, vestido con toga y cubierta su cabeza con la consabida peluca ceremonial. Allí insiste el pintoresco personaje: “Ay, ¡qué miedo, mascarita! ¿Crees que me vas a asustar con esa peluca de afeminado? ¡La reina Isabel es una #@&§∑ y el príncipe Felipe es un ¶€øyΩ! ¿Y qué?”

Para ir recortando la cosa, digamos que el irrefrenable beodo es condenado a muerte, con ejecución instantánea en la horca, lo que le causa risa y le lleva a fanfarronerías extra y más insultos subidos de tono contra la casa real y el sistema jurídico inglés. En ruta al cadalso, llevado por dos guardias bien fornidos, camina tras un verdugo encapuchado, y a éste lo increpa: “Ay, ¡gran cosota! ¿Tú crees que me voy a asustar con esa capucha? ¡No juegue! ¡La reina, el príncipe y tú también son unos…!”

Detenidos finalmente bajo la horca, el verdugo pasa el lazo por la cabeza del inconsciente y le ajusta la soga al cuello. Y es entonces cuando el borracho le reclama: “¡Pero bueno, vale! ¿Qué te pasa? ¡Me estás apretando!”

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Naturalmente, hay personas así en todas las culturas. En la hispánica se les designa como fanfarrones (que se precian y hacen alarde de lo que no son, y en particular de valientes), pero los sajones tienen a sus blusterers (que hablan insultante y duramente, con poco efecto) y los franceses también tienen quienes incurren en rodomontade o fanfaronnade. No es privativo de la venezolanidad esta clase de personaje costumbrista. El chiste causa gracia—aseguro que es así cuando se le escucha en lenguaje colorido—pero no debe pensarse que sea en verdad una instancia ejemplar de lo que Abraham Kardiner hubiera llamado la personalidad básica de los venezolanos.

A pesar de esta salvedad, es claro que la conducta reciente del presidente Chávez está tipificada en ese cuento. Después que alardeó en señal televisada con diez batallones y aviones Sukhoi, con el cese de relaciones diplomáticas y la expulsión de los delegados colombianos en Venezuela, amén de amenazas de expropiación contra empresas de dueños también colombianos, aderezado todo esto con insultos sin fin al presidente Uribe, una vez que se le habló de ciertos archivos digitales y guerrilleros, una vez que el Consejo Permanente de la OEA eludiera una condena específica de Colombia y no se refiriera en absoluto a Venezuela en el texto de su resolución, el presidente Chávez se presentó como cordero de la paz en la República Dominicana, para abogar por el entendimiento ante la Cumbre del Grupo de Río. Era como reclamar que lo estuvieran apretando.

El lenguaje corporal y gestual del presidente Correa era inequívoco: su rostro reflejaba inmensa incredulidad. Quien hacía apenas horas lo había recibido en Venezuela para un espectáculo a dúo de acusaciones e injurias contra Uribe, quien lo había azuzado para que rompiera relaciones con Colombia y acercara a su frontera con este país algo de las magras fuerzas militares ecuatorianas, lo había dejado en la estacada, sin aviso o anestesia. Si Correa se declara todavía suspicaz—a nivel personal, dijo—acerca de Uribe, ya ha aprendido que Chávez es perfectamente capaz de traición y deslealtad.

Como ha destacado más de un analista, las propias FARC emitieron un precoz comunicado al conocerse la muerte de “Raúl Reyes” en Ecuador, en el que indicaron que ese incidente no tendría por qué impedir el proceso de canje “humanitario”. Ellas mismas, conocedoras como nadie de su precaria situación militar, no querían interrumpir la ruta hacia su deposición de las armas, única salida que les queda. Ellas saben que sus fuerzas actuales, estimadas generosamente en 8.000 guerrilleros, ya no son sino la sombra de un cuerpo armado subversivo que hace sólo cinco años contaba con 4.000 combatientes más, y que tan sólo el año pasado desertaron de sus filas unos 2.500. Y ese comunicado fue emitido antes de que supieran del segundo golpe durísimo en dos semanas: la muerte de “Iván Ríos” a manos de su propia gente para salvarse de una situación desesperada. Su eficacia terrorista ha disminuido marcadamente: Uribe, que accedió al poder en 2002 sobre la promesa de reducir a las FARC, y que aumentó la fuerza militar colombiana en 44%, ha logrado que la cantidad de secuestros disminuyera en 83% y los ataques terroristas en 76% para 2007.

No es noticia fresca para las FARC, por consiguiente, su propio desplome, signado por el repliegue, la precariedad y la disensión intestina. Es más, ahora parece probable que hubieran depuesto ya las armas para este momento de no haber mediado el aliento y el apoyo material y financiero que les haya hecho llegar el gobierno presidido por Hugo Chávez. Es muy probable que hayan sido los sueños opiáceos—más bien cocáceos—de Chávez lo que haya frenado una capitulación más temprana de los irregulares, al persuadirles de que sus fuerzas, sumadas a las tropas hermanas de Venezuela, Ecuador y Nicaragua podrían acabar con la podrida cúpula uribista, heredera de los asesinos del Libertador en Santa Marta.

Pero ahora van a constatar que son tan desechables para Chávez como lo son Rafael Correa, Luis Tascón, Juan Barreto o Raúl Baduel. Ahora verán cómo el apoyo del gobierno venezolano se esfuma súbitamente. No es Chávez quien querrá mantenerse en sociedad con unos perdedores. Antes explicará a Fidel Castro que los guerrilleros en Colombia no sirven para nada, y que son una causa perdida.

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Para usar un sustantivo caro a la retórica de las FARC, los áulicos de Chávez han proclamado que fue su jefe quien trajo la paz al continente. Las declaraciones del embajador venezolano en México, Roy Chaderton, han sido deplorables, pero aun son más lamentables las del oportunista general retirado Alberto Müller Rojas, quien en 1992, después de la intentona de Chávez y su banda de abusadores, pescueceaba para ser reconocido como un miembro de “Los Notables”, el grupo de intelectuales que se reunía en torno a la figura de Arturo Úslar Pietri. (En aquel año Müller adulaba a Úslar en artículos de prensa, presentándolo como el primero que había solicitado la renuncia de Carlos Andrés Pérez, cuando en diciembre de 1991 el desaparecido maestro proponía que Pérez se pusiera al frente de un “gobierno de emergencia nacional”, y a pesar de que el 21 de julio de ese mismo año El Diario de Caracas publicó un artículo en el que se propugnaba esa renuncia y el mismo Müller trató de ridiculizarlo).

Tan inconsistente personaje ha comentado el deseo formulado por Manuel Rosales, en cuanto a la traslación al interior de nuestro país del espíritu de conciliación que finalmente prevaleció en tierras dominicanas. “Yo no creo que ahora existan las condiciones”, dijo Müller, y aludiendo directamente a Rosales apuntó: “A mi me da risa oírlo, después de que se atrevió a llamar a Chávez traidor a la patria”. Una vez asentado ese preámbulo, se guindó del jefe para exponer que Chávez estaba defendiendo la “patria territorial”—que no estaba amenazada; a menos que Chávez diera consciente asilo a guerrilleros en nuestro territorio no tenía nada que temer—y luego habría exhibido “una gran capacidad política” en la isla de Santo Domingo, factor que habría asegurado la paz.

La lógica de Müller es, por supuesto, arrastradamente inconsistente. Si la siguiera, habría tenido que decir que las manifestaciones pacíficas de Chávez le movían a risa con sólo oírlas, pues éste le había dicho a Uribe poco antes de la cumbre, por la medida chiquita, que era traidor a la “Patria Grande”. (Por no mencionar el carísimo y “pacífico” desplazamiento de tropas). Los revolucionarios de pacotilla, obviamente, reivindican el privilegio de la inconsistencia, que les permite, desde una postura desgarradamente moralista, condenar a otros por pecados que ellos cometen en mucho mayor cuantía.

Lo que lleva a Chávez a su hipócrita actuación, que daba la espalda a Correa, no era otra cosa que la amenaza de acusarle ante la Corte Penal Internacional y una doble constatación: que ni las praderas sudamericanas serían incendiadas contra Colombia ni el pueblo venezolano le acompañaba en su desvarío. Sondeos rápidos de la opinión nacional llegaron a medir un rechazo de 82% a la peregrina idea de una guerra con Colombia. Presentarlo, entonces, como el gran pacificador de la comarca, es una falacia descomunal, que no se traga ni la autora de sus días.

La amenaza de Uribe no ha sido desmontada de un todo. Los equipos jurídicos colombianos no han cesado su trabajo, en cuanto a la acusación de Chávez como promotor y financista de una fuerza irregular que comete sistemáticamente crímenes de lesa humanidad. Ayer no más el gobierno de Uribe hacía entrega a la Interpol, en la persona de nadie menos que su máxima autoridad ejecutiva, Ronald Noble, quien se trasladó especialmente a Colombia, los computadores incautados en el operativo contra “Raúl Reyes”.

Los estadounidenses, por otra parte, se aprestan a la cacería. Ya hay actividad en el Congreso de los Estados Unidos en esa dirección, funcionarios del gobierno insinúan sin mucho velo que Venezuela puede ser declarada un estado que ayuda a terroristas y hasta el propio presidente Bush, que durante años había optado por ni siquiera nombrar a Chávez, ayer lo acusó por nombre y apellido ante la Cámara Hispánica reunida en Washington. Difícilmente Uribe y Bush, consistentemente insultados por Chávez, dejen pasar la oportunidad de contar, por primera vez, con evidencias harto comprometedoras para el presidente venezolano. Por de pronto, como está dicho, la pelota ha sido pasada a la policía internacional. No debe esperarse del secretario Noble, abogado y profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Nueva York (de permiso), antiguamente responsable de la oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, así como ex jefe del equipo de la División Criminal de su Departamento de Justicia, unánimemente reelecto por cinco años más, en 2005, a su cargo actual, una actitud complaciente con Chávez.

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Una cierta sabiduría emerge en Venezuela en cabezas opositoras a Chávez y parece generalizarse. En días recientes, quien escribe ha podido escuchar y leer, en más de un sitio, la paciente y sensatísima opinión de que todavía debe permitirse que Chávez se cueza en su propia salsa. Es preciso, se sostiene, que el rechazo nacional a su figura crezca hasta el borde de la unanimidad; que el aprendizaje del pueblo acerca de su malignidad se haya generalizado. Sólo así, se arguye, será posible su abandono del poder sin que sea tenido como mártir inmolado por su fe antiimperialista. Es necesario que su coartada quede descubierta universalmente.

No debe haber apuro, entonces. La oposición a Chávez por contención se ha vuelto de nuevo posible, a raíz de su primera derrota electoral el 2 de diciembre pasado y la incesante serie de traspiés internacionales con los que se ha tambaleado. Esto es, seguramente pagaríamos un costo mientras se generaliza la opinión en su contra. pero eso sería un costo muy menor al que ya hemos pagado, puesto que su capacidad para hacer estropicios se ha visto considerablemente reducida.

Además, la oposición que hace falta para su derrota definitiva no es la de una mera contención. (“Sería ingenuo suponer que ahora Chávez no apretará una tuerca más… Urge encontrar el modo de tomarle la zurda muñeca que empuñará la llave inglesa y dificultarle el opresivo giro con el que querrá expandir su totalitaria y quirúrgica manera de gobernar”. Carta Semanal #100 de doctorpolítico, 19 de agosto de 2004). La oposición profundamente eficaz es la superposición, como argumentaba el suscrito en una conocida peña caraqueña a comienzos de 1999. El mensaje que la permita debe ser transmitido al pueblo, y este proceso consumirá un tiempo, que será menor en la medida que se le ayude acelerándolo.

LEA

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