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En artículo publicado el lunes de esta semana en El Nacional, Willian Lara acoge y saluda no sólo declaraciones recientes del Obispo de San Cristóbal, Mario Moronta, sino que valora la tesis central de un famoso libro cocinado en el IESA a mediados de los ochenta—El caso Venezuela: Una ilusión de armonía—cuyo editores fueran el sociólogo Ramón Piñango y Moisés Naím, luego ministro de Carlos Andrés Pérez en su segundo gobierno y hoy editor de la revista Foreign Policy.

Lara alude a Moronta porque éste habría respondido una observación del periodista que lo entrevistaba, Reynaldo Trombetta, respecto de la división de clases que el gobierno nacional aviva y explota. Moronta apuntó que esa división no es nueva: “Desde hace muchos años siempre ha habido un problema de división”. En verdad, una realidad de mole tan evidente no escapó a la mirada de Lech Walesa, cuando vino a Venezuela en 1989 para asistir a la segunda toma de posesión de Pérez. Le bastó el recorrido desde el aeropuerto de Maiquetía hasta Caracas para diagnosticar que Venezuela era, no un país, sino dos países en realidad.

También cita el ex ministro el libro editado por Naím y Piñango para afirmar: “…la cohesión de la sociedad venezolana era en realidad una apariencia forjada con el reparto de migajas del ingreso petrolero a las mayorías nacionales, excluidas del lomito del bienestar rentista logrado con la exportación del oro negro. Esta visión predictiva [de El caso Venezuela] fue brutalmente confirmada en 1989 con la insurgencia del 27 de febrero. La armonía era sólo una ilusión”.

Pero Moronta también abogó en la entrevista mencionada por el establecimiento de un clima de diálogo entre gobierno y oposición. A esto acota Lara que, por una parte, el gobierno sí mantiene diálogo con “las bases” de la oposición: “Pero peca [Moronta] de reduccionismo al omitir que sí hay diálogo de quienes apoyan y protagonizan la revolución con parte sustantiva de las bases sociales de la oposición. En el seno de sindicatos y gremios el encuentro es real entre revolucionarios y partidarios de otras opciones. El pueblo dialoga más allá de las posiciones ideopolíticas; y lo hace con base en sus intereses comunes, de lo que le une: la elevación de su nivel de vida, por lo que ese diálogo invisibilizado por los medios de comunicación, nutre la defensa de los logros populares conquistados en los últimos años como, por ejemplo, el médico de familia, el acceso a la educación, la red de distribución de alimentos”.

A continuación precisa: “La propuesta de Moronta vale como una invitación a extender el diálogo desarrollado desde el seno del pueblo y llevarlo al liderazgo político formal, pero incurre el proponente en una omisión fundamental al dejar sin respuesta una pregunta clave, ¿quién ha de ejercer la vocería interlocutoria de la oposición en una dinámica conversacional?: ¿Rosales–Un Nuevo Tiempo? ¿Borges–Primero Justicia? ¿Baduel–Podemos? ¿Salas–Proyecto Venezuela? ¿Mendoza–Copei? ¿Oscar Pérez–Comando de la Resistencia? ¿Ledezma–Alianza Bravo Pueblo? ¿Los empresarios de la telepolítica? ¿Ramos Allup–Acción Democrática? ¿Urosa–Conferencia Episcopal? ¿González–Fedecámaras? ¿Andrés Velásquez–Causa R?”

A lo que Lara alude es a una circunstancia diagnosticada desde hace tiempo, la ausencia de una cabeza definida en la oposición, de la añorada contrafigura de Hugo Chávez. Ésta es una añoranza que se hace cada día más evidente para esas mismas bases opositoras que Lara menciona.

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