Fichero

LEA, por favor

En conmemoración anticipada del cumpleaños de Mme. C. G.

Seguramente es el 11 de abril de 2002, del que se cumplen seis años el viernes de esta semana, una de las fechas políticas más significativas para Venezuela en tiempos recientes. Constituyó, sin duda, el clímax de un creciente proceso de repudio a la gestión presidencial de Hugo Chávez entre esa fecha y su asunción al poder, el 2 de febrero de 1999. El anticlímax que le siguió, con las acciones anticonstitucionales de Pedro Carmona Estanga al día siguiente, repuso en rápida bajamar al presidente destituido, quien por primera vez vistió sus ropas de cordero. El escarmiento, sin duda, no le duró mucho.

A pesar de adolecer él mismo de una falla de origen—su intentona del 4 de febrero de 1992—las soterradas acciones conspirativas que subyacían a las manifestaciones de calle de una dócil e ingenua masa opositora, le han servido desde entonces para etiquetar a la oposición como golpista. Ésta nunca ha sabido repudiar con claridad al “carmonazo”. Por la época, sólo Primero Justicia atinó a dar de baja de sus filas a Leopoldo Martínez, por haber aceptado un cargo de ministro de Carmona sin haber enterado a su partido. Casi que la única voz opositora que alertara a la población del desaguisado protagonizado por Carmona fue la de Teodoro Petkoff, quien en la noche misma del 12 de abril repudió el exabrupto anticonstitucional que hacía pocas horas se había escenificado en el Salón Ayacucho del Palacio de Miraflores. El lunes siguiente, Allan Randolph Brewer Carías, acusado de haber redactado el monstruoso decreto de Carmona—rubricado allí por el cardenal Velasco, Manuel Rosales, José Curiel Rodríguez y Rocío Guijarro, entre otros, pero ignorado por la CTV—desmintió la especie. Según él, se le había presentado el documento y lo había declarado incorrecto, por lo que sólo habría podido introducir en él “correcciones de estilo”.

Hay quienes recomiendan no censurar estas acciones, ni la posterior toma de la Plaza Francia en Altamira por militares, ni el paro petrolero. Pero la verdad es que al no haberse distanciado nítidamente de tales torpezas, en buena parte del electorado la dirigencia opositora es asociada con una prédica hipócrita, que dice oponerse a Chávez porque es demócrata y en las obras se expresa con preferencia por dictaduras y golpes de Estado.

Monseñor Baltazar Porras, notorio protagonista en aquel momento—porque el propio Chávez quiso cobijarse bajo su sotana—, ha escrito unas interesantes memorias, uno de cuyos capítulos está dedicado a los primeros meses de 2002. La Ficha Semanal #189 de doctorpolítico recoge tres secciones de ese capítulo casi por entero; son las que relatan sus experiencias del 11 de abril y la madrugada siguiente. Llaman la atención en su relato algunas visitas que hiciera en esas fechas: a la casa de Gustavo Cisneros para un almuerzo en honor del Embajador de los Estados Unidos (donde se encontró con Alfredo Peña y Luis Miquilena, y también con “los directivos de los principales canales de televisión caraqueños”); a Venevisión (donde una vez más estaba Luis Miquilena, así como Rafael Poleo y Enrique Mendoza); a Televén, adonde el general Néstor González González le indicara dirigirse pues, al decir de Porras, ahí operaba “el comando que negociaba con Miraflores”.

Los fragmentos reproducidos narran las dramáticas conversaciones telefónicas del obispo con Chávez y el ministro Rodríguez Chacín. Seguramente monseñor Porras no estaba, como se dice vulgarmente, en el ajo, pero tuvo oportunidad de estar muy cerca del elenco del procesito que era el “carmonazo”.

LEA

Memoria episcopal

El día jueves 11, tuvo lugar la multitudinaria marcha que se dirigió desde distintas zonas de la ciudad hacia una zona céntrica de Caracas. El Cardenal Velasco me llamó en la mañana de ese día para solicitarme que lo representara en el encuentro-almuerzo organizado con el fin de darle la bienvenida al nuevo embajador estadounidense. La reunión estaba convocada para las once de la mañana en una quinta del Country Club, propiedad del señor Gustavo Cisneros. Me dirigí a la cita. Dejé mi celular con las secretarias porque tenía previsto regresar inmediatamente para la rueda de prensa. Fue una ingenuidad de mi parte, pues quedé incomunicado. En el encuentro, estaban representantes religiosos Judíos y Evangélicos, y mi persona. También, los directivos de los principales canales de televisión caraqueños. Entre los políticos, se encontraban el alcalde señor Alfredo Peña y el Dr. Luis Miquilena. El Embajador Charles Shapiro, quien apenas tenía en el país menos de un mes, llegó con dos o tres asistentes.

En la sala principal de la casa, había una pantalla de televisión que era el centro de atención de todos los presentes, dada la magnitud de la manifestación popular en desarrollo. La preocupación comenzó cuando la marcha se dirigió hacia el centro de la ciudad. Se adelantó entonces, el sentamos a la mesa. El anfitrión dirigió unas palabras y luego fuimos invitados a participar. Prácticamente todos hablamos de lo mismo, desde la perspectiva particular de cada quien: bienvenida, situación convulsa del país, necesidad de trabajar por la paz y armonía de los venezolanos.

La comida fue servida con rapidez. Apenas la probé. Había tensión y se recomendó que cada uno regresara cuanto antes a su domicilio porque se tenía información de que se estaba activando el Plan Ávila. Los que no teníamos idea de qué se trataba, fuimos ilustrados de que estaba en acción el primer paso, la llamada operación laberinto: dar órdenes disímiles a cada organismo de seguridad o protección al ciudadano para impedir que la gente se trasladara de un lugar a otro, incluidas las entradas o salidas de la ciudad.

Mientras, en la Conferencia Episcopal, se hicieron presentes los Medios de Comunicación para la rueda de prensa pautada. Al no encontrarme en la Sede, el Secretario General, Mons. José Luis Azuaje Ayala presidió la reunión, que como nota extraordinaria, se realizó en la Capilla central del primer piso, para pedir al Señor por la paz. Los periodistas no pudieron abandonar la sede de !a Conferencia hasta entrada la tarde, debido a la situación que se estaba viviendo en el centro de la ciudad.

Como la salida del almuerzo fue antes de la hora prevista, nadie había llegado a buscarme. Me tocó pedir que me llevaran a Montalbán. Me pusieron carro y chofer a disposición. De una vez, se me dijo que desde el Country Club hacia el Oeste de la Capital era imposible transitar, debido a la marcha y por la activación del Plan Ávila.

Optamos buscar salir por Baruta, Universidad Simón Bolívar y Hoyo de la Puerta, para luego entrar por la autopista hacia el oeste de Caracas. Tardamos más de dos horas en este trayecto.

Al chofer se Ie agotó la tarjeta de su celular. Seguíamos como podíamos la transmisión de la marcha por la radio. Todas las emisoras que sintonizábamos se oían muy mal porque había interferencias. Comenzó la cadena presidencial. En la bajada de Tazón se nos informó que no dejaban salir a nadie por el peaje ni acceder a la ciudad por la autopista.

Fuimos interceptados por la Guardia Nacional que estaba atravesada en la vía. Comenzaron disparos de fusiles Fal al aire y se armó la desbandada, retrocediendo todos, como se podía, en medio de los numerosos vehículos que copaban la vía.

Opté por pedirle al conductor que intentáramos llegar hasta la Casa Parroquial de la Santísima Trinidad de Prados del Este. Así lo hicimos. Llegamos a duras penas, pasadas las cinco de la tarde. Hasta allí me acompañó el chofer. Los Padres Eduardo Dubriske y William Rodríguez me recibieron. En sus rostros se notaba la preocupación por lo que estaba pasando. Fue entonces cuando me enteré de que había habido tiros, muertos y heridos entre los manifestantes que llegaban al Centro de Caracas; y supe de los manifiestos públicos de varios componentes de las Fuerzas Armadas. Me ofrecieron un refresco y galletas. Al fin, pude comunicarme con la Conferencia Episcopal y con el Cardenal Velasco. Estaban preocupados, porque no sabían de mi paradero. Les conté la aventura vivida durante cinco horas. El Cardenal Velasco me pidió que me dirigiera a alguno de los canales de televisión para hacer un llamado a la calma y pedir que cesaran las muertes.

El Padre William Rodríguez me llevó en su carro. No sabíamos a donde dirigirnos. Tomamos camino hacia Globovisión o Venevisión. Llegamos a este último canal anocheciendo, Pudimos entrar y fui llevado de una vez a los estudios, Había muchísima gente de todos los estratos políticos, empresariales y comunicacionales. Entré directamente al aire. En ese momento, dirigía el Periodista Napoleón Bravo. Quedé sobrecogido por las escenas que veía en la pantalla, Ofrecí unas palabras condenando la violencia, llamando a la calma y a la búsqueda de soluciones pacificas. El congestionamiento de vehículos en los alrededores del canal hizo que el P. William tuviera que irse. Quedé de nuevo solo, sin celular y sin vehículo. La confusión reinante en los pasillos del canal era grande. Cada quien opinaba o decía lo que sabía o Ie habían dicho. Solicité me trasladaran a Montalbán. En aquel caos, era difícil encontrar a alguien que decidiera o pudiera hacer algo por mí.

Me invitaron a subir al piso de la presidencia del canal. Allí también había mucha gente. En ese momento, en los estudios estaban entrevistando al Dr. Luis Miquilena. Los presentes lo seguían a través de una gran pantalla. Los celulares no paraban de sonar ni las personas de hablar. Parecía un mercado donde cada quien vociferaba lo suyo. No lograba comunicarme con la Conferencia Episcopal a través de !os teléfonos allí instalados. Saludé al Periodista Rafael Poleo, quien estaba a mi lado, Luego apareció el Gobernador del Estado Miranda, Sr. Enrique Mendoza, quien como yo, buscaba algo para comer y saciar la sed. Fue poco lo que encontramos. Hacia las 10 p.m. logré que me llevaran hasta Montalbán, sede de la Conferencia Episcopal. El tráfico era escaso, por lo que llegamos en pocos minutos.

En el quinto piso del edificio de la Conferencia Episcopal, se ubica la sala de estar con la pantalla de televisión. Allí se encontraban Mons. Ovidio Pérez Morales, Mons. José Luis Azuaje, Mons. Jorge Villasmil, y los Padres Aldo Fonti y José Gregorio Quintero. Compartimos experiencias y angustias viendo los acontecimientos del día, que eran trasmitidos por los medios de comunicación. Por fin recuperé mi celular. Obispos, sacerdotes, familiares y amigos llamaban en busca de noticias. Poco era lo que podíamos aportar.

Hacia las 12.30 de la madrugada, ya del viernes 12 de abril, recibí una llamada inesperada. El Ministro del Interior y Justicia, Sr. Ramón Rodríguez Chacín, preguntó sí era yo el que contestaba, y sin más, me dijo que el Presidente Chávez quería hablar conmigo y me lo pasó. Con voz grave me saludó, pidió la bendición y me dijo: perdóneme todas las barbaridades que he dicho de usted. Lo llamo para preguntarle si está dispuesto a resguardar mi vida y la de los que están conmigo en Miraflores. En vista de los acontecimientos suscitados hoy, he conversado con mis colaboradores y he decidido abandonar el poder. Unos están de acuerdo y otros no. Pero es mi decisión. No quiero que haya más derramamiento de sangre, aunque aquí en el Palacio estamos suficientemente armados para defendernos de cualquier ataque, pero no quiero llegar a eso.

Le respondí que como sacerdote estaba dispuesto a hacer lo posible por la vida de cualquier persona, Máxime, si me lo estaba pidiendo. Agregó; lo que yo quiero es salir del país, si se garantiza Ia vida de los que están conmigo. Le pido a Vd. que me acompañe hasta la escalerilla del avión o inclusive que me acompañe si es el caso.

¿Qué debo hacer?, le contesté. Me respondió: véngase al Palacio de Miraflores y aquí hablamos. Le paso al Ministro para más detalles. Le pedí un numero telefónico del que Mons. Azuaje tomó nota. Me indicó, además, que cuando estuviéramos cerca lo llamara para abrirnos la puerta del Palacio.

Mi rostro delataba que algo fuera de lo común había sido objeto de aquella conversación. Cuando conté a los que me rodeaban con quién acababa de hablar y el tenor de lo intercambiado, todos se pusieron de pie y oyeron mi relato. De inmediato, Mons. Ovidio Pérez Morales pidió que nos juntáramos, entrecruzamos los brazos y musitó una oración. Así son los caminos de Dios, inescrutables, sentenció.

Luego dialogamos sobre qué debíamos hacer. Todos descartaron la idea de salir directamente para Miraflores. EI único vehículo que teníamos a disposición era el pequeño carrito del Padre Aldo Fonti. Cualquier bala perdida atravesaría sin problemas la débil carrocería. Durante unos minutos, discernimos las opciones a seguir. Volvimos a llamar al Ministro para preguntarle si tenía algún vehículo a disposición que viniera a buscarme. Negó esa posibilidad. Indicó que me acercara y ellos estarían pendientes.

Pasado un lapso de tiempo llamó el Secretario de la Nunciatura, Mons. Kuriakose Bharanikulangara, pues el Sr. Nuncio estaba ausente del país. El día 9 de abril, en efecto, había salido para Francia a ver a su papá que estaba bastante delicado de salud. El Secretario tenía dificultad en el manejo del castellano y estaba preocupado por lo que sucedía. Había sido llamado, tanto de Miraflores como de varias Embajadas. Le expliqué lo de la llamada del Presidente y quedó más tranquilo, Entre otras cosas, nos enteramos que, vía la embajada de España, hubo un pedimento del propio Fidel Castro al Jefe del Gobierno Español, Don José María Aznar, para que se le recibiera en la Península, pues el mandatario cubano manifestaba no querer recibirlo en la isla caribeña.

Seguidamente, llamé a Mons. José Hernán Sánchez Porras, Obispo Castrense, para consultarle con quién podía hablar sobre la petición de Miraflores. Nos indicó que lo mejor era dirigirse al General Efraín Vázquez Velasco y me dio su numero telefónico, pero fue imposible la comunicación. Mons. Sánchez Porras logró comunicarse con él y le trasmitió el mensaje.

Al rato, llamó el General Néstor González González de parte del Comandante General. Le hablé sobre la petición del Presidente y le ratifiqué que yo estaba dispuesto a ir a Miraflores. Indicó de inmediato que eso era improcedente por razones de seguridad personal y por el peligro de que me tomaran como rehén. En dado caso, en Miraflores tenían toda la logística para movilizarse si estaban dispuestos a buscarme, pues él era el Presidente en ejercicio. Me indicó que me trasladara a Televén donde estaba el comando que negociaba con Miraflores. En conversación posterior con el Ministro Rodríguez Chacín, le hice esa notificación. Estuvo de acuerdo, puesto que en primera instancia el Presidente se iba a dirigir a ese canal televisivo. Allí comenzaría la labor sacerdotal solicitada.

Baltazar Enrique Porras Cardozo

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