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Leído el documento declarativo de “principios” (7 de los corrientes) de la agrupación política Un Nuevo Tiempo, es poco lo que pueda uno rechazar, tan genéricas e inocuas son sus proposiciones. ¿Quién se alzaría para expresar oposición, por caso, a la noción de que “este siglo debe ser de las democracias de avanzada con justicia social”? ¿Cómo puede uno oponerse a la formulación que dice: “Exigimos para todos los pueblos del mundo—sea cual fuere su cultura tradicional—su emancipación de toda forma de despotismo político y su derecho a reconstruir su destino sobre la base de la voluntad ciudadana libremente expresada”? Ni siquiera Hugo Chávez sale a proponer abiertamente las bondades del despotismo político.

La Declaración de Principios Ideológicos y Programáticos de Un Nuevo Tiempo no es, pues, otra cosa que un amasijo de lugares comunes, buenos para cualquier cosa en función de su inanidad y mediocridad. La redacción, por otra parte, no es muy cuidada. Al cierre mismo del documento, por ejemplo, se lee lo siguiente: “Un Nuevo Tiempo nació para que la Democracia Social en Venezuela nos conduzca a un país donde la libertad, la equidad económica y la justicia social, logre para nuestra patria un desarrollo sustentable, para que nuestros ciudadanos satisfagan sus necesidades materiales y se realicen espiritualmente, nacemos mirando hacia el futuro, dispuestos a luchar porque no se repitan los errores del pasado y se supere el desastre del presente”.

La insistencia de los partidos convencionales—Acción Democrática, COPEI y demás residuos atávicos, pero también el Partido Socialista Único de Venezuela, Primero Justicia y ahora Un Nuevo Tiempo—en declarar compromisos ideológicos, les ubica nítidamente en grupo ya periclitado. No es una ideología—una panacea llena de palabrería y a veces de prepotencia—lo que puede servir como solución a los grandes problemas públicos, que es preciso acometer, antes que con ideología, mediante metodología profesional.

Pero es todavía peor cuando estos obsoletos esfuerzos no son sino excusa más o menos vistosa para disfrazar un proyecto personalista. En los primeros dos párrafos de la declaración principista de Un Nuevo Tiempo se menciona por nombre y apellido a Manuel Rosales: “Un Nuevo Tiempo como movimiento político nace en el Estado Zulia, bajo la conducción de su líder y fundador Manuel Rosales… Al convertirse Manuel Rosales en el año 2006, en el candidato presidencial de la unidad opositora al continuismo autocrático, con propuestas y valores, que a pesar de lo corto de la campaña obtuvieron el apoyo de más de cuatro millones de venezolanos, motivó la decisión de miles de ciudadanos en todo el territorio nacional, de organizar este esfuerzo, estas propuestas y valores, en un gran movimiento político nacional, para lo cual se decidió designar y juramentar nuestra Comisión Organizadora Nacional el pasado 3 de Marzo de 2007”.

No puede negarse que Manuel Rosales es un operador político diligente, no exento de valentía—pedradas soportó en la campaña de 2006—pero no hizo en aquel momento otra cosa que usufructuar el mercado cautivo opositor, que igualmente habría votado en la misma magnitud por casi cualquier otro candidato y al que Rosales no añadió ni un solo voto. (Perdió las elecciones presidenciales hasta en el estado Zulia, y de hecho, proporcionalmente, levantó menos votos opositores que los del referendo revocatorio de 2004).

No tiene Rosales talla de estadista, y si pudiera todavía, con el tiempo y mucho estudio, crecer hasta ella, no tiene nada de moderno ni de democrático exaltar su figura justamente al comienzo de una declaración “de principios”. Ya está bueno de sujetar las organizaciones políticas a obligaciones personalistas.

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