Ha habido más de una campaña electoral que ha sido comparada con una montaña rusa; esto es, como un trayecto de subidas y bajadas que se alternan. Ciertamente, ésta es una caracterización que puede muy bien aplicarse a la carrera por la nominación de la candidatura demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos. Hasta el martes pasado la candidatura del senador Barack Obama parecía invencible, al punto de que la senadora Hillary Clinton recibió presiones para que retirara la suya. Sin embargo, los resultados de la elección primaria de Pennsylvania, que le han dado el triunfo y un nuevo aire a Clinton, parecen haber puesto a Obama a la defensiva.
Por supuesto, Clinton fue siempre la favorita para ganar en ese estado—the Keystone state—, donde las encuestas le auguraban inicialmente una ventaja de hasta veinte puntos, y Obama logró recortar esa diferencia a la mitad. Este “logro” es destacado por el comando de campaña del senador por Illinois. También es verdad que Obama sigue punteando en votos totales, en delegados adquiridos, en compromisos públicos de “superdelegados” y, last but not least, marcadamente en recursos financieros. (Aunque la victoria en Pennsylvania le ha reportado a Clinton un súbito crecimiento de contribuciones en dinero a su campaña). Todavía tiene Clinton más problemas que Obama.
Pero los resultados del martes han disminuido el aura de invencibilidad que Obama había comenzado últimamente a disfrutar. Hay analistas que adelantan que el factor racial está afectando negativamente a la carrera de Obama. Una encuesta entre los electores de Pennsylvania—Edison-Mitofsky—indica que Clinton obtuvo el favor de 63% de los votantes de raza blanca, mientras que Obama se alzó con 90% de los negros.
Obama ha tratado de minimizar estas interpretaciones de sus recientes dificultades, señalando que fue un factor más importante que los votantes de mayor edad “son muy leales” a Hillary Clinton. La implicación es que ese grupo de edad, por razones naturales, tiende a temer el grado de cambio que Obama representa. La oposición republicana, por su parte, no ha dejado de estimular el sesgo racial, al continuar la explotación publicitaria de los incendiarios discursos de Jeremías Wright, el pastor negro que dirige la iglesia a la que Obama está afiliado.
Pero algún efecto negativo han debido ejercer unas imprudentes declaraciones del candidato negro, quien poco antes del cotejo de Pennsylvania propuso en San Francisco, en clara alusión a pobladores de ese estado, la tesis de que la amargura de los obreros les llevaba a refugiarse en la religión y las armas de fuego. Una cosa así suena demasiado a arrogancia, a una persona que ya se sentía ungido como el candidato demócrata, que creyó que su exitoso discurso sobre el problema racial norteamericano le autorizaba a juicios críticos horizontales que no pueden caer bien a estratos enteros de la población. Si éste es el caso, tal conducta no es un buen síntoma.
LEA
intercambios