Tal como se esperaba, la candidatura del Partido Demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos ha recaído prácticamente—a la espera de formalidades de la convención partidista que tendrá lugar en Denver en agosto—en el Senador por el estado de Illinois, Barack Obama. Para el fin de semana se espera que la senadora Hillary Clinton anuncie el fin de su campaña, ofrezca su apoyo a Obama y convoque a la tarea, no necesariamente fácil, de derrotar en noviembre a John McCain, el candidato de los republicanos. Cualquier cosa distinta sería contraria a la profesionalidad política de la senadora Clinton, que ha caracterizado toda su larga carrera, y ya esas líneas han sido anunciadas por Howard Wolfson, el jefe de comunicaciones de su campaña.
Ya ayer, ante una nutrida reunión—unas siete mil personas—del Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelí, Obama y Clinton intercambiaron mutuos elogios. Obama dijo: “Ella es una gran senadora de Nueva York. Ella es una extraordinaria líder del Partido Demócrata, y ha hecho historia junto conmigo en los últimos dieciséis meses. Estoy muy orgulloso de haber competido con ella”. Por su parte, la senadora Clinton declaró: “Ha sido un honor disputar estas primarias con él. Es un honor llamarlo mi amigo”. Todavía fue más allá al decir a la reunión del influyente lobby: “Déjenme ser muy clara. Yo sé que el senador Obama será un buen amigo de Israel”.
La escena pareciera estar puesta para una combinación en la que Obama fuera el número uno del ticket demócrata y Clinton la número dos; esto es, para que Obama la escogiera como compañera de fórmula y candidata a la Vicepresidencia. Esto, que parece tan natural, tiene sus bemoles y el mayor de ellos es la figura de Bill Clinton, que tendría que ser maniatado para que la campaña de los demócratas no fuese un incómodo ménage à trois. A pesar de que ya hay cabildeo—sobre todo por partidarios de la senadora—en esa dirección, hay voces que ponen en duda la sabiduría de la fórmula Obama-Clinton. El ex presidente Jimmy Carter, por ejemplo, declaró que esa combinación “sólo acumularía los aspectos negativos de ambos candidatos” y que sería el mayor error que pudiera cometerse. (Carter aseguró que hubiera sostenido lo mismo de haber ganado Clinton la nominación demócrata).
Pero el verdadero foco de lo que queda de campaña es la competencia con McCain. Días antes de la definición de su candidatura, Obama, oliendo el inminente triunfo, había comenzado a enfilar sus baterías contra el candidato republicano. (Lo que, dicho sea de paso, era una hábil señal de que estaba convencido de alzarse con la nominación demócrata).
Un encuesta de CBS News (30 de mayo al 30 de junio) registra una leve ventaja de 6% de Obama sobre McCain, demasiado estrecha si se toma en cuenta que el margen de error es de más o menos 4%. En estos momentos, pues, la incertidumbre reina. Lo más probable, sin embargo, es que estos números cambien a favor de Obama a raíz de la concesión y el apoyo que su voluntariosa contendora sepa brindarle. En un extenso perfil de Al Jazeera sobre la senadora, publicado anteayer, la conclusión es que “es extremadamente improbable que el mundo haya oído por última vez de Hillary Clinton”.
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