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Se me dijo una vez que uno debe distinguir entre agitación y desarreglo. (En inglés, se me dijo, turmoil or disarray). El país no está agitado, se me dijo; el país está desarreglado.

Hugo Chávez ha traído al país toda su carga de violencia y autoritarismo, que es compartida por sus asociados principales. Hoy en día, por poner un caso, es el Chief Operating Officer del PSUV quien fuera su jefe de campaña en 1998, Alberto Müller Rojas—un ex general de división jefeado por alguien que sólo llegó a alcanzar un rango de tres escalones por debajo de él, un ex teniente coronel—y que, dicho sea de paso, declaró en su momento que él había sido uno de los nueve que votó en contra de esa candidatura en el seno del PPT en aquel año. Pareciera que Chávez se venga de esa antigua oposición mandándole, como lo ha hecho con Arias Cárdenas.

Pues bien, de visita en mi casa en el año 1991, un año antes de la asonada del 4 de febrero de 1992, Müller Rojas quería venderme la siguiente fórmula: “Este país se arregla con tres mil entierros de primera clase”. Luego me sugirió una operación bastante más económica: una bomba plantada en el entierro de Gonzalo Barrios, que para la época no había fallecido todavía, acabaría con la aristocracia nacional. Cuando le pregunté qué vendría después, me contestó que eso no importaba. Que ya se vería. Recuerdo haberle sugerido que es una gravísima irresponsabilidad intervenir quirúrgicamente si se desconoce lo que habrá que hacer en el proceso postoperatorio.

Pero esa percepción de Müller es la percepción básica de Chávez y del núcleo principal de quienes le acompañan. Après moi le déluge. No es, por supuesto, una percepción generalizada en todo aquél que ha votado por él. La mayoría del país, incluso de los que hayan votado repetidamente por Chávez, no piensa tan criminalmente.

En todo caso, el país camina actualmente por las rutas del desarreglo, sin haber entrado aún definitivamente en el cauce de la agitación. Y esta es una situación que permite, estimula, exige, la invención y la creatividad en materia política. En el estudio de los sistemas complejos se conoce cómo es que un sistema puede evolucionar, por decirlo así, en el borde del caos, en gran diferencia respecto de los sistemas plenamente caóticos. Éste es un resultado de la tendencia, observable en cualquier sistema complejo, hacia la autorganización. Más aún, la condición que los expertos llaman “caos débil”, es muy común en la naturaleza. Es el estado normal de los sistemas más dinámicos en cuanto a potencialidad evolutiva. Tan castrante del cambio creativo es el excesivo rigor, el excesivo orden, como el caos pleno.

Resbalemos, pues, por este borde del caos, en este desarreglo, con los ojos bien abiertos y la imaginación bien dispuesta, porque es así como vamos a encontrar la verdadera salida.

LEA

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