Comenzaba la década de los años noventa, cuando un negociante venezolano se convirtió en representante para Venezuela de los automóviles Lada, una marca rusa. Ya los rusos no eran soviéticos, después del período de Mikhail Gorbachov en la jefatura de la segunda superpotencia del mundo, quien con su perestroika y su glasnost dio paso al desmembramiento de la federación de países comunistas que Moscú regía tras una cortina de hierro. El país se enteró de la disponibilidad de esos autos en su mercado a través de una divertida campaña publicitaria, que la ingeniosa agencia de Roberto Eliaschev produjo para la prensa y la televisión.
Los avisos de prensa advertían de una invasión rusa en momentos cuando, por supuesto, tal amenaza no asustaba ni a Blancanieves. En alguna de las cuñas televisadas bajaban alegremente de un sedán Lada, basado en el FIAT 124, montones de cosacos y bailarinas rusas con botas rojas y faldas cortas. La humorística campaña surtió efecto rápidamente: pronto se vio por las calles al tosco sedán y su compañero, el Niva, una suerte de jeep proletario.
Hay quien argumentará ahora que el Lada es pavoso. Hace un año, Continautos C. A., la distribuidora oficial de Lada en Venezuela, se declaró en quiebra. Wikipedia en español reporta: “Hasta el momento no existe información oficial sobre la continuación del servicio técnico y repuestos oficiales para los propietarios de automóviles de la marca rusa en el país caribeño”.
Tales cosas vienen a la memoria cuando los gobiernos venezolano y ruso anuncian, para poco antes de las elecciones del 23 de noviembre próximo, la realización de maniobras navales conjuntas en aguas territoriales de nuestra nación. El lunes de esta semana, Andrei Nesterenko, portavoz de la cancillería rusa, confirmaba la noticia ofrecida poco antes por el presidente Chávez: “Antes de fin de año, como parte de una expedición de larga distancia, hemos planificado la visita de una flotilla rusa a Venezuela y estacionar temporalmente aviones antisubmarinos de la Marina Rusa en un aeropuerto en Venezuela”. Es decir, vienen los rusos, y tal vez sea útil al gobierno nacional revisar la publicidad de Eliaschev, como modo de edulcorar para los electores venezolanos la desagradable e injustificable presencia.
El buque líder de la flotilla que vendrá en noviembre, el crucero de batalla Pyotr Velikiy (Pedro el Grande), ha dejada su propia estela de pava. En agosto de 2000, el poderoso buque insignia de la Flota Rusa del Norte participaba en un ejercicio de adiestramiento en el Mar de Barents, donde se suponía ser el blanco designado del submarino Kursk. En medio de las maniobras perdió contacto con el submarino, del que se supo luego que había explotado bajo el mar matando a toda su tripulación.
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¿Vienen los rusos? En realidad ya llegaron hace rato, y no sólo porque la Fuerza Aérea “Bolivariana” cuenta con los cazas Sukhoi Su-30 o porque se comprara cien mil fusiles Kalashnikov, sino porque en los actuales momentos dos bombarderos de largo alcance Tupolev Tu-160 están estacionados en la base Libertador, que se les presta para lanzarse en varios “vuelos de entrenamiento” sobre aguas internacionales del Caribe. Hace tiempo que la opción por Rusia, en reedición de la sociedad que Cuba tuvo con la Unión Soviética hasta su derrumbe, está decidida. Hugo Chávez dijo ayer que hace tiempo que estos aviones han estado “por estos lados”, aunque los rusos negaran en julio los rumores de que tenían en territorio venezolano aviones de control marítimo; también dijo que se había hablado de las maniobras conjuntas desde hacía un año, y los rusos declararon que fueron acordadas antes de las refriegas con Georgia del mes pasado.
El asunto puede discutirse en términos de sistemas de armas. El Tu-160 es un avión superior al B1 de los norteamericanos, tanto en cargamento explosivo como en velocidad y alcance. (A fines de año Rusia tendrá veinte Tu-160; ha estacionado en la base Libertador el diez por ciento de esa flota, lo que indica la importancia que el Kremlin asigna a sus juegos de guerra con los venezolanos). Los Estados Unidos poseen, sin embargo, una flota de sesenta y siete aviones B1 que pueden transportar, naturalmente, mucho mayor carga agresiva que los bombarderos rusos. Y esto, naturalmente, sin contar la veintena de bombarderos B2 activos de los estadounidenses, los aviones de ataque estratégico más avanzados del mundo, ni los vetustos B52 que todavía son capaces de infligir daño muy considerable. La eventual amenaza que los Tu-160 maracayeros pudieran representar es más bien moderadamente molesta.
Pero es molesta. Tanto los rusos como los estadounidenses saben que dos grandes bombarderos, venidos desde bases asiáticas muy lejanas, no pueden asumir la superioridad aérea en el Caribe—en verdad, su uso normal no es de acción en los mares—ante el número y la fortaleza de los aviones que los Estados Unidos pudieran enviar al mismo espacio aéreo con mucha mayor rapidez. De hecho, se ha reportado que durante la mayor parte de su vuelo, los Tu-160 de Maracay fueron escoltados por interceptores de la OTAN y de los Estados Unidos, para recordarles que habrían podido ser fácilmente derribados.
Tampoco es el crucero Pedro el Grande, por más poderoso que sea, aun con la flotilla que lo acompañará—el Almirante Shabanenko (antisubmarinos) y uno o dos buques más—algo que ponga en jaque el poderío naval estadounidense tan cerca de casa. Aunque se trata de uno de los navíos de guerra más grandes del momento (24.000 toneladas)—sólo superado por los portaaviones—y de los mejor armados, es él solo la mitad de los dos cruceros de la clase Kirov que le quedan a Rusia, y ciertamente regresará inmediatamente a su localización habitual en el Mar de Barents, donde su presencia es más importante.
No obstante, esta penetración rusa en aguas y espacio aéreo de América cambia súbitamente el panorama estratégico del mundo, y quien permite eso es el presidente venezolano. Lo regalado de su oferta sugiere prever que detrás del Pedro el Grande pudieran venir, más adelante, submarinos soviéticos que ejercerían presión sobre el tráfico por el Canal de Panamá. Chávez ha dejado de jugar con los guerrilleros colombianos para permitir una respuesta rusa a las penetraciones recientes y crecientes de la OTAN en Europa central y oriental.
Desde que cesó la Unión Soviética, la OTAN ha extendido sus instalaciones y alianzas militares a territorios que antaño se encontraban tras la Cortina de Hierro. Los rusos habían interpretado el Tratado de Moscú de 1990—el Tratado Dos (Alemania del Este y Alemania del Oeste) más Cuatro (Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la Unión Soviética)—, que dio paso a la reunificación alemana, como un compromiso de los occidentales de no expandir la presencia de la OTAN hacia el este. Lo que ha ocurrido es lo contrario: la OTAN se ha involucrado en eventos bastante lejanos del Atlántico Norte—las guerras yugoslavas, por ejemplo—y luego de la disolución del Pacto de Varsovia ha incorporado a sus filas países que pertenecieron antes a la esfera de control soviético. Hungría, la República Checa y Polonia se unieron a la OTAN en 1999; más recientemente lo han hecho los tres Países Bálticos, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia y Rumania (2004). En abril de 2008 se extendió una invitación formal a Albania y Croacia para que se unan a la alianza occidental, y se hizo saber a Georgia y Ucrania que en un futuro podrían ser reconocidas como miembros.
Esta expansión ha ocurrido después y a pesar del establecimiento de un Consejo Permanente Conjunto OTAN-Rusia en 1998. En mayo de este año Mikhail Gorbachov concedió una entrevista a un periódico inglés, en la que reiteró su convencimiento de que la OTAN se había comprometido, en efecto, a no expandirse hacia el este: “Los americanos prometieron que la OTAN no se movería más allá de las fronteras alemanas después de la Guerra Fría, pero ahora la mitad de la Europa central y oriental se le ha incorporado, de modo que ¿qué pasó con sus promesas? Esto muestra que no se puede confiar en ellos”.
La capiti diminutio de los rusos, una vez que dejara de existir la Unión Soviética, les ha debido ser psicológicamente difícil, sobre todo si tuvieron que observar, por un buen tiempo resignados, la expansión de la OTAN por casi todas sus antiguas esferas de influencia. Esa resignación parece haber concluido, y así lo atestiguan su actuación en Georgia—que Hugo Chávez aplaudió, como aplaudió el imperialismo chino en el Tíbet—y su aceptación de la hospitalidad venezolana. El gigante euro-asiático se mueve otra vez, y ciertos países de Europa, algunos de los más escarmentados, se aprestan a reconocer el cambio: ayer nomás se reunieron en Helsinki los ministros de defensa de Alemania y Finlandia, precisamente para adoptar una posición conjunta ante el renacimiento ruso. Más probablemente, decidirán acomodarse en lugar de confrontarlo; su historia en el siglo XX se los aconseja. (Finlandia no es miembro de la OTAN). Las señales emitidas en Georgia deben haberle puesto la piel de gallina a más de uno de los más recientes miembros de la organización.
De no haberse producido el crecimiento tumoral de la OTAN, ¿se habría dado esta colaboración militar entre Rusia y Venezuela? Probablemente no, y por tanto debemos la incómoda presencia militar rusa en el país, más que a Chávez, a los Estados Unidos y sus aliados europeos, que también compraron la arrogante y fácil tesis de Francis Fukuyama: que la historia había concluido con el desplome de la Unión Soviética, y que el mundo seguiría ahora las formas democráticas y capitalistas de la civilización occidental. El liderazgo indiscutible de la Organización del Tratado del Atlántico Norte descansa en los Estados Unidos, como se ve claramente en el Artículo X del pacto que la creara: “Las Partes pueden, por acuerdo unánime, invitar a adherirse al Tratado a cualquier otro Estado europeo que esté en condiciones de favorecer el desarrollo de los principios del presente Tratado y de contribuir a la seguridad de la región del Atlántico Norte. Cualquier Estado así invitado puede pasar a ser parte en el Tratado depositando su instrumento de adhesión ante el Gobierno de los Estados Unidos de América. Éste informará a cada una de las Partes del depósito de cada instrumento de adhesión”.
No es, pues, solamente ecológico el calentamiento global. El planeta se está poniendo peligrosamente más caliente también en términos bélicos, y está en el interés de todos sus habitantes que la temperatura baje.
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En verdad, el derrumbe de los regímenes comunistas europeos fue el término de una larga y sangrienta pesadilla. Pareció augurar la extensión de la democracia y la institución del mercado en el planeta, ambas cosas positivas y naturales en principio. Pero Occidente quiso atropellar las cosas, y una nueva versión del espíritu triunfalista del Tratado de Versalles incurrió en el mismo pecado de arrogancia, que Winston Churchill y John Maynard Keynes advirtieran y condenaran con asombrosa lucidez.
Los atentados hiperterroristas del 11 de septiembre de 2001 inauguraron el tercer milenio de la era cristiana con el horror planetario, y desafortunadamente encontraron en la Casa Blanca a un simplón pendenciero, a un hombre de pocas luces que asumió la tragedia como afrenta personal. A partir de ese momento, los Estados Unidos, con una larga tradición bélica, abandonaron la urbanidad política y la responsabilidad jurídica, hasta el punto de exigir, a cambio de la continuación de ayudas a terceros países, una inmunidad de sus agentes en lo tocante a eventuales crímenes de guerra que pudieran cometer. La nación que, con todos sus defectos, era en virtud de sus admirables logros la insignia de la modernidad y la democracia, el ejemplo del Estado de Derecho, se convirtió en la violadora sistemática de los derechos humanos en tierras lejanas, y en tierras más próximas, como las de Guantánamo en la Cuba enemiga.
El gobierno de George W. Bush, del que hasta John McCain ha procurado distanciarse, ha sido grandemente dañino para la paz del mundo, pero sobre todo para los propios Estados Unidos, que han visto disminuida su reputación de nación justa en momentos cuando todo auguraba la extensión planetaria de sus principios.
Semejante desempeño ha prestado, para nuestro desasosiego cotidiano, la mejor coartada para el gobierno terrible de Hugo Chávez, que juega a la reedición de la Guerra Fría con incomprensible irresponsabilidad. ¿Qué retorcido cálculo político llevó a Hugo Chávez a programar maniobras navales con fuerzas rusas pocos días antes de las elecciones del próximo 23 de noviembre? ¿Creerá realmente que este salto de insensatez política le traerá rédito electoral? Él dice creer en la multipolaridad mundial, pero el desorden de personalidad múltiple escapa a sus posibilidades. Sus actos favorecen el renacer de la bipolaridad en el mundo. Lo de él es el desorden bipolar.
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