Trilladísimo lugar común: que la peor de las maldiciones en China te desea que vivas una época interesante. La inestabilidad de muchos cambios se encargará de que afrontes innumerables y graves problemas. No es necesaria una maldición más específica.
En tales términos, los venezolanos ciertamente vivimos una época interesantísima, repleta de sobresaltos, y el Presidente de la República, responsable muy principal por la gran mayoría de ellos, ha ido a hablar de nuevo, precisamente, con los chinos. Hace nada regresó de Sudáfrica y todo hace pensar que empavó a Thabo Mbeki, a quien su propio partido le exigió ignominiosamente, quince días después de la visita “histórica” de Chávez, que renunciara a la Presidencia de su país, cosa que ya tuvo que hacer. A lo mejor resulta ser Chávez la contra: una maldición para los chinos. Realmente lo necesita; la época se le ha puesto harto interesante y él responde consistentemente: haciéndose el interesante.
También viven una época muy interesante los grandes países desarrollados, especialmente los Estados Unidos. La crisis sistémica de su aparato financiero ha alcanzado proporciones y agudeza inusitadas. Los más variados análisis del fenómeno han emergido con gran profusión, pero todos concuerdan en una noción central, expresada del modo más escueto por Dominique Strauss-Kahn, Director General del FMI: “…los sistemas financieros, … se han desarrollado en exceso en relación con la economía real”.
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Era el año de 1974. Poco antes de que concluyera su primera mitad, tenían lugar en Caracas las acostumbradas reuniones anuales de Corimón y sus empresas subsidiarias, en las que se examinaba el desempeño del año anterior, se consideraba los pronósticos para el año siguiente y se discutía los distintos planes de inversión. En general, las compañías de Corimón—conocidas también como el Grupo Montana o Grupo Neumann—tenían desempeños tan destacados, y sus planes eran tan profesionalmente elaborados, que se aprobaba casi todas las inversiones propuestas.
Pero esto no fue así en 1974. A fines de 1973 vivió el mundo el shock del embargo petrolero árabe, que no sólo sextuplicó los precios del petróleo en pocos meses—inundando con dólares la Tesorería Nacional de Venezuela, entre otros países—sino que encareció brutalmente los precios de las materias primas de origen petroquímico y suscitó una marcada escasez de las mismas. Siendo las más entre las empresas de Corimón industrias consumidoras de esas materias primas, ninguna de ellas pudo mostrar un resultado financiero que se aproximara a lo que habían sido sus pronósticos, y ya para mayo de 1974 comenzaba un ciclo de financiamiento internacional barato: el reciclaje de los petrodólares que las economías de los países de la OPEP no podían absorber en su totalidad y ofrecían al préstamo. (Paradójicamente, Venezuela, una de las naciones beneficiarias de esa burbuja de origen geopolítico, tomó prestadas importantes cantidades de esos dólares, que los grandes banqueros venían a ofrecer insistentemente en las mejores condiciones, tal como las entidades hipotecarias norteamericanas, y las británicas, españolas, rumanas e irlandesas, empujaron a los bolsillos de personas que ahora no pueden pagar sus hipotecas).
En una sesión de las reuniones de 1974, Lotar Neumann, el mayor de los hermanos checos que escaparon de su patria—habían sufrido al interesantísimo Adolfo Hitler y luego al muy interesante Josef Stalin—para fundar en Venezuela, en 1949 (cuando nadie creía que el país podía ser industrial), una fábrica de pinturas, tomó la palabra para denunciar a los bancos, las aseguradoras y las emisoras de tarjetas de crédito, como “actividades parasitarias de la economía”. Sujetando el grueso borde de la mesa directiva, afirmaba con iracundia: “¡La economía de verdad es la que se hace con las manos!” (Manu factura).
Irónicamente, sería su propio yerno, veinte años más tarde, quien presidiría el abandono por Corimón de tan fuerte y claro ethos industrial (expresado en una carta de política básica que la definía como grupo industrial y a las compañías de servicios que estableciera como meros auxiliares de su función fundamental). Con los “ajustes” macroeconómicos del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, se liberó las tasas de interés hasta niveles que hacían carísimo el financiamiento de las industrias y en cambio muy atractiva la especulación financiera. Corimón se dedicó en ese período—hipertrofiando la importancia y autoridad de su vicepresidencia de finanzas, a la que hizo prevalecer sobre las funciones clásicas de producción y mercadeo—a emitir y jugar con papeles—GDRs, principalmente—en la bolsa de Nueva York. Poco después, al enredarse en actividades para las que no estaba vocacionalmente destinada, vino el derrumbe, y el emporio que pacientemente habían construido los hermanos Neumann durante casi cincuenta años, se vio presa de los acreedores. Cuando la propiedad de Corimón pasó a otras manos, la participación total de la fraternal pareja, que originalmente poseía el 96 por ciento del capital, llegó a representar tan sólo 6 por ciento. El emblemático Hans Neumann, que ya no era el responsable ejecutivo—había sido apartado inmisericordemente antes de la alocada hipertrofia financiera como jarrón chino—, en medio de la indignación y la vergüenza superpuestas a otros dolores personales, fue presa de un accidente cerebrovascular que le mantuvo hemipléjico en silla de ruedas hasta su sepelio, el mismo día del ataque hiperterrorista a las torres gemelas de Nueva York.
Veinte años después de aquellas reuniones anuales de Corimón, en medio de la crisis bancaria que aquejó el inicio del segundo gobierno de Rafael Caldera, y teniendo en mente el peligroso rumbo que había tomado la empresa, el suscrito escribió en publicación que producía por aquel tiempo:
El sector financiero venezolano ha sido el niño consentido del país. Mientras el sector industrial y el agro venezolanos han sufrido los embates de los astronómicos costos financieros, los bancos del país obtuvieron carta blanca para mantener desmedidos diferenciales entre sus tasas activas y pasivas. Ahora, después de evidenciarse que una cantidad significativa de instituciones financieras se hallaba, a pesar de todas las ventajas, en precaria situación, el Estado ha tenido que salir al rescate con un auxilio en dinero que equivale a la tercera parte del presupuesto nacional… Ningún otro sector de la economía creció tanto y tan rápidamente como el sector financiero en los últimos años: en el volumen de ingresos, en el despliegue de instrumentos de captación, en la profusión de gasto publicitario… Las mismas empresas no financieras, no obstante, han tenido participación en el proceso de exacerbación de lo financiero en la Venezuela de los años recientes. Unas, porque decidieron entrar como inversionistas en actividades financieras; otras, simplemente, porque permitieron una mayor preeminencia de sus vicepresidencias de finanzas y dedicaron un tiempo importante a una mayor manipulación del efectivo. Este último aspecto tiene explicación razonable, por supuesto. En una economía inflacionaria, de constante devaluación del signo monetario, de altas tasas de interés, la función financiera dentro de las empresas tiende naturalmente a ocupar un mayor espacio dentro del proceso gerencial y estratégico… Tomando esto en cuenta, no obstante, es posible afirmar que uno de los problemas básicos de la economía venezolana es, hoy por hoy, el crecimiento desproporcionado de la actividad financiera nacional, el que ha incluido una buena parte de actividad puramente especulativa. Y esto mismo constituye un importante aporte de combustible al mecanismo de la inflación. Para sustentar esta última afirmación será necesario refrescar las definiciones elementales de inflación… Los economistas acostumbran distinguir dos ciclos complementarios y ‘opuestos’ de producción. El primero de ellos, constituido por la suma de los productos y servicios generados dentro de un determinado territorio, es el sistema del producto ‘real’. En oposición a él, el volumen monetario presente en el mismo período dentro del mismo espacio es denominado el sistema simbólico o ‘virtual’. Está compuesto por el dinero en todas sus formas: efectivo, efectos de pago tales como el llamado ‘dinero plástico’, cuasi-dinero… En teoría, se tiene inflación cuando el sistema virtual de la economía crece más aceleradamente que el sistema real. Esto es, justamente, lo que ha venido ocurriendo en Venezuela. No sólo proviene la inflación, pues, del crecimiento del gasto público y de la devaluación constante de nuestra moneda. También del desarrollo de la actividad bancaria y financiera en general el que, como hemos dicho, ha sido muy superior al experimentado por los sectores aportantes de producto real. Basta constatar la exigua variedad de títulos que se negocian en la muy activa y expandida Bolsa de Valores de Caracas. Casi que se trata de una bolsa para el manejo de las acciones de una sola empresa: La Electricidad de Caracas, que en la mayor parte de las jornadas constituye por sí misma las dos terceras o las tres cuartas partes—a veces más—del volumen negociado diariamente. A pesar de esta precariedad, se concede, desde hace unos pocos años, una atención recrecida a la actividad bursátil local, y todo noticiero que se precie dedica un segmento apreciable de su tiempo al reporte de las transacciones sobre apenas una decena de títulos… Visto desde esta perspectiva, la débâcle de un número apreciable de bancos y la subsiguiente compactación del sector, así como el objetivo gubernamental de reducir las tasas de interés, pueden ser vistos como procesos—traumáticos, por cierto—que pudieran corregir el desequilibrado crecimiento del sector financiero venezolano. Un sector que ha experimentado una modernización considerable, pues ese logro debe anotársele sin mezquindad; un sector que contiene más de un ejemplo de administración sobria y recta; un sector, no obstante, que creció más de lo debido, ante la inconsciencia de un sector público que debió darse cuenta, a tiempo, de la crisis que se estaba gestando. (referéndum, Vol. I, Nº 3, 4 de mayo de 1994).
Es decir, en maqueta, los venezolanos vivimos a nuestras modestas escalas lo mismo que sufre ahora el sistema financiero estadounidense. Nos adelantamos a los gringos. Somos unos machetes.
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Lo que está ocurriendo ahora en los mercados financieros de los Estados Unidos es de suma gravedad, al punto que se ha comparado la crisis con el crash de 1929, que abrió las puertas a la Gran Depresión de las economías del mundo. Entre ambos procesos hay más de una diferencia; una importante es que entre los primeros signos de que algo andaba mal y el desplome bursátil del 24 de octubre de 1929 transcurrió poco más de un mes. En el caso actual, ya hubo importantes temblores financieros—que alcanzaron a Europa y Asia—hace al menos trece meses y, en general, la depresión del sector inmobiliario en los Estados Unidos, detonante de la explosión de su burbuja, ya era detectable hace más de dos años. Es decir, el asunto ha sido la crónica garciamarquista de una muerte anunciada. Las autoridades financieras de los Estados Unidos dejaron correr por mucho tiempo el veneno de los activos hipotecarios inflamados que ahora llaman, apropiadamente, tóxicos.
El impacto es de dimensiones tan enormes que The Guardian Weekly, el semanario inglés, preguntó a Vince Cable (Shadow Minister of the Treasury del partido Liberal-Demócrata) hace sólo nueve días: “¿Es esto el principio del fin del capitalismo como lo conocemos?” (Guardian Podcast #78). Cable rechazó esa interpretación, pero el mero hecho de que la pregunta haya sido concebida revela la extensión de la crisis de confianza, casi universal, que afecta ahora a los muy sofisticados sistemas financieros de los países más desarrollados del mundo. Los productos de una altanera ingeniería financiera se tambalean como un viaducto que estuvo bien hecho, pero fue colocado sobre terreno movedizo.
La cosa ocurre, por otra parte, en la recta final—mes y medio—de la campaña por la Presidencia y la Vicepresidencia de los Estados Unidos, e innegablemente ha tenido ya su efecto político inicial, al comienzo de un huracán electoral que está por crecer de su estado actual de tormenta tropical. Según una encuesta de Bloomberg/Los Angeles Times, reportada ayer, 55% de los estadounidenses (contra 31%) opina que no es asunto del gobierno federal lanzar un salvavidas a las instituciones financieras privadas ahora en peligro, a costa del dinero de los contribuyentes. (Como se sabe, el gobierno de Bush, representado por Henry Paulson, Secretario del Tesoro, y apoyado por Ben Bernanke, el Presidente de la Reserva Federal, busca aprobación del Congreso para un plan de emergencia, que gastaría 700 mil millones de dólares para adquirir los “activos tóxicos” y retirarlos del sistema financiero). De acuerdo con el mismo sondeo, 45% de los consultados (contra 33%) piensa que Barack Obama manejaría la crisis mejor que John McCain, y casi 80% cree que los Estados Unidos van por mal camino.
Pero el gobierno de Bush tiene pocas opciones. La toxicidad de préstamos hipotecarios atapuzados por instituciones financieras alegremente irresponsables, cuyos ejecutivos ganan inmensas remuneraciones, a ciudadanos sin medios para servirlos, pudiera ya haber contaminado irremediablemente al dólar mismo, y éste es todavía la moneda del mundo. Cunde la sospecha de que el salvamento programado por el Departamento del Tesoro no será suficiente para detener la septicemia financiera. (En la crisis de 1929, los bancos líderes del momento invirtieron enormes sumas de dinero, al día siguiente del crash, para comprar acciones en barrena con la esperanza de detener el colapso. Cuatro días más tarde, el Martes Negro superaba el desastre del Jueves Negro y la crisis se extendía. Entre nosotros hubo, en 1983, quienes creyeron que la fuerte devaluación del bolívar de nuestro propio Viernes Negro sería suficiente para enderezar la maltrecha economía venezolana).
Ni ha cesado, pues, ni cesaría tal vez con ni siquiera una gigantesca intervención del gobierno de los Estados Unidos—en contra de la ortodoxia liberal—la diseminación de la enfermedad por el planeta. Esta peste no ha terminado de matar fortunas.
En la base del asunto está una deformación sistémica. Ha explotado una pompa especulativa de proporciones titánicas, pero es que la formación de burbujas parece ser consustancial al funcionamiento de los mercados de capital. Incluso en “mercados experimentales”—juegos de simulación con participantes de alguna sofisticación—en los que se elimine la especulación y esté ausente el exceso de confianza, emergen espontáneamente las burbujas, definidas como discrepancias injustificables entre el valor de mercado y el valor intrínseco de las cosas. (Ver King, Smith, Williams, Arlington y van Boening: The Robustness of Bubbles and Crashes in Experimental Stock Markets, en Nonlinear Dynamics and Evolutionary Economics, Oxford University Press, 1993). Se trata de sistemas complejos, que ni pueden ser regulados por control central ni parecen poder escapar a crisis caóticas cada cierto tiempo.
En el fondo de todo, por supuesto, está la ambición humana, que lleva a la búsqueda de desmedidas recompensas inmediatas. En la “gestión de la riqueza” (wealth management), una pequeñísima proporción de la humanidad se involucra en el remunerador trabajo de hacer que los ricos sean más ricos. En el proceso, sin embargo, producen descomunales agujeros negros en la economía, que devoran más rápidamente a los más débiles. Encima quieren que se les ofrezca sueldos fabulosos, y se pague sus platos rotos, mientras se lavan las manos.
LEA
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