Puede afirmarse con seguridad que no ha habido ni un minuto de vida republicana en Venezuela, desde 1830 hasta ahora, cuando faltase alguna conspiración para hacerse por las malas con el poder político. Siempre ha habido uno o más grupos de golpistas residuales, que por vocación conspiran hasta en los momentos más felices de nuestra nación. Alguien que debiera saber esto muy bien es nuestro Presidente, que en compañía de unos cuantos cómplices conspiró durante más de 500.000 minutos republicanos, entre fines de 1983 y comienzos de 1992.
Desde la campaña electoral de 1998, cuando se veía crecer la posibilidad electoral de Hugo Chávez, ya se pensaba pagarle con la misma moneda. En consideración de los ramales de un delta político nacional, escribió el suscrito el 20 de septiembre de aquel año:
“Luego está una tercera rama, la más estúpida de todas, de los que han cruzado la raya de la inmoralidad política y se creen autorizados a emplear medios criminales para impedir el triunfo de Chávez Frías. Esta rama tiene a su vez tres ramitas: el asesinato, el fraude electoral, el golpe ‘preventivo antes de las elecciones nacionales… Tiene que haber en estos momentos la conformación de un plan de esta naturaleza: antidemocrático, abominable, estúpido. Hay demasiados signos de que esto es así. Más a futuro, otra pequeña rama aspira surgir: un golpe de Estado ‘curativo’ una vez que Chávez Frías esté en el poder y haya producido, previsiblemente, efectos allendistas… Los modos de pensar de quienes transitan por estos cauces son realmente defectuosos. La democracia está amenazada, dicen, por Chávez Frías, y para evitar este daño es preciso interrumpirla antes de que él lo haga. Bárbara Tuchman empleaba como ejemplo de insensatez política la declaración más citada de la guerra de Vietnam. Un mayor norteamericano justificaba que se hubiera arrasado un pueblo vietnamita del siguiente modo: ‘Se hizo necesario destruir el pueblo con el objeto de salvarlo’.”
Es perfectamente posible la conspiración por estos días, sobre todo cuando la avasalladora arrogancia de Chávez, en desprecio de la voluntad popular, la azuza con cada arbitrariedad que se le ocurre. Que el gobierno haya verdaderamente descubierto una cábala no tiene visos de credibilidad, y es perfectamente posible también que todo su escándalo—tema del que la mayoría de los venezolanos ni se ocupa—sea una cortina de humo, una patraña. Pero así como el PSUV emitió un comunicado en repudio de la bomba recientemente lanzada contra Globovisión—no sin repudiar al canal mismo—, se echa en falta un rechazo en principio a golpes y magnicidios en boca de los más notorios dirigentes opositores. El 29 de mayo de 2005 decía valientemente Julio Borges (entrevista por Alonso Moleiro en El Nacional): “Los que piensan que acá no hay salidas electorales, pues que organicen su conspiración. Los invito a que lo hagan. Conmigo no cuenten”.
Y el gobierno debiera dejar su cobarde llorantina al respecto. Ni tiene autoridad moral para hacerlo, ni tal cosa es conducta de gente seria.
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