Arturo Schopenhauer (1788-1860), no cabe duda, fue un importante filósofo alemán. Fue también un destacado machista, práctico y teórico. En Parerga y Paralipómena, por ejemplo, escribió: “Las mujeres están directamente capacitadas para actuar como las enfermeras y maestras de nuestra niñez temprana por el hecho de que ellas mismas son infantiles, frívolas y de cortas miras; en una palabra, son niños grandes toda su vida, una suerte de etapa intermedia entre el niño y el hombre maduro, que es el hombre en el estricto sentido de la palabra”. Más conocida, naturalmente, es su lapidaria y superficial sentencia: “La mujer es un animal de cabellos largos e ideas cortas”.
Esta postura machista, que desarrollaría extensamente en ensayos— uno de sus “Estudios sobre el pesimismo”, en los que trata temas tan aleccionadores como la vanidad de la existencia humana y el suicidio, se llama simplemente “Sobre las mujeres”—iba de la mano con otros prejuicios, algunos de los cuales llevan resonancia racista, o al menos una fuerte carga antiétnica. Así, por caso, escribió la siguiente lindeza: “En otros continentes hay monos; en Europa hay franceses; eso nos compensa”. Debe uno decir en su descargo, no obstante, que tan insultante evaluación no era etnocéntrica; pocas líneas más adelante dice cosas peores del pueblo alemán y reniega de su propio gentilicio.
El amargado caballero que era Schopenhauer fue, por supuesto, un personaje del siglo XIX, pero su cinismo o su racismo no son cosas que hayan desaparecido. Tan pronto como Colin Powell expresó su apoyo a la candidatura de Barack Obama surgieron “análisis” que explicaban su posición como el apoyo de un hombre negro a otro de su misma raza. Pero esa opinión, pobre intento de algunas almas WASP (White Anglo-Saxon Protestant) por moderar el considerable impacto del aval de Powell, no es en absoluto la prevaleciente. Alexandra Marks, blanca, anglosajona y protestante, periodista del equipo editorial en The Christian Science Monitor, escribió ayer desde Oxford, Mississippi (Surging Obama campaign suggests US racism on the wane): “El tema racial ha estado entreverado en la historia de los Estados Unidos desde sus inicios. Ha sacado a la luz lo mejor y lo peor de la nación, desde el coraje de los militantes de los derechos civiles hasta el terrorismo asesino del Ku Klux Klan… A medida que se acerca el día de las elecciones, el senador Obama amplía su ventaja sobre su rival, el senador John McCain, a dos dígitos. Encuestas recientes también muestran que el 91% de los estadounidenses dice sentirse cómodo con la idea de tener un presidente afroamericano”. Marks cita a William Winter, ex gobernador de Mississippi blanco, anglosajón y protestante, y que para colmo sirvió en la Segunda Guerra Mundial como soldado en Filipinas: “La elección de Barack Obama como Presidente de los Estados Unidos sería la más grande cosa para la reconciliación y la comprensión raciales que pudiera ocurrir en este país, y creo que significaría mucho para nosotros tenerlo como un líder en el mundo y ser capaces de señalarlo como Presidente de los Estados Unidos”.
Y lo que el negro Powell dijo del mulato Obama fue: “Creo que necesitamos una figura transformadora. Creo que necesitamos un presidente que sea un cambio generacional, y es por eso que estoy apoyando a Barack Obama”.
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Hace unos días, la cadena CNN presentaba un interesante capítulo de su serie “Destinos”, dedicado a mostrar al Paraguay como atractivo país para la visita turística. Al tiempo que mostraba hermosos parajes y significativos elementos de cultura, el programa entrevistaba a varios visitantes, la mayoría de otros países sudamericanos, aunque también de uno que otro europeo. Una pareja muy joven, procedente de Colombia, fue igualmente requerida por los periodistas, y sus respuestas sobresalieron nítidamente respecto de las de los restantes entrevistados, por más que ninguna de estas últimas dejó de ser atinada y positiva. El contenido concreto de las respuestas juveniles no tuvo nada fuera de lo común; la diferencia estuvo en el tono natural de sus observaciones. Cosas como la hermandad primordial de pueblos distintos, la importancia de la cultura autóctona, la igualdad de hombres y mujeres, no eran dichas como declaración solemne o programas políticos, sino con la misma naturalidad con que uno hablaría de la lluvia o una sopa cotidiana. No hacían el menor esfuerzo por convencer a nadie, puesto que daban su discurso por sentado, comme il faut, as a matter of fact. Ni siquiera estaban conscientes de su propia frescura: se trataba, simplemente, de la visión inmediata de la juventud. Cambio generacional, como el que Powell ha pedido.
El mundo va a ser mejor porque llegarán los jóvenes con esa perspectiva. Cuando vengan a ocuparse de la cosa pública no tendrán que ser convencidos de la importancia de preservar el planeta, porque serán ecólogos natos; no pasarán trabajo con la diversidad cultural del mundo, pues habrán nacido en la globalidad; no conocerán el prejuicio étnico, ya que las vallas publicitarias multirraciales de los colores unidos de Benetton serán historia remota, convertida por el tiempo en el modo estándar de la percepción. No serán locales.
Esto no es poesía, o deseo ingenuo. De un observador tan intenso y agudo como Kevin Kelly escuchamos esto (That We Will Embrace the Reality of Progress):
Soy optimista acerca de lo único que, por definición, podemos ser optimistas: el futuro. Cuando anoto lo positivo y lo negativo que hoy trabajan en el mundo, veo progreso. El mañana luce como que será mejor que hoy. No sólo en progreso para mí, sino para todo el mundo en el planeta tanto en conjunto como en promedio… Como dijera una vez el rabino Zalman Schacter-Shalomi: ‘Hay más bien que mal en el mundo, pero no por mucho’. Inesperadamente, ‘no mucho’ es todo lo que necesitamos cuando tenemos el poder del interés compuesto en operación. El mundo sólo necesita ser 1% mejor (o incluso una décima de por ciento mejor) cada día para acumular civilización. En tanto creemos 1% más de lo que destruimos cada año, tendremos progreso. Este incremento neto es tan pequeño que es casi imperceptible, especialmente ante el 49% de muerte y destrucción que nos afronta. Sin embargo, este minúsculo, delgado y tímido diferencial genera progreso”.
No se trata, por tanto, de negar el mal social en el mundo. Allí está, pero está allí para superarlo, y en más de un caso es posible progresar en proporciones mayores que la medida por Kelly.
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No se trata de negar que los venezolanos, en particular, confrontamos dificultades grandes. Pero a pesar de la fuerza del mal, de la patología de una voluntad de poder totalitario, una voluntad más grande va logrando progresos. Los resultados del 2 de diciembre de 2007 eran impensables cuando comenzaba ese año, como parecía improbabilísimo el grado de cohesión candidatural que las opciones no oficialistas han logrado para las inminentes elecciones estadales y municipales. Hay casos casi incomprensibles, como la conducta en Chacao de Leopoldo López, que quisiera controlar el poder de ese municipio por persona interpuesta, o la de Manuel Rosales, que aún pretende ser el líder nacional opositor mientras busca pegarse de un presupuesto municipal una vez que ya no puede seguir disponiendo del zuliano. Pero son los menos.
Es un progreso enorme que la oposición radical, la de los atajos insurreccionales, haya sido reducida a una mínima expresión. Y es una bendición que la inteligencia general de los venezolanos continúe, a pesar de la obscena y prolongada propaganda del gobierno, rechazando muy mayoritariamente el modelo político castrista y apoyando decididamente el régimen de propiedad privada. Es saludable que un político tan significativo como Teodoro Petkoff haya acogido la fórmula de “tanto mercado como sea posible, tanto gobierno como sea necesario”.
Como el año pasado, el pueblo rumia su próxima actuación electoral, mientras sube el tono y frecuencia de la protesta social. Por más que el Presidente de la República abandona sus obligaciones juradas, para dedicarse cada día a campañas electorales que no son suyas, crece el desengaño en sus propias filas. Hace poco se escribió acá: “El suscrito conoce de cerca partidarios suyos que ya lo desahucian, tan evidente es su agresiva enfermedad. Incapaces de admitir la restauración de antiguos usufructuarios del poder, se quejan de no distinguir en el paisaje la figura de un outsider, empleando el mismo término que introdujera a comienzos de los ochenta, cuando ya era obvio el desarreglo político del país, el oráculo que fuera Gonzalo Barrios”.
Todavía falta mucho trabajo, pero hay aprendizaje. Falta ir más allá del neurótico ritual cotidiano de Miguel Ángel Rodríguez y Leopoldo Castillo, que todos los días acusan valientemente, pero no refutan. Aún no se ha logrado establecer otro plano, superior, de discurso, desde el que sea posible decir que fue prudente la movilización de depósitos públicos venezolanos de bancos estadounidenses hacia bancos suizos y al mismo tiempo arropar y apagar el fuego destructor del verbo y la intención presidenciales.
Pero es que nuestras elecciones de noviembre no son sino una etapa más, y vendrán luego las de la Asamblea Nacional, para las que quedarán dos años enteros de preparación. No será fácil, pero no es imposible saldar el aprendizaje y los logros de este año para alcanzar una participación legislativa nacional que haga imposibles nuevas leyes habilitantes o viajecitos presidenciales de más de cinco días. Es posible una nueva mayoría en la Asamblea Nacional.
La necesidad de progreso nos convoca. Venezuela será mejor porque hemos venido aprendiendo. Aunque se logre menos de lo que se aspira—todavía puede trabajarse mejor la cosa—, el 24 de noviembre el país estrenará nuevo traje político, y éste será el de una reducción de la hegemonía regional oficialista. Si además se cuenta, como propone Ángel Oropeza, ya no sólo el número de gobernaciones o alcaldías arrancadas al chavismo, sino el total nacional de los votos que no le favorezcan, podrá presentarse un resultado positivo sólido, mucho mayor que el paciente 1% de progreso que Kevin Kelly estima suficiente para la humanidad entera.
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Y ajenas elecciones de noviembre nos convendrán. El triunfo de Barack Obama luce indetenible, y así como en Venezuela andan de capa caída los golpistas y los magnicidas, no hay en estos momentos en los Estados Unidos una cábala tan capaz como la que asesinó a dos Kennedy y a Martin Luther King en cinco años apenas. Es más, un intento de eliminar criminalmente a Obama, en circunstancias tan críticas como las que viven los Estados Unidos, bien pudiera llevar a esta nación a una catástrofe mayor. En la pieza que Alexandra Marks escribió para The Christian Science Monitor, la periodista reporta la opinión de una voz aislada que cree que los Estados Unidos no están preparados para un presidente afroamericano. Y dice: “Pero cuando las encuestas continúan dando a Obama una sólida ventaja, otros están fuertemente en desacuerdo. Y están preocupados con lo que pudiera pasar si Obama no triunfa el 4 de noviembre. ‘Creo que habría un caos’, dice Jimmy Gray, un pastor vendedor de frutas en Georgia, que es negro. ‘Hay demasiada gente lista para un nuevo país y una nueva visión, y usted vería al 50 por ciento del pueblo, que apoya a Obama, rebelándose contra cualquier otro gobierno que se pusiera allí’.”
Desde este puesto de observación se anticipa que el triunfo de Barack Obama será contundente. Los vientos de cambio se han desatado en los Estados Unidos, como lo demuestra la cantidad de nuevos votantes que se han inscrito en número inusitado, como lo manifiesta la afluencia numerosa de votantes adelantados en los estados donde se permite la votación temprana. Associated Press reportaba ayer: “Números sin precedentes de votantes tempranos en Florida y otros estados del sur han obligado a los funcionarios electorales a añadir equipo, extender los horarios y distribuir agua y asientos para acomodar a la gente mientras espera durante horas en los sitios de votación”. Las encuestas, aun con una tendencia favorable a Obama que crece por horas, subestiman lo que ocurrirá en menos de dos semanas.
Un negro en la Casa Blanca. No es tiempo de Lo que el viento se llevó; es tiempo de lo que el viento trajo. Ahora le toca, por fin, a un negro. A un estadista que Carolina Keneddy cree que pudiera ser un presidente como su padre: un presidente de los Estados Unidos que dejará a Hugo Chávez sin su coartada favorita. Ya le veremos acomodando el discurso para decir que ahora la cosa es distinta.
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El 17 de abril de este año moría en su patria, Martinica, un grande poeta negro: Aimé Césaire, que alguna vez habló “sobre las grietas de nuestros labios de Orinoco desesperado”. Esto prometió en vida:
“Yo reencontraré el secreto del gran diálogo, el secreto de las grandes combustiones. Diré tormenta, río, diré tornado. Diré hoja. Diré árbol. Me mojarán todas las lluvias, brillaré humedecido por todos los rocíos. Igual que la sangre arrebatada en la corriente lenta del ojo de las palabras, como caballos furiosos, como niños muy pequeños, como coágulos, cubrefuegos, como ruinas de templo, como joyas, correré lejos, lo suficientemente lejos como para desalentar a los mineros. El que no me entienda, tampoco entenderá el rugido del tigre. Soy el que canta con la voz aherrojada en el jadeo de los elementos. Es dulce ser nada más que un pedazo de madera, un corcho, una gotita de agua en las aguas torrenciales del comienzo y del fin. Es dulce abandonarse en el corazón destrozado de las cosas. La poesía nace con el exceso, la desmesura, con la búsqueda acuciada por lo vedado”.
Como los estadounidenses dentro de pocos días, hagamos diecinueve después poesía.
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