Fichero

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Esta Ficha Semanal #223 de doctorpolítico, y la de la semana siguiente, reproducen la traducción del Resumen Ejecutivo del estudio Tendencias Globales 2025 – Un mundo transformado, del Consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos, dado a la luz a fines del mes pasado. Este consejo es una estructura de análisis y recomendaciones a mediano y largo plazo para la comunidad de los servicios de inteligencia estadounidenses, como la Agencia Nacional de Seguridad, la CIA, el FBI y otras agencias, como las propias de cada rama de sus fuerzas armadas.

El informe en cuestión es el cuarto intento del Consejo para “identificar los motores clave y los desarrollos que probablemente den forma a los eventos durante una década o algo más en el futuro”. En este caso, se trata de un lapso de diecisiete años, que va desde hoy hasta el año 2025, aunque en uno que otro punto la proyección se extiende hasta la mitad de la centuria e incluso hasta el término de la misma. Otros famosos intentos predictivos han sido algo más extensos en el tiempo; los más notables fueron dos intentos del Instituto Hudson, antaño dirigido por su fundador, el analista de defensa convertido en futurólogo, Herman Kahn (quien dictó un seminario en Caracas en el año de 1977). En primer término, The Year 2000, publicado en 1967 y, luego, The Next 200 Years, editado para el bicentenario de la independencia de los Estados Unidos en 1976. Kahn murió a los sesenta y un años de edad en 1983, suficientemente antes de que se vencieran los plazos de su predicción, de forma que no pudiera echársele en cara algún desacierto.

Diecisiete años, el lapso que nos separa del año 2025, se van en un abrir y cerrar de ojos. Seguramente estarán cargados de acontecimientos significativos; a los pocos días de la publicación del interesante informe, con posterioridad a la elección de Barack Obama como cuadragésimo cuarto Presidente de los Estados Unidos, una cepa terrorista mutante sometía a la ciudad de Mumbai (Bombay) a un asedio de horror, y la crisis económica mundial continuaba su despliegue inexorable. (En términos estadísticos oficiales, se conoció ayer que la recesión económica de los Estados Unidos se había iniciado ya en diciembre de 2007).

Es muy interesante que el Consejo de Inteligencia Nacional de los Estados Unidos admita sin ambages que la supremacía estadounidense está en declive; se trata, a fin de cuentas, de un órgano del gobierno federal de ese país que emite su opinión cuando aún no ha cesado el peculiar gobierno de George W. Bush, el que actuó durante ocho años como si los Estados Unidos fuesen el dueño del mundo. Global Trends 2025 – A Transformed World, expresa la convicción de la comunidad de inteligencia de los Estados Unidos sobre la multipolaridad del mundo que vivimos. Se trata de un muy importante cambio en la percepción del primer país del planeta.

LEA

Justo enfrente

El sistema internacional—tal como fuera construido luego de la Segunda Guerra Mundial—será casi irreconocible para 2025, debido al surgimiento de potencias emergentes, una economía globalizadora, una transferencia histórica de riqueza relativa y poder económico de Occidente a Oriente y la creciente influencia de actores no estatales. Hacia 2025, el sistema internacional será uno global y multipolar, al continuar estrechándose las brechas de poder nacional entre países desarrollados y en desarrollo. Junto con el desplazamiento de poder entre las naciones-estado, está aumentando el poder relativo de varios actores no estatales, que incluyen empresas, tribus, organizaciones religiosas y redes criminales. Los jugadores están cambiando, pero también cambian el alcance y amplitud de problemas transnacionales que son importantes para la continuidad de la prosperidad global. Un crecimiento económico potencialmente desacelerado, poblaciones que envejecen en el mundo desarrollado, el aumento de limitaciones en energía, alimentación y agua, y las preocupaciones acerca del cambio climático limitarán y disminuirán lo que todavía será una era de prosperidad sin precedentes en la historia.

Históricamente, los sistemas multipolares emergentes han sido más inestables que los bipolares o unipolares. A pesar de la reciente volatilidad financiera—que pudiera terminar acelerando muchas de las actuales tendencias—no creemos que nos encaminamos hacia un colapso total del sistema internacional—como ocurrió en 1914-1918 cuando se detuvo una fase precoz de globalización. Pero los próximos veinte años de transición hacia un nuevo sistema estarán cargados de riesgos. Las rivalidades estratégicas girarán probablemente en torno al comercio, las inversiones y la innovación y adquisición de tecnologías, pero no podemos descartar un escenario, al estilo del siglo XIX, de carrera armamentista, expansión territorial y rivalidad militar.

Es ésta una historia sin desenlace claro, como lo ilustra una serie de viñetas que empleamos para hacer el mapa de nuestros futuros divergentes. Aunque los Estados Unidos probablemente seguirán siendo el actor individual más poderoso, su fuerza relativa—incluso en el reino de lo militar—declinará, y su influencia estará más constreñida. Al mismo tiempo, no es claro hasta dónde otros actores—tanto estados como no estatales—estén dispuestos a asumir una carga recrecida o podrán soportarla. Los hacedores de políticas y los públicos tendrán que absorber una creciente exigencia de cooperación multilateral, cuando el sistema internacional sea presionado por la incompleta transición de un viejo orden a uno nuevo todavía en formación.

El crecimiento económico como combustible del surgimiento de jugadores emergentes

En términos de tamaño, rapidez y dirección del flujo, la transferencia actual de riqueza y poder económico en el globo—en términos gruesos, de Occidente a Oriente—no tiene precedentes en la historia moderna. Este desplazamiento se deriva de dos fuentes. Primera, los aumentos en los precios del petróleo y otras materias primas han reportado ingresos extraordinarios para los países del Golfo y Rusia. Segunda, costos bajos que se combinan con políticas gubernamentales han desplazado el locus de la manufactura y ciertas industrias de servicios al Asia.

Las proyecciones de crecimiento para Brasil, Rusia, India y China indican que en conjunto alcanzaran la participación original del G-7 en el producto bruto global entre 2040 y 2050. China está en posición de tener más impacto sobre el mundo en los próximos veinte años que cualquier otro país. Si persisten las tendencias actuales, China tendrá la segunda economía del mundo y será una potencia militar líder. También pudiera ser el mayor importador de materias primas y el primer contaminador. Probablemente, India continuará disfrutando un crecimiento económico relativamente rápido, y pujará por un mundo multipolar en el que Nueva Delhi sea uno de los polos. China e India deberán decidir el punto hasta el que están dispuestos a desempeñar un creciente papel global y estén en capacidad de hacerlo, y cómo se relacionarán entre sí. Rusia tiene el potencial para ser más rica, más poderosa y más segura de sí misma en 2025. Si invierte en capital humano, expande y diversifica su economía y se integra a los mercados mundiales, hacia 2025 Rusia podría jactarse de un producto doméstico bruto que se aproxime al del Reino Unido y Francia. Por otra parte, Rusia pudiera experimentar una declinación significativa si deja de tomar esos pasos y los precios del petróleo y el gas permanecen en el rango de US$ 50-70 por barril. No hay ningún otro país que se proyecte surja hasta el nivel de China, India o Rusia, y es probable que ninguno se aproxime a su influencia global. Esperamos, sin embargo, ver el aumento de poder político y económico de otros países, tales como Indonesia, Irán y Turquía.

Por su mayor parte, China, India y Rusia no están siguiendo el modelo liberal occidental de autodesarrollo, sino que emplean un modelo diferente, el “capitalismo de Estado”. Éste es un término vago que se emplea para describir un sistema de gestión económica que concede al Estado un papel prominente. Otras potencias emergentes—Corea del Sur, Taiwan y Singapur—también han usado el capitalismo de Estado para desarrollar sus economías. No obstante, el impacto de China en el recorrido de este camino es potencialmente mucho mayor, debido a su escala y su aproximación a la “democratización”. A pesar de esto, seguimos siendo optimistas en cuanto a las posibilidades a largo plazo de una mayor democratización, aun cuando los progresos sean probablemente lentos y la globalización sujete a muchos países recientemente democratizados a un aumento de las presiones sociales y económicas, que pudieran minar las instituciones liberales.

Muchos otros países se quedarán más rezagados económicamente. El África Subsahariana seguirá siendo la región más vulnerable a las interrupciones económicas, el conflicto civil y la inestabilidad política. A pesar de una creciente demanda global de materias primas de las que el África Subsahariana sería un suplidor principal, no es probable que las poblaciones locales experimenten ganancias económicas significativas. Las ganancias extraordinarias provenientes de aumentos sostenidos en los precios de las materias primas pueden atrincherar más aún a gobiernos corruptos o mal equipados en varias regiones, disminuyendo las perspectivas de reforma basada en la democracia y los mercados. Aunque muchos de los principales países de América Latina se habrán convertido en potencias de ingreso mediano para 2025, otros, particularmente países tales como Venezuela y Bolivia, que han asumido políticas populistas por tiempo prolongado, se rezagarán, y algunos, como Haití, se habrán hecho aun más pobres e ingobernables. En conjunto, América Latina continuará a la zaga de Asia y otras áreas de rápido crecimiento en términos de competitividad económica.

Asia, África y América Latina serán responsables de virtualmente todo el crecimiento de población de los próximos veinte años; menos de tres por ciento del crecimiento ocurrirá en Occidente. Europa y Japón continuarán aventajando grandemente a las potencias emergentes de China e India en riqueza per cápita, pero tendrán que luchar para mantener tasas de crecimiento robustas, puesto que decrecerá el tamaño de sus poblaciones activas. Los Estados Unidos serán una excepción parcial al envejecimiento de las poblaciones en el mundo desarrollado, porque experimentarán mayores tasas de natalidad y más inmigración. Aumentará el número de emigrantes que buscarán moverse de países desaventajados a países relativamente privilegiados.

Se estima que el número de países con estructuras de edad jóvenes en el actual “arco de inestabilidad” declinará por tanto como 40 por ciento. Tres de cada cuatro países de juventud abultada que persistirán estarán localizados en el África Subsahariana, y prácticamente todo el resto en el núcleo del Oriente Medio, dispersos a través del sur y el centro de Asia y en las islas del Pacífico.

Nueva agenda transnacional

El tema de los recursos alcanzará preeminencia en la agenda internacional. Un crecimiento económico sin precedentes—positivo en muchos aspectos—continuará ejerciendo presión sobre varios recursos estratégicos, incluyendo energía, alimentos y agua, y se pronostica que agoten los recursos fácilmente disponibles en algo más que una década. Por ejemplo, la producción, fuera de la OPEP, de hidrocarburos líquidos—petróleo, crudo, líquidos del gas natural y fuentes no convencionales (como las arenas bituminosas)—no crecerán al ritmo de la demanda. Ya está declinando la producción de muchas fuentes tradicionales de energía. En otras partes—China, India y México—la producción se ha nivelado. Escasearán los países con capacidad de producción significativamente creciente; la producción de petróleo y gas estará concentrada en áreas inestables. Como resultado de estos y otros factores, el mundo se encontrará en medio de una fundamental transición energética del petróleo hacia el gas natural, el carbón y otras alternativas.

El Banco Mundial estima que la demanda de alimentos crecerá en 50 por ciento para 2030, como resultado de una población mundial creciente, una prosperidad en aumento y el desplazamiento hacia preferencias dietéticas occidentales de una mayor clase media. La falta de acceso a suministros estables de agua está alcanzando proporciones críticas, particularmente para propósitos agrícolas, y el problema empeorará a causa de una rápida urbanización en todo el mundo y de añadir alrededor de 1.200 millones de personas durante los próximos veinte años. Hoy en día, los expertos consideran que hay veintiún países, que tienen una población combinada de 600 millones de habitantes, con escasez de tierra cultivable y agua fresca. Debido al continuo crecimiento de la población, se estima que otros treinta y seis países, con una población total de 1.400 millones de personas, caerán en esa categoría de aquí a 2025.

Se espera que el cambio climático exacerbe la escasez de recursos. Aunque el impacto del cambio climático variará según la región, un cierto número de regiones comenzará a sufrir efectos dañinos, particularmente la escasez de agua y la pérdida de producción agrícola. Es probable que las diferencias regionales en producción agrícola se hagan más pronunciadas con el tiempo, con una declinación desproporcionadamente cargada sobre países en desarrollo, principalmente los del África Subsahariana. Se espera que las pérdidas agrícolas crezcan con el tiempo, con impactos substanciales predichos por la mayoría de los economistas para fines de este siglo. Para muchos países en desarrollo, un producto agrícola disminuido será devastador, pues la agricultura representa una mayor proporción de sus economías y muchos de sus ciudadanos viven cerca de los niveles de subsistencia.

Una vez más, nuevas tecnologías pudieran proveer soluciones, tales como alternativas viables a los combustibles fósiles o medios para vencer las limitaciones de los alimentos y el agua. Sin embargo, todas las tecnologías actuales son inadecuadas para reemplazar la arquitectura energética tradicional a la escala requerida, y probablemente no habrá nuevas tecnologías energéticas que sean comercialmente viables o generalizadas para 2025. El ritmo de la innovación tecnológica será crucial. Aun con una política favorable y financiamiento para los biocombustibles, el carbón limpio o el hidrógeno, la transición a los nuevos combustibles será lenta. Históricamente, las principales tecnologías tienen un “retraso de adopción”. Un estudio reciente ha encontrado que, en el sector energético, se consume un promedio de veinticinco años para adoptar ampliamente una nueva tecnología de producción.

A pesar de que sea hoy visto como poco probable, no podemos descartar la posibilidad de una transición energética que evitaría los costos de una reparación de la infraestructura de energía. La más grande de las posibilidades para una transición relativamente rápida y barata durante el período vendría de mejores fuentes de energía renovable (fotovoltaica y eólica), así como de mejoras en la tecnología de baterías. Con muchas de estas tecnologías, la valla del costo de infraestructura de los proyectos individuales sería más baja, permitiendo que muchos actores económicos pequeños desarrollen sus propios proyectos de transformación energética para el servicio directo de sus intereses—por ejemplo, celdas de combustible estacionarias para alimentar hogares y oficinas, recarga de automóviles de planta híbrida, y venta de energía reciclada a la red. Del mismo modo, los esquemas de reconversión energética—tales como planes de generar hidrógeno para celdas de combustible a partir de electricidad en los garajes domésticos—pudieran eludir la necesidad de desarrollar una compleja infraestructura de transporte de hidrógeno.

Consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos

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