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Llama mucho la atención que el gobierno nacional haya destacado como vocero y negociador principal de su parte, en el caso de la profanación de la Sinagoga Tiferet Israel (Maripérez), al canciller Nicolás Maduro y que, simultáneamente, haya silenciado sobre el mismo caso la voz del Ministro del Interior y Justicia, que en propiedad es quien debiera dar el frente ante el terrible asunto.

El Ministro de Relaciones Exteriores es quien conduce cotidianamente, bajo la dirección del Presidente de la República, las relaciones internacionales del Estado venezolano. ¿Es que, entonces, el actual gobierno conceptúa a la comunidad israelita de Venezuela como formada por extranjeros, como un cuerpo extraño, foráneo, que no pertenece a la Nación propiamente dicha? ¿Es que la sinagoga ultrajada con método y saña es entendida como si fuera la embajada de otro país?

Eso sería una primera explicación del protagonismo de Maduro en el caso. Otra distinta sería, simplemente, que El Aissami está castigado. Que últimamente su labor, que debiera ser la de garantizar la seguridad de los habitantes de este país, deja mucho que desear, vistas las tasas de criminalidad o la impunidad impúdica del “colectivo” La Piedrita y de la perfectamente inútil Lina Ron. Que el policía mayor se va a caer de maduro.

Otra más permite pensar que lo que pasa es que El Aissami, que probablemente tenga una colección considerable de pañoletas palestinas, no quiera nada con los judíos y se haya negado a ayudar a la Asociación Israelita de Venezuela. Una versión cercana es que el propio gobierno haya estimado que un ministro con ese nombre, tal vez también por razones adicionales, no caería simpático a nuestros judíos.

En fin, uno puede proseguir en esta generación de ficciones que expliquen el insólito caso de un canciller ocupado de asuntos de seguridad interna, pero lo cierto es que el incidente de Maripérez contrasta con otros episodios de terrorismo paragubernamental, como los de la mencionada Piedrita. Comparadas con lo que pasó en la sinagoga violada, las hazañas del estúpido y criminal colectivo son cosa de amateurs. En verdad, el modus operandi, que incluyó una profesional y concienzuda limpieza de evidencias incriminatorias, no se parece en nada a lo que estamos acostumbrados ya a ver como técnicas de amedrentamiento de la población: o abiertamente, como abusos oficiales de la fuerza pública (gas del bueno), o encubiertamente, pero a punta de bombitas lacrimógenas mayormente inocuas, por parte de free lances de cuya actuación El Aissami, entre otros, se hace el desentendido.

Ese contraste, pues, señala en otra dirección, y autoriza la sospecha de actores interesados en rayar más aún a un gobierno que hace tiempo parece una zebra. El 11 de abril de 2002 ya hubo estupideces de esa calaña, cuidadosamente planificadas.

Por otra parte, ciertas posturas de las asociaciones israelitas dan pie a la primera interpretación expuesta sobre la incumbencia del canciller Maduro. En comunicado oficial de la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela, se refiere que una delegación, reunida ayer con Maduro y otros funcionarios, ratificó sus “nexos indestructibles e incuestionables, por razones históricas, espirituales, afectivas y familiares con el Estado de Israel”. La mezcla de religión con política no es buena cosa, como los propios judíos, víctimas de una intolerancia milenaria, conocen muy bien con inolvidable dolor.

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