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Una característica casi enteramente común a los estudios de opinión serios de los últimos dos meses es que el rechazo a la enmienda para la reelección indefinida del Presidente de la República—los demás funcionarios y legisladores son ñapa—es posición mayoritaria entre los electores venezolanos. Sólo los más acendrados partidarios del gobierno, y unos cuantos ingenuos que han comprado la falaz propaganda oficialista, están dispuestos a aprobarla.

Lo que hace incierto el desenlace previsible del referéndum del próximo domingo es la afluencia efectiva de los votantes y, por supuesto, una oposición a la enmienda que se quede en su casa equivale a aprobarla. El que calla otorga.

No es posible a esta publicación, por tanto, adelantar una predicción acerca del resultado dominical. El mero ojo clínico, en ausencia de encuestas, permite suponer que la votación del 2 de diciembre de 2007, contraria a las pretensiones presidenciales, debiera ser superada el 15 de febrero de 2009. La intención continuista es más clara a pesar del tramposo camuflaje, el incomprensible apuro es más evidente, la violenta agresividad gubernamental más patente. (El general González González amenaza a última hora con el Código Orgánico de Justicia Militar, cuyo artículo 501 estipula penas de hasta veinte años de prisión por el delito de “ataque al centinela”, para disuadir a quienes se apresten a protestar alguna extralimitación de los que tienen por única función la protección del voto popular).

Pero es posible que Chávez logre obtener dentro de tres días una votación favorable, y esta circunstancia debe llamar a dos estados de conciencia. El primero es de la más inmediata importancia práctica: hay que ir a votar. Aunque sufragar afirmativamente es sin duda un apoyo al gobierno, votar en contra no equivale a un apoyo a la oposición. Los estudios indican claramente que cerca de las cuatro quintas partes de quienes se representan como no alineados (insatisfechos con la oferta del gobierno y la de la oposición formal y conocida) repudian la enmienda. Esta fuerte mayoría debe ir a expresarse.

El segundo estado de conciencia necesario es éste: si, en mala hora, el continuismo saliera triunfante esta vez, no será responsable predicar un fraude como explicación del resultado, luego de que se invita a votar predicando que el voto es inviolable y secreto. En esa indeseable circunstancia, lo responsable será examinar serenamente las causas del tropiezo y prepararse para la próxima confrontación electoral.

Es preciso que no renazca un radicalismo golpista, cuyo falso axioma principal es que con este régimen la vía democrática estaría clausurada.

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