Cartas

“…creo que ganamos una victoria decisiva. Sin embargo, cuarenta y siete por ciento del pueblo americano votó por John McCain. Por consiguiente, no creo que los americanos quieran arrogancia en su próximo presidente”.

Barack Obama

TIME Magazine, Entrevista a la Persona del Año 2008

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El presidente Chávez no puede sentirse orgulloso de su triunfo del 15 de febrero. Conseguido con la ventaja del abuso sistemático, no puede presentarlo al mundo como una victoria limpia. Carga sobre sí, por consiguiente, el desdoro de todo jugador sucio. Crece su mala fama.

Por otra parte, a pesar del gigantesco y obsceno esfuerzo—gasto monetario, malversación de uso, extorsión e intimidación, manipulación falaz—tampoco es que puede exhibir cifras impresionantes. Después de todo, entre el 16 de enero y el 15 de febrero de este año se le voltearon unos 350 mil partidarios: el PSUV aseguraba en la primera fecha que 6.668.984 firmas apoyaban el proyecto de enmienda de la Constitución y, al decir del Consejo Nacional Electoral, exactamente treinta días después votaban por ella 6.319.636 electores.

Peor aún se le pone la cosa si se toma en cuenta que en diciembre de 2006, cuando el registro electoral tenía un millón menos de electores registrados, votaron por su candidatura 7.309.080 de ellos. O sea, se perdió más de un millón de votantes ; de esa cantidad, como hemos visto, la tercera parte desapareció en el último mes. En otras palabras, en diciembre de 2006, Chávez logró llevar a las mesas de votación al 46,3% de los electores; dos años más tarde pudo arrastrar sólo al 37,7%. Hubiera debido lograr, para preservar sus proporciones, 1.443.973 votos por encima de los que obtuvo hace cuatro días.

Cosas como ésas, y su propia “ganancia” de 693.652 votos respecto del referéndum de 2007, han determinado un espíritu francamente positivo en la mayoría de los opositores al gobierno. No son muchas las caras largas, y todo líder político de la oposición ha interpretado los resultados como un logro muy significativo. Una que otra persona dice que “este país es una m…” o “Yo lo que sé es que en cuanto pueda me voy p’al c…” La mayoría, sin embargo, siente que la jornada del pasado domingo valió la pena y que, a pesar de la derrota, fue satisfactoria.

La conciencia de humildad recogida en el epígrafe llama directamente a su aplicación en el caso presidencial, por supuesto. (“…la primera tentación, al reflexionar sobre lo dicho por Obama, es lamentarse porque el presidente venezolano no entiende que, por las mismas razones que expone el presidente norteamericano, su notoria arrogancia está de más”. Carta Semanal #318 de doctorpolítico, 5 de febrero de 2008). Pero si ella puede ser recomendable en el vencedor, mucho más es la modestia la virtud más útil al derrotado.

Las cuentas pueden sacarse de muchas maneras. Por ejemplo, si se anota que “la oposición” ganó casi 700 mil votos entre ambas consultas referendarias, entonces no debe ocultarse el hecho de que el gobierno aumentó su votación ¡en 1.940.244 sufragios!

Cuidado, pues, con extraer conclusiones apresuradas. La lectura estratégica correcta sólo puede venir con la modestia.

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Modestia, antes que nada, para practicar la primera exigencia de la democracia. “Somos demócratas”, proclaman los adversarios del gobierno, y el más elemental de los rasgos de la democracia es la aceptación y el respeto a la voluntad de la mayoría. No se habla acá de un mero acatamiento, de un “no tengo otro remedio que aceptarlo”. Lo democrático es aceptar, respetuosamente, con orgullo de demócratas, que 6.319.636 electores venezolanos votaron a favor de la enmienda propuesta. Seguramente una cierta proporción de estos sufragios se debió a la coacción feroz, como se anotaba al comienzo, pero nadie tiene base para aventurar una ponderación seria de esa magnitud. No puede decirse, como se escucha en autoreferencia complacida: “Nuestros votos fueron votos pensados, sensatos, racionales; los votos afirmativos son los de gente inculta, atemorizada, vendida o fanática”. Una tal soberbia es del todo desaconsejable. Podemos seguir pensando que el rechazo a la enmienda recién aprobada era lo correcto, lo más sano y prudente para nuestro sistema político, pero no se justifica la hipótesis de que cada uno de los más de seis millones de compatriotas que votaron a favor de ella tuvo por motivo algo despreciable o censurable.

Necesitamos igualmente modestia para evaluar correctamente el significado de la abstención. No puede decirse, como también se escucha, que a casi una tercera parte de los electores (30,08%) no le importa para nada el país. El celebrado hito del 2 de diciembre de 2007 se debió en mucho a una abstención bastante mayor (44%) que la del pasado domingo, y muy especialmente a la abstinencia electoral de usuales partidarios del gobierno. De nuevo, se trata de un contingente tan grande—el 15 de febrero—como el número de personas que quisimos negar una enmienda que nos parecía, y nos sigue pareciendo, altamente inconveniente. Es una práctica simplista, propia de los análisis primitivos, atribuir a cinco millones de personas un único e idéntico motivo para haber prescindido del voto y, en ningún caso, puede considerárseles opositoras en su totalidad.

Se requiere modestia para rechazar el pensamiento que supone que ahora “la oposición” dispone de un “caudal” de cinco millones de votos. No existe la caja fuerte en la que ese caudal esté guardado; el caudal íntegro fue consumido el domingo 15. Tampoco, obviamente, dispone Chávez de un caudal contrapuesto de seis millones de seguidores. Chávez, eso sí, ha sido capaz de producir mayorías a su favor en todas las confrontaciones electorales en las que ha intervenido menos una. Apartando el atípico referéndum del 2 de diciembre de 2007, las ganó todas. De esto, sin embargo, no se desprende que Chávez sea el dueño irreversible de las opiniones y voluntades de quienes hasta ahora le han favorecido con sus votos, y en cambio puede sostenerse con seriedad que su influencia ha disminuido. No es casualidad que en la misma noche del domingo pasado reconociera cuáles son las principales debilidades de su gobierno: la delincuencia y la corrupción, a las que declaró prioritarias. (Es la primera vez que la inseguridad ciudadana es elevada por Chávez a tan destacado sitial. Cuando inscribía su candidatura presidencial en el CNE a mediados de 2006 sólo mencionó a la corrupción administrativa, y dijo que quería ser reelecto para “continuar la lucha contra la corrupción”. En la noche del 3 de diciembre de ese año, ya proclamado vencedor, aseguró enfáticamente que su prioridad era entonces “combatir la corrupción y la burocratización”. Más de dos años después repite el asunto, pero nada significativo se ha hecho en esta materia, como lo demuestra el hecho de que el gobierno no ha podido explicar convincentemente, por caso, las llamativas andanzas del Sr. Antonini, o que ahora sostenga cómicamente que sí hay lucha contra la corrupción porque se propone declarar la responsabilidad política de Manuel Rosales por una camioneta presuntamente malversada. Hay que tener tupé).

La modestia es necesaria para que no se entienda que “la oposición” a la enmienda presentada por persona interpuesta (la Asamblea Nacional) es idéntica a la suma de los partidos declarados como de oposición; es bastante mayor. Es necesaria para que tampoco “los estudiantes” se crean los dueños de la votación negativa. Si bien tuvieron un papel más destacado que el de los líderes partidistas, esto obedece a que el “comando” que dominan los asignadores de recursos financieros y comunicacionales a “la oposición” determinó que Goikoetxea es más tragable que Ramos Allup, y por tal razón los estudiantes debían asumir la misión del fronting de la campaña opositora. (Ciertos electores desapercibidos de esa decisión se hacían eco de las infaltables leyendas urbanas: Manuel Rosales habría pactado su silencio como pago de su exoneración de lo que ahora lo acusan). Una vez más, como ocurrió en diciembre de 2007 y noviembre de 2008, una buena cantidad de otros actores trabajaron muy duro para ofrecer una resistencia organizada, admirable y muy sustancial y arrancarle terreno al gobierno, lo que se puso claramente de manifiesto en las elecciones de gobernadores y alcaldes. En especial es encomiable el esfuerzo realizado por varias organizaciones en materia de defensa del voto, en la que ha habido notables progresos.

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Pero donde es más profunda la necesidad de un tono intelectual modesto es en el examen de las premisas y axiomas que informan las estrategias políticas de quienes sostenemos que Chávez no conviene al país. Es preciso cuestionarlas con método de “presupuesto cero”, aunque se trate de nuestras estrategias favoritas.

A éstas se las repite, en buena medida, como disco rayado. La manida línea de la “unidad de la oposición”, por ejemplo. En su más reciente versión se propone como “la unión de los estudiantes con los partidos”; esto es, de quienes todavía no están listos con los que ya no son aceptados. La inercia y la falta de imaginación dominan la estrategia.

Desde esta postura se cierra el paso, una vez más, a la innovación. A fines de 1998, bloqueada la idea de una asamblea constituyente por quienes pudieron convocarla con más sensatez, y antes del primer triunfo de Chávez, se comentó: “Pero que [se] haya dejado transcurrir [el] período sin que ninguna transformación constitucional se haya producido no ha hecho otra cosa que posponer esa atractriz ineludible. Con el retraso, a lo sumo, lo que se ha logrado es aumentar la probabilidad de que el cambio sea radical y pueda serlo en exceso. Éste es el destino inexorable del conservatismo: obtener, con su empecinada resistencia, una situación contraria a la que busca, muchas veces con una intensidad recrecida”. Poco antes se había advertido: “La constituyente es inoportuna, estamos en crisis, no conviene añadir incertidumbre con ella, dicen algunos. Trampa. Nunca parecen ser oportunas las transformaciones, según algunos. Volver a posponer el cambio es aumentar todavía más la temperatura de la olla de presión, que tiene ciertamente un límite”. No hemos olvidado la historia que se desarrolló desde esas fechas.

Una vez más, se adelanta la formulación sensatoide de que por los momentos no conviene intentar nuevos caminos, a pesar de que los actores políticos convencionales, independientemente de los muchos méritos que han acumulado, no tienen lo que hace falta. Más allá de ligeros cambios estilísticos y de una renovación generacional en COPEI, para tomar como ejemplo su caso específico, este partido sigue siendo más o menos lo que era antes del advenimiento de Chávez a la Presidencia de la República. Claro, el partido se ha reposicionado como de centro-derecha—así explica con satisfacción Eduardo Fernández—; ya no obedece a la ubicación de centro-izquierda que Rafael Caldera estipulara en el mitin de cierre (en la Plaza Venezuela) de su campaña de 1963, ni se enfatiza aquello de la Juventud Revolucionaria Copeyana que el mismo Fernández dirigiera en tiempos más remotos. Ahora ensaya la marca “COPEI – Partido Popular”, en imitación de o concesión al partido de José María Aznar, que bastante ayuda financiera le ha concedido en época de vacas flacas, cuando hasta los alemanes de la Fundación Konrad Adenauer le habían regateado fondos por decepción con su reciente desempeño. Pero sigue siendo un partido clásico, de pretensión ideológica, cuando el molde moderno, Tony Blair dixit y Obama y Sarkozy ilustran, es post-ideológico.

Este último párrafo, sin embargo, como escueto estudio de caso no significa que el propio Eduardo Fernández no tenga nada útil que decir, o que COPEI—o Primero Justicia o Un Nuevo Tiempo—sea una organización incapaz de contribuir positivamente a la superación del agudo cuadro patológico de nuestra política. En opinión de quien escribe, Eduardo Fernández es un político preparadísimo, de gran inteligencia y no poca valentía, y sería un desperdicio nacional injustificable despreciar la mucha gasolina que aún le queda en el tanque.

De lo que se trata es de otra cosa. Por un lado, la modestia se expresa igualmente en el reconocimiento de la deuda que se tiene con los precursores. He aquí el espíritu de la frase mil veces atribuida a Isaac Newton: “Si vi más lejos fue porque subí sobre los hombros de gigantes”. Y la modestia es, entonces, asimismo exigible de los gigantes mismos.

Pero necesitamos nuevos contextos, nuevas organizaciones, para el aprovechamiento inteligente y concentrado de mucho talento político nacional. No es lo más eficaz, con perdón de la inscripción de Jon Goikoetxea en Primero Justicia, el procedimiento inverso de colocar un elemento nuevo en un ambiente viejo. El gurú de la sociología de la comunicación y la modernidad que fuera Marshall MacLuhan tuvo esto muy claro, y sugirió que un sillón Luis XV podía lucir estupendamente en el más moderno pent house de Manhattan, pero que un computador en el Palacio de Versalles reventaría su ambiente de un modo chocante e incomprensible.

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Hace unos días, en un sorprendente ejercicio de lucidez, por lo demás habitual en él, el Dr. Ramón J. Velásquez dibujó con hábil pincel grueso el trayecto histórico que nos ha traído a este insólito momento. Con toda la intención trazó la rúbrica de cierre: “El resultado de todo esto es que el país está dividido”.

¿Unir a “la oposición”, cuando la mitad de la nación no le está afiliada, sería la estrategia adecuada? Tal vez, pero la tarea política profunda es la de unir a ese país dividido. Es imposible completarla con altanería.

luis enrique ALCALÁ

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