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No deja de ser doloroso que unos cuantos venezolanos se hayan dejado encandilar por el oropel del Stanford International Bank, propiedad de “Sir” R. Allen Stanford, hasta el punto de que sus imprudentes inversiones (entre 2.500 y 3.000 millones de dólares) representen la tercera parte de la captación de la entidad para los “certificados de depósito” que la Comisión de Valores de los Estados Unidos (SEC) ha calificado de fraudulentos.

Quien escribe, por otro lado, conoce a unos cuantos empleados del grupo financiero Stanford, y sabe que han actuado inocentemente de buena fe. Entre los primeros engañados por el Sr. Stanford—que alguna vez, para horror de la Universidad de Stanford, insinuó que era pariente de su fundador—está, sin duda, la mayoría de sus empleados. La creciente revelación de detalles de la colosal estafa indica que sólo Allen Stanford y su ejecutivo de confianza James Davis, basado en la isla de Antigua, conocían la verdad sobre el destino de 8.000 millones de dólares que lograron birlar a sus clientes. Tal cosa, sin embargo, no excusa la feliz y ciega aquiescencia de sus demás ejecutivos y vendedores, ni la ingenuidad de sus clientes, que arriesgaron sus capitales—más de uno los ahorros de toda su vida—en los vistosos pero imposibles esquemas de remuneración excesiva ofrecidos por la delincuente organización.

Hace escasamente ocho días el propio Allen Stanford remitía a los clientes un correo electrónico en el que aseguraba que todo estaba bien, que sólo se trataba de un artículo aislado en una revista (la venezolana Veneconomía Mensual, que dio el pitazo de alarma el mes pasado) y que el origen de la molestia era el reconcomio de antiguos empleados insatisfechos. Pero Google News registraba anoche, no ya un artículo en una revista local, sino más de 3.200 artículos sobre el escándalo, las autoridades estadounidenses han presentado acciones civiles contra Stanford (pronto vendrán las penales, tras la investigación corriente del FBI) y hasta un abogado del grupo en Antigua se apresuró a desdecir la defensa que inicialmente había presentado. Hasta los auditores del banco son sospechosos: una oscura firma londinense con oficina en Antigua, que firmó su último visto bueno el 31 de diciembre y cuyo socio principal falleció al día siguiente.

Los medios hacen su agosto en febrero con la jugosa noticia, y ha salido a relucir que Allen Stanford dio contribuciones a los demócratas e incluso dirigió la palabra a una de las sesiones de su convención del año pasado. El suscrito pudo conocer poco después un video de esa intervención. El pomposo Stanford, hoy en día desaparecido, hablaba patéticamente desde un podio colocado en medio de un pasillo cercano a un bar, mientras el tropel de gente que quería pertrecharse con un trago no le prestaba la más mínima atención.

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