Fichero

LEA, por favor

El martes de la semana pasada la ficha precedente a ésta, la #231 de doctorpolítico, recogía un artículo de Ángel Graterol Monserratte con rasgos en verdad proféticos. Haberlo encontrado removió mi memoria y me puso a ubicar un artículo propio que también pudiera considerarse premonitorio. El Diario de Caracas lo publicó el sábado 30 de agosto de 1986, bajo el título “Está temblando”. Esta ficha lo reproduce.

La conciencia ecológica era relativamente reciente para ese entonces; veinte años antes la “Biblia” de la futurología—The Year 2000, del Instituto Hudson liderado por Herman Kahn—no dedicaba ni una sola frase de sus centenares largos de páginas al problema ambiental. En 1969, Paul Shepard y Daniel McKinley editaron una colección de “ensayos hacia una ecología del hombre”, y con algún temor escogieron como título “La ciencia subversiva”. Todavía se estaba muy lejos de la prédica de Al Gore acerca del calentamiento planetario y su Premio Nóbel de la Paz. Ni siquiera era popular todavía la “hipótesis Gaia” de James Lovelock, a pesar de haber sido formulada por vez primera en esa misma década de los años sesenta. (La hipótesis propone que los componentes vivos e inertes de la Tierra forman un conjunto que se autorregula y puede ser entendido como un organismo único. Lovelock la propuso como teoría del feedback de la Tierra mientras trabajaba para la NASA sobre métodos para detectar posible vida en Marte, y no la bautizó con su famoso nombre hasta 1972. Su popularidad tardaría todavía tres años más en llegar).

Pero la intención del artículo, aunque dedicó una buena parte de su texto al tema ambiental—reprodujo un vívido pasaje de una fábula de Jacquetta Hawkes que formaba parte del libro editado por Shepard y McKinley—era más bien política. Desde los movimientos de la geología pasaba analógica y, por supuesto, retóricamente a sugerir la inminencia de un cataclismo de naturaleza política, y este atrevimiento tuvo lugar tres años antes del Caracazo. Un año después, el 5 de julio de 1987, Eduardo Fernández diría como orador de orden en el Congreso de la República: “El pueblo está bravo”. Once años más transcurrirían para que llegara al poder una anomalía que ha impuesto castigo en exceso al liderazgo político de la época, que prefirió suponer que acontecimientos como el Viernes Negro eran desajustes pasajeros que no amenazaban la estabilidad de las instituciones democráticas del país.

El padre de un amigo solía decir: “Yo nunca tengo razón. Yo siempre tenía razón”. En más de una ocasión es muy preferible no tenerla.

LEA

………

Está temblando

Son fallas supuestamente “en reposo” las que se están moviendo por estos días. San Casimiro, Las Tejerías… A las fallas de esa zona algunos venían llamándolas—hasta ahora, supongo—fallas “inactivas”. Pero lo seguido de los temblores ha significado, no sin razón, una sensación de alarma: pocas personas se sentirían tan seguras como para afirmar que la secuencia de unos temblores hasta ahora inocuos implica que no ocurrirá un terremoto de proporciones mayores. A la mayoría de nosotros se Ie ha ocurrido imaginar algún valor premonitorio en los recientes sacudimientos.

Y no es solamente aquí que la Tierra está dando muestras de una nueva, preocupante y generalizada inquietud. El volcán del Nevado del Ruiz y ahora el de Nios en Camerún, el terremoto de México, el granizo enorme en Milán durante pleno agosto, las inundaciones en Norteamérica. En lenguaje algo malandro me decía alguien la semana pasada: “La Tierra está revirando”. Como una manifestación de protesta ante la incesante perforación de su piel en busca de los minerales de la industrialización, o para hacer las pruebas subcutáneas que determinen que los artefactos nucleares explotan en verdad durísimo, como si Hiroshima y Nagasaki no lo hubiesen mostrado con suficiente claridad.

Es como si la Tierra poseyera cada vez una conciencia mayor y al contrario su paciencia fuese cada vez menor. Como si la depredación de sus especies, la contaminación de su atmósfera, la destrucción de sus bosques hubieran ya superado su tolerancia y su habitualmente plácida disposición. Así lo advertía Jacquetta Hawkes en la hermosa fábula “Una mujer tan grande como el mundo”, que se publicó, con suficiente adelanto, en 1953 y en la que representaba a nuestro planeta como mujer:

Pronto, también, las nuevas criaturas se hicieron molestas. Atormentaban su piel y su carne de cien modos con su incansable actividad; dañaban su física belleza mientras destruían la milenaria quietud de su mente. Sus querellas con el viento y sus celos, su incomodidad corporal y mental, fueron al fin demasiado para la natural negligencia y el buen carácter de la Mujer. Su cuerpo era ella misma y suya la plenitud de ser. Se dio vueltas una y otra vez, se rascaba y se abofeteaba, y mientras se rascaba, se abofeteaba y se volteaba comenzó a reír. Rió mas fuerte, abandonándose totalmente a la risa. Cuando se calmó y las nubes pudieron de nuevo doblarse suavemente en su derredor, estuvo una vez más en paz, sabiéndolo todo y no importándole nada. Ni siquiera se preocupaba porque el Viento nunca regresara, incapaz de perdonarle su disoluta destrucción.

En otro reino distinto y paralelo al de la geología, en otro mundo, el mundo de la política, está asimismo temblando. Los políticos venezolanos de lo tradicional leen los sismogramas, y se contentan de los pocos grados que en intensidad han alcanzado los temblores. Saben que el territorio que pisan evidencia la existencia de fallas, pero continúan impertérritos pues se trataría de fallas inactivas, de cantidades sociales que no constituyen amenaza para los antisísmicos edificios de los partidos. No les importa que la tierra política se mueva muy fuertemente en Perú o en Colombia, o que esté a punto de erupción en Chile o en Sudáfrica. Acá los temblores son poco perceptibles y por eso confían en que la geografía no se modificará.

Pero ese terreno político, como diría Galileo, sin embargo se mueve, se desplaza, se reacomoda. Hasta ahora, con poca violencia o con fuerza muy localizada.

En 1812 se le ocurrió a alguien interpretar el sismo que asoló a Caracas como señal de que los revolucionarios habían recibido una grave advertencia del Cielo. Por eso Bolívar tuvo que tomar partido contra la naturaleza.

Hoy es posible la asociación inversa. Los sismos, las calamidades naturales que van en aumento, deben entenderse ahora a favor de los cambios, como prefiguración de la transformación en la política. Los temblores de ahora son advertencia contra los que pretenden que todo se quede como está, contra los que aspiran a que la geología del poder permanezca incólume. Y de que está temblando, está temblando.

Luis Enrique Alcalá

Share This: