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Lewis Coser, el sociólogo estadounidense que dedicó gran parte de su vida de científico al estudio del conflicto, alertó una vez sobre los inconvenientes del excesivo secreto aun en el reino de lo militar. (The Dysfunctions of Military Secrecy, 1963). Fue capaz de mostrar cómo pueden suceder guerras estúpidas porque los contendientes están mal avisados acerca de las capacidades reales del adversario.

La informatización acelerada de la sociedad, con su consiguiente aumento de conciencia política de las poblaciones, está forzando cambios importantes en los estilos de operación política. El glasnost de Mikhail Gorbachov, como se ha dicho acá otras veces, más que una intención era una necesidad. El previo modelo de la Realpolitik requería, para su operación cabal, de la posibilidad de mantener discretamente oculta la mayoría de las decisiones políticas. Pero, en muchas ocasiones, hasta las operaciones que son intencionalmente diseñadas para ser administradas en secreto son objeto de descubrimiento, casi instantáneo, por gobiernos competidores, los medios de comunicación social u otros investigadores interesados.

La política moderna debe entenderse más como un juego de ajedrez, en el que cada contendor tiene información completa acerca de la cantidad de piezas en poder del oponente y su ubicación.  (Hasta la estrategia es conocida: si un jugador de las piezas negras, en principio destinado a la defensa, elige responder con una Defensa Siciliana, definida por su primera jugada, quien mueve las blancas sabe que deberá atenerse a un opositor agresivo que no se resignará a un juego calmado). Lo que es crucial en esta clase de confrontaciones es que cada jugador ignora cuál será el próximo movimiento de su adversario. (Cosa que tiende a ocurrirle a los actores de la oposición en este país).

El tema es importante en sociedades en las que, como la nuestra, el poder político no respeta las esferas privadas y tampoco sigue las reglas de la urbanidad política convencional, que en algún grado moderan la suciedad de la lucha. Un gobierno que graba conversaciones, que espía directamente, que viola información confidencial de modo cotidiano, es un caso especial.

Pero aun en ese caso es poco útil hacerse paranoico. Naturalmente, la prudencia es una gran virtud, pero la conducta ganadora es la de concebir y ejecutar estrategias “insensitivas”, relativamente inmunes y estables.

Es posible formularlas. Dentro de toda su agresividad y patanería, el actual gobierno venezolano procura no rebasar ciertos límites. A pesar de su admiración por Fidel Castro, Hugo Chávez no ha usado el fusilamiento ante paredón como técnica de gobierno. (Por ahora).

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