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Una crónica de los días cuaresmales en Sebucán, urbanización del Municipio Sucre caraqueño, reportaría que en la intersección de su cuarta calle transversal con la avenida Miguel Otero Silva se procedió a quemar un Judas en Domingo de Resurrección, un evento que no había ocurrido en ese preciso sitio en, al menos, los últimos veinte años. Por la mera observación de la figura de espantapájaros habría sido imposible determinar a quién representaba, pero un joven que solicitaba de conductores y peatones dinero para el financiamiento de bebida alcohólica portaba un cartel explicativo: se trataba de una efigie de Hugo Chávez.

Tal vez sea apresurado concluir por ese hecho que la popularidad presidencial en fechas recientes haya disminuido; la veintena de jóvenes motorizados—que cualquier encuestadora hubiera clasificado del segmento C hacia abajo—ha podido razonar su mercadeo y previsto, en una urbanización con pobladores del segmento C hacia muy arriba, que sería mucho más fácil recoger plata si se anunciaba la quema de un modelo del Presidente de la República. Aun así, la lectura más favorable a Chávez es que los inquisidores de la prevista pira no le respetan ya, no le tienen miedo.

En la misma zona, quien escribe esperaba unos días antes el Metrobús 111 frente al Polideportivo del Parque Miranda, con el plan de bajarse unos metros más arriba de la ubicación de Judas Chávez. En el poste que señala la parada sobre la avenida Rómulo Gallegos, contemplaba la ineludible publicidad roja del SENIAT, con la infaltable y destacada mención de Chávez. Pequeña muestra, por supuesto, del abuso característico del actual gobierno venezolano.

La molestia y el ensimismamiento fueron rotos por un ruido de metal y pavimento contrapuestos. Era la pala de un empleado del Municipio Sucre que barría, con instrumento ineficiente, hojas y basura de la calle al borde de la acera. Ya no vestía franela roja, sino color crema, y no avisaba algún lema socialista, sino la más sutil insinuación: “El cambio ya empezó”, o algo por el estilo. ¡Qué lástima—pensé—que el alcalde por el que voté con el mayor gusto emplee también dineros públicos para propaganda política! La obscenidad de la propaganda gigantográfica y omnipresente de Chávez, por descontado, es mil veces peor que tan inocuo eslogan, pero la cosa evocó de inmediato el número aquel de 800-IRENE.

Esa leve inconformidad desapareció por completo en Sábado de Gloria. A eso de las cinco y media de la tarde, buena parte de un corpulento árbol cayó sobre un automóvil que pasaba por la tercera transversal de Sebucán, por fortuna sin lesiones graves a los ocupantes. Toda la calle quedó obstruida.

Poco antes de las ocho de la noche la normalidad había sido restablecida. Un camión con trabajadores del Municipio Sucre ya había recogido el estropicio, en horas tardías de difícil día de Cuaresma y respuesta veloz. El cambio, me di cuenta, ya ha empezado.

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