Fichero

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En la Ficha Semanal #225 de doctorpolítico (del 20 de enero de este año), se reprodujo un fragmento de El pasajero de Truman, best seller local de Francisco Suniaga que versa sobre el trágico desquiciamiento de Diógenes Escalante en el año crucial de 1945. Decía la nota introductoria de la ficha: “Fue su insania súbita lo que precipitara el golpe de Estado del 18 de octubre contra el gobierno del general Medina Angarita, hecho que generó grandes y graves consecuencias”.

Mañana se cumplirán sesenta y cuatro años de que el partido Acción Democrática, fundado en 1941 y protagonista de ese golpe, publicara una misiva conminatoria a su contraparte oficialista, el Partido Democrático Venezolano (PDV), que fuera establecido desde el gobierno de Isaías Medina Angarita. La carta en cuestión emplazaba al PDV para que definiera su posición ante la candidatura presidencial de Eleazar López Contreras, promovida por aquellos días, dado que AD consideraba harto inconveniente un regreso al pasado con un nuevo período de mando para el sucesor de Juan Vicente Gómez. El PDV manifestó que se oponía a la candidatura del viejo general, y esta postura abrió la puerta a un acuerdo de ambos partidos, por el que la candidatura de Escalante gozaría de su apoyo.

Pero la candidatura de Escalante no pudo prosperar a causa de su repentino desvarío, y en su lugar emergió la de Ángel Biaggini, y éste no contó ya con el beneplácito del liderazgo adeco. El día antes del derrocamiento de Medina, acto que llevó a la formación de una junta de gobierno presidida por Betancourt, éste pronunció un discurso en acto de su partido, el que fue publicado por el diario El País el 11 de enero de 1946. (Exactamente cuando el suscrito cumplía tres tiernos años de edad).

La mayor parte de ese discurso se reproduce aquí en esta Ficha Semanal #243. Allí explica Betancourt los términos exactos del entendimiento entre AD y el PDV, al tiempo que explica puntos programáticos y principistas de su partido. Betancourt expone claramente el desiderátum de un gobierno civil en Venezuela que surgiese de la votación popular, y refuta sin nombrarla la tesis caudilista que en su momento adelantara Laureano Vallenilla Lanz para justificar la dominación gomecista (Cesarismo democrático). También consta en sus palabras la opinión crítica que merecía a AD el gobierno de Medina Angarita, al que señala como tolerante del enriquecimiento ilícito de sus funcionarios.

Más de una de las admoniciones de Betancourt, en ese preaviso del inminente golpe de Estado del 18 de octubre de 1945, tiene hoy plena vigencia. El texto mismo de su alocución, por otra parte, es ejemplo de la eficacia de la oratoria de Betancourt, característicamente pedagógica.

Rómulo Betancourt fue el mejor maestro político del pueblo venezolano.

LEA

Preaviso adeco

En mayo de 1945 se realizó nuestra Tercera Convención Nacional. Sin pasajes en Aeropostal, sin puestos en los hoteles pagados por el Capítulo VII, sin cocteles en el Pabellón del Hipódromo, con sus propios y pobres recursos de venezolanos que viven todos de su propio trabajo decoroso, vinieron a Caracas trescientos delegados del partido de los cuatro costados de Venezuela, y allí apreciamos cómo estaba tomando cuerpo la candidatura del general Eleazar López Contreras. En torno suyo se había formado ya para entonces una agrupación de fuerzas de confesa u oculta vocación antidemocrática, integrada por individuos erradicados de la administración pública o enquistados en ella y por personas reclutadas en las clases más conservadoras del país, enemigos francos o encubiertos de las conquistas políticas y sociales alcanzadas por Venezuela en la última década.

Tres circunstancias contribuían a que un hombre que se retiró del poder en el 41, siendo un cadáver político, estuviera aglutinando en torno suyo corrientes de opinión. Esas tres circunstancias eran que el general López Contreras aparecía como el único candidato ya lanzado a la arena de la lucha política. La segunda, el descontento nacional existente por la ineptitud administrativa de la autocracia gubernamental, por el florecimiento del peculado, que han caracterizado a la administración de Medina Angarita. Y la tercera circunstancia: la actitud ambigua que venía adoptando frente a la candidatura de López Contreras el partido elector, el Partido con determinante mayoría de diputados y senadores en el Congreso Nacional: el Partido Democrático Venezolano.

Nuestra Convención apreció con clara perspicacia política la situación existente, y por eso no se limitó exclusivamente a rechazar la candidatura en marcha del general López, con lo cual se definió consecuente con su programa, con su razón de ser histórica, con su compromiso contraído con la democracia y con el pueblo, sino que fue más lejos: le planteó al PDV la necesidad de que definiera y precisara su actitud ante la candidatura de López Contreras.

El 27 de mayo fue publicada nuestra carta a ese partido. El directorio del PDV contestó, en lenguaje equilibrista pero bastante revelador, que el general López Contreras no sería su candidato. En esta forma contribuyó decisivamente nuestro partido a que quedara revelado siquiera parcialmente que no se cernía sobre el país el peligro de que el candidato de Miraflores fuera López Contreras y con él la posibilidad de que retornara legalmente al Poder quien está actualmente encarnando, sean cuales fuesen sus intenciones subjetivas, un movimiento político signado definitivamente con características de retroceso político y social.

Despejada esta incógnita, quedaba otra, ésta: ¿cuál era el hombre del régimen siquiera medianamente tolerable que pudiera ser concebido como una transición entre los Presidentes impuestos y el Presidente que construya el pueblo con la arcilla de su propio voto?

Analizando los candidatos viables, la Dirección del partido consideró que el que ofrecía un mínimo de garantías era el Dr. Diógenes Escalante. Voy a precisar las razones por las cuales lo hicimos, insistiendo en la explicación tan clara de nuestro presidente Rómulo Gallegos. Su alejamiento del país en cargos diplomáticos lo mantenía desvinculado de la zarabanda de desaciertos y peculados que caracterizan al actual gobierno de nuestro país; la circunstancia de ser Embajador en Washington, que es una especie de superministerio, le permitía conocer los problemas económicos fundamentales de Venezuela, que desembocan todos en la Casa Blanca. Su ausencia del país lo mantenía apartado de los altos sínodos camarillescos del pedevismo y su propia personalidad permitía que en torno de él se realizara una agrupación de fuerzas políticas y económicas desvinculadas del absorbente oficialismo, condición que hiciera posible sostenerlo en el Poder si se resolvía mañana a realizar y cumplir un programa propio de gobierno, desvinculado de la tutoría de Medina y del PDV; un programa de gobierno que le permitiera a nuestro país superar esta situación de pueblo gobernado primitivamente, tribalmente, que viene sufriendo desde hace tantas décadas. Analizada la situación así, la Dirección del partido acordó que viajáramos a Washington mi querido compañero el doctor Raúl Leoni y yo. Fuimos con los propios, con los pobres recursos de un partido que no tiene fuentes de ingresos inconfesables.

Viajamos con el pasaporte con que viaja cualquier hijo de vecino y la única autoridad venezolana que supo que nosotros salíamos para Estados Unidos fue la oficina encargada de expedir los pasaportes. Llegamos a Washington y allí conferenciamos con el doctor Diógenes Escalante. Le dijimos que en caso de que su candidatura fuera lanzada y él la aceptara nosotros sostendríamos en la Tercera Convención Nacional de Acción Democrática que se adoptara frente a esa candidatura una actitud de simpatía; que nosotros no haríamos pacto de ninguna clase con el PDV; que no saldríamos del brazo de los pedevistas a pregonar las excelencias de un régimen que hemos venido combatiendo desde 1936, que combatiremos hasta el último momento y que combatiremos hasta la hora de verlo desaparecer, barrido definitivamente del escenario político de Venezuela.

Le dijimos y precisamos al doctor Escalante que una de las causas fundamentales para que el pueblo venezolano no creyera en la pregonada democracia de este régimen, era la confusión tan totalitaria entre el partido del gobierno y el Estado, la confusión entre el PDV y el Ejecutivo; el apoyo de presidentes de Estado y de jefes civiles a las candidaturas pedevistas; la utilización de los dineros públicos, de los dineros de todos los venezolanos para financiar las campañas proselitistas del PDV. Y cuando el doctor Escalante insinuó la posibilidad de un gobierno de concentración nacional, le adelantamos que la Dirección del Partido no se mostraba inclinada a ocupar posiciones ministeriales en un gobierno no revolucionario si no se hubieran alcanzado previamente dos condiciones. La primera, que mediante sufragio libre, mediante constatación abierta ante el electorado, nosotros hubiésemos alcanzado en el Congreso Nacional, en las Asambleas Legislativas y en los Concejos Municipales una representación parlamentaria adecuada al volumen de militancia y de opinión no organizada que sigue nuestras consignas y que votaría por nuestros hombres. Y la segunda, que Acción Democrática no iría jamás a un gobierno como el pariente pobre que entra por la puerta del servicio a ocupar dos o tres de esos llamados “ministerios técnicos”. Nosotros somos un partido que no está constituido por literatos diletantes ni por mosqueteros románticos. Somos un partido político que se ha organizado para que este pueblo que está aquí congregado, para que el pueblo venezolano, vaya al Poder y nosotros con este pueblo a gobernar; pero vamos a gobernar cuando tengamos en nuestras manos las llaves claves del Estado; cuando tengamos en nuestras manos los ministerios a través de los cuales se decide la vida política, económica y social del país; porque a nosotros no nos interesa el gobierno para que dos o tres miembros del partido tengan carteras ministeriales: nos interesa para implantar y realizar un programa de salvación nacional.

Llegó Escalante a Venezuela. En el “Noticiero ARS”, ese noticiero que a la legua revela que está financiado por quién sabe cuál partida perdida en cuál capítulo de cualquiera de los presupuestos ministeriales; en ese Noticiero ARS no se vio a los hombres de Acción Democrática en el aeropuerto de Maiquetía; los retratos nuestros no salieron en los cocteles y fiestas para el doctor Escalante; los hombres de Acción Democrática no calentaron sillas en el Hotel Ávila; y cuando los hombres del partido oficial creyeron que nosotros teníamos arriada nuestra bandera oposicionista, encontraron de parte nuestra una respuesta tan cortés como enérgica: “¡No! Acción Democrática sigue siendo partido de oposición”.

En los muelles de Guaraguao, en el Estado Anzoátegui, nos esperaba a nuestro regreso el presidente de esa entidad federal, el doctor Pedro Cruz Bajares, y cuando nos propuso que aprovecháramos el paso por Barcelona para hacer un mitin conjunto de pedevistas y de acción-democratistas de respaldo a Escalante, le contestamos: “Acción Democrática, doctor Bajares, es un partido de oposición, y sigue siendo un partido de oposición”.

Dice ahora el Directorio Nacional del PDV que nosotros demostramos un “cálido entusiasmo” por la candidatura del doctor Escalante, y yo puedo decir aquí ante veinte mil personas, en un discurso que están tomando los taquígrafos, que será publicado en la prensa y en folletos, que si algo sabían de ese entusiasmo los miembros del directorio del partido oficial, es porque lo apreciaron por subjetiva adivinación, porque en ninguno de ellos, ni antes de nuestro viaje a los Estados Unidos, ni después de nuestro regreso de los Estados Unidos, mantuvo la Dirección del partido ninguna clase de conversación en torno a la candidatura del doctor Escalante.

Esto está bien aclarado ya, según creo. Nosotros, por las condiciones ya dichas, hubiéramos estado dispuestos a no combatir la candidatura de Escalante, a extenderle un cheque en blanco de confianza por unos cuantos meses al doctor Escalante, pero en ningún momento y en ninguna forma se nos hubiera visto salir a la plaza pública a decir que Venezuela estaba salvada porque el doctor Escalante iba a ser Presidente de la República.

Fracasó la candidatura de Escalante y fuimos llamados a Miraflores. Oímos de labios del señor Presidente de la República que a las diez de la mañana de ese día había resuelto excluir la candidatura del ex Embajador en Washington y que momentos antes que con nosotros había tenido una entrevista con el directorio pedevista para transmitirle ese punto de vista. Al día siguiente de esa primera entrevista tuvo una segunda entrevista nuestro partido con el jefe del Estado. Atendiendo a su requerimiento de oír la opinión del partido, se le llevó en una forma clara: nos pronunciamos por la escogencia de un candidato extrapartido, de un hombre en torno del cual pudiera hacerse una agrupación solvente de fuerzas políticas y económicamente responsables. Le dijimos que el problema de la sucesión presidencial no era un problema doméstico para resolverlo privativamente un partido político prevalido de las circunstancias de que mediante la imposición y el fraude tuviera una mayoría ilegítima en las Cámaras; que era un problema nacional que debía ser resuelto con criterio nacional. Creímos que ésta no sería la primera entrevista entre Rómulo Gallegos e Isaías Medina. Si se había iniciado una especie de consulta entre los partidos ya definidos categóricamente en su posición antilopecista, era de esperarse que se atendiera, que se escuchara, que se discutiera, que se debatiera el punto de vista de un partido que tiene cien mil militantes y en torno del cual gravita una masa inmensa de opinión.

Procedimos con ingenuidad. Una mañana circuló por los pasillos del Congreso la consigna que parecía inapelable: “tenia comisario el pueblo”; había sido escogido el doctor Ángel Biaggini para suceder a Medina. Sin muchos esfuerzos, sin mayor dificultad, el candidato de Medina se transformó en candidato del directorio pedevista, en candidato de la Asamblea Nacional pedevista y en candidato de la mayoría electora del Congreso pedevista. ¿Qué había sucedido? En concepto nuestro, descartada la candidatura de Escalante, aceptada casi a regañadientes, se echó mano de uno de los hombres más anodinos de la administración actual, del actual elenco burocrático del país, de un hombre que al frente del Ministerio de Agricultura y Cría, en una época de crisis profunda del abastecimiento nacional, apenas ha sido capaz de lanzar un decreto prohibiendo la matanza de vacas; del llamado “Ministro de Reforma Agraria”, ley que es algo semejante a esas casas invernales que construyen los termites, recogiendo una chamiza aquí y una hojita verde más allá; ley que no es otra cosa sino el resumen de todas las disposiciones sobre tierras existentes en la legislación venezolana con unos cuantos artículos demagógicos incorporados de la legislación de México. “¡Ministro de la Reforma Agraria!”. ¡Un hombre que en la dirección del Banco Agrícola y Pecuario no ha sido capaz de impulsar siquiera la parcelación de las enormes haciendas confiscadas al general Juan Vicente Gómez en 1936 y que continúan explotadas en la actualidad por administradores imbuidos en el mismo criterio estrecho de los coroneles de ayer!

Este candidato ha sido escogido, en concepto nuestro, porque su propia incapacidad política le impide aglutinar en torno suyo a corrientes de opinión independiente, ni siquiera a las corrientes de su propio raído PDV, y por lo tanto indefectiblemente tiene que ser tutorizado desde arriba por los altos sínodos pedevistas y por quien dentro de ese sínodo dice siempre la primera y última palabra: el general Medina Angarita.

Electo el doctor Biaggini nos encontraríamos en una situación muy semejante a la que vivió Venezuela en los días de Ignacio Andrade, quien tenía como único asidero, como único punto de apoyo y sustentación la espada caudillesca del general Joaquín Crespo. Y esa dualidad de gobierno, esa dualidad del poder existiría precisamente en una época difícil, porque el próximo quinquenio no serán cinco años de vacas gordas, porque aflorarán a la superficie, atropelladamente, todos los problemas económicos y fiscales creados por la guerra, porque será el quinquenio en que se construirá el oleoducto para conducir petróleo de Arabia Saudita al Mediterráneo, lo que puede significar la caída vertical de la producción del petróleo venezolano, y el petróleo venezolano es la alacena de que vive el gobierno; porque será el quinquenio durante el cual las disputas políticas que ya despuntan entre las grandes potencias se harán cada vez más agudas, y en ese período estará en Miraflores quien no podrá mandar: estará en la jefatura del Estado quien no podrá aglutinar en torno suyo a las fuerzas dinámicas de la economía y de la política venezolana; estará rigiendo los destinos del país un hombre que desde ahora se ha revelado perfectamente inapto para aglutinar corrientes de opinión. Eso explica el por qué apenas dos periódicos: El Tiempo por la tarde y la edición matutina de Últimas Noticias, están apoyándolo con fervor; por qué apenas lo siguen, con el PDV, las dos fracciones en que se ha dividido el Partido Comunista, las cuales están adheridas al partido oficial fatalmente, casi con fatalidad de ley física, como la sombra sigue al cuerpo, y como el rabo sigue al perro. Además, son “biagginistas” de pega unos pocos de los llamados políticos “independientes”, de esa especie de hombres-banda que quieren dirigir la partitura y al mismo tiempo tocar el violín y el trombón; de esos de quien dijo una vez irónicamente el estadista español don Manuel Azaña que eran hombres que se consideraban ellos solos un partido político.

Hay más, compatriotas: el fracaso como gobernante del doctor Biaggini significaría algo más que el descrédito político de un hombre y de un partido: significaría que se iría a pique una idea entrañablemente querida, apasionadamente sentida, acendrada a través de muchas generaciones por el pueblo de Venezuela: la idea del gobierno civil.

Es indudable que ya este país no quiere ver más, respetando y estimando profundamente al Ejército, a generales en jefe o generales de brigada en la Presidencia de la República. La Venezuela que estudia lo sabe, y la otra Venezuela lo intuye, porque, “aunque no sabe leer le escriben”, que el arte de gobernar es flexibilidad, espíritu de compromiso, diálogo esclarecido entre el Magistrado y el pueblo; condiciones estas de político militante, que no se concilian con la función del Ejército de mantenerse al margen de la ardorosa contienda partidista, cumpliendo su misión fundamental de defensa armada de los fueros de la soberanía. Por eso el pueblo de Venezuela ansía que la tradición civilista que se inició con José María Vargas, que tuvo sus manifestaciones transitorias con Pedro Gual y con Rojas Paúl, continúe. Pero si ese hombre civil fuera el doctor Biaggini, fracasaría no solamente él sino también la idea del gobierno civil y ganaría entonces prosélitos la tesis, la tesis de los teóricos y de los doctrinarios del despotismo, según la cual éste es un país de salvajes que no puede ser regido y gobernado sino con los métodos más drásticos.

Por todas estas razones nuestro partido se pronuncia por rechazar también la candidatura de Ángel Biaggini y por una fórmula que han esbozado los compañeros que me han precedido y que yo voy a profundizar y analizar más a fondo.

Hemos estudiado el panorama político del país, y en forma muy responsable quiero decir esta noche que nosotros conceptuamos muy grave la situación política de Venezuela. El régimen se ha escindido en dos frentes; cada uno de esos frentes tiene un general a su cabeza; y en Venezuela la experiencia histórica nos comprueba que nuestros generales no han dirimido sus contiendas en las plazas públicas con las armas civilizadoras de la palabra escrita y hablada: que han deslindado su contiendas en otros sitios y con otras armas, y que siempre ha sido el pueblo venezolano el cordero pascual, el “chivo expiatorio” en esa forma drástica y violenta como han resuelto sus conflictos y sus pugnas los generales de nuestro país. Y cuando digo pueblo no me refiero exclusivamente al hombre de blusa y alpargatas, sino a todos los sectores sociales desvinculados de las camarillas de la politiquería, cuyas vidas y haciendas han sido siempre afectadas por las guerras civiles. Nosotros vimos perfilarse esa amenaza cuando lanzó el general Medina la consigna de que con todas sus fuerzas se opondría a la candidatura del general López Contreras, y cuando éste le replicó diciéndole que acepta su candidatura con firmeza, que está dispuesto a ir a la defensa de lo que considera instituciones amenazadas y cuando reitera al día siguiente que en su casa, y no con fines de joya histórica, tiene guardado el uniforme de General en Jefe.

Ha sido precisamente nuestra tesis orientar en el sentido de buscarle una salida pacifica a la situación existente, a esa situación de pugna que puede devenir en violenta guerra civil. Y al discutir esta cuestión en la Cuarta Convención, todos los compañeros nos preguntamos: ¿es que ya no es la hora sonada de que se plantee el problema político venezolano en sus verdaderas dimensiones? ¿Es que un pueblo libre, un pueblo de libertadores, puede continuar admitiendo que cada cinco años sea un hombre o una camarilla quien le imponga gobernante? ¿Es que no puede nadie más gobernar a Venezuela que algunos de los escasos hombres que quedan del grupo político que viene monopolizando la Presidencia de la República? ¿Es que somos colectivamente una nación de dementes o de serviles crónicos, obligados a estar siempre conducidos por el cayado de unos cuantos tutores, cuando vemos a todos los pueblos de la tierra dándose sus propios gobiernos mediante libre consulta electoral en elecciones con sufragio directo, universal y secreto? Y entonces llegamos a la conclusión de que era sonado el momento de que volviéramos a aquella consigna que se abandonó en 1936, a aquella consigna cuyo triunfo hubiera impedido la continuidad del hilo constitucional gomecista; aquella consigna cuyo triunfo hubiera impedido lo que en definitiva sucedió: que el Estado de facto gomecista, el Congreso gomecista; el Ejecutivo gomecista, los jueces gomecistas, recibieran una lechada de juridicidad mentirosa.

………

En 1936, cuando acudió el Congreso a aquella fórmula socarrona de mitad y mitad para no autodisolverse, el mismo Congreso fijó en dos años el mandato de la mitad de los congresantes, el mandato de la mitad de los integrantes de ambas cámaras. La verdad es que esto es perfectamente realizable dentro del mecanismo constitucional de Venezuela, si no hubiera dentro de las dos fracciones del régimen lopecista y medinista el deseo de continuar perpetuándose en el gobierno contra la voluntad del pueblo y a espaldas del pueblo.

Podría argumentarse también que el pueblo de Venezuela no está capacitado para elegir un Presidente de la República mediante el sistema de sufragio universal y directo. Esto es lo que en el fondo piensan los mismos que andan prometiendo por allí en discursos y mensajes al Congreso que van a establecer el voto directo. Son tan socarrones y tan hipócritas como esos dueños de pulperías de lance, que colocan en las paredes de sus ventorrillos el consabido cartelito: “Hoy no fío, mañana sí».

Si se admitiera la tesis de que el pueblo venezolano no está capacitado para elegir su propio gobierno, tendríamos que admitir que sólo dos países de América son tan imbéciles colectivamente, son tan degenerados en su moralidad pública que no tienen capacidad para elegir Presidente, que son Haití y Venezuela, porque en el resto se hace la elección por sufragio universal directo y secreto, o bien mediante el sistema de delegados compromisarios, que también son auténtica expresión de la voluntad colectiva. Y si recorremos la historia constitucional de nuestro país, encontramos que desde la primera Constitución, la que hicieron los Padres de la Patria en 1811 hasta 1874, estaba establecido el principio de elección directa de Presidente de la República, que desapareció para ser sustituido por la fórmula de elección por el Consejo Federal hasta 1893, en que fue restablecido el primer sistema, el único realmente democrático. Y no fue sino en 1909, el año siguiente al golpe de Estado del 19 de diciembre, doce meses después de aquel día nefasto en que Venezuela comenzó a trajinar la etapa más bochornosa de su historia republicana, cuando se estableció el sistema de elección del Presidente de la República por el Congreso.

Rómulo Betancourt

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