En el día de ayer asistió quien escribe a un acto de especial significación familiar: la presentación del primer libro de su esposa, editado por la Fundación Empresas Polar. Nacha Sucre escribió, bajo la guía de la periodista y narradora Milagros Socorro, conductora del Taller “Periodismo y Memoria” de esa fundación, la historia de sus abuelos Sucre-Eduardo (Alicia Eduardo: Una parte de la vida).
El acto transcurrió en los hermosos predios de la Casa Lorenzo Mendoza para el Estudio de la Historia de Venezuela (situada entre las esquinas de Veroes a Jesuitas), y la esposa del suscrito compartió honores con su compañera y amiga Julieta Salas de Carbonell, quien transitó igualmente la ruta de una narración familiar (Caminos y fogones de una familia merideña).
Ambas autoras destacaron, en sus brevísimas palabras, la importancia del círculo familiar. Nacha Sucre, por ejemplo, se refirió al tino de la fundación al escoger esta clase de obras para su publicación, pues considera que la familia venezolana es, en esta hora de pruebas, “el reservorio de nuestra esperanza” y que es en su amor y su fuerza donde encontraremos las “claves necesarias” para superar la situación que agobia al país.
Milagros Socorro, a su vez, elevó el asunto al nivel de una verdadera tesis de sociología política. Al decir de la profesora, son las familias venezolanas, tanto las formadas por completo como las típicas (estructuradas matrifocalmente), el sistema social que está siempre allí para suplir las deficiencias de una “institucionalidad intermitente”.
En efecto, destacó la profesora, es la familia la que llena la nacionalidad incluso durante los repetidos eclipses de las instituciones, a lo largo de la azarosa historia venezolana. Es ella la institución que confiere el lenguaje, la matriz fundamental del pensamiento razonable; es ella la que establece los valores y las normas de la convivencia en las cabezas y corazones de nuestra gente.
Mientras hablaba, convocó a la audiencia a pensar en el ingente aporte de nuestras familias a la formación de su recurso humano, al tiempo y la energía y el sacrificio que acumulan los padres para proveer a sus hijos de oportunidades, a lo largo de muchos años de dedicación, para su desarrollo humano cabal, para su progreso intelectual y moral.
Pero dentro de las familias, por más que en muchas de ellas parezca que es el padre quien manda (quien lleva los pantalones), son las madres (como las autoras y la profesora) quienes son el verdadero centro solar de las comunidades familiares. A nuestro país vino, a dirigir durante tres décadas un laboratorio de Bioquímica y Microbiología en la Universidad Central de Venezuela, el biotecnólogo argentino J. F. del Giorgio, autor del libro The Oldest Europeans. Con el poder de la genética molecular en sus manos, del Giorgio adujo datos en apoyo de una teoría realmente sugestiva: que fueron las familias matricentradas de los vascos, los celtas, los etruscos, los escandinavos, la cuna de la cultura de la libertad.
Del Giorgio sostiene que el alto estatus de las madres paleolíticas pre-indoeuropeas indica que los niños criados en ese clima familiar tendían a desconfiar de los líderes fuertes y autoritarios. Entre nosotros, son también las madres quienes más pelean por la libertad de sus hijos, una fortaleza irreductible contra la que se estrellará cualquier designio de corte totalitario.
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