¿Es posible que el barril de petróleo se coloque en veinticinco dólares en menos de un mes? ¿Es posible que el precio del petróleo suba a cien dólares por barril antes de que el año concluya? ¿Es posible una guerra entre Venezuela y Colombia? ¿Es posible un golpe de Estado en Venezuela? ¿Es posible una guerra mundial? ¿Es posible un material superconductor económico a temperatura ambiente? ¿Es posible un ataque terrorista al Metro de Caracas o a las líneas de transmisión del Complejo del Guri? ¿Es posible ganarse el Kino? ¿Es posible que el próximo Presidente de Venezuela no sea miembro del Partido Socialista Unido de Venezuela? En términos generales ¿es posible una sorpresa política en este país?
Hace ya un buen tiempo desde que Yehezkel Dror caracterizara nuestra época como una en la que “la sorpresa se ha hecho endémica”. Ante esta situación, no obstante, es posible realizar un análisis constructivo, que nos permita manejarnos inteligentemente ante tal grado de incertidumbre.
En primer término, es conveniente caracterizar la incertidumbre que confrontamos. ¿Qué tipo de incertidumbre es?
La incertidumbre puede ser llamada incertidumbre cuantitativa cuando lo que ignoramos no es el tipo de eventos de posible ocurrencia, sino la probabilidad de que cada tipo ocurra. Esta clase de incertidumbre no es la más grave, aunque en algunos casos especiales puede llegar a ser muy molesta. Más profunda es una incertidumbre cualitativa, cuando es la forma misma de los eventos futuros lo que nos es desconocido.
Si se tratara de una incertidumbre del tipo cuantitativo, entonces habría ante ella dos cursos de acción disponibles. El primero consiste en tratar de reducir la incertidumbre, fundamentalmente por la obtención de más y mejor información. (Las encuestas de opinión que sean confiables, la información de primera mano respecto de los entretelones de Miraflores, son información que puede reducir este problema). Así, la labor de “inteligencia”—en el sentido en el que este término se emplea en la expresión “inteligencia militar”—es el primer camino. Es la labor primaria de las llamadas “salas situacionales”, tan de moda ahora entre circuitos opositores, a los que estas notas pudieran ser de alguna utilidad.
Ahora bien, nos encontramos ante una situación en la que aun la mejor inteligencia nos dejará con una incertidumbre residual, irreductible, y por tanto será necesario adoptar un expediente adicional al de los esfuerzos por reducirla. Este segundo camino es el de estructurar la incertidumbre residual, para tener la oportunidad de comprenderla mejor.
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Pero además está presente en la consideración de una sorpresa política en Venezuela la segunda y más insidiosa forma de incertidumbre: la incertidumbre cualitativa. Es decir, es posible afirmar la posibilidad de ocurrencia de eventos políticos que ni siquiera podemos describir en términos cualitativos.
Dror ha enumerado los rasgos de un modelo de confección de políticas (policymaking) apropiado a nuestras condiciones actuales, al que llamó el “modelo de apuesta difusa” (Policy-gambling: A preliminary exploration, 1985): “Una buena imagen para considerar la confección de políticas como apuesta difusa es la de un casino inestable, donde la opción de no jugar es en sí misma un juego con altas probabilidades en contra del jugador; donde las reglas del juego, las proporciones necesarias de suerte y habilidad y los premios, cambian en forma impredecible durante la apuesta misma; donde formas impredecibles de ‘cartas locas’ (tales como un ataque terrorista o la distribución de diamantes por millonarios pródigos) pueden aparecer súbitamente; y donde la salud y la vida de uno mismo y la de sus seres amados puede estar en juego, algunas veces sin uno saberlo”.
El modelo extremo de apuesta difusa involucra situaciones en las que la dinámica que da origen a los resultados de una decisión es desconocida y toma la forma de la indeterminación, la discontinuidad y los saltos cualitativos. (Por ejemplo, la Ley Orgánica de Procesos Electorales).
Algunas de las consecuencias de este estado de cosas son las siguientes:
a. Los resultados no pueden ser predichos ni en términos de posibilidades definidas ni en términos de riesgo, en el sentido técnico de distribuciones de probabilidad.
b. La adjudicación de probabilidades subjetivas es un acto que puede ser calificado de ilusorio.
c. La no-decisión, o las decisiones incrementales (modificación de las cosas “poquito a poco”), constituyen estrategias fútiles como modo de contener la incertidumbre, dado que la repetición del mismo acto o la misma política puede dar origen a resultados radicalmente diferentes en cada ocasión.
d. Los valores, y las metas mismas, pierden su constancia en la toma de decisiones, entre otras cosas a causa de cambios impredecibles en los contextos que establecen las prioridades.
e. Una mejor inteligencia, en el mejor de los casos, no puede hacer otra cosa que hacer más explícita la ignorancia.
Se está en presencia de una alta probabilidad objetiva de que eventos de baja probabilidad ocurran frecuentemente. En términos subjetivos, domina la sorpresa.
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Ésos son los rasgos de un caso extremo y abstracto de “apuesta difusa”, que, no obstante, puede ser más pedagógico a la hora de comprender el tipo de situación que confrontamos. Un modelo más cercano a la realidad modera la gravedad de esos rasgos y puede ser descrito, a su vez, en los siguientes términos:
a. Una cierta proporción de los resultados podrá ser prevista en términos de riesgo (estimación cuantitativa) y en términos de posibilidades (estimación cualitativa). La proporción restante adoptará la forma de configuraciones impredecibles, con discontinuidades y saltos.
b. En una cierta proporción, las situaciones podrán ser diagnosticadas como tendiendo más hacia la discontinuidad o como tendiendo más hacia la continuidad. En una cierta proporción la ignorancia domina, sin que exista la posibilidad de evaluar de antemano las situaciones como conducentes a la continuidad o a la ruptura.
c. La utilidad del empleo de probabilidades establecidas subjetivamente, y la del análisis de decisiones que se base en ellas, la constancia de valores y metas, la capacidad de la inteligencia para contener y reducir la ignorancia, etcétera, dependerán de una mezcla de incertidumbre e ignorancia.
d. Eventos considerados como de baja probabilidad ocurren con frecuencia variable y la sorpresa llega a ser endémica.
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Puede ser que esta última enumeración no parezca mejorar las cosas demasiado. Sin embargo, permite una aproximación más constructiva al asunto. Por ejemplo, será posible, al menos para el tratamiento de una parte de los posibles eventos políticos o la preadaptación a ellos, una clasificación de los mismos en cuatro categorías a considerar, según sea su probabilidad de ocurrencia y el grado de impacto que tendrían: 1. Eventos de alta probabilidad y alto impacto, para los que sería una locura no prepararse. (Verbigracia, la repetición de Chávez en la Presidencia de la República). 2. Eventos de alta probabilidad y bajo impacto, para los que no se requiere demasiada prevención, dado que modificarían poco el statu quo. (Por ejemplo, la instauración de un esquema opositor unitario para las elecciones parlamentarias). 3. Eventos de baja probabilidad y bajo impacto, los que pueden ser más o menos desatendidos. (Tales como una candidatura presidencial de Raúl Isaías Baduel). 4. Eventos de baja probabilidad y alto impacto, para los que es aconsejable, al menos, tener previsto un plan contingente, ya que de ocurrir aquéllos las cosas cambiarían significativamente. (Estos pueden ser, entre otros, la posibilidad de un verdadero outsider como Presidente o la posibilidad de un golpe de Estado militar).
Es importante advertir que en materia de la clasificación anterior, y para el propósito de este análisis, no se está calificando los impactos en términos de bondad o maldad. Un alto impacto puede ser positivo o puede ser negativo. Puede haber outsiders positivos y negativos; Chávez resultó ser, muy claramente, de este último tipo. (Es opinión de esta publicación, sin embargo, que aún el proceso problemático venezolano no ha llegado a un grado de deterioro tal que un golpe de Estado deje de ser francamente negativo, y que no es probable que un golpe de Estado militar conduzca de inmediato a una mejor forma de gobernar el país o a la solución de sus principales problemas).
Desde el punto de vista de las posibilidades que provee una situación tan turbulenta como la venezolana, es necesario advertir que aumentan las probabilidades de éxito de aventuras que intencionalmente busquen cristalizar a su favor las múltiples tensiones existentes, siempre y cuando sean bien ejecutadas y den realmente salida a tales tensiones. En Road maps to the future (Pergamon Press, 1980), Bohdan Hawrylyshyn decía lo siguiente: “En química, puede uno disolver más y más sólidos en una mezcla hasta que se alcanza el estado de saturación. Un solo cristal adicional puede entonces precipitar a todos los sólidos fuera de la solución. La historia reciente muestra que los eventos pueden ser precipitados en una forma análoga en sociedades en las que se acumulan demasiadas tensiones. Lo que se requiere entonces es sólo un catalizador. En Portugal puede haber sido un libro publicado por un general. En Irán, que también tenía un ejército fuerte y una implacable organización de seguridad interna, fue la voz de Khomeini, oída directamente (como del cielo) en cassettes de audio. En Polonia, el Papa, durante su reciente visita, pudo haber desencadenado casi cualquier conjunto de eventos según su escogencia”.
Es posible que la situación actual de la política venezolana corresponda a la situación de saturación descrita anteriormente en los términos de Hawrylyshyn. (Si esto es así, prácticamente ningún líder opositor de los que habitualmente actúan en la escena nacional tendría la potencialidad de ser el catalizador que cristalice, o mejor, canalice a su favor las tensiones. La gran mayoría de ellos han tenido ya exposición pública suficiente, por lo que, si hubiera sido percibido alguno como el líder buscado, hace tiempo ya que se hubiera producido la estampida y hace tiempo ya que esto se hubiera manifestado en los registros de opinión pública).
No todas las personas perciben, no obstante, la situación de esa manera, como inminencia de cambio radical. Sobre todo en personas de relativa alta cultura política, y que pertenecen de algún modo a las élites políticas o económicas, es marcada la tendencia a considerar la situación como pasajera y resoluble mediante expedientes más o menos tradicionales (o necios). Esto es una tendencia relativamente común. Alexis de Tocqueville destacaba, en L’Ancien Régime et la Revolution, la paradoja de la presencia evidente de los signos prerrevolucionarios y la ceguera de muchos de los actores sociales de Francia en 1789. “Ningún gran evento histórico está en mejor posición que la Revolución Francesa para enseñar a los escritores políticos y a los estadistas a ser cuidadosos en sus especulaciones; porque nunca hubo un evento tal, surgiendo de factores tan alejados en el tiempo, que fuese a la vez tan inevitable y tan completamente imprevisto… Las opiniones de los testigos oculares de la Revolución no estaban mejor fundadas que las de sus observadores foráneos, y en Francia no hubo real comprensión de sus objetivos aún cuando ya se había llegado al punto de explotar”.
Yehezkel Dror empleó varias sugestivas imágenes para el enfoque del tema en Cómo sorprender a la Historia (How to spring surprises on history). Por ejemplo, nos recordaba a Maquiavelo, para “considerar la posibilidad de convergencia entre oportunidades históricas raras (ocassione) que provee la historia (fortuna) y que pueden ser utilizadas por gobernantes que tengan las raras cualidades necesarias (virtu)”.
Dror ha ofrecido la tesis de que en el mundo contemporáneo la probabilidad de discontinuidades va en aumento, lo que proveería “situaciones en las que es posible estimular o hacer surgir algunas discontinuidades mediante la intervención consciente”. (Algunas variables exógenas—no controladas desde dentro de un sistema político en particular—así como tendencias de creciente aproximación a soluciones de crisis, son los tipos principales de factores que hacen aumentar las ocurrencias sorpresivas). A su juicio, son tres las situaciones que pueden justificar o motivar intentos conscientes de provocar mutaciones políticas: “a. Si las tendencias actuales son vistas como crecientemente negativas y cada vez más peligrosas para los valores aceptados. b. Si se ha dado un salto en los valores que lleva consigo un imperativo categórico de tratar de cambiar la realidad, aun cuando ésta sea satisfactoria para los valores previos. c. Si la realidad se percibe en cualquier caso como turbulenta y mudable, requiriendo respuestas bajo la forma de saltos en políticas como el único modo de tener, tal vez, feedback positivo, bien sea para evitar cambios negativos o para aprovecharse de oportunidades positivas”.
Es también útil tomar en cuenta los pocos comentarios tentativos que puede Dror ofrecer—él mismo reconoció que en este terreno se movía en terra incognita—ante el problema práctico de cómo planificar una sorpresa a la historia. Dice textualmente:
a. La selección y el éxito de intentos por mutar tendencias depende del macroanálisis de situaciones socio-políticas y político-estratégicas y su evolución. Algunas veces un solo individuo se muestra capaz de asir tales Gestalten. Pero, para hacerlo sistemáticamente, son necesarias unidades especiales compactas, altamente calificadas e interdisciplinarias. Los equipos de análisis político y de inteligencia del tipo convencional son incapaces de hacer el trabajo.
b. Es posible definir situaciones en las que se justifiquen intentos de ir más allá del incrementalismo y de sorprender a la historia. Ciertas tendencias al deterioro que constituyan amenazas cada vez más serias; ideologías y aspiraciones que no tengan chance sin rupturas radicales de la continuidad; una turbulencia histórica que o se vuelve demasiado riesgosa o provee oportunidades que no volverán; todo esto, como ya ha sido mencionado, son condiciones que pueden ser analíticamente diagnosticadas y que justifican políticas de shock.
c. Puede ser posible a veces el diseño de una política de shock como política dominante, la que en el mejor de los casos logra desplazamientos muy deseables en los eventos y que en el peor de los casos no involucra costos serios. En otras situaciones puede ser posible reducir los riesgos de fracaso o sus costos, mediante un sondeo y aprendizaje preliminares, construyendo sobre la base de la reversibilidad o por varias estrategias de “compensación de apuestas”. (Hedging). En vista de la incertidumbre de la postdiscontinuidad, las políticas de cambio radical usualmente confrontan riesgos irreductibles e indefinibles. Por tanto, a pesar de las posibilidades arriba mencionadas, tales políticas son intelectual y emocionalmente “apuestas difusas”. Todas las metodologías de confrontación de incertidumbre son útiles, pero de utilidad limitada.
d. La prudencia (que es un juicio de valor en “loterías”) requiere por tanto de un “análisis del peor caso”, en el que lo pésimo de la continuación de tendencias o de la no intervención en la turbulencia ambiental se compara con lo pésimo de los intentos de causar discontinuidad. La comparación de lo pésimo de la no intervención con lo óptimo de la intervención es un enfoque muy riesgoso que no puede ser recomendado. (Aunque, inherentemente, esto es un asunto de juicios de valor sobre las actitudes ante el riesgo). Por otra parte, la comparación de lo óptimo de la no intervención contra lo pésimo de la no intervención tampoco puede ser recomendada, por más que esto sea una difundida postura intelectual del incrementalismo y del conservatismo.
Por último, vale la pena considerar este párrafo de Dror sobre una de las condiciones esenciales a la mutación histórica: “Los emprendedores políticos (policy entrepreneurship) son un requisito para darle sorpresas a la historia. Requiere la existencia de políticos singulares que sean innovadores, anulen el conservatismo y quizás sean más aventureros, aceptadores de riesgo y propensos a apostar”. Y finalmente advierte: “Esto hace surgir un dilema: una demasiada concentración de poder en políticos singulares, o en un grupo muy pequeño de tomadores de decisiones, aumenta el peligro de la acción precipitada y la equivocación. Por otro lado, un sistema demasiado cuidadoso de frenos, contrapesos y controles mutuos puede impedir las innovaciones políticas radicales del tipo histórico-mutante. Los pequeños núcleos de políticos de alto nivel, auxiliados por pequeñas islas de excelencia bajo la forma de equipos altamente calificados, puede que sean lo óptimo para darle sorpresas a la historia. Este tipo de estructuras gubernamentales es aceptado en países democráticos bajo condiciones de crisis aguda”.
Habrá que ver si tenemos en Venezuela una crisis de esta clase.
luis enrique ALCALÁ
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