El peñero Ugueto

El peñero Ugueto

¿Qué condiciones necesita Venezuela para ser viable?

La sesión de hoy fue originalmente planteada como un debate entre tesis contrapuestas, las de las posibles contestaciones a la pregunta: ¿es Venezuela viable? Se suponía que un orador tomaría la afirmación a esa pregunta y otro le debatiría con la negación, y que después de su tratamiento por los miembros de la Peña, éstos votarían a la manera de un club inglés de debates. Alguna dinámica incomprensible transformó ese diseño en una estructura pentagonal: además de quien les habla, cuatro ponentes más—el padre Alejandro Moreno, Luis Penzini Fleury, Arnoldo Gabaldón y José Rafael Revenga—intentarán contestar una pregunta diferente: ¿qué condiciones necesita Venezuela para ser viable? Ya no será posible, creo, votar sobre estas proposiciones, pues el referéndum se complicaría mucho. Pero también creo que éste es un experimento interesante: un método que permite el asedio ocasional, de cuando en vez, de temas profundos en esta Peña. Hoy veremos cómo funciona.

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Naturalmente, acometer la pregunta levantada presupone una clara definición del término “viable”. El DRAE nos dice que viable es, primero y viniendo del francés viable, de vie o vida, “Que puede vivir. Se dice principalmente de las criaturas que, nacidas o no a tiempo, salen a luz con robustez o fuerza bastante para seguir viviendo”. También significa desde esa etimología: “Dicho de un asunto: Que, por sus circunstancias, tiene probabilidades de poderse llevar a cabo”. Luego añade que, igualmente del francés viable, pero esta vez viniendo del latín viabilis, de via o camino, significa “Dicho de un camino o de una vía: Por donde se puede transitar”.

En el caso de un Estado-nación, cuyos rasgos definitorios incluyen por sobre todo el carácter autónomo, para tomar soberanamente sus decisiones y establecer así su destino, la viabilidad debe referirse a la posibilidad de existencia sostenida del particular diseño político y económico de esa entidad. Preguntarse, pues, por las condiciones que harían viable a Venezuela debe entenderse como los rasgos o elementos que tendrían que estar presentes para que fuera sostenible la existencia de Venezuela como país independiente, como país también suficiente para el bienestar general de sus habitantes. En suma, para asegurar el logro de los dos propósitos fundamentales de cualquier Estado: la seguridad y la prosperidad de la Nación que lo crea y lo aloja.

Dice, por ejemplo, la Sección Tercera de la Declaración de Derechos de Virginia—13 de junio de 1776—: “Que el gobierno es, o debiera ser, instituido para el beneficio común, la protección y la seguridad del Pueblo, la Nación o la comunidad; que de todos los varios modos y formas de gobierno es el mejor aquel que sea capaz de producir el mayor grado de felicidad y seguridad y esté más eficazmente asegurado contra el riesgo de la mala administración; y que, cuando quiera que cualquier gobierno fuere encontrado inadecuado o contrario a esos propósitos, una mayoría de la comunidad tendrá un derecho indudable, inalienable e irrenunciable de reformarlo, alterarlo o abolirlo, en manera tal como sea juzgado más conducente al bien público”.

No está lejos de la noción de viabilidad, hablando de esquemas de desarrollo económico, el concepto de desarrollo sustentable, que es término de invención relativamente reciente. Aquí se pone la atención sobre las estrategias o modelos de desarrollo escogidos por una nación, para dilucidar si ellos son sostenibles en el tiempo.

Obviamente, es muy difícil que un país no sea viable, en el sentido de la posibilidad de que dejen de existir. Hasta un diseño tan terrible como el de Zimbabue se muestra resistente. Pero en el pasado se han dado casos de sociedades desaparecidas: Asiria y el reino etrusco ya no existen, Polonia dejó de ser una entidad política autodeterminada a la altura del Renacimiento, y tan recientemente como en el caso de Checoslovaquia, entidad política creada en los mapas del Tratado de Versalles, se produjo la escisión entre las repúblicas checa y eslovaca para alcanzar la viabilidad política. La pregunta, pues, tiene sentido.

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Llego a este análisis pentagonal con alguna ventaja, por cuanto me he metido antes con el tema. Hace veintitrés años y un mes, compuse mi primer ejercicio en Política Clínica, al que llamé Dictamen. En junio de 1986 escribía:

La exploración de Venezuela pone de manifiesto la coexistencia simultánea—y en gran medida interactuante—de varios síndromes, cada uno de los cuales es la asociación de un conjunto de signos. Los síndromes no son todos de la misma clase, pues corresponden a proce­sos patológicos de distinta gravedad o se mani­fiestan en distintos com­ponentes o estructuras sociales. Sin embargo, es posible re­sumir así el problema somático más importante de la actualidad venezolana: Ve­nezuela padece una insuficiencia política grave.

Tal insuficiencia se manifiesta agudamente en dos planos:

1. insuficiencia política funcional: el mal funcionamiento del sis­tema político impide la producción de respuestas suficientes a un conjunto de problemas, entre los que pueden ser citados un atraso en el desarrollo del tejido político (representatividad deficiente y escasa participación decisional), una ine­ficacia e ineficiencia judicial que pro­duce el contrasentido de la “injusticia judi­cial”, un grado acusado de corrupción administrativa, un desempeño anormal del sistema econó­mico que redunda en una anormal irrigación de recompensas econó­mi­cas. Llamamos a esta condición insuficiencia política funcional por cuanto se re­fiere al desempeño mismo del sistema político.

2. insuficiencia política constitucional: Venezuela, en tanto Estado independiente, no tiene real viabilidad política o econó­mica a largo plazo. No posee la escala poblacional necesaria como para sustentar una economía sólida y diversificada. No posee la potenciali­dad política como para ser realmente autó­noma. La interacción entre países es dominada por actores de gran tamaño y nivel de desarrollo. En ese teatro político inter­nacional, Venezuela tiene muy poca in­fluen­cia y es, inversamente, vulne­rada con gran facilidad.

En esa ocasión, por tanto, puse en duda la viabilidad de Venezuela en tanto polis independiente. En el mismo trabajo relaté lo siguiente:

En un famoso debate televisado entre Rafael Caldera y Arturo Uslar Pietri durante la cam­paña electoral de 1963, el primero de los nombrados quiso defenderse de las acusaciones de “izquierdismo” que Uslar infería a COPEI al recordarle que durante el gobierno de Me­dina Angarita, del que Uslar fue parte importantísima, el partido de gobierno de la época estableció alianzas electorales con el Partido Comunista de Venezuela, y que, además, du­rante ese período se estableció relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. En un des­cuido, Uslar Pietri se excusó diciendo que tales relaciones con los rusos se habían esta­ble­cido “por presión abierta y expresa del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica”.

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Ya creía entonces que, a lo interno, Venezuela estaba urgida de un cambio paradigmático en su práctica política, puesto que diagnosticaba que la etiología de su insuficiencia política funcional radicaba en una esclerosis del paradigma operativo de sus actores políticos convencionales.  Así ponía: Es a la causa fundamental de la insuficiencia política funcional venezolana, la esclerosis paradigmática de los actores políticos tradi­cionales, a la que hay que dirigir el tratamiento de base.

Ese tratamiento no es otro que la sustitución del paradigma prevaleciente—política del poder o Realpolitik, junto con la dicotomía izquierda-derecha—por un paradigma clínico de la Política. En Dictamen decía:

En principio hay dos vías para la curación de la esclerosis pa­radigmática: 1. el reemplazo, en los propios actores políticos tradicionales, de su paradigma político esclerosado por un paradigma político distinto; 2. la emer­gencia de actores políticos diferentes que traigan de una vez consigo el nuevo pa­radigma necesario.

La primera de las rutas terapéuticas parecería ser, en primera instancia, la ruta preferible. En teoría, se mantendría la anatomía del sistema. No sería necesa­rio descartar a los partidos tradicionales como vehículos de cambio y renovación. El problema es que esta terapéutica ya ha sido aplicada y ha fracasado. Los parti­dos han recibido, tanto desde dentro por proposición de algunos de sus miembros, como desde fuera, y en múltiples instancias, proposiciones de cambio en la orien­tación política. La resistencia de los actores políticos tradicionales ha sabido anu­lar o ignorar tales proposiciones.

La situación no ha variado sustancialmente desde entonces, y es por esto que considero difícil la sustitución paradigmática sin la emergencia de una nueva clase de asociación política, con un código genético diferente al de los partidos tradicionales.

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En relación con lo externo, a su vez, creía que sin la integración política de Venezuela en una entidad de escala superior, su viabilidad sería muy escasa o imposible a largo plazo. Como apunté el lunes pasado, al seguir el modelo integracionista de la Unión Europea, que comenzó por lo económico, hicimos más difícil la integración política, que los Estados Unidos lograron desde su mismo inicio.

Las recientes ejecutorias del Estado venezolano, sin duda, han aumentado la presencia internacional de Venezuela y su influencia. Esto no quiere decir, sin embargo, que por tal cosa seamos más viables a largo plazo. El actual gobierno venezolano ha procurado aliarse con regímenes forajidos o en grupo de ideología similar, pero su agresividad depende, más aun que en el pasado, de una economía monoproductora y monoexportadora., la que en sí misma es inviable a largo plazo. Es decir, la rigidez y debilidad económica que impone esta condición, si va a permitir la supervivencia de Venezuela como nación independiente, conducirá inevitablemente a una debilidad creciente.

La integración política en una entidad de orden superior sigue siendo una necesidad. El perímetro obvio y natural, tanto por razones de continuidad geográfica como de historia bolivariana, era el de la Comunidad Andina. El delirante esquema del actual Presidente de la República ha hecho lo posible por destruir esa posibilidad.

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Un apunte final sobre, no ya condiciones somáticas funcionales o constitucionales, sino sobre el asunto de la psiquis venezolana. Ya antes del actual régimen Venezuela padecía la condición de sociedad culpable. Decía en Dictamen: “Reiteradamente, la mayoría de los diagnosticadores sociales nos restriega la culpa de nuestra desbo­cada conducta económica en nues­tro pasado inmediato. Esto viene haciéndose desde hace ya varios años de modo sistemático”.

Por esto proponía:

La dimensión del atragantamiento de divisas provenientes del ne­gocio pe­trolero ha sido enorme. Bajo otra luz distinta a la que habi­tualmente se dispone para el análisis de este proceso, bien pudiera re­sultar que halláramos mérito en nuestra sociedad, pues tal vez nos hubiera ido peor, con una menor capacidad de absorción del impacto.

En términos relativos, además, nuestra conducta se compara con similitud ante la de otros países. El Grupo Roraima, en importante tra­bajo sobre la inade­cuación de ciertos axiomas clásicos de nuestra polí­tica económica, no hizo más que constatar la semejanza de comporta­mientos de Venezuela con los de países que, con arreglo a otros indi­cadores, son habitualmente considerados como más desarrollados que nosotros. (Reino Unido, por ejemplo). Es conocido el regaño que Hel­mut Kohl imprimiera a sus compatriotas en el discurso inaugural como Primer Ministro de la República Federal Alemana, hace sólo tres años. La revista “Time” exhibió crudamente la conducta económica desarre­glada de muy grandes contingentes de norteamericanos en un famoso artículo de 1982. Etcétera.

Esto es importante constatarlo, no para refugiarnos en el con­suelo de los ton­tos, el mal de muchos, sino para salir al paso de mu­chas implicaciones, explícitas e implícitas, que suelen poblar la cons­tante regañifa que, desde hace años, soporta el pueblo venezolano. Es decir, implicaciones que establecen comparación desfa­vorable de nuestra inadecuada conducta con la supuestamente regular conducta de países “realmente civilizados.”

Está bien, ya basta. Nos comportamos mal. Dilapidamos. Pero ya basta. No tenemos siquiera ahora la capacidad de dilapidar. Es hora de emprender otra clase de reflexión que no sea la abrumante de la auto­flagelación.

Más aún. Ya basta de hacer residir la explicación de estos hechos en una su­puesta tara congénita del venezolano, en “huellas perennes”, en la inferioridad del español ante el sajón, en la costumbre de la flo­jera indígena o la tendencia festiva del negro. Es necesario acabar con esa prédica, porque ella realimenta el síndrome de la sociedad culpa­ble, que nos anula.

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En suma, quiero postular hoy que nuestra viabilidad como Estado-nación dependerá de un cambio paradigmático en nuestra actividad política, de una integración política de Venezuela en una confederación compatible y de un repudio de prédicas negadoras de nuestra propia autoestima.

En verdad, el asunto depende de nosotros. Pero no de un nosotros que se entienda en homogeneidad con los miembros de esta peña, sino de un nosotros más amplio que abarque a la totalidad de nuestros conciudadanos.

Allá por 1998 escribí:

Depende, por tanto, de la opinión que el líder tenga del grupo que aspira a conducir, el desempeño final de éste. Si el liderazgo nacional continúa desconfiando del pueblo venezolano, si le desprecia, si le cree holgazán y elemental, no obtendrá otra cosa que respuestas pobres congruentes con esa despreciativa imagen. Si, por lo contrario, confía en él, si procura que tenga cada vez más oportunidades de ejercitar su inteligencia, si le reta con grandes cosas, grandes cosas serán posibles.

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