Fichero

LEA, por favor

Entre nosotros, los venezolanos, no carecemos de fanáticos. Unos cuantos entre ellos son verdaderos creyentes en el sentido de Eric Hoffer (The True Believer, 1951). Hoffer mostró en su célebre ensayo cómo es que el fanático de un extremo puede, con pasmosa facilidad, convertirse en militante radical del extremo contrario. La causa es menos importante que el propio fanatismo.

Así, se consigue uno con ejemplares antaño militantes de causas izquierdistas que, a la vuelta de pocos años, postulan un panteón en el que Ronald Reagan y George W. Bush son dioses fundamentales. El suscrito se topó con uno de ellos en 1996: un economista que antes gravitaba en las filas del Movimiento Al Socialismo (MAS) proponía entonces que el bolívar fuera anclado en el dólar. Cuando se le observó que tal cosa tendría como efecto la transferencia de nuestra soberanía monetaria a la Reserva Federal de los Estados Unidos, contestó lisamente que prefería que Alan Greenspan le cuidara sus reales antes que lo hiciera Antonio Casas González, a la sazón Presidente del Banco Central de Venezuela.

En los mismos Estados Unidos, por supuesto, ha habido especímenes notorios de esa clase. Uno de ellos fue Karl Hess, que alcanzó notoriedad como escritor de discursos para Barry Goldwater, candidato del Partido Republicano en su campaña de 1964 contra Lyndon Johnson. Justamente en el discurso de aceptación de su candidatura en la convención republicana, Goldwater empleó una frase que Hess le suministrara: “El extremismo en defensa de la libertad no es un vicio; la moderación en la búsqueda de la justicia no es una virtud”. (Hess admitiría luego que se trataba de una paráfrasis de Cicerón, tomada a su vez de un historiador del período de Abraham Lincoln).

Cuando Goldwater fue apaleado por Johnson en las urnas, la desilusión de Hess lo llevó a anotarse en el radicalismo de izquierda, afiliándose a nada menos extremista que el movimiento de los Black Panthers, cuyos líderes se confesaban socialistas o comunistas. Finalmente, Hess emergería como teórico de un “anarco-capitalismo” negador de la política misma.

En marzo de 1969 logró que la revista Playboy le publicara el artículo “La muerte de la política” (The Death of Politics), del que la Ficha Semanal #251 de doctorpolítico reproduce sus secciones de inicio y de cierre. Es una pieza clásica del lenguaje radical antipolítico.

Los personajes como Hess constituyen una cepa resistente de la biota política. Ocasionalmente, son útiles como campaneros de la injusticia, pero la mayor parte del tiempo son sus opiniones un factor corrosivo de las posibilidades de hacer política civilizada. Todas las sociedades los incluyen desde la antigüedad, y la nuestra no es una excepción a esa regla.

LEA

Antipolítica pura

Éste no es tiempo de política radical, revolucionaria. No todavía. A pesar del descontento, los motines, la disensión y el caos, la política de hoy es reaccionaria. Tanto la izquierda como la derecha son reaccionarias y autoritarias. Es decir: ambas son políticas. Sólo procuran revisar los actuales métodos de adquirir y blandir el poder político. Los movimientos radicales y revolucionarios no buscan revisar sino revocar. El blanco de la revocación debiera ser obvio. El blanco es la política misma.

Los radicales y los revolucionarios han puesto sus miras en la política desde hace ya un buen tiempo. Mientras los gobiernos fracasan por el mundo, mientras millones toman conciencia de que el gobierno nunca ha podido y nunca podrá manejar los asuntos de los hombres con humanidad y eficacia, la propia inadecuación del gobierno emergerá, al fin, como la base de un movimiento verdaderamente radical y revolucionario. Entretanto, la posición radical-revolucionaria está sola. Es temida y odiada, tanto por la derecha como por la izquierda, aunque ambas tengan que tomar prestado de ella para sobrevivir. La posición radical-revolucionaria es el libertarismo, y su forma socioeconómica es el capitalismo del laissez-faire.

El libertarismo es la visión de que cada hombre es el dueño absoluto de su vida, para usarla y disponer de ella según crea conveniente: que todas las acciones sociales del hombre debieran ser voluntarias: y que el respeto a idéntica propiedad de la vida en el otro y, por extensión, a la propiedad y los frutos de esa vida, es la base ética de una sociedad humana y abierta. Desde este punto de vista, la única—repito, única—función de la ley y el gobierno es la de proveer la clase de defensa propia contra la violencia que un individuo, si fuera lo suficientemente poderoso, proveería por sí mismo.

Si no fuera por el hecho de que el libertarismo admite libremente el derecho de los hombres a formar voluntariamente comunidades o gobiernos sobre esa misma base ética, el libertarismo pudiera ser llamado anarquía.

El capitalismo del laissez-faire, o anarco-capitalismo, es simplemente la forma económica de la ética libertaria. El capitalismo del laissez-faire abarca la noción de que los hombres debieran intercambiar bienes y servicios, sin regulación, sólo sobre la base de valor por valor. Reconoce la caridad y los emprendimientos comunales como versiones voluntarias de esta misma ética. Tal sistema sería el trueque directo, de no ser por lanecesidad ampliamete sentida de una división del trabajo en la que los hombres, voluntariamente, aceptan símbolos de valor como el dinero y el crédito. Económicamente, este sistema es, con orgullo, la anarquía.

El libertarismo es rechazado por la izquierda moderna, que predica el individualismo pero practica el colectivismo. El capitalismo es rechazado por la derecha moderna, que predica la empresa pero practica el proteccionismo. La fe libertaria en la mente de los hombres es rechazada por los religionistas que sólo tienen fe en los pecados del hombre. La insistencia libertaria en que los hombres deben ser libres de hilar alambre de acero tanto como sueños de humo es rechazada por los hippies, que adoran la naturaleza pero desprecian la creación. La insistencia libertaria en que cada hombre es un territorio soberano de libertad, y su lealtad primaria es consigo mismo, es rechazada por los patriotas que cantan libertad pero también gritan estandartes y límites. No hay en el mundo de hoy un movimiento operante que esté basado en una filosofía libertaria. Si lo hubiera, se encontraría en la anómala posición de emplear el poder político para abolir el poder político.

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El poder y la autoridad, como sustitutos del desempeño y el pensamiento racional, son los espectros que obsesionan al mundo de hoy. Son los fantasmas de ayeres maravillados y supersticiosos. Y la política es su pariente. La política, a través del tiempo, ha sido una negación institucionalizada de la capacidad del hombre de sobrevivir a través del empleo exclusivo de todos sus propios poderes para su propio bienestar. Y la política, a lo largo del tiempo, ha existido sólo mediante los recursos que ha sido capaz de saquear de la gente creativa y productiva a la que, en nombre de muchas causas y moralismos, ha denegado el empleo exclusivo de todos sus propios poderes para su propio bienestar.

En última instancia, esto debe significar que la política niega la naturaleza racional del hombre. En última instancia, significa que la política es sólo otra forma de magia residual en nuestra cultura, una creencia en que de alguna manera las cosas surgen de la nada; que las cosas pueden ser dadas a alguien sin primero tomarlas de otros; que todas las herramientas de la supervivencia del hombre son suyas por accidente o derecho divino y no por pura y simple inventividad y trabajo.

La política ha sido siempre la forma institucionalizada y establecida con la que algunos hombres han ejercido el poder para vivir del producto de otros hombres. Pero incluso en un mundo hecho dócil a estas exigencias, no es necesario que los hombres vivan devorando a otros.

La política devora a los hombres. Un mundo de laissez-faire liberaría a los hombres. Y es en esta suerte de liberación que la más profunda revolución entre todas está justamente comenzando a agitarse. Ella no ocurrirá de la noche a la mañana, así como las luces del racionalismo no se encendieron con rapidez y aún no iluminan brillantemente. Pero ocurrirá, porque tiene que ocurrir. El hombre sólo puede sobrevivir en un universo inclemente mediante el uso de su mente. Sus pulgares, sus uñas, sus músculos y su misticismo no serán suficientes para mantenerlo vivo sin ella.

Frank Hess

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