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Por si no fuese suficiente el marcado crecimiento del rechazo interior a su régimen, las coordenadas internacionales se han estrechado significativamente para el presidente Chávez. Varios actores del mundo se disponen a tomarse en serio lo que Hugo Chávez realmente significa.

En muy sintomática decisión, el papa Benedicto XVI, por ejemplo, acaba de nombrar a quien fuera hasta hace nada el tercer hombre más influyente de la cancillería vaticana, monseñor Pietro Parolin—al que en el proceso elevó al rango de arzobispo—como nuevo Nuncio Apostólico en Venezuela. Es a este experimentadísimo diplomático a quien el Papa confía el delicado manejo de las relaciones de la Santa Sede con el gobierno venezolano, en momentos cuando la Iglesia Católica local se apresta a enfrentar el recrudecimiento de la Kulturkampf oficialista, una de cuyas expresiones es la aprobación de la Ley Orgánica de Educación. (El Arzobispo de Caracas, cardenal Jorge Urosa Savino, ha llegado tan lejos como excitar a los venezolanos a ir más allá de una mera protesta contra la ley, en su creencia de que un referéndum popular puede anularla).

Pero es sin duda la dinámica de las relaciones de Venezuela con Colombia el foco principal de los problemas exteriores de nuestro país. Es tanto así, que el pobre Manuel Zelaya ha desaparecido prácticamente de las pantallas de la cancillería venezolana, dado el grado de tensión y el sentido de inminencia que el gobierno confiere a su confrontación con el de Uribe Vélez.

Lo último que se le ha ocurrido a quien conduce nuestra política exterior ha sido entrometerse en terreno de la exclusiva soberanía de Colombia, al urgir a sus seguidores para que estrechen lazos con socialistas colombianos. (El domingo 23 de agosto, Últimas Noticias publicó las Líneas de Chávez—”¡Sabanas de mi cariño!”—, en las que puso: “Hoy, los pueblos de Venezuela y Colombia, que somos en verdad un mismo pueblo, debemos buscar en mayor profundidad esas comunes y heroicas raíces, para relanzar el proyecto unitario convirtiéndolo en poderoso movimiento gran nacional bolivariano”). Naturalmente, Colombia protestó las declaraciones de Chávez en la Organización de Estados Americanos y, también naturalmente, el embajador venezolano ante el organismo elevó sus propias acusaciones. El presidente venezolano ordenó a Nicolás Maduro, Ministro de Relaciones Exteriores, prepararse para la ruptura de relaciones con Colombia.

En el fondo de todo, es el anunciado acuerdo para ampliar el acceso militar estadounidense a siete bases colombianas—con el propósito ostensible de intensificar la lucha contra el narcotráfico y la guerrilla—la raíz del malestar venezolano, aunque también el affaire de los cohetes antitanque de origen venezolano capturados a las FARC. (En sus “líneas” dominicales escribió el Presidente: “Vaya para todo el pueblo colombiano, una vez más, nuestra palabra solidaria, nuestro mensaje de aliento, de fraterna solidaridad ante el gigantesco atropello a su soberanía y a su dignidad, que no otra cosa es, en instancia primera, el horrendo hecho de la instalación de siete bases militares gringas en su territorio”).

Pero no es únicamente en Venezuela donde el plan Obama-Uribe suscita incomodidad. El senador colombiano Juan Manuel Galán opina que los términos del acuerdo colombo-estadounidense son ambiguos, y su colega Cecilia López que ese plan ha debido debatirse en el Congreso de Colombia, al preguntar por qué tanto secreto ha rodeado al acuerdo. (En el #344 de esta carta se tomó nota de la siguiente declaración del Secretario de la Conferencia Episcopal colombiana: “[Uribe] tendría que haber hecho una consulta y después tomar una decisión. Esto fue un poco un exabrupto y todos nos sentimos como invadidos, ya sentíamos como a los gringos alrededor”).

Ambos gobiernos, pues, escalan posiciones. El gobierno de Uribe, por caso, ha expresado interés en debatir en UNASUR el tema de la compra de armas por parte de gobiernos de la región, con la inocultable intención de cuestionar el armamentismo venezolano.

Ahora bien, si Venezuela ha interrumpido la relación comercial con Colombia y se apresta a cortar la diplomática, y si entiende que todo el asunto es una nueva trapacería del imperio de los Estados Unidos, ¿por qué, en aras de la consistencia, nuestro gobierno no suspende relaciones diplomáticas y comerciales con los Estados Unidos?

¿Pudiera explicar esto el maduro canciller?

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