Mientras ponemos atención a nuestros problemas políticos domésticos—y su irritante constancia ocupa buena parte de nuestra conciencia disponible—, grandes y preocupantes procesos ocurren en lo que que Adlai Stevenson llamó la nave espacial de la Tierra, quizás sin saber que Henry George ya había usado la metáfora Tierra-nave en su libro Progreso y pobreza de 1879.
En 1965 dijo Stevenson en discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: “Juntos viajamos, pasajeros de una pequeña nave espacial, dependiente de sus vulnerables reservas de aire y de suelo”. Es esta nave—por ahora única—la que se está recalentando.
El viernes de la semana pasada la revista Science publicó un estudio con el que un consorcio de científicos, dirigido por Darrell Kaufman, de la Universidad del Norte de Arizona, reconstruyó un registro de las temperaturas árticas, década por década, de los últimos dos mil años. El más escueto y brutal de sus hallazgos es el siguiente dato: la década de los años noventa del siglo veinte, ha sido la más caliente desde que naciera Jesús de Nazaret.
Los científicos obtuvieron innumerables muestras de sedimentos en catorce lagos del Ártico, que correlacionaron inequívocamente con otros dos marcadores: anillos en árboles y núcleos de hielo. Hasta el siglo XX, la tendencia de la temperatura del Polo Norte fue la de progresivo enfriamiento, como consecuencia de bamboleo de la Tierra en su órbita alrededor del sol.
Pero, en la última década, las temperaturas de verano en el Ártico han sido de 1,4 grados centígrados por encima de lo esperado según la tendencia referida, y 1,2 grados por encima de las registradas en 1900.
El culpable de esta historia, más probablemente, es la acumulación de gases de invernadero como resultado del empleo de combustibles fósiles, la deforestación y otras actividades humanas. Uno de los coautores del estudio, David Schneider del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de los Estados Unidos, indicó: “Este estudio nos provee un registro de largo plazo, que revela cómo los gases de invernadero de las actividades humanas están abrumando el sistema climático natural del Ártico”. Somos nosotros quienes recalentamos el planeta, y no es tan fácil echar agua a su radiador.
¿Qué hace un país como Venezuela, productor y comercializador de combustibles fósiles, ante un problema de tan grande y peligrosa magnitud? En sistemas tan complejos como el clima, no todos los cambios son graduales. Hay algunos que son repentinos y masivos, como la enorme mutación que, hace unos 5.500 años, súbitamente transformó en lo que hoy es el desierto del Sahara lo que antes eran praderas que alimentaban animales que en ellas pastaban.
Es nuestra obligación examinar nuestra responsabilidad como nación en el problema inmenso del calentamiento planetario.
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