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Por estos días corre, en predios donde el análisis político es sofisticado, una preocupación opositora por el efecto desmoralizador que pudieran tener resultados adversos, en las inminentes elecciones de concejales y miembros de juntas parroquiales, sobre el desempeño en las elecciones más cruciales y portentosas de la Asamblea Nacional.

Una tal inquietud no existiría, por supuesto, si no se temiera que el oficialismo volverá a arrasar en las primeras elecciones. Las referencias recientes no son, naturalmente, muy esperanzadoras. En el referéndum celebrado el 15 de febrero, el gobierno ganó en 281 municipios del país, mientras que la oposición solo logró triunfar en 54 de ellos.

Sin duda, la elección de concejales y miembros de juntas parroquiales no es lo mismo que un referéndum polarizador a nivel y escala nacionales. En principio, esos funcionarios están más cerca de los problemas del ambiente vecinal y urbano de los habitantes, y más alejados de las grandes cuestiones ideológicas que se dirimen en el teatro político general. La proximidad de los candidatos a sus comunidades les hace más evaluables en términos de su posible aporte a la solución de problemas más cotidianos e inmediatos.

No obstante, hay un efecto perverso de la conducta reciente del gobierno central sobre esa razonable presunción. Al haber enfilado, a partir de los resultados del 23 de noviembre de 2008, contra las alcaldías y gobernaciones ganadas por candidatos de oposición, al recortar o regatear los recursos de las mismas, emite una terrible señal: que la existencia de un acueducto o de una escuela municipal, que la eficaz vigilancia policial de los vecindarios, que la puntualidad del aseo urbano, va a depender de la sumisión de los concejales y miembros de juntas parroquiales a los designios del Palacio de Miraflores, por cuanto no habrá recursos para quienes le adversen; antes bien, experimentarían todo género de obstáculo y entorpecimiento. Ergo, por mero y sencillo interés local, convendrá votar por candidatos cuadrados con el gobierno nacional; sólo así llegarían los recursos para el asfaltado de nuestras calles o la construcción de las cloacas que necesitamos.

Se trata de una brutal política de deslealtad con el pueblo, aunque de probable eficacia electoral a corto plazo solamente. Porque, si elegimos a favoritos del chavismo porque nos darían la mejor probabilidad de que haya recursos para el trabajo sobre problemas municipales y parroquiales, y la realidad resultare ser de expectativas insatisfechas por incumplimiento, la factura política no se hará esperar, a interés compuesto, en subsiguientes elecciones.

A lo mejor el gobierno fue tan diabólico como para prever ese efecto perverso. A fin de cuentas, casi que se dedica exclusivamente a planificar confrontaciones y diseñar tácticas abusivas para reducir y maniatar a la oposición. Pero es una política que no prosperará a plazo mediano y largo: el pueblo aprende cuáles son los gobernantes que se conducen de manera gangsteril, el pueblo conoce cómo se comportan ciertos actores cuando tienen el poder.

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