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Probablemente sea el más controversial Premio Nóbel de la historia el de la Paz concedido hace días al Presidente de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama. Principalmente sus enemigos políticos, los republicanos de allá—y los de aquí también—han hecho su agosto en octubre, criticando la decisión noruega, con escasas excepciones como la de John McCain.

La evaluación general de la asignación parece ser negativa. Se ha reportado que casi 70% de los usuarios de Twitter—no menos de tres millones de personas—no entiende el sentido de la premiación a un presidente que ni siquiera ha cumplido un año en el cargo, y cuyos logros en pro de la paz mundial se sitúan hasta ahora en el plano de la retórica.

Pero otros creen entender que el premio ofrecido a Obama—quien se sumó él mismo a los incrédulos—es un espaldarazo a su explícita agenda, la que ciertamente ha podido crear un clima de distensión y esperanza. Uno entre quienes aprueban la concesión es, interesantemente, Fidel Castro, que escribió: “Muchos opinarán que no se ha ganado todavía el derecho a recibir tal distinción. Deseamos ver en la decisión, más que un premio al presidente de Estados Unidos, una crítica a la política genocida que han seguido no pocos presidentes de ese país, los cuales condujeron al mundo a la encrucijada donde hoy se encuentra”. El anciano dictador cubano calificó la distinción conferida a Obama como “positiva”.

Su “hijo” putativo, en cambio, pareciera estar ardido con el asunto, a juzgar por los días que lleva hablando críticamente del tema. Ayer anunció al mundo, para que no se le tilde de envidioso, que él rechazaría el Premio Nóbel de la Paz si algún día el comité de Oslo se lo concediera. En lenguaje que los noruegos entenderían fácilmente comentó: “El Premio Nóbel para Obama es algo así como si llegase Diosdado y, como él es pitcher, convoca una rueda de prensa y dice este año voy a pichar y voy a ponchar a diez por juego y no me van a sacar ni una sola carrera. Efectividad cero-cero. Y resulta que al día siguiente le dan el Cy Young”.

Hugo Chávez no corre el más mínimo riesgo de recibir algún día el Premio Nóbel de la Paz, porque si Obama sólo habla de paz, él sólo habla de guerra. Al ya vetusto método de gerenciar por objetivos, él ha sabido sumar el de gerencia por rabietas. La última: la estatización del Hotel Margarita Hilton. También ayer justificó la intempestiva medida con el resentimiento, al decir que el Estado venezolano era un accionista minoritario del negocio, y que para alojar en el hotel la cumbre África-Sudamérica había tenido que pedir permiso.

Cuídese, pues, todo venezolano de exigir la petición presidencial de permiso, así sea para entrar a su casa.  El riesgo de semejante pretensión es ser expropiado. (“En Venezuela no hay tierras privadas. Así lo digo”, Hugo Chávez dixit). No hace falta otro justificativo que haber irritado el humor del Presidente.

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