El bolívar fuerte no lo era tanto, a juzgar por la devaluación ordenada y anunciada ayer por el Presidente de la República.
Volvemos a los tiempos de RECADI (Régimen de Cambio Diferencial) en la época de Jaime Lusinchi. Apartando el mercado paralelo del “dólar permuta”, en el que Chávez prometió intervenir y PDVSA es el principal oferente, ahora habrá dos pisos oficiales de intercambio de las monedas venezolana y estadounidense.
El misericordioso dólar CADIVI, a Bs. F. 2,15 por unidad, ha fenecido, y en su lugar, como una ameba que se divide, han quedado un dólar a Bs. F. 2,60 y otro, el “petrolero”—váyase a saber por qué este nombre tan inadecuado—, a Bs. F. 4,30, en burda psicología que aspira a sugerir que hemos regresado a los tiempos “del cuatro treinta”, del “ta barato, dame dos”. La tasa menos exigente se aplicará a “sectores prioritarios como salud, alimentación, y ciencia y tecnología. También abarcará a las importaciones del sector público, remesas familiares, estudiantes en el exterior, consulados y embajadas acreditadas en el país, jubilados, pensionados y algunos otros casos especiales”. (Yaneth Fernández, El Universal). El resto de la economía deberá hacer cola en CADIVI para obtener dólares a 4,30, lo que en todo caso es una ganga para quienes se vieron forzados a pagar bastante más para financiar sus importaciones en el mercado informal, al haberse producido gran viscosidad y hasta clausura de los canales de la casa de cambios oficial.
Desde el punto de vista estrictamente macroeconómico, se trata de una medida largamente esperada que será bien recibida internacionalmente. Walter Molano, analista de BCP Securities, cree que “ayuda al alivio de los achaques fiscales del país y lo pone en un pie macroeconómico más firme”. La posición de la deuda venezolana debiera mejorar. Por otro lado, las empresas venezolanas pasan súbitamente a ser más competitivas, con menores precios de sus productos exportables y una competencia interna de la importación en desventaja. Como es característico en él, el presidente Chávez presentó la cosa como decisión que marca una nueva época: “Lo que queremos con estas medidas es estimular la política exportadora; que Venezuela sea un país que exporte y dejar de estar dependiendo exclusivamente del petróleo”.
Pero, primeramente, resulta descarada esa declaración en un gobierno que no ha hecho otra cosa que reforzar el esquema petrolero-rentista de la economía nacional, al tiempo que ha sometido a asedio terrorista a la economía no petrolera. Luego, no estamos ya en momentos de recetas económicas simplistas, y la momentánea ventaja que se confiera a los exportadores se demostrará insuficiente. Tan temprano como en 1986, la economista Carlota Pérez (edición aniversaria de la revista Número) alertaba: “Claro que la tasa de cambio es una variable importante para una política exportadora y no niego que su manipulación sea eficaz para algunos productos y por cierto tiempo. Pero, como estrategia sólida y permanente esa ruta no es más que un espejismo. Sin entrar a discutir el problema del alto contenido importado de nuestra producción industrial, en el mundo actual la mano de obra barata ya no basta ni para invadir los mercados de importación ni para atraer la inversión extranjera. Ya es demasiado tarde para emprender ese camino”.
Por encima de todo, sin embargo, la decisión devaluadora favorece globalmente al gobierno, cuyo ingreso principal ocurre justamente en dólares. Le serán más fácil, al menos, dos cosas: pagar a valor inferior sus obligaciones con proveedores y gastar más bolívares debilitados en año electoral. Más difícil, en cambio, se hará su cacareada “lucha” contra la corrupción. Quienes tengan los contactos adecuados comprarán a 2,60 y venderán a 4,30, y de esa ganancia saldrán las comisiones que alimentan a la chavoburguesía.
Del otro lado está el pueblo, que no come vallas publicitarias que proliferarán en la inminente campaña. La inflación aumentará, y los venezolanos veremos, una vez más, cómo este gobierno se prefiere a sí mismo sobre los habitantes del país.
Cuando la gente del MBR-200 conspiraba, criticaba acerbamente a RECADI, al Viernes Negro, a la corrupción, a la situación general de la economía, a la inflación. Todo esto, creía, justificaba su alzamiento. ¿Qué merecería un Viernes Rojo? ¿No debiera Hugo Chávez deponerse a sí mismo?
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