El monstruo de Kiev en Moscú

 

A María Elena Alcalá

En La tesis de la elegancia, el artículo que iniciara esta serie hace cinco días, se lee: “…el Preludio en Sol menor (op. 23, #5) de Sergei Rachmaninoff es inconfundiblemente ibérico”. Esto es más evidente, armónica y melódicamente, en el segundo de sus temas, cuando la mano izquierda canta en contrapunto una melodía complementaria. Sin más preámbulo, he aquí la pieza que corrobora aquella afirmación:

Constancia de su éxito en Rusia

El ejecutante de la interpretación precedente es Vladimir Horowitz, y los aplausos que explotan a su conclusión son moscovitas. Esta rendición del preludio de Rachmaninoff fue grabada en la capital de la Unión Soviética el 20 de abril de 1986, cuando Horowitz regresó a su tierra natal, después de una ausencia de sesenta años, para ofrecer recitales apoteósicos en Moscú y Leningrado. Había salido de Rusia, dispuesto a no volver, en diciembre de 1925.

De Vladimir Horowitz puede afirmarse que fue el soberano de los pianistas clásicos del siglo XX. Nadie como él, en un siglo bendecido con grandes ejecutantes—Ignacy Paderewsky, Alfred Cortot, Arthur Rubinstein, Sviatoslav Richter, Eugene Istomin, Van Cliburn, Wilhelm Backhaus, Claudio Arrau, Vladimir Ashkenazy, Lazar Berman, Daniel Barenboim y pare de contar—, dominó la técnica del piano. Sus propios colegas admitieron la superioridad de Horowitz, en veces no sin celos, públicamente y en muchas ocasiones.

Nacido en Kiev en 1903, a su emigración se presentó sucesivamente en Berlín, París y Londres. Pero fue su primer concierto en Nueva York—el 12 de enero de 1928, con la dirección orquestal de Thomas Beecham, en el Primer Concierto para piano y orquesta en Si bemol menor de P. I. Tchaikovsky—el evento que lo lanzó a la fama. En 1939 se residenció definitivamente en los Estados Unidos, país que le dio la nacionalidad en 1944.

El sonido de Horowitz se caracterizaba por una electrizante fiereza, una energía percusiva característica y propia, que dejaba boquiabiertos tanto a los concertgoers como a los músicos profesionales. La riqueza sonora de Horowitz se revela con magnificencia al interpretar a los maestros del Romanticismo, como en la siguiente ejecución de la Polonesa en La bemol mayor, Heroica, el opus 53 de Federico Chopin:

Esa fuerza titánica le ganó fama, y no faltó quien pensara que sólo era capaz de interpretaciones atléticas, fieras, enérgicas. Pero Horowitz sabía también tocar con las mayores dulzura y delicadeza. Dos piezas cortas lo demuestran: el hermosísimo Estudio en Do sostenido menor, #1 del opus 2 de Alexander Scriabin (uno de los compositores favoritos de Horowitz) y el noble y sereno Adagio de la Toccata, Adagio y Fuga en Do mayor (BWV 564) de Juan Sebastián Bach:

El regreso

La grabación del Adagio de Bach fue hecha en vivo, durante el célebre recital de su retorno a los escenarios del domingo 9 de mayo de 1965, en Carnegie Hall, luego de doce años de ausencia. (Horowitz había triunfado también en una larga lucha personal contra la depresión). La expectativa creada por la noticia del regreso fue enorme. Largas colas de admiradores se formaron para agotar las 2.804 poltronas del salón que hoy lleva el nombre del gran violinista Isaac Stern, amigo de Horowitz. La víspera del concierto, los últimos aficionados esperaban desde poco antes de la medianoche, bajo una llovizna pertinaz, a que abrieran las taquillas. Esta circunstancia llegó a oídos de Horowitz, quien pidió a su esposa—Wanda, hija del gran director de orquesta Arturo Toscanini—que llevara café a los pacientes diletantes. En la madrugada llegó a la residencia de la pareja Horowitz-Toscanini un telegrama enviado por éstos: agradecían la reconfortante bebida que había calentado sus corazones (heartwarming coffee) y el privilegio que tendrían de oírlo tocar al caer la tarde.

Para ese concierto de reencuentro con su público, Horowitz decidió estrenar un piano, y con este propósito fue hasta el sótano de Steinway & Sons, en compañía de su esposa, para escogerlo personalmente. La magia de YouTube ha preservado un video (con no mucha definición) de esa visita. Vladimir y Wanda llegan al establecimiento en limusina con un guía, quien les anuncia que tres pianos lo esperan. Horowitz prueba y escoge uno del que diría después que era, en comparación con el de su casa, «más meloso, como la voz humana». Al final del video, ya de regreso, pregunta al guía si habrá una audiencia numerosa. La contestación es enfáticamente afirmativa—“Las colas llegan hasta la calle 94” (Carnegie Hall está en la 77)—, y entonces el titán pregunta conmovedoramente: «¿No me han olvidado?».

(Para ayudar a la comprensión de las conversaciones, se ha añadido subtítulos en alemán):

El concierto para piano y orquesta con el que Horowitz estuvo más larga e íntimamente asociado es el tercero de los conciertos de Rachmaninoff (Rach 3), quien le escuchó personalmente interpretarlo, asombrado y agradecido. Horowitz fue quien lo grabara por primera vez en 1930 (Orquesta Sinfónica de Londres, Albert Coates dirigiéndola), y escogió la endemoniada obra para graduarse a sus 16 años en el Conservatorio de Kiev. Para conmemorar el cincuentenario de su primera presentación en tierra estadounidense, Vladimir Horowitz, un anciano de 75 años, volvió a interpretarlo, de nuevo en el Carnegie Hall, el 8 de enero de 1978. Eugene Ormandy, que había grabado el concierto memorablemente tanto con Horowitz como con el propio Rachmaninoff, vino desde Filadelfia para dirigir una orquesta que no era suya: la Filarmónica de Nueva York. No me perdonaré nunca haber llegado a la ciudad dos días más tarde, aunque algo me consuela pensar que, de todos modos, no habría conseguido entrada. He aquí los últimos minutos de esa prodigiosa interpretación:

Nancy Reagan le impone la Medalla de la Libertad

Un indicador elocuente de la carrera de Horowitz es también abrumador: en el lapso de treinta años (1963-1993), él como ejecutante, o sus grabaciones, recibieron un total de veintiséis premios Grammy, incluyendo uno póstumo, el Grammy Lifetime Achievement Award, en 1990. Horowitz decidió morir el 5 de noviembre de 1989 en Nueva York, a sus 86 años. Sus restos reposan en el mausoleo de los Toscanini, en el Cimetero Monumentale de Milán. Se llevó a la tumba numerosas distinciones, entre las que descuellan la Legión de Honor de Francia, la Orden al Mérito de Italia y la Medalla de la Libertad que confiere el Presidente de los Estados Unidos. En este país, la Liga Nacional de la Corbata de Lazo lo incluyó en la lista de los diez mejores usuarios de esa prenda en 1988. Vladimir siempre llevó pajarita. LEA

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Encore: como síntesis perfecta de los poderes del Titán del Piano, el endiablado (literalmente por partida doble) Vals Mefisto de Franz Liszt por Vladimir Horowitz en su propio arreglo, grabado en vivo en su segunda casa, Carnegie Hall, en 1979.

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