El Presidente de la República, que al igual que Carlos Andrés Pérez se beneficiaría mucho de “un poquito de ignorancia”, jugó a ser doctor el pasado viernes 16, cuando diagnosticó en la oposición la enfermedad del “escualidismo”. La metáfora no es mala: hay mucho opositor evidentemente enfermo; el problema con el Sr. Presidente es que cree—o hace creer que cree—que en el país no existen sino quienes le apoyan y los que él llama “escuálidos”. (DRAE: Flaco, macilento).
El mundo, por supuesto, viene en colores. Es comprensible que quien tiende a vivir en el siglo XIX, a pesar de su “socialismo del siglo XXI”, tienda igualmente a creer que la sociedad en general y en particular la venezolana existen en blanco y negro, como los primeros daguerrotipos (1837).
Por otra parte, el chavismo es una enfermedad cancerosa, mucho más perniciosa que el infeccioso paludismo opositor o escualidismo, y de ella se ocupará quien escribe en una segunda entrega sobre el tema. Pero no le falta algo de razón a Chávez cuando dice que “la oposición” se alegra con malas noticias, como la crisis del suministro eléctrico o las dificultades de la economía: “Lo que para la patria es malo o puede ser malo, para ellos [la oposición] es bueno, se alegran. Es una enfermedad. Ser escuálido es una enfermedad que requiere tratamiento especial, aunque no sé si tiene cura”. No todo quien se le opone cabe en esa descripción, por supuesto, pero más de uno entre nuestros conciudadanos corresponde a ella.
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Hay un opositor que es patológico porque su conducta conspira contra las posibilidades de éxito de la oposición y también porque se daña a sí mismo. El opositor patológico es adicto al objeto de su oposición. Si Chávez no ha dicho nada últimamente, siente una desazón de carácter obsesivo-compulsivo y busca encontrar en el territorio de alguna gobernación, o un municipio fronterizo, una manifestación más de la maldad de su régimen. Necesita comprobar cada día, con evidencia fresca, la maldad del mandatario y su combo. Necesita hablar de esas cosas—ahora en Twitter—todos los días, varias veces al día.
Atraído irremisiblemente hacia el objeto de su odio, como quien se deja cautivar por la mirada de una serpiente, como mariposa que busca la lumbre en la noche (así se achicharre), procura estar enterado de todos los pasos del actual Presidente de la República, y esto realimenta su angustia, su odio, su estrés. Chávez sabe que causa ese efecto, y disfruta dando pie a que esas emociones cundan en el número de sus opositores; hace a propósito lo que él presume que les causará mayor irritación. El niño es llorón y la mamá lo pellizca.
Ésta no es, por otro lado, la única realimentación que se produce en esta dinámica. La ritual execración de la figura presidencial proporciona al opositor adicto un progreso indirecto en la imagen ética que tiene de sí mismo. En efecto, mientras puede hablar peor del Presidente, mientras más malvado lo encuentra es, por implicación, una mejor persona. Dado que no es como él—¡Dios lo libre!—entonces es bueno. Su bondad progresa relativamente, sin que haga mérito independiente, porque la maldad de Chávez crece todos los días.
Todavía hay un tercer mecanismo psicológico que refuerza la adicción: en la execración ritual, en saborear una mezcla de amargura y angustia porque el hombre no ha caído, el opositor adicto ha encontrado la trascendencia. Ahora es un patriota, ya no sólo un ejecutivo financiero, un comunicador social o un dentista que antes no se preocupó para nada de la política. Ahora es héroe, pues marcha cuando se lo piden y ha sentido en pulmón propio la gaseosa y lacrimógena represión. Ahora es valiente.
Si, por otra parte, ocurre que es gente de clase media o baja, su participación en un movimiento en el que destacan notables figuras de la más alta clase le confiere movilidad social vertical, sobre todo si logra identificarse con algún atuendo característico de la clase alta (como un cierto sombrero de Panamá que distinguía hace un tiempo a una arribista dama de clase media), y dice Marcel y Oscarcito y María Corina y Leopoldo como si les tuteara de toda la vida. Ahora el opositor enfermizo se codea con los más ricos y hasta parece adinerado.
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El tipo weberiano (ideal, abstracto) de opositor es, asimismo, un ser inerrante. Nunca se ha equivocado. Carmona habría tenido razón al volarse sin remilgos la Asamblea Nacional entera y anular la designación bolivariana de la república; el paro que siguiera al carmonazo habría sido la medida justa, sobre todo cuando entrara en él la “gente del petróleo”—a pesar de que por su acción se acelerara grandemente lo que se presumía era un desenlace inconveniente e inevitable. (“Chávez nos iba a fregar en dos años; con el paro petrolero hicimos que se quitara la careta y nos fregara ¡en dos meses!”) Habría sido correcto abstenerse el 30 de octubre de 2004 y el 7 de agosto de 2005, y el 4 de diciembre de este último año habría sido lo acertado retirarse de las elecciones de Asamblea Nacional, aunque de esa manera se entregara todo el frente al enemigo.
Para esta psicología, la retirada y abstención del 4 de diciembre de 2005 fueron, increíblemente, incomprensiblemente, un triunfo extraordinario, presagio en sí mismo del descalabro del régimen. (Hasta se anunció un Movimiento 4D, de vida tan efímera como la “carmonada”). Un pertinaz espejismo triunfalista domina cíclicamente esa psiquis, cuando si algo estuvo claro el 4 de diciembre de aquel año es que los electores no fueron cautivados por el discurso oficialista, pero mucho menos por el opositor. Retirar las candidaturas a última hora era, realmente, un intento burdo por impedir el implacable juicio y el más patente rechazo a la oferta de oposición que pronosticaban, una vez más, todas las encuestas.
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El tipo ideal de opositor existencial, adicto e inerrante es también supersticioso. La psiquiatra Magaly Villalobos mostró este rasgo en trabajo al que llamó Caimanes de un mismo caño (2004), en el que encontraba más de una similitud entre el opositor radical y el chavista duro. En particular, describía la imaginería supersticiosa de cierta oposición, que a la superchería mariano-lioncista y santera de la afiliación oficialista, opone las estampitas virginales y pretende que la Madre de Dios ha sacado carnet de la Coordinadora Democrática o la Mesa de la Unidad ídem. (“No importa que no tengamos aviones porque allá tenemos a Dios que nos acompaña”. Antonio Ledezma, 19 de abril de 2010).
Claro, esta concupiscencia supersticiosa ha sido estimulada desde altas esferas, como cuando un cardenal—que no era Rosalio—sugiriera en la Catedral de Caracas que los deslaves e inundaciones que asolaron al estado Vargas en 1999 eran un castigo de Dios a la soberbia presidencial.
¿No se llamaba Juan Fernández aquel indio al que se habría aparecido la Virgen de Coromoto? ¿No había una relación numerológica implacable entre la fecha del referendo revocatorio y el número 2.021, o algo así, que hacía ineludible la caída de Chávez? ¿No lo habían determinado los astros de algún modo?
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El tipo patológico de opositor es, por otra parte, simplista y trillado. Va por la vida (política) armado de dogmáticas prescripciones estratégicas: “Hay que calentar la calle”; “lo que hay que hacer es constituir un movimiento de movimientos”; “si no hay un CNE confiable no se puede ir a elecciones”; “la unidad es necesaria por encima de cualquier cosa, y debemos tener un solo candidato opositor”.
El estado mental, la situación emocional de este tipo de opositor no puede hacer otra cosa que agravarse pues, siendo que su conducta fortalece al objeto de su odio, obtiene en su empecinamiento lo mismo que le angustia. Es difícil tratarle: cuando se busca explicarle algún aspecto de la realidad cuya comprensión pudiera hacerle aterrizar, una cierta clase de paranoia le hace ver traidores en quienes procuran que entienda.
Esto por lo que toca al nivel individual, a la tragedia psicológica que corroe la salud mental de esta clase de opositor. En lo tocante a la dimensión política, es imposible lograr aciertos con la aplicación reiterada de recetas que se ha demostrado son ineficaces, una y otra vez. No es posible obtener resultados novedosos y eficaces con la repetición de métodos viejos e ineficaces. El peor de todos, se ha comprobado, es el de permitir el predominio del opositor adicto, ritual, obsesivo, supersticioso, inmediatista, estratégicamente superficial, enfermo. LEA
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Esta magistral caracterización de cierto tipo de oposición, me recuerda una que hizo hace ya más de 10 años Tulio Hernández, aunque sin la penetración psicológica que se puede leer aquí. TH segmentó la oposición en tres tipos: la ética, realmente preocupada por lo que sucede en el país, la destética, preocupada por el desplazamiento del cual han sido víctimas en su rol de succionar la ubre del estado, y la estética, la cual se asemeja a la aquí descrita. Algo que me parece muy revelador es el elemento de ascenso social aspiracional presente como motivador psíquico fundamental. Es una especie de «parejería», un «blackberry político» que esconde lo que TH caracterizó como inseguridad de clase: la pretensión de poseer un «toque» aristocrático que no se vislumbra realmente por ningún lado. Sería muy sano para muchos de quienes militan en este tipo de oposición darse cuenta de que están muchísimo más cerca de una señora que vive en uno de los cerros de Caracas que de los aristócratas, que con sólo quedarse sin trabajo por 6 meses (o antes) aterrizarían forzosamente en su vulnerabilidad estructural. Por otra parte, es lamentable que en este tipo de oposición se encuentren muchos de los venezolanos más preparados y productivos, quienes movidos por una frivolidad patológica, se desvían hacia lo estético/plástico cuando la sociedad necesita desesperadamente que actúen apalancándose más en sus capacidades que en sus pulsiones primitivas.
El artículo de TH citado se puede ver en: La oposición estética
Raúl Aular
Gracias, Raúl, por tu atención y la referencia a la pieza de Hernández.
Esta patología recae en los líderes opositores o en quienes fungen como tal; la mayoría está a la espera de respuestas coherentes. Concatenando con la Nota del Día, la consecuencia de dicho mal es el aumento de la intensidad del rojo rojito con que pintan a Venezuela en la página 60 del informe económico…
Saludos.
Como usted dice, María Teresa, la mayoría nacional no se satisface ni con el discurso del gobierno ni con el de la oposición, y si apareciere un discurso que les sobrepasara, esa mayoría llegaría a ser aún mayor.
Este profundo, acertado y urgente artículo señala el centro de nuestro drama como país. Como dice H. Maturana, no observamos con nuestros aparatos perceptores sino con nuestras distinciones; dentro del mapa mental opositor las distinciones habituales pertenecen a un mundo que ya no existe, un mapa racionalista, de la Ilustración, cuando más, positivista. La oposición nostálgica sueña y piensa con y desde una realidad mitologizada y, lo peor, ya transmutada tecnosocialmente. Este artículo de LEA, entonces, ayuda a fracturar el mito y a enriquecer nuestras distinciones para identificar los procesos y mecanismos que configuran la Venezuela y el mundo de hoy…Y excelente, de paso, el comentario de Raúl Aular….
Gracias una vez más, antropólogo Rengifo, por tu generosidad.
Ya en febrero de 1985, bastante antes de Chávez, podía escribir: «Las ofertas provenientes de los actores políticos tradicionales son insuficientes porque se producen dentro de una obsoleta conceptualización de lo político. En el fondo de la incompetencia de los actores políticos tradicionales está su manera de entender el negocio político. Son puntos de vista que subyacen, paradójicamente, a las distintas opciones doctrinarias en pugna. Es la sustitución de esas concepciones por otras más acordes con la realidad de las cosas lo primero que es necesario, pues las políticas que se desprenden del uso de tales marcos conceptuales son políticas destinadas a aplicarse sobre un objeto que ya no está allí, sobre una sociedad que ya no existe».
Espera la segunda parte, que versará sobre la perniciosa enfermedad del chavismo.
Excelente análisis de una actitud que puede calcarse a diversos escenarios de la vida nacional, no solo en la política.
Espero con ansias la segunda parte.
Muchas gracias por su amable evaluación. Espero que considere este blog como suyo.
Si nos quitan los medios legítimos de alternabilidad democrática hay que darle al rojo rojito hasta con el tobo. No necesitamos un exceso de análisis, lo que necesitamos es alternabilidad democrática.
Todo exceso es malo, y no es ciertamente lo que recomiendo, Sr. Capitán en inglés (ccs). Entiendo, claro, que hay personas a quienes incluso un poco de análisis les causa cefaleas. Usted no expone los medios de obtener la alternabilidad democrática que correctamente recomienda. En concreto, lo que usted añora no se logra sin la oposición (mejor superposición) de una figura capaz. Le invito a examinar, en este blog, Tratamiento del chavoma, y considere si por casualidad eso sería darle al rojo rojito con el tobo (democrático, por supuesto). Espero que usted no lo considere análisis excesivo.
Sr. Alcalá, años antes de que el Sr. Berners-Lee inventara la WWW un colega de la red me sugirió el apodo Captain Caracas, el cual yo reduje a captainccs.
En «Tratamiento del chavoma» Ud. propone lo que los venezolanos siempre andan buscando, un redentor, un Solón, un Mesías. El último que nos tocó fue Hugo Chávez Frias. Es un sueño iluso. A Renny Ottolina nos lo mataron. CAP y Caldera al final desilusionaron. Como dato curioso, esta semana me llegó un email sugiriendo que el próximo presidente de Venezuela sería, que Dios nos libre, Gustavo Cisneros (sé que es noticia vieja). Si lo que se busca es un administrador hábil, sin duda Cisneros opaca a todos los demás empresarios venezolanos. Cuando Domingo Alberto Rangel publicó La Oligarquía de Dinero en 1971, los Cisneros no figuraban entre los doce principales Amos del Valle de la época. Diego padre todavía vendía carros en Puente Hierro, si no me equivoco. Imagínese por un momento una campaña electoral con Cisneros y Abreu. ¿Se acuerda Ud. por qué CAP le ganó a Lorenzo Fernández? Porque le pusieron el remoquete «Bobenzo.» Fin de la historia.
Por cierto, lo del socialismo en Venezuela no es algo nuevo, como Ud. parece indicar en «Tratamiento del chavoma.» Todos nuestros gobiernos desde Rómulo Betancourt han sido socialistas. Lo de Chávez es comunismo, o sea, socialismo con dictadura al estilo de Marx, Lenin y Stalin y con prohibición de la propiedad privada.
En efecto, no he propuesto salida pero la historia nos dice que cuando impera la tiranía, cualquier método es bueno para sacar al tirano. Los pueblos de América no salieron de los reyes europeos por votación popular sino con revolución y guerra. Inclusive nuestra Constitución lo aprueba en la cláusula sobre la desobediencia civil. En Venezuela la oposición se ha aferrado a seguir la ley al pie de la letra: o con votos o nada. Mire lo que sucedió en Honduras cuando Obama y su Departamento de Estado decidieron hacer lo mismo. Pues apoyaron al malo hasta que por fin recapacitaron, debido a que los hondureños se pusieron duros como verdaderos valientes con suficientes gónadas para enfrentar al único superpoder en existencia.
Hay que saber cuándo cumplir la letra de la ley y cuándo su espíritu. Lamentablemente en Venezuela no tenemos vocación democrática. Ya que Ud. fue tan gentil de invitarme a escuchar «Tratamiento del chavoma», yo lo invito a que lea Uslar Pietri, Venezuelan Democracy’s Undertaker. Cuando todavía existía el hilo constitucional, Úslar quiso violentar la letra de la ley con sus «Notables», una versión plural del Solón o Mesías que Ud. propone. Con el mayor respeto que Don José Antonio Abreu se merece porque se lo ha ganado, lo que Venezuela necesita es un gobierno con las raíces en el pueblo, en los estados, en los municipios, en los barrios, en las asociaciones de vecinos y, finalmente, en cada venezolano con derecho a voto. No necesitamos una élite ni militar ni intelectual para que nos gobierne, no somos un rebaño de ovejas que necesita un buen pastor. Somos hombres y mujeres libres con derecho de autodeterminación.
En los últimos años de la Cuarta República se iba logrando metas democráticas, como la descentralización y el voto uninominal (muy resistido por los partidos). Lo primero que hace Chávez es centralizar el poder, acumular el poder en sus manos. Es precisamente lo opuesto lo que tenemos que hacer. Diversificar el poder, ponerlo en manos del soberano que somos cada uno de nosotros. Las presentes primarias son un buen comienzo.
Estimado Sr. Schlesinger: debe haber un error involuntario en su construcción. Si el origen de su apodo es de años antes que la invención de la Red de redes, difícilmente pudo él venir de “un colega de la red”.
Doy la bienvenida a su nueva contribución; esta vez es algo más sustanciosa. Antes había escrito: “No necesitamos un exceso de análisis…”
Paso a establecer algunas precisiones.
1. En ningún caso propongo un redentor o un Mesías. Por lo que toca a un Solón, dificulto que los venezolanos siempre lo anden buscando; la inmensa mayoría de ellos no tiene noción de él o de su insólito aporte, y en Solón no hubo nada de mesiánico. Lo que apunté es que se requiere una contrafigura para rematar el combate a Chávez, porque buscaba la cesación anticipada del mandato de éste en circunstancias que exigirían constitucionalmente una nueva elección y, por tanto, una candidatura, y que ese ingrediente esencial había faltado a las alturas del referendo revocatorio de 2004. A usted, a quien el inglés le es tan cómodo, debe serle familiar la siguiente prescripción de la política anglosajona: “You can’t fight somebody with nobody”. Dije, además, que la presencia de la contrafigura es sólo una de dos condiciones, siendo la otra “la producción de un hecho político contundente, en el que se exprese inequívocamente la voluntad electoral (más bien, constituyente) en contra del gobierno”. De modo que cuando usted recomienda “Diversificar el poder, ponerlo en manos del soberano que somos cada uno de nosotros”, si tal cosa es una crítica, no se aplica a mi recomendación. Seguramente le resultará más fácil apreciar el contexto en el que ésta se produce si se toma la molestia de leer en su totalidad Dictamen 2010, del que Tratamiento del chavoma es sólo su sección final. No le recomendé esto antes porque creí que Ud. pudiera considerarlo “un exceso de análisis”. Adicionalmente, convendría a su comprensión, a riesgo de ser lectura excesiva, la consulta en este blog del trabajo Retrato hablado, del 30 de octubre de 2008.
2. Tampoco he sugerido, aunque sea verdad, que la pretendida implantación de un esquema socialista es nueva. Me limité a exponer que una sólida mayoría de los venezolanos lo rechaza. Usted incurre en gruesa inexactitud al escribir: “Todos nuestros gobiernos desde Rómulo Betancourt han sido socialistas”. En estas cosas conviene, en aras de la seriedad responsable, ser muy preciso con el lenguaje. Socialismo es (DRAE): 1. m. Sistema de organización social y económico basado en la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción y en la regulación por el Estado de las actividades económicas y sociales, y la distribución de los bienes. Aunque ciertamente hubo, durante esos gobiernos, empresas del Estado, también hubo las más amplias libertades para el desenvolvimiento de la iniciativa económica privada, por lo que mal podría describirse nuestro sistema “de organización social y económico” como basado en “la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción”. Durante el gobierno de Betancourt, para mencionar sólo un caso, se dio desde el Estado a la iniciativa privada un impulso y un apoyo nunca vistos antes, cuando el Ministerio de Fomento, liderado por Lorenzo Fernández, y su brazo ejecutor, la Corporación Venezolana de Fomento, ofrecieron amplio financiamiento a empresarios privados. (Ya que menciono a Fernández, creo que es de un simplismo supino lo que Ud. pone: “¿Se acuerda Ud. por qué CAP le ganó a Lorenzo Fernández? Porque le pusieron el remoquete ‘Bobenzo’. Fin de la historia”. Aunque sea relativamente frecuente este tipo de sobresimplificaciones en boca de aficionados pretenciosos, dicha afirmación no es, en ningún caso, el “fin de la historia”. Los procesos electorales son asuntos bastante más complejos que eso, y no pueden ser reducidos a fórmulas tan escuetas como la que usted expuso). Y el Artículo 96 de la Constitución de 1961, en su primer parágrafo, decía: “Todos pueden dedicarse libremente a la actividad lucrativa de su preferencia, sin más limitaciones que las previstas en esta Constitución y las que establezcan las leyes por razones de seguridad, de sanidad u otras de interés social”. Eso, Sr. Schlesinger, no es socialismo. En Venezuela se alternaron en el poder, hasta el advenimiento de Chávez, la corriente socialdemócrata y la socialcristiana; ninguna de las dos es socialista. Ni Ángela Merkel ni Michelle Bachelet son socialistas, en el sentido que usted entiende del término. Dicho sea de paso, tampoco lo es Barack Obama, a pesar de las histéricas afirmaciones de la gente que lidera la muy limitada Sarah Palin.
3. Como usted mismo admite, no ha logrado proponer una solución, más allá de sugerir en su primer comentario en este blog que “lo que necesitamos es alternabilidad democrática”. Al señalarle, en efecto, en mi contestación a ése, que no concretaba en modo práctico su prescripción, le puse: “Usted no expone los medios de obtener la alternabilidad democrática que correctamente recomienda”. Ahora seguimos en el mismo sitio. Y, por otro lado, la historia no ofrece la enseñanza que usted extrae de ella: “cualquier método es bueno para sacar al tirano”. El fin no justifica los medios, Sr. Schlesinger. Para estar claros: opino que los pueblos tienen el derecho a la rebelión. Tal vez el documento en el que se registre la más clara y sucinta formulación de este principio sea la Declaración de Derechos de Virginia, del 12 de junio de 1776, tres semanas antes de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. En su Sección Tercera dice: “…cuando cualquier gobierno se revele inadecuado o contrario a estos propósitos (el beneficio común, la protección y la seguridad del pueblo, nación o comunidad) una mayoría de la comunidad tendrá un derecho indudable, inalienable e inanulable de reformarlo, alterarlo o abolirlo, en manera que se juzgue la más conducente al bienestar público”. Pero la clave de ese texto reside en la estipulación del único sujeto de ese derecho. Es una mayoría de la comunidad el único titular de ese derecho. Algo proféticamente, escribí el 3 de marzo de 2002: “…el sujeto del derecho de rebelión, como lo establece el documento virginiano, es la mayoría de la comunidad. No es ése un derecho que repose en Pedro Carmona Estanga, el Cardenal Velasco, Carlos Ortega, Lucas Rincón o un grupo de comandantes que juran prepotencias ante los despojos de un noble y decrépito samán. No es derecho de las iglesias, las ONG, los medios de comunicación o de ninguna institución, por más meritoria o gloriosa que pudiese ser su trayectoria. Es sólo la mayoría de la comunidad la que tiene todo el derecho de abolir un gobierno que no le convenga. El esgrimir el derecho de rebelión como justificación de golpe de Estado equivaldría a cohonestar el abuso de poder de Chávez, Arias Cárdenas, Cabello, Visconti y demás golpistas de nuestra historia, y esta gente lo que necesita es una lección de democracia». También he dicho: “Lo peor que puede hacer un opositor a Chávez es parecerse a él”. En el caso de Honduras, tampoco es como Ud. expone con reiterado simplismo: “Mire lo que sucedió en Honduras cuando Obama y su Departamento de Estado decidieron hacer lo mismo. Pues apoyaron al malo hasta que por fin recapacitaron, debido a que los hondureños se pusieron duros como verdaderos valientes con suficientes gónadas para enfrentar al único superpoder en existencia”. No se apoyó a Zelaya, se repudió un inocultable golpe de Estado. Por lo que respecta a su referencia testicular, diré que es un caso más, lamentablemente frecuente, de la arrogante y, nuevamente, simplista pretensión de que la cosa política es principalmente, en casos como el hondureño, asunto de machos valientes. Quienes profieren tal necedad, con frecuencia quieren implicar que sí tienen la valentía que faltaría a otros. Por último, convendrá usted en que la “alternabilidad democrática” que propugna pasa, en las presentes condiciones venezolanas, precisamente por la sustitución del actual mandatario por otro distinto, y que es del todo imposible que todos los “hombres y mujeres libres con derecho de autodeterminación” de Venezuela, ejerzan colegiadamente la Presidencia de la República. Hasta que no cambiemos la Constitución, la conducción de “un gobierno con las raíces en el pueblo, en los estados, en los municipios, en los barrios, en las asociaciones de vecinos y, finalmente, en cada venezolano con derecho a voto”, es responsabilidad que recae en persona única. ¿Tiene usted, para este cargo, un mejor candidato que José Antonio Abreu?
4. He leído su artículo escrito en inglés (defectuoso, por cierto). Es acto que no recomiendo. Revela, una vez más, simplismo y desconocimiento de los hechos en su excesivo análisis. Recapitulemos, para poner la cosa en perspectiva: en el primer semestre del año de 1991, comenzando el mismo 3 de enero, reventó una nutrida sucesión de escándalos que gravó muy desagradablemente la conciencia de los venezolanos. (El caso de los apartamentos del Florida Cristal; la corrupción en la compra de fragatas misilísticas y las grabaciones al almirante Larrazábal; la protagonizada en la venta de municiones por Gardenia Martínez, amante del jefe de seguridad del presidente Pérez, Orlando García; la reunión de Pérez en La Orchila con el presidente del Banco de Crédito y Comercio Internacional, el mayor lavador de dinero sucio del mundo, que posteriormente colapsaría; la extorsión en video del empresario Lamaletto; el asesinato protegido de Lorena Márquez en Maracay…) Fue tan abrumadora la secuencia, que a mitad de año se había consolidado—la midieron las encuestas—una peligrosísima matriz de opinión: o Pérez o golpe. Encima, pues, de las enormes torpezas que en 1989 llevaron al muy doloroso trauma del 27 y el 28 de febrero, el “Caracazo”, el año anterior a las intentonas de 1992 fue terrible, y la obscena corrupción del segundo período de Pérez quedó al descubierto. Tanto era así que, en la Asamblea de Fedecámaras celebrada ese año en Margarita, la intervención de Pérez fue recibida con diez segundos de corteses pero ralos aplausos, a pesar de que hubiera anunciado la restitución plena de las garantías económicas que por décadas habían reclamado los empresarios. Era todo un país quien le repudiaba. Es en ese contexto cuando quien le escribe publicó un artículo en El Diario de Caracas (Salida de estadista, 21 de julio de 1991). Así concluía: “El Presidente debiera considerar la renuncia. Con ella podría evitar, como gran estadista, el dolor histórico de un golpe de Estado, que gravaría pesadamente, al interrumpir el curso constitucional, la hostigada autoestima nacional. El Presidente tiene en sus manos la posibilidad de dar al país, y a sí mismo, una salida de estadista, una salida legal”. Más tarde, debí mudarme al diario El Globo, luego de que el Director de El Diario de Caracas, Diego Bautista Urbaneja, en respuesta a mi artículo y exhibición de su miopía, escribiera que Pérez, renunciando, nos “daría una gran lección de decencia política”, pero que él no simpatizaba “con lecciones morales en sociedades que, por las particulares circunstancias que atraviesan, no pueden reaccionar a ellas provechosamente”, luego de afirmar: “No creo que exista un peligro serio de golpe de Estado”, a escasos cinco meses y once días de la intentona del 4 de febrero de 1992. En cambio, yo había puesto en un estudio de septiembre de 1987 (Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela): “…la probabilidad de un golpe militar hacia 1991, o aún antes, sería considerable”. A una distancia de cuatro años y cuatro meses, fue un error de un mes y cuatro días. En El Globo, publiqué varios otros artículos, con urgencia creciente, sobre el mismo punto, hasta que el último (¡Basta!) apareció el 3 de febrero de 1992, veinticuatro horas antes de la asonada. Úslar Pietri y Caldera, dicho en passant, no se sumaron a la petición de renuncia sino hasta después del fallido intento de Chávez et al., cuando yo la había propuesto justamente para eludirlo. De hecho, el primero de ellos recomendó, en el programa Primer Plano, que el propio presidente Pérez se pusiera al frente de “un gobierno de emergencia nacional” para conjurar la evidente crisis, de modo que no estaba procurando su caída sino todo lo contrario. Por esa razón, escribí el 22 de noviembre de 1991 mi primer artículo para El Globo (De caciques y de úslares), en el que dije: “Pero el problema fundamental de su récipe consiste en creer que Carlos Andrés Pérez debe dirigir los tratamientos, cuando él es, más propiamente, el propio centro del tumor”. Si alguien puso en peligro la institucionalidad del país, ése fue Carlos Andrés Pérez, quien desatendió oportunas advertencias acerca de Chávez y la inminencia de un alzamiento con la soberbia que lo caracterizaba; no Úslar Pietri, a quien usted hace gran injusticia al calificarlo, sin información suficiente, como “enterrador de la democracia venezolana”. Mucho menos fueron un “discurso traicionero” las palabras de Rafael Caldera en el Congreso de la República en horas de la tarde del 4 de febrero de 1992. Por lo contrario. Sobre esa majestuosa pieza escribió Manuel Alfredo Rodríguez: “Nunca había alabado públicamente a Rafael Caldera, aunque siempre he tenido a honra el haber sido su discípulo en nuestra materna Universidad Central. Nunca he sido lisonjero o adulador y hasta hoy sólo había loado a políticos muertos que no producen ganancias burocráticas ni de ninguna otra naturaleza. Pero me sentiría miserablemente mezquino, si ahora no escribiera lo que escribo, y si no le diera gracias al Maestro por haber reforzado mi fe en la inmanencia de Venezuela”. Antes dijo: “El discurso pronunciado por el Maestro Rafael Caldera el 4 de febrero, es un elevado testimonio de patriotismo y un diáfano manifiesto de venezolanidad y humanidad. Pocas veces en la historia de Venezuela un orador pudo decir, con tan pocas palabras, tantas cosas fundamentales y expresar, a través de su angustia, la congoja y las ansias de la patria ensangrentada. La espontaneidad de la breve y admirable oración se hizo patente en una sencillez que le da transparencia de manantial. El 4 de febrero Caldera se trasfiguró en el Capitolio, y probó ser un auténtico repúblico con sentido de lo histórico y comprensión de lo permanente”. Más adelante explicó: “La piedra de toque de los hombres superiores es su capacidad para distinguir lo fundamental de lo accesorio y para sobreponerse a los dictados de lo menudo y contingente. Quien alcanza ese estado de ánimo puede meter en su garganta la voz del común, y mirar más allá del horizonte”. Luis Castro Leiva señaló: “El Presidente Caldera, Senador Vitalicio de Venezuela, el ciudadano Rafael Caldera, restituyó la idea de la Política a su vocación, su voz a la República”. Eso fue, Sr. Schlesinger, la pieza oratoria a la que usted, en insolente intento de irrespeto que se desploma por su propio peso, ha llamado un “discurso traicionero”. Por mi parte, sobre otro ángulo de la más necia y superficial interpretación, escribí el 14 de diciembre de 1998, ya de regreso a las páginas de El Diario de Caracas: “Se ha repetido hasta el punto de convertirlo en artículo de fe que Rafael Caldera fue elegido Presidente de la República por el discurso que hizo en el Congreso en horas de la tarde del 4 de febrero de 1992. Esto es una tontería. Caldera hubiera ganado las elecciones de 1993 de todas formas. Sin dejar de reconocer que ese discurso tuvo, en su momento, un considerable impacto, Caldera hubiera ganado las elecciones porque representaba un ensayo distanciado de los partidos tradicionales cuando el rechazo a éstos era ya prácticamente universal en Venezuela, y porque venía de manifestar tenazmente una postura de centro-izquierda frente al imperio de una insolente moda de derecha. De mediados de 1991 data una encuesta que distribuía la intención de voto entre los precandidatos de aquellos días de modo casi totalmente homogéneo. Rafael Caldera, Luis Piñerúa, Eduardo Fernández, Andrés Velázquez, absorbían cada uno alrededor del 20% de la intención de voto (con pequeña ventaja para Caldera) y un restante 20% no estaba definido o no contestaba. Se trataba de una distribución uniforme, indiferente, que a la postre iba a desaguar por el cauce calderista por las razones anotadas más arriba”. En síntesis, Sr. Schlesinger, el artículo de su pluma que me ofreciera me ha parecido francamente deplorable. Usted no tiene títulos para calificar, en manera alguna, ninguno de los actos de los grandes venezolanos que fueron Arturo Úslar Pietri y Rafael Caldera. Aunque no se haya percatado de ello, usted le debe mucho a ambos, y lo primero y mínimo que les debe es respeto.
Usted sabrá perdonar este “exceso de análisis”, así como que me haya tomado la libertad de corregir en su comentario numerosos errores—como el nombre de Sir Timothy John “Tim” Berners-Lee, que usted escribió Breners-Lee—para asegurar entre otras cosas, en este blog, el uso apropiado del idioma, castellano o cualquier otro.
Luis Enrique Alcalá
Es muy fácil opinar. Sin querer descalificar al Sr. Schlesinger, creo que el esfuerzo por mantener el equilibrio en este blog no puede ser pasado por alto. Tampoco puede pretenderse descalificar a venezolanos insignes así, sin más, porque una cosa es la visión que como ciudadano se tenga de un país y otra muy distinta la que deben tener quienes lo dirigen. La visión como ciudadano, por lo general, es limitada a los intereses particulares y la visión como representante debe ser amplia, tratando de producir el feed back necesario entre esos millones de ciudadanos y quien ejerce el gobierno; porque no se gobierna para un grupo determinado, sino para todos en general; al menos eso hace un ESTADISTA.
Si el Sr. Schlesinger quería arrancar una aceptación de maquiavelismo en la intención de los análisis que aquí se presentan, perdió el tiempo. Si así fuera, ninguno de los que le seguimos lo haríamos. Aquí se manejan temas de alta política; a veces no me gustan los enfoques, pero los vuelvo a leer y aunque no me gusten, me ofrecen una visión diferente; obligan a pensar, inducen al ANÁLISIS.
La situación política, económica y social de Venezuela, es producto de un largo caminar por la acera de la democracia; con sus aciertos y desaciertos, sus más y sus menos, pero finalmente orientada a profundizar la madurez necesaria para apuntar a nuevos horizontes.
Saludos.
Muchas gracias, María Teresa, por su comprensión y por su aprecio del blog. De esa clase de opiniones hay en todas partes. La Nota del Día de mañana hará referencia a un artículo aparecido hoy desde Estados Unidos. El autor critica a las utopías y sus proponentes, y dice de éstos: “Estas personas tienen otra cosa en común: todas creen que los fines propuestos justifican los medios para engrandecer el poder que disfrutan y sus arrogantes propuestas. Ejemplos modernos de estas personas son Mao Tse Tung, Adolfo Hitler, José Stalin, Pol Pot, Fidel Castro, Robert Mugabe, Kim Jong II, Hugo Chávez, Idi Amín y el presidente Barack Obama”.
Con la mayor y más feliz irresponsabilidad, pues, se emite monstruosas condenaciones de esa clase.
Le agradezco al Captainccs sus dos intervenciones; me ha obligado a leer primero los comentarios y al Dr. Alcalá sus correspondientes réplicas, después he leído el artículo. Comparto con el Captainccs que mientras era yo un niño el Estado aplicaba un tipo de «socialismo», no en términos absolutos sino en términos porcentuales. Quiero decir que el Estado administraba—no tengo conocimiento de la época—seguramente más del 80% del PIB, lo cual le permitía que una porción de la población «pudiera» desarrollar actividades «capitalistas», ya que no estorbaban «el botín del Estado» para la distribución de la riqueza petrolera y minera a «todos los ciudadanos» en bienestar social e infraestructura.
En cuanto a la postura de oposición, mi deseo es que el estilo del Ejecutivo actual logre que la sociedad tenga náuseas de elegir «otro presidente» y enfrente el desarrollo desde las provincias y el campo, pero desconozco cuál puede ser el mejor método. En este caso, le solicitaría consejo al Maestro Abreu… sin ninguna duda.
El punto 3 de la segunda réplica me atrajo especial interés en cuanto al derecho que tienen los pueblos a la rebelión que hace mención al documento virginiano. Creo que fue redactado por Jefferson (favor corregir si me equivoco), y comulgo con que ninguno de los personajes de la «rebelión fedecamarista» es heredero del espíritu de Jefferson o Paine (ambos Thomas y defensores de los derechos fundamentales del hombre de la época moderna americana). No le llegamos a los talones a esa clase de dirigentes que fundaron una sociedad que nos domina hasta estos días… En las pesadillas de Bolívar aparecía la sombra de Norteamérica.
El futuro no pinta bien para los que deseamos permanecer en este país, por la arrogancia de «una clase opositora desplazada» y la soberbia de «otra clase emergente trepadora», las dos populistas y especialistas en la recolección de votos del 1×10. Parece la famosa guerra de las colas: «Quítate tú pa’ ponerme yo».
Debemos aceptar que somos una sociedad con una enfermedad… la negación es un derecho. ¿La cura? Una buena terapia. Si no hay solución lo que nos queda es una intervención… o en otro idioma: Take the blue pill y ¡no ha pasado nada! (Ver sobre la píldora azul en YouTube).
Estimado Paolo: usted ofrece una lectura enteramente errónea en un punto. Me refiero a esta afirmación suya: «…el Estado administraba… seguramente más del 80% del PIB…» Para 1955, con Pérez Jiménez, la participación del Estado en el Ingreso Nacional era de 11,4%. Este índice subió a 14,4% en 1963, el último año del gobierno de Rómulo Betancourt, pero no porque los puntos adicionales le fuesen arrancados socialistamente al sector privado local, sino porque habían subido los impuestos a la explotación petrolera foránea; esto es, porque la Nación obtuvo más de su petróleo. En 1992, el año de la intentona de Chávez, fue de 16,3% y, nuevamente, este nivel, que dejaba 83,7% del Ingreso al sector privado fue alcanzado después de la nacionalización petrolera, en tiempos cuando todavía PDVSA era un orgullo venezolano, no porque viviéramos bajo un Estado socialista. Para 2004, el año del referéndum revocatorio, el índice había subido a 18,7%, todavía muy lejos de su equivocado 80%. Finalmente, las Cuentas Nacionales del ejercicio 2009, arrojan, como componente del Ingreso Nacional, un consumo público de 92.894 millones de bolívares fuertes (17% del total), frente a un consumo privado de 449.372 millones. La cosa, pues, es enteramente al revés de lo que usted afirma. Como al Sr. Schlesinger, le sugiero apartarse de aseveraciones sin fundamento, erróneos lugares comunes pescados de gente superficial y poco seria.
En efecto, como usted dice, fue Tomás Jefferson el redactor de la Declaración de Derechos de Virginia. Fue, sin duda, un grande y muy inteligente estadista. Pero Simón Bolívar no se quedaba atrás; la Enciclopedia Británica se sintió obligada a admitir al comienzo de su artículo sobre el héroe: “…es considerado por muchos como el más grande genio que el mundo hispanoamericano ha producido”. Y añade esa enciclopedia hecha en Chicago que se llama Británica: “Hay pocas figuras de la historia europea y ninguna en la historia de los Estados Unidos que desplieguen la rara combinación de fortaleza y debilidad, carácter y temperamento, visión profética y potencia poética que distinguieron a Simón Bolívar”. Los propios estadounidenses reconocen así, a pesar de habitar tierra de hombres excepcionales, que en toda su existencia no han parido un par de nuestro Libertador. Es difícil conseguir de nadie mejor homenaje.
En cuanto a la cura que ofrece usted con obviedad («Una buena terapia»), me temo que estoy ante una verdad de Perogrullo. Es como ir al médico para que éste diga, luego de cobrar significativos honorarios de consulta: «Señor, usted está muy enfermo, y la solución es que usted se cure». ¡Por supuesto!
Y en lo tocante a intervenciones quirúrgicas, Santo Tomás de Aquino, después de otros, estipuló el cumplimiento de condiciones obligadas para la administración de esa clase de remedio (la guerra justa); además de cerciorarse de que no se causaría más daño del que se quiere evitar (Pinochet, por ejemplo) y de saber a ciencia cierta que los caminos no violentos ya han sido recorridos todos, exige como condición el éxito probable. Creo que usted sabe bien que quienes propugnan golpes de Estado, magnicidios o invasiones de potencia extranjera, usualmente no tienen la menor capacidad de asegurar esto último. He llegado a escuchar con gran asombro la irresponsable enormidad de que «la salida» sería provocar ¡otro Caracazo! Naturalmente, quienes hablan así no irían jamás ellos mismos a saquear comercios y atraer disparos sobre sí; que lo hagan otros. No son otra cosa que fanfarrones, pequeños baladrones.
No están agotados los medios médicos, no quirúrgicos, para salir de nuestras dificultades. El Sr. Schlesinger, quien tal vez sea su amigo (¿desde Puerto La Cruz o sus cercanías orientales?), no tiene la razón.
Buenos días, Dr. Alcalá. Me deja Ud. otra tarea: investigar el punto del PIB. No creo en salidas violentas, no conozco al Captainccs. Mi respeto por su réplica.
Al margen, la palabra «quirúrgica» fue agregada; mi intención era comparar con un conocido reality show—Intervention—que trata de cómo ayudar a personas con problemas de adicción, y la palabra «náuseas» fue cambiada por la palabra «ansias». Ojalá nuestra sociedad no siga persiguiendo soluciones mesiánicas. Creo que la figura ejecutiva debe cambiarse por otro tipo de representación que impida la inoculación de caudillos.
Hola, Don Paolo. Investigue Ud., como dice, y avise en este blog si tenía razón cuando afirmó: “…el Estado administraba… seguramente más del 80% del PIB…”
Me alegra que deje Ud. aclarado que no cree en salidas violentas. Su redacción permitía entender otra cosa. Lo de su posible conocimiento del Sr. Schlesinger fue un tiro al aire, luego de investigar un poco y notar que Ud. parecía comulgar con su tesis: «Todos nuestros gobiernos desde Rómulo Betancourt han sido socialistas». (También le agradeció Ud. sus comentarios. Pareció que lo defendía sin comprometerse demasiado). La dirección electrónica desde la que vino el segundo comentario de Schlesinger era de un proveedor puertcall.com, que busqué con Google y no existe. El que existe es puertocall.com, ubicado en la zona de Barcelona-Pto. La Cruz. (El primer comentario de él sí vino desde la dirección correcta).
Anoche quise enviar a Ud. un correo explicativo acerca de las modificaciones que introduje en su comentario. Terminé de trabajar en el blog sobre las 3 de la madrugada y dejé para hoy la comunicación de advertencia, al sentirme muy cansado. Usted se adelantó con su justo reclamo. Ya su comentario, alterado por mí, está restituido a su forma original. (Bueno, sin los errores gramaticales que corregí; ya no guardo el archivo original).
En general, edito cada comentario recibido antes de autorizar su publicación, para asegurar el uso castellano correcto. En el caso del suyo, hice las modificaciones notadas por usted por las siguientes razones: primero, usted escribió «…la sociedad tenga náuseas de elegir…», lo que sustituí por «…la sociedad tenga ansias de elegir…» Como en Venezuela se dice «tengo ansias» cuando se siente náusea, pensé que usted se había equivocado, pues de ser intencional el uso de la palabra ahora restituida el sentido de su oración equivale a «…la sociedad tenga asco de elegir…», lo que en verdad no parecía ser lo que Ud. intentaba transmitir. Pero sea su voluntad. Ahora se lee lo que Ud. escribió.
Luego, Ud. escribió: «¿La cura? Una buena terapia. Si no hay solución lo que nos queda es una intervención…» De nuevo, parecía Ud. referirse al caso de la inexistencia de medios médicos, no quirúrgicos, y la inclusión del término «quirúrgica», entonces, pareció pertinente. Como ya le dije, la palabra ya ha sido suprimida de su comentario, restituyendo la ambigüedad en su escritura.
Para que pueda notar los cambios menores introducidos, como dije, para mejorar la construcción castellana, copio abajo la redacción original del comentario suyo que ahora contesto seguida de la que he publicado. Con ésta, todo visitante de este blog creerá que Ud. escribe con toda corrección. En verdad, la mayoría de sus comunicaciones viene mejor escrita que las de la mayoría de otros corresponsales.
No soy yo quien propugne «soluciones mesiánicas», dicho sea esto por si acaso, ya que regresa Ud. sobre el punto. Ahora sugiere Ud. que «la figura ejecutiva debe cambiarse por otro tipo de representación que impida la inoculación de caudillos». Que yo sepa, hay cuatro sistemas de gobierno distintos al nuestro, que es el de la mayoría de los países, incluyendo en ella a los Estados Unidos. Primero, el sistema parlamentario, como en los casos inglés y japonés, en el que la figura de primer ministro proviene del líder de la fracción que obtenga en elecciones la mayoría parlamentaria; luego, el sistema colegiado suizo, que rota a su presidente cada seis meses; después, la teocracia iraní, donde un cuerpo de ayatollahs presidido por un líder religioso máximo controla al presidente, que es elegido por voto popular; por último, las juntas de gobierno típicas de los golpes de Estado. En los tres primeros sistemas, siempre hay una persona única a cargo del ejecutivo: aun en el caso de las juntas, hay una figura presidencial (Betancourt, Delgado Chalbaud, Suárez Flamerich, Pérez Jiménez, Larrazábal, Sanabria).
Podemos ver, pues, cómo la humanidad, cuando organiza sus trozos en comunidades políticas, procura siempre confiar la responsabilidad ejecutiva a una sola persona. Esto tiene una raíz biológica, genética. Siempre hay un mono alfa o un león alfa en la manada. Hasta en los gallineros se observa el fenómeno: hay un gallo mayor que es dueño del patio; su posición se establece según un riguroso pecking order.
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Buenos días Dr. Alcalá, me deja Ud. otra tarea, investigar el punto del PIB. No creo en salidas violentas, no conozco al Captainccs. Mi respeto por su réplica.
Al márgen, la palabra «quirúrgica» fue agregada, mi intención era comparar a un conocido reality show «Intervention» que trata en como ayudar a personas con problemas de adicción, y la palabra «náuseas» fue cambiada por la palabra «ansias», ojalá nuestra sociedad no siga persiguiendo soluciones mesiánicas, creo que la figura ejecutiva debe cambiar por otra tipo de representación que impida la inoculación de caudillos.
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Buenos días, Dr. Alcalá. Me deja Ud. otra tarea: investigar el punto del PIB. No creo en salidas violentas, no conozco al Captainccs. Mi respeto por su réplica.
Al margen, la palabra “quirúrgica” fue agregada; mi intención era comparar con un conocido reality show—Intervention—que trata de cómo ayudar a personas con problemas de adicción, y la palabra “náuseas” fue cambiada por la palabra “ansias”. Ojalá nuestra sociedad no siga persiguiendo soluciones mesiánicas. Creo que la figura ejecutiva debe cambiarse por otro tipo de representación que impida la inoculación de caudillos.
(No he destacado los cambios en la puntuación, que Ud. podrá ver por sí mismo al comparar).
Buenas tardes para Ud.