En 1961, Albert Bandura, considerado hoy el psicólogo más importante de Norteamérica, realizó un experimento clásico y verdaderamente crucial, que ofrece fundamento empírico a la más eficaz de las explicaciones de la delincuencia, y que igualmente permite entender lo que seguramente es la más nociva y venenosa de las influencias que Hugo Chávez Frías ejerce sobre la psiquis nacional.
En aquel año, el actual Presidente de la República alcanzaba, presumiblemente, el uso de razón. Chávez nació en 1954, y ahora que un arzobispo se le enfrenta cabe citar lo que estipula el canon 97 del Código de Derecho Canónico: “§ 2. El menor, antes de cumplir siete años, se llama infante, y se le considera sin uso de razón; cumplidos los siete años, se presume que tiene uso de razón”. Es decir, en 1961 Hugo Chávez debía ya tener la capacidad para distinguir entre el bien y el mal.
Bandura se interesó en el papel jugado por la modelación social en el pensamiento, la motivación y la acción humanas, y muy pronto precisó el foco de sus investigaciones para dedicarse al estudio de la relación entre esa modelación y las conductas agresivas. Su enfoque fue decididamente experimentalista. Desde la época de sus estudios de postgrado, sostenía que los psicólogos debían “conceptualizar los fenómenos clínicos de forma que los haga susceptibles a la prueba experimental”, pues creía que sólo en el laboratorio podía la investigación psicológica controlar los factores que determinan la conducta. De este esfuerzo germinó su primer libro—Adolescent Aggression (1959, Hugo Chávez todavía no tenía uso de razón)—y más adelante (1973), Aggression: A Social Learning Analysis.
Su base conceptual, pues, es la teoría del aprendizaje social. En 1986, Bandura publicó Social Foundations of Thought and Action: A Social Cognitive Theory, obra de enorme influencia, en la que los seres humanos son entendidos como entes capaces de autorregulación y autodesarrollo, y no como un manojo de respuestas a estímulos externos—conductismo—o como el producto de impulsos internos, como Freud los entendía en buena medida.
La conducta, sin embargo, es grandemente influenciada por factores ambientales y es, en mucho, la imitación de modelos. En particular, Bandura ha sostenido que los individuos, especialmente los niños, aprenden sus respuestas agresivas al observar a personas en actos de agresión, bien sea directamente o a través de medios como el cine y la televisión.
Los individuos, pues, no heredan una tendencia a la violencia; la adquieren por imitación. Al hacerlo, por otra parte, refuerzan esa conducta al obtener algún beneficio, sea éste el alivio de una tensión, la ganancia financiera, la aprobación de terceros o el desarrollo de su autoestima. Es fácil ver que la teoría del aprendizaje social es la teoría de la conducta más relevante a la criminología.
A partir del famoso experimento de 1961 (ver su descripción en Wikipedia), la conclusión principal del equipo de Bandura y sus colaboradores fue que las conductas de agresión pueden ser aprendidas a partir de la observación y la imitación de modelos. Los niños observados en el experimento llegaron a pensar que la conducta agresiva era aceptable, y de este modo sus inhibiciones de la agresión se debilitaron. Este debilitamiento hace más probable que se responda a situaciones futuras con respuestas más agresivas. La agresividad se aprende.
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Desde que entró, en mala hora, Hugo Rafael Chávez Frías a la política venezolana—el 4 de febrero de 1992—, este ciudadano se ha conducido, constantemente, como un modelo agresivo. Por supuesto, por sus actos de esa fecha, que fueron armados para la agresión. Pero también en su campaña electoral de 1998, cuando ofrecía freír cabezas de adecos y copeyanos; también el 4 de febrero de 1999—cuarenta y ocho horas después de haber jurado sobre una constitución a la que declaró, frente a su padre, moribunda, en revelación de su carácter despiadado—cuando emplazó a la Presidenta de la Corte Suprema de Justicia para que aceptara el robo por necesidad; también cuando sugirió tempranamente a Marcel Granier que su vida corría peligro; también cuando escribía cartas, en plan de colega revolucionario, al terrorista criollo Illich Ramírez Sánchez, alias “El Chacal”; también cuando incitó agresiones de otros, como las de la banda de Lina Ron, a la que declaraba luchadora meritoria; también cuando despidió con sorna a los ejecutivos de PDVSA; también cuando ha insultado a mandatarios extranjeros e instituciones públicas y organizaciones no gubernamentales en cualquier parte del globo; también cuando ha excitado las invasiones de propiedades privadas, como él mismo ha hecho en aplicación del “método Chaz”; también cuando ha amenazado a quienes se le opongan con el empleo de la fuerza armada; también cuando compra armas—fusiles, aviones y helicópteros de guerra, submarinos—y cuando establece contingentes de reservistas más grandes que el ejército regular; también cada vez que golpea la palma de su mano diestra con el puño siniestro; también cuando no cesa de hablar de guerra, de magnicidio, de guerrilla, de resistencia; también cuando ofrece la expropiación a cuanto factor social no se alinee con su voluntad; también cuando acuña el lema de “patria, socialismo o muerte”.
Cualquier cosa positiva que Chávez haya podido traer a su pueblo es anulada por esta permanente modelación de la violencia, por cuanto aquí el daño que infiere es a lo psíquico de nuestra sociedad. No hay, pues, nada que pueda salvar a las administraciones de Chávez en el registro de la historia, y esto debe ser explicado a sus partidarios en el seno de nuestra ciudadanía. Uno pudiera invitarles a que hicieran una lista de los aciertos de Chávez pues, por más larga que fuere, sería reducida a la insignificancia al cotejarla con su perenne modelación de la violencia y la agresión, que deja cicatrices en el espíritu de la Nación.
¿Cómo puede disminuir la delincuencia en un país cuyo presidente la modela, exacerbando el azote que lacera por igual a sus partidarios y sus opositores? ¿Qué asaltante no se sentirá “dignificado” por la conducta presidencial, cuya agresividad y cuyo desprecio por la propiedad puede tomar por modelos?
Este rasgo terrible y definitivo del modo de gobernar de Hugo Chávez Frías se complementa con su “desconexión moral”—moral disengagement, otro concepto de Bandura—, que le impele a fabricar excusas para su mala conducta, eludir la responsabilidad de sus consecuencias y culpar a sus víctimas. Las razones que Chávez ofrece son, mayormente, coartadas.
Y esta espantosa modelación, para agravarla, es amplificada por el más obsceno culto a la personalidad que haya conocido Venezuela. No hay agencia oficial que no le adule, no hay programa que no se atribuya a sus méritos, no hay pieza publicitaria del gobierno que no infle su ego megalómano y tóxico.
Quien se regodeara aludiendo a una tal enfermedad del “escualidismo”, es en sí mismo un agente patógeno peligrosísimo, que preside un proceso canceroso, maligno, pernicioso e invasivo, destructor del tejido conectivo venezolano. De hecho, es él mismo la causa de ese cuadro infeccioso secundario, mucho menos grave.
Preparémonos para una inmensa tarea de medicina y psiquiatría política al cese de su mando. LEA
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Hola, DOC: Claro, clarito, clarísimo… IMPECABLE ARTICULO.
¡COLOSAL TAREA LA QUE NOS ESPERA!, muchos saludos.
Gracias, amigo Jaspe. Usted me ofrece la oportunidad de añadir algo que creo importantísimo. Hace poco recordé al Sr. Schlesinger: «Lo peor que puede hacer un opositor a Chávez es parecerse a él”. Es nuestra obligación actuar de distinta manera. Le copio de la Carta Semanal #345 de doctorpolítico (Amores que matan, 20 de agosto de 2009):
Más en el fondo, sin embargo, la política es asunto de corazón porque el político debe amar a la sociedad que quiere servir, debe amar lo que hace. Es consejo común a los estudiantes de Medicina que procuren no involucrarse emocionalmente, en lo especial no sentimentalmente, con sus pacientes. Dejarse rodar por esa bajadita pone en peligro su objetividad, su distancia clínica, la que es necesaria para poder ser de alguna utilidad. Pero este consejo no es el apropiado para un político.
La relación médico-paciente—salvo en el caso de los epidemiólogos—es bipersonal. Allí vale la prescripción de apagar lo emocional. En política puede predicarse lo mismo respecto de la relación entre el político y la enfermedad social. El oncólogo no entra en relación de odio personal contra un tumor específico aunque sepa que debe eliminarlo, y el político no debe determinar sus decisiones sobre la base de sus gustos o disgustos. Si tiene un reclamo por un daño individual que se le haya causado, pues allí está el Código Civil; que plantee una demanda civil como cualquier otro hijo de vecinos.
Lo que antecede es el deber ser, y a eso no se llega sino a través de cierta evolución psicológica, de una asociación emocional superior, de un placer derivado del deber. Emilio Mirá y López mostró hace tiempo cómo las almas son dominadas por cuatro gigantes: la ira, el miedo, el amor y el deber. Ser dominado por el deber es un estado que se alcanza después de superar el control que sobre uno ejercen la ira, el miedo y el amor, las otras grandes emociones; sobre ellas asciende el espíritu, como sobre escalones, para alcanzar el deber.
Y sí, el deber es por encima de todo una emoción, la incomparable, a veces sublime emoción de creer que se hace lo que es correcto. Se puede estar equivocado en el deber, por supuesto, como puede estarse en el amor.
La relación de Hugo Chávez con la gente que ha aprobado sus ejecutorias debe principalmente entenderse como una de amor. Quienes le apoyan o apoyaban han partido, mayormente, de una plataforma afectiva. Y esto tiene carácter bilateral. No podría darse el amor de los pobres por Chávez si no hubiera amor de Chávez por los pobres, si no hubiera una empatía bidireccional.
Ningún estudio sobre la pobreza en Venezuela tiene que enseñar a Chávez qué es la pobreza. Él la conoce; él la vivió de cerca. La sufrió y sintió con injusticia, y cree que es la lucha por eliminarla su deber. Simplistamente, piensa que hay gente interesada en que existan pobres. Entiende mal su deber, pero su deber se funda en su amor.
Pero es un amor primitivo. No se expresa positivamente, sino como negación de quienes él piensa que hieren a sus pobres. Es un amor protector, paternalista, ejercido sobre un pueblo que entiende débil, ingenuo, inconsciente. Una mezcla patológica de ira, miedo, amor y deber determina su conducta.
Ahora que nos encontramos en el umbral del post-chavismo es importante entenderlo así. Si rechazamos de él su ira y su miedo, si su sentido del deber es retorcido y extraviado, no neguemos que también actúa por amor. La venganza no debe ser su sucesor.
No me gustan las explicaciones psicologistas de los procesos sociales. Pero LEA encontró un atajo que siento válido, especialmente en sociedades como la nuestra: el líder como modelador, como legitimador. No es un absurdo «escuálido» sostener que el presidente Chávez es responsable de la violencia e inseguridad que padecemos como sociedad, no sólo por la anomia que ha provocado, intentando armar una institucionalidad paralela que no funciona, sino sobre todo por presentar cotidianamente dispositivos retóricos justificadores de cualquier desmán, por hacer de la arbitrariedad una norma, de la excusa una razón y no una declaración de incompetencia.
Es un alivio cuando la antropología acoge algo que dicen los pobres psicólogos y sociólogos. En serio: Rafael Rengifo tiene razón; la reducción de los procesos sociales a la psicología no funciona, a menos que se trate de psicología social. Sería como reducir la biología a física cuántica. El estudio de la complejidad, además, pone de manifiesto la aparición de «propiedades emergentes» en los sistemas complejos: rasgos del conjunto que no se encuentra en los componentes. En la Carta Semanal #88 de doctorpolítico (Sabiduría de enjambre, 27 de mayo de 2004), expliqué la cosa de este modo:
En cambio, la más moderna y poderosa corriente del pensamiento científico en general, y del pensamiento social en particular, ha debido admitir esta realidad de los sistemas complejos: que éstos—el clima, la ecología, el sistema nervioso, la corteza terrestre, la sociedad—exhiben en su conjunto “propiedades emergentes” a pesar de que estas mismas propiedades no se hallen en sus componentes individuales. En ilustración de Ilya Prigogine, Premio Nóbel de Química: si ante un ejército de hormigas que se desplaza por una pared, uno fija la atención en cualquier hormiga elegida al azar, podrá notar que la hormiga en cuestión despliega un comportamiento verdaderamente errático. El pequeño insecto se dirigirá hacia adelante, luego se detendrá, dará una vuelta, se comunicará con una vecina, tornará a darse vuelta, etcétera. Pero el conjunto de las hormigas tendrá una dirección claramente definida. Como lo ponen técnicamente Gregoire Nicolis y el mismo Ilya Prigogine en Exploring Complexity (Freeman, 1989): “Lo que es más sorprendente en muchas sociedades de insectos es la existencia de dos escalas: una a nivel del individuo y otra a nivel de la sociedad como conjunto donde, a pesar de la ineficiencia e impredecibilidad de los individuos, se desarrollan patrones coherentes característicos de la especie a la escala de toda la colonia”.
De todos modos, la realidad se compone de una gigantesca complejidad de elementos y niveles que coexisten simultáneamente en su inmensa variedad. La ciencia, incapaz de comprenderla toda de un golpe, necesita aislar algún aspecto y controlarlo experimentalmente para descubrir alguna relación significativa. Eso fue precisamente lo que hizo Albert Bandura con su experimento de 1961 (Bobo doll experiment).
Particularmente me siento, con este largo mandato y su omnipresencia en los medios de comunicación, en una especie de película en que el ticket es nuestra cédula de identidad y aún no hay derecho ni a un intermedio.
Digo esto después de ver películas como «1984«, basada en la novela homónima de George Orwell, o «V de Vendetta«, basada en un cómic.
Aunque no me considero digno cinéfilo, sé que para «1984» cuidaron de rodar algunas escenas en los mismos días y lugares escritos por Orwell; también que el actor John Hurt actúa en ambas películas, en la primera como ciudadano y en la segunda como el dictador. Adicionalmente, puede anotarse que la segunda película no es un remake de la primera.
La tercera versión la estoy viviendo en Venezuela, en cuarta dimensión tropicalizada, sin «lentes especiales y conexión wireless». Debe existir alguien que desee reclamar el copyright de la mejor versión Sensurround Violence Live, que nos recuerdan los protagonistas de este guión nacional. Mejoraron con creces el Sensurround estrenado en Hollywood en «Terremoto» por allá en 1974.
Espero, para mi salud, que nunca estrenen la cuarta versión.
¡Qué genial la frase final de su artículo!
Saluda Atte.
Marisa Piscitelli
(Argentina)
Muchas gracias, doña Marisa. Su saludo me hace añorar a la Argentina; hace ya demasiado tiempo (octubre de 1996) desde que comiera la carne más deliciosa de toda mi vida: un jugoso bife de chorizo que podía cortarse con el tenedor, en Buenos Aires, después de la visita a una de sus mejores librerías. («Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca». Jorge Luis Borges).
Antes que nada, muchísimas gracias por su amabilidad al responderme.
He llegado a usted de la mano de un ferviente seguidor suyo, quien me ha hecho descubrir su interesante escritura: me ha llamado la atención la capacidad con la que usted puede tratar un tema determinado, pero interrelacionándolo y mirándolo, a su misma vez, desde tantos puntos de vista.
En cuanto a su cita de Borges, le digo que es cierto. No hay mejor palabra para describir los lugares donde reposan y son admirados los libros. No hay lugar más soñado dónde pueda internarme, por horas, que en una pequeña o inmensa librería.
Es un placer conocerlo.
Saluda Atte.
Marisa Piscitelli.
Pues soy yo quien le queda muy agradecido por su amabilidad. Don Jorge Luis Borges ocupa el primer lugar en mi panteón personal de la lengua castellana. En 1976, ya muy enamorado de mi esposa, a quien acababa de conocer después de haberse formado mi admiración por el incomparable maestro, la emoción me puso en vena literaria. (Cosas del amor). Entonces pretendí que una pobre nota que compuse sin intención de título había salido en el estilo de Borges, e irreverentemente la llamé Borgiana, en plan de secreto homenaje. La encuentra en este blog en el enlace marcado.
El universo de Borges es, como él mismo advirtiera muchas veces, una biblioteca infinita. Cito de memoria estos versos sobrecogedores: «Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche». (Poema de los dones).
Gracias por darme el pretexto de venerarlo de nuevo.
Tal como lo comenta LEA, la tarea por emprender para revertir los efectos de tantos años modelando violencia, tiene dimensiones gigantescas. Ahora bien, existe otro tipo de modelaje al cual se nos ha expuesto y que tiene las peores consecuencias para la psique nacional: me refiero al rol familiar que exhibe el presidente Chávez. Efectivamente, se trata de un hombre solo, sin esposa, con hijos que no comparten con él el mismo techo; se trata de un hombre siempre vestido con la misma ropa, que aparentemente nunca toma vacaciones, que no parece compartir con sus hijos, en fin, la receta perfecta para el hogar disfuncional. Ya el rol de padre de familia, de elemento nutritivo, cálido, confiable, cercano, y protector dentro del hogar está bastante dañado en nuestro país; las mujeres, por lo general, deben «calarse» a un ejército de holgazanes, inseguros, emocionalmente volátiles y económicamente nulos y muchas veces mantenerlos; lo peor que podía pasar era agregarle a esto más modelaje negativo. Desconozco si este modelaje es intencional y tiene la finalidad de debilitar la familia (el poder opuesto al Estado desde siempre) pero, siendo la paternidad irresponsable quizá el principal problema nacional, el ejemplo diario de un presidente solo, no puede sino contribuir a la profundización de esta grave situación que seguramente explica un buen porcentaje de todo lo malo que sucede en nuestro país. La promoción, modelaje e incentivo de la responsabilidad paterna debería ser una cruzada nacional, ayudaría a muchos «pseudomachos» a confrontar su diaria incoherencia de vida y los dejaría en ridículo frente a la sociedad y sobretodo frente a sus mujeres, quienes seguramente encontrarán la manera de encaminarlos en una senda de mayor consistencia vital.
Cuando estaba por ser emitida Humanae Vitae (1968)—encíclica de Paulo VI que cayó como baño de agua fría sobre quienes esperaban mayor apertura de la iglesia católica en materia de moral sexual—, el Dividendo Voluntario para la Comunidad dio a conocer los resultados de una encuesta (no representativa), que en efecto colocaba a la paternidad irresponsable en el primer lugar de los problemas de Venezuela. Sobre este asunto, y en general acerca de todo el tema de la estructura familiar venezolana típica, el padre Alejandro Moreno, con muchos años de vida en el corazón de Petare, tiene percepciones nada convencionales, que desmontan nuestros clisés sobre la cosa. Y no creo que las mujeres sean, por definición, mejor gente que los hombres. (Espero que mi esposa, con quien ayer cumplí 31 años de feliz vida matrimonial, no lea esta respuesta).
Ahora bien, creo que la vida familiar del presidente Chávez es algo que se ubica dentro de su esfera estrictamente privada, y siento que debo respetarla y abstenerme de juicios temerarios a los que no tengo derecho y para los que no tendría base. Me interesa el presidente Chávez en tanto hombre público; naturalmente, sé que los hombres y mujeres expuestos al público—Sandra Bullock, por ejemplo—son blanco de fisgones y paparazzi. Creo que eso es terrible. En este blog procuraremos abstenernos de examinar la vida familiar y privada de las personas públicas, aunque entre ellas se encuentren quienes no respetan La vida de los otros. (Película extraordinaria de Florian Henckel von Donnersmarck, Premio Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 2007).
De acuerdo con no tocar los temas de la esfera privada, sin embargo, me refiero a una serie de señales que son consistentemente emitidas desde la primera magistratura nacional y que crean una imagen de hombre exclusivamente entregado a un proyecto y solo. Creo necesario cuidar mucho las señales emitidas desde la presidencia, precisamente por el poderoso efecto de modelaje que conllevan. En un país en el cual la estructura familiar es tan vulnerable, no creo sea buena señal que no se utilice La Casona.
Se te había entendido perfectamente la primera vez.
Una omisión imperdonable: Feliz Aniversario!
Muchas gracias, Raúl.
Humildemente, pienso que cuando se trata de moldear a una sociedad hay que tener bien clara la intensidad del estímulo para que produzca el efecto adecuado. Dicho en criollo: la mamá debe saber hasta dónde le da cocazos al muchacho porque, si no, se vuelve sinvergüenza; y esta sociedad venezolana ya le perdió miedo al rejo. Me disculpan los Sres. Científicos Sociológos y Psicólogos por mi coloquial lenguaje.
La Nota del Día, es un manual de cómo ganarse un Ministerio anotando frases célebres en menos cantidad de caracteres. Buenísimo.
Saludos.
Muchas gracias, Ma. Teresa, una vez más. Con frecuencia, el lenguaje coloquial es mucho más claro y preciso que la jerga de los científicos sociales. Y me pareció que pudiera ayudarse al pobre Presidente de la República, que ya tiene las manos llenas con sus importantísimos y muy variados discursos en cadena.
Sin haber terminado, aún, de leer esta respuesta que usted realizó, alcancé a leer algo que llamó inmediatamente mi atención: “Lo peor que puede hacer un opositor a Chávez es parecerse a él”…. A esta frase me remitía, puesto que recordé un proverbio que siempre tengo presente: «La mejor manera de vengarse del enemigo, es no pareciéndose a él».
Marisa Piscitelli
Hegel escribió, en La fenomenología del espíritu, que en el fragor de un combate prolongado los enemigos terminan por parecerse. Y es árabe mi proverbio favorito: «La mejor venganza consiste en ser feliz».
Estimado Luis Enrique, encantado con su artículo y de acuerdo en el planteamiento.
Sólo dos preguntas, aunque tal vez suene redundante:
¿No cree Ud. que ya es el momento en el cual los que oponemos a este gobierno debemos intentar modelar conductas distintas? Más allá de nuestro entorno familiar y cercano.
Si su respuesta es afirmativa, ¿cuáles cree que deban ser algunas de nuestras acciones para lograr ese objetivo?
Mi inquietud viene por mi preocupación sobre lo que se ve en la calle. Cada día dominan más dentro de nuestra sociedad las conductas irrespetuosas, violentas e inmorales. Sería una labor titánica, casi utópica lograr cambios positivos en el corto y mediano plazo.
El problema está tan generalizado, como usted mismo dice, que harían falta campañas masivas, y en esto puede haber el esfuerzo institucional de empresas anunciantes. En época de Renny Ottolina fueron muy eficaces cuñas suyas en procura de una mejor conducta urbana, y la publicidad temprana del Metro de Caracas creó un personaje detestable—Ruperto Mamerto, o algo así—para desestimular el comportamiento abusivo.
Ahora tenemos una neurosis colectiva alimentada desde las esferas gubernamentales. Así como el pozo Macondo ya ha superado al Exxon-Valdez en su descarga de petróleo en el golfo de México, la Presidencia de la República y cosas como La Hojilla son derrames de toxicidad que afectan a la ciudadanía cuando ésta las escucha. No sería fácil, lamento decir, contrarrestar algo así a partir de acciones individuales, que en algunos casos pueden funcionar y en otros generar situaciones hasta peligrosas. A la acción corporativa que sugiero pueden sumarse las municipalidades conscientes. Quizás la escala nacional es demasiado abrumadora, y sea la urbana la correcta.
Pero es concebible un esfuerzo mayor, y tal cosa dependería de un liderazgo civil enfocado sobre ese punto tan importante. Una asociación civil dedicada a eso, por ejemplo.
Gracias por la atención de la visita.