A tío Edgar, y a Horacio, mi compadre
El abajo firmante admite de buen grado que lo que sigue contiene una dosis elevada de sesgo y fanatismo. Es un homenaje a quien considero—y no estoy, de ningún modo, solo en esto—el tenor operático perfecto: Jussi Bjoerling. El único tío que me queda, Edgar Corothie-Chenel, a quien dedico esta entrada, me hizo escucharlo por primera vez, una tarde en su cuarto de la quinta Aragonesa, cuando yo tenía catorce años (en Cavalleria Rusticana, de Pietro Mascagni, seguida de I Pagliacci, de Ruggiero Leoncavallo, pues ambas óperas breves venían en un solo álbum). Allá por los años cincuenta, así como güelfos y gibelinos que enfrentaban los carros Ford a los Chevrolet, RCTV a Televisa (predecesora de Venevisión), La Salle al Loyola y el Caracas al Magallanes, hubo quienes prefirieran a Mario del Monaco. Los partidarios de Bjoerling, no obstante, si dudábamos a veces en alguna de las categorías de aquel mundo binario, en cuanto al arte de su noble voz no abrigábamos la menor hesitación: nos sabíamos asistidos de la razón más absoluta. Hoy todavía opondríamos su canto—con ventaja algo menor, hay que reconocerlo—a quienes juran que Luciano Pavarotti ha sido el más grande de los tenores. Para que el visitante de esta casa virtual pueda juzgar por sí mismo, se ha puesto aquí una abundante muestra de la perfección canora del tenor sueco. No hay por qué escucharla toda en una sola sentada.
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Johan Jonatan «Jussi» Björling (1911-1960) nació en la pequeña localidad de Borlänge (40.000 habitantes), en la provincia sueca de Dalarna. El mundo tuvo la inmensa suerte de que su padre, David Bjoerling, fuese él mismo un refinado cantante y le enseñara a usar su voz única, incomparable, desde que fuera un infante. El debut de Jussi, con el Cuarteto Masculino Bjoerling, tuvo lugar cuando tenía ¡cuatro años de edad! He aquí un registro en YouTube en el que canta Mattinata, de Leoncavallo, poco antes de cumplir veinte, en 1930 (el año en que tuviera lugar su debut operático) y en sueco.
Después de cantar durante un poco más de once años con el cuarteto familiar, Bjoerling hizo su debut en un concierto en solitario en los Estados Unidos, en el inevitable Carnegie Hall, en 1937. Al año siguiente hizo el papel de Rodolfo en La bohème, de Giacomo Puccini, en el Metropolitan Opera House de Nueva York. Desde entonces sería el dueño de ese patio en las décadas de los cuarenta y los cincuenta.
Era inevitable que se le comparara con Enrico Caruso (1873-1921), quien había sido el rey del Metropolitan, donde acumuló el récord imbatible de 863 apariciones en dieciocho temporadas consecutivas. De hecho, pronto se conoció a Bjoerling como “el Caruso sueco”. Resulta imposible dilucidar hoy quien tuvo mejor voz o era el mejor cantante; las grabaciones de la época del gran tenor italiano eran ciertamente muy limitadas. Sin embargo, el estilo de Caruso se parecía más bien al de Pavarotti, excesivamente melodramático. Pavarotti fue el Caruso que cerrara el siglo XX y muriera abriendo el XXI.
No había nada de melodramático en Bjoerling. Quienes aupaban a del Monaco le reclamaban, precisamente, que cantara con presunta frialdad escandinava. Pero esto último era evaluación peregrina. Bjoerling ajustaba, asombrosamente, su canto al sentido de la letra y el drama que actuaba, en perfecto delivery. Nadie como él ha hecho orfebrería vocal tan perfecta, nadie como él ha cantado, por ejemplo, E lucevan le stelle, de la ópera Tosca de Giacomo Puccini, con tan rico contraste. Ésta es la letra:
E lucevan le stelle…
ed olezzava la terra…
stridea l’uscio dell’orto…
e un passo sfiorava la rena…
Entrava ella, fragrante,
mi cadea fra le braccia…
Oh! dolci baci, o languide carezze,
mentr’io fremente
le belle forme disciogliea dai veli!
Svanì per sempre
il sogno mio d’amore…
L’ora è fuggita…
E muoio disperato!
E non ho amato mai tanto la vita!…
Es la evocación de amor de un hombre pronto a morir ajusticiado, desesperado al fin del parlamento porque ese destino le toca justamente cuando ama tanto la vida a causa de su amada. Antes, cuando recuerda los besos y caricias, el sentimiento es otro, una memoria de dulzura. En el verso le belle forme disciogliea dai veli! (“¡las bellas formas libraba del velo!”) Bjoerling borda delicadamente ese significado, con un control de la voz en pianissimo que es más difícil que el necesario para gritar un Do de pecho. (Otros tenores cantan con fuerza, inapropiadamente, ese pasaje que habla de despojar a la amada, delicadamente, de sus tules). Luego, convoca la potencia de sus pulmones para expresar la furia de la desesperación. Los monegascos de los cincuenta, pues, estaban grandemente equivocados. Oigamos a Bjoerling en el aria del Acto III de Tosca:
Tosca
Lo que caracterizó a Bjoerling fue lo que, a falta de concepto más preciso, se llamara su “sonido”. El timbre o, mejor, los timbres de la voz de Bjoerling eran de una riqueza insólita, llena de armónicas como una campana, como la voz de Pedro Vargas. Era un sonido cristalino, elegante, justamente afinado, dulce, brillante, sedoso, noble, potente, suave, viril, luminoso. Tal vez sea éste el adjetivo más apropiado. Bjoerling tenía la paleta de Pierre-Auguste Renoir en la garganta (y el exacto dibujo de Durero). Hela aquí desplegada en Donna non vidi mai (Manon Lescaut, Puccini):
Manon Lescaut
Fueron las óperas de Puccini, por supuesto, las que mejor se avenían, por su melodiosa musicalidad, a la tersura de su voz, en la que el vibrato nunca salía de sus justos términos. La técnica de Bjoerling, además, era de una exactitud y una naturalidad pasmosas. Ni en las arias más difíciles se le oyó jamás la menor inspiración para tomar aire. Su canto era un río incesante, impulsado por el fuelle de un pecho fuerte hacia una estructura facial de pómulos amplios que graduaba el timbre como un sintonizador de precisión, para no hablar de la impecable pronunciación en cualquier idioma en que cantara. Pero también cantó mucho de Verdi—se tiene por la grabación definitiva de su Requiem la que Bjoerling hizo tres meses antes de morir—, de Gounod, Cilea, Giordano, Strauss (Richard), Rachmaninoff, Brahms, Leoncavallo, Donizetti, Borodin, Grieg, Mascagni, Bizet, Sibelius, Tchaikovsky, Flotow, etcétera. El famoso Largo de Händel es, en verdad, el aria Ombra mai fu, de su ópera Jerjes. Aquí está cantada por Bjoerling, seguida por su convincente rendición de la difícil Aria de Lenski, de la ópera Eugenio Oneguin de Pyotr Ilyich Tchaikovsky, cantada en sueco:
Jerjes
Eugenio Oneguin
Jussi Bjoerling debió fajarse con una seria propensión alcohólica, que probablemente fue la causante de su muerte poco antes de cumplir sesenta años. (Murió seis meses después de un ataque cardiaco sobrevenido el 15 de marzo de 1960; sin hacerle caso, ¡se presentó ese mismo día en Covent Garden, la sede de la Ópera Real de Londres, para cantar en el rol de Rodolfo en La bohème!). Su viuda, Anna-Lisa Berg, una fina soprano ella misma, dejó constancia de los problemas de su esposo en la biografía que escribió con ayuda de Andrew Farkas, pero también del carácter de Jussi como “amoroso hombre de familia y colega generoso”.
Jussi Bjoerling amaba el mar y el deporte de la navegación a vela. En el video que sigue podemos escuchar, de su compatriota Gustaf Nordqvist, la poderosa canción Till havs (Al mar):
Para cerrar este insuficiente homenaje al noble tenor perfecto, la pièce de résistance, traída acá a propósito para humillar y zaherir a los fanáticos de Pavarotti: Nessun dorma, la popular aria de Calaf en Turandot, ópera última y póstuma de Giacomo Puccini. A estas alturas, con el vigoroso sonido del tubo de órgano que era Jussi Bjoerling, con ese Do de pecho, ya sólo puede hablarse de gañote. Apártese, don Luciano, que hubiera querido usted cantar así para un día de fiesta. LEA
Turandot
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Qué hermoso que LEA nos deleite, en medio de tanta desesperanza, con su riqueza operática, una de sus tantas sorpresas… Y, de acuerdo, por ejemplo a mí me gusta Carreras y sus limitaciones y esa facilidad de Pavarotti me espanta. Gracias por descubrir a este sueco escondido entre la fama de Caruso (ignorancias de uno)… Y, para terminar, para la buena gente de este país, todos: A l’alba vincerò!!!!
¡Usted se ha ganado una cola Dumbo! Resulta apropiado, para iniciar el mes, que usted sea premiado con Un bel dì di maggio, de la ópera Andrea Chénier de Umberto Giordano. Por supuesto, la canta sin el menor esfuerzo Jussi Bjoerling. (Ñapa: la letra abajo).
Come un bel dì di maggio
che con bacio di vento
e carezza di raggio,
si spegne in firmamento,
col bacio io d’una rima,
carezza di poesia,
salgo l’estrema cima
dell’esistenza mia.
La sfera che cammina
per ogni umana sorte
ecco già mi avvicina,
all’ora della morte,
e forse pria che l’ultima
mia strofa sia finita
m’annuncierà il carnefice
la fine della vita.
Sia! Strofe, ultima Dea!
ancor dona al tuo poeta
la sfolgorante idea,
la fiamma consueta;
io, a te, mentre tu vivida
a me sgorghi dal cuore,
darò per rima,
il gelido spiro d’un
uom che muore.
Otro gran tenor Giuseppe di Stefano, escribió en su libro El arte del canto, que Jussi, era la voz de diamante,yo de acuerdo
DOC: Gracias por el EXCELSO obsequio.
MIS RESPETOS.
Me alegra que lo disfrutara. Como encore, aquí tiene a Jussi Bjoerling cantando Vesti la giubba, de la ópera I pagliacci, de Ruggiero Leoncavallo. Viene completa, con la coda orquestal que cierra el Primer Acto.
Mi apreciado Luis Enrique: merecido, refrescante y oportuno evocar—en estos días de aciagas noticias—una voz que tanto le sigue regalando al espíritu humano como la del pequeño sueco, gigante en tesitura y maestría del bel canto. Sin duda, uno de los más grandes del s. XX. Y coincido plenamente contigo en lo del Nessun dorma de Bjoerling. No obstante, un mérito indiscutible de Pavarotti es que con ese aria popularizó la ópera en el mundo como nadie lo había hecho en toda su historia.
Por pura casualidad, cuando esta mañana leía tu blog estaba escuchando a Beniamino Gigli, a quien siempre he asociado a Bjoerling, no sólo por contemporaneidad, sino porque ambos forman parte de esa selecta familia de tenores que en un vigoroso fuelle cuelan pinceladas de mezza voce, armónicos y tesituras que les salen más del alma que de su caja torácica. Cierta la sombra que oscurece la historia de Gigli por su incursión en el fascismo. Pero el aborrecimiento que nos inspira ésa y cualquier otra expresión totalitaria, como que se congela inevitablemente cuando lo escuchamos en Una furtiva lagrima de L’Elisir d’amore de Donizetti o en La solita storia del pastor de La Arlesiana de Cilea. El espíritu dominando la razón. Algo parecido a lo de Furtwängler dirigiendo Beethoven…
En fin, te felicito por las inserciones musicales en tu Blog. Pero no quiero despedirme sin reclamarte que hace días, cuando le dedicaste un reconocimiento a Horowitz, dejaste fuera de tu amplia lista de los grandes pianistas del s. XX a Wilhelm Kempff. Nada serio; es cierto que el «gusto antecede al juicio».
Un cordial abrazo,
Ramón
Apreciado Ramón, colega del CHAPATEC (Comité de Habladores de Paja Tecnológica): me congratulo porque disfrutaras La voz de titanio. Ciertamente, Beniamino Gigli fue el puente entre Caruso y Bjoerling, pues se encargó del puesto de primera figura del Metropolitan Opera House de Nueva York a la muerte del napolitano, en el mismo año ejemplar cuando José Raúl Capablanca se coronara como Campeón Mundial de Ajedrez y Albert Einstein fuese premiado con el Nobel de Física. (El año en que mi madre naciera). Otra voz que viene al recuerdo, de esa época de Gigli y después, es la de Giacomo Lauri-Volpi, quien tenía un registro monstruoso. Una vez le oí entonar, en lugar del Do de pecho en Di quella pira, de Il trovatore, ¡un Re sobreagudo!
Creo que de haber existido el ambiente tecnológico actual—nosotros dos sabemos de estas cosas—en la época de Bjoerling, habría sido él quien popularizara Nessun dorma y la ópera en general. Es decir, Pavarotti fue, en buena medida y sin negar sus dotes indudables, un fenómeno mediático, para usar una expresión cara al actual Presidente de la República y a Willian (mal escrito) Lara. Cuando Bjoerling, no existían las comunicaciones satelitales que hicieron posible, por ejemplo, las transmisiones simultáneas de los publicitados «Tres tenores». (Ya que estoy en esto, prefiero con mucho el canto viril de Plácido Domingo sobre el afectado del difunto don Luciano). Algo hizo, sin embargo, Mario Lanza en sus películas, y Lauritz Melchior antes en blanco y negro.
La razón no te asiste para reconvenirme sobre la omisión de Kempff, pues escribí la enumeración de pianistas en Titán del piano rematando con un clarísimo «y pare de contar». No era cuestión de gusto o juicio, sino de espacio. Tampoco mencioné, por caso, a Paul Badura-Skoda, el gran intérprete de Scarlatti, o a Dinu Lipatti, Arturo Benedetti Michelangeli, Glenn Gould, Alfred Brendel, Artur Schnabel, William Kapell o al mocho Paul Wittgenstein (hermano de nuestro amigo Ludwig), para quien Maurice Ravel escribiera su Concierto para la mano izquierda. Es decir, paré de contar. No se ponga, pues, usted quisquilloso.
Pero para que veas que no te guardo rencor, y en reconocimiento a tu cultura operática, acá te regalo las dos arias que mencionaste (È la solita storia y Una furtiva lagrima) cantadas por el papá de todos los tenores: Jussi Bjoerling.
Sin ser yo un aficionado y mucho menos un conocedor del mundo del bel canto, y más bien siendo (quizá por cuestiones generacionales) un pagano apasionado del rock duro y de la salsa brava, debo reconocer con toda honestidad que este post ha sido de lo mejor que he podido disfrutar de su maravilloso e instructivo blog, entre muchos otros que de toda índole suelo visitar… ¡¡¡Muchísimas gracias, apreciado amigo LEA!!!
Gracias a usted, don Abelardo, por su generosa evaluación. Me alegra mucho que un cultor de Led Zeppelin y Willie Colón encuentre deleite en la buena ópera, gracias a la magia de Jussi Bjoerling. No se despegue de nuestra sintonía, que pronto oirá aquí cosas de José Feliciano (a quien Duke Ellington, el papa del jazz, llamara «el cantante») o Emerson, Lake & Palmer, o Chico Buarque de Holanda. La buena música puede expresarse en el folclore más elemental. Claro, prefiero la música «clásica», particularmente la sinfónica, porque es la más profunda, la más poderosa, la más compleja y rica, la que dispone de más formas y recursos, la que amé sin regreso desde mis doce años, allá por 1955.
Quiero que disfrute todavía un canto más de Bjoerling, a dúo con quien le acompañara en más de una ocasión, la estupenda soprano catalana Victoria de los Ángeles. Es el largo dueto amoroso (11 minutos y veinte segundos) del Acto I de Madame Butterfly, otra vez de Giacomo Puccini. El varón, a solas ya con la joven que acaba de desposar—Cio Cio San, o mariposa en japonés (farfalla en italiano)—, se muestra crecientemente ansioso porque la dama en cuestión habla más que Chávez y no concreta. Es música muy hermosa, como sólo compuso para la ópera el Sr. Puccini. Fue estrenada en 1904 y, mientras la componía, en 1903, Puccini sufrió un accidente en automóvil que casi le cuesta la vida. En shock, decía repetidamente: «Butterfly, la mia povera Butterfly». Fue su ópera consentida.
(Aviso: es el último audio que se pone de Bjoerling aquí. No hay que abusar. La Gerencia).
¡Ay, Dios! Tan bonita que iba la explicación de la escena compuesta de amor, pasión y el nerviosismo de la dama; en el contraste de intensas emociones que ya casi se sienten, viene y nombra a Chávez y se me revienta el globo de la imaginación y desaparece la escena, desaparece el sentimiento y veo rojo… un rojo grotesco, de ojos rojos y sin ninguna gracia… ¡¡¡¡Ay, Dios!!!!
Pero Cio Cio San hablaba mucho y no concretaba… Es muy importante preservar el sentido del humor, y no es bueno ver rojo cada vez que se menciona cierto apellido. Saldremos más rápidamente de la dominación de Chávez en la medida en que podamos entenderla desapasionadamente, y tampoco debe ella impedirnos la capacidad de reír. Traigo de nuevo algo de Patología política (I): «Hay un opositor que es patológico porque su conducta conspira contra las posibilidades de éxito de la oposición y también porque se daña a sí mismo. El opositor patológico es adicto al objeto de su oposición. Si Chávez no ha dicho nada últimamente, siente una desazón de carácter obsesivo-compulsivo y busca encontrar en el territorio de alguna gobernación, o un municipio fronterizo, una manifestación más de la maldad de su régimen. Necesita comprobar cada día, con evidencia fresca, la maldad del mandatario y su combo. Necesita hablar de esas cosas—ahora en Twitter—todos los días, varias veces al día. Atraído irremisiblemente hacia el objeto de su odio, como quien se deja cautivar por la mirada de una serpiente, como mariposa que busca la lumbre en la noche (así se achicharre), procura estar enterado de todos los pasos del actual Presidente de la República, y esto realimenta su angustia, su odio, su estrés. Chávez sabe que causa ese efecto, y disfruta dando pie a que esas emociones cundan en el número de sus opositores; hace a propósito lo que él presume que les causará mayor irritación. El niño es llorón y la mamá lo pellizca». No caigamos en eso.
¡¡¡Jussi Björling!!! El Caruso Sueco es una comparación odiosa. El vibrato de la voz de Björling es muy muy especial. Hay un tenor maltés llamado Joseph Calleja que en mi opinión se acerca al estilo de Björling pero es diferente, su vibrato se acerca más a un tremolo y no posee la claridad como metálica del sueco (la comparación con el titanio le queda perfecta). No existen análogos al hablar de voces, sólo ligeras coincidencias y creo que todos tenemos un sesgo a la hora de privilegiar a uno u otro artista. Dejo una muestra de Calleja: http://www.youtube.com/watch?v=95GurlVPmiY.
Mi tenor favorito es Giuseppe DiStefano. A nivel de tono de voz, sentimiento y control natural en la emisión; me encanta en especial por el diminuendo en esta aria, hecho en vivo: http://www.youtube.com/watch?v=cOktnGD8G_0. ¡De Forte a Pianissimo en 15 seg.! El Ferrari de los tenores.
Buenísimas todas las publicaciones musicales del blog.
Aprecio mucho a Di Stefano. El tío que me enseñó a oír ópera comparte mi aprecio de Bjoerling, y piensa muy bien de Alfredo Kraus. Villazón es una voz joven de la que oiremos muchas cosas buenas.