Rafael Rengifo M.

Es muy doloroso para quien escribe registrar el fallecimiento prematuro de Rafael Rengifo Manzarino, el estupendo amigo de quien muchos recibimos su inteligente bondad. Como suele ocurrir con parejas que han compartido una vida de amor y de esperanza, Rafael no sobrevivió mucho a su esposa, Goiz Eder Calvo, a quien una ingrata enfermedad se llevó el 19 de abril del año pasado.

Rafael fue un queridísimo amigo personal y vecino, colaborador de este blog, al que desde sus inicios ayudó con generoso entusiasmo. Unos cuantos comentarios de su teclado, ahora quieto, reposan en nuestros archivos; en todos ellos brilla el tino de Rafael para señalar las cosas importantes. Hace cuatro días, dejó un mensaje grabado en el que anunciaba que Carlota Pérez había conversado con él y comentado mis menciones de ella, en trabajo reciente sobre la crisis financiera de Grecia. Nunca pudo contarme con detalle, pero atesoro la grabación que he preservado.

Su formación de antropólogo le daba un ángulo poco usual para el análisis de nuestra realidad, el que usualmente venía en una envoltura de fino buen humor. Fue investigador del CENDES, instituto emblemático de la Universidad Central de Venezuela. En los predios de la política científica, principalmente en nuestro CONICIT, dejó huella profunda, y se había hecho experto en la Ley Orgánica de Ciencia y Tecnología, cuyas oportunidades descubría y enseñaba en eficaces talleres. El universo de la asociación civil Eureka tuvo su sabiduría para estimular y premiar la creatividad tecnológica venezolana, y desde esa plataforma difundió la fe en el ingenio venezolano, en cierto momento con un programa en la Radio Nacional de Venezuela. Era un firme evangelista de la Internet, a la que entendió como pocos.

Fueron muchas las aficiones que compartimos. Muchas las cosas que aprendí de él. A mi paso fugaz por El Diario de Caracas, lo llevé para que hablara a los compañeros de la redacción, y la impresión que causó en ellos fue tan grande que desde entonces no me hicieron caso. Siempre tenía en el bolsillo observaciones tan agudas como pertinentes, y al compartirlas con largueza entendíamos al mundo un poco más.

Sobre todo, era el amigo fiel y comprensivo, a la mano para la confidencia y el consejo.

Ahora ha ido a atragantarse de polvorones—los de Eugenio, el cómico catalán—en compañía de Goiz, su amada; tal vez compartirán una ensaladilla rusa. Ya no escucharemos su cálida y calmada voz, y este blog estará ahora incompleto. LEA

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