All animals are equal, but some animals are more equal than others.
George Orwell
El día 3 de mayo apareció en este blog el artículo Ford Falcón modelo PPT, y en él se hizo la siguiente promesa: “Este blog promete y anuncia que dedicará, próximamente, todo un artículo a desmontar y discutir esta última enumeración”. La enumeración aludida se encuentra en respuesta de Henri Falcón a pregunta de Hernán Lugo-Galicia, en la entrevista que éste le hiciera y saliera publicada en El Nacional del día anterior, domingo 2 de mayo. Lugo-Galicia pregunta: “¿Y en lo electoral no es así: blanco y negro?” A esto responde Falcón: “Si se revisan [sic] los estudios de opinión, la mayoría rechaza los extremos radicales de la oposición y del Gobierno. Un sector de la población tiene la expectativa de que la dirigencia le hable de igualdad, ética, productividad, respeto y diálogo”. En verdad, para no hacer un texto demasiado largo, necesitaré una serie de artículos para el análisis completo de esta declaración. Luego de la siguiente observación de corte general, este artículo de hoy se contraerá al tema de la igualdad.
Un primero y muy importante nivel de análisis permite comprender que un buen político, a pesar de que sea probable que sólo un sector de la población sea receptivo a su discurso, debe dirigirlo a todo el cuerpo social, pues su responsabilidad es para con la sociedad entera. Al sugerir Falcón que hablaría a “un sector de la población”, mayoritario y distinto de “los extremos radicales de la oposición y del gobierno”, se muestra dispuesto a la exclusión de estos últimos, más o menos la mitad de la población en tiempos no electorales, más de ella cuando vienen elecciones.
Pero vayamos ahora a la enumeración misma. Falcón asegura que “un sector de la población” espera que los dirigentes políticos “le hablen de igualdad”. Una primera pregunta que surge es quiénes no quieren que se les hable de eso. Se me pone que éstos serían poquísimos. Ya en febrero de 1985 (hace 25 años) escribía el suscrito:
Tal vez el mito político más generalizado y penetrante sea el mito de la igualdad. Hay diferencia entre las versiones, pero en general ese mito es compartido por las cuatro principales ideologías del espectro político de la época industrial: el marxismo ortodoxo, la socialdemocracia, el social-cristianismo y el liberalismo. Sea que se postule como una condición originaria—como en el liberalismo—o que se vislumbre como utopía final—como en el marxismo—la igualdad del grupo humano es postulada como descripción básica en las ideologías de los distintos actores políticos tradicionales. El estado actual de los hombres no es ése, por supuesto, como jamás lo ha sido y nunca lo será. Tal condición de desigualdad se reconoce, pero se supone que minimizando al Estado es posible aproximarse a un mítico estado original del hombre, o, por lo contrario, se supone que la absolutización del poder del Estado como paso necesario a la construcción de la utopía igualitaria, hará posible llegar a la igualdad. (…) La realidad social no es así. Tómese, para el caso, la distinción entre “honestos” y “corruptos” que parece tan crucial a la actual problemática de corrupción administrativa. Si se piensa en la distribución real de la “honestidad”—o, menos abstractamente, en la conducta promedio de los hombres referida a un eje que va de la deshonestidad máxima a la honestidad máxima—es fácil constatar que no se trata de que existan dos grupos nítidamente distinguibles. Toda sociedad lo suficientemente grande tiende a ostentar una distribución que la ciencia estadística conoce como distribución normal de lo que se llama corrientemente “las cualidades morales”: en esa sociedad habrá, naturalmente, pocos héroes y pocos santos, como habrá también pocos felones, y en medio de esos extremos la gran masa de personas cuya conducta se aleja tanto de la heroicidad como de la felonía. Si no se entiende las cosas de ese modo la política pública se diseña entonces para un objeto social inexistente. (…) Es necesario entonces que esa óptica dicotómica e igualitarista sea suplantada por un punto de vista que reconoce lo que es una distribución normal de los grupos humanos.
Apartando esta refutación general de las prédicas o pretensiones igualitaristas, no es verdad que una proporción muy significativa de nuestra población está a la espera de que “la dirigencia” le hable de igualdad, puesto que esto es tema trillado hasta el cansancio por Hugo Chávez desde hace rato. Por ejemplo, la agencia AFP lo citaba el 4 de mayo de 2005: “La verdadera democracia es imposible con el capitalismo, porque son unos pocos poderosos sobre las mayorías débiles… Donde la mayoría es explotada, esa no es democracia, que la llamen democracia es una cosa, pero no es democracia. La ruta es el socialismo, la democracia verdadera, la igualdad. No puede ser democrático un sistema que privilegia a una minoría y mantiene en la pobreza a la mayoría. Por el contrario, el socialismo es democrático porque procura el acceso de todos a la alimentación, la salud, la educación, la vivienda y el trabajo”.
Todavía no había desechado a Heinz Dieterich, entonces su mentor intelectual favorito. Éste decía en una entrevista concedida a Luis Juberías Gutiérrez (AVANT) el 7 de abril de 2004: “El ideal de justicia de que todos tengan la misma gratificación por el mismo esfuerzo laboral, a mi juicio, sólo se consigue en el comunismo. Para que esto suceda no es suficiente la voluntad, sino que se exigen unas condiciones objetivas. Para que cada uno pueda aportar lo mismo con igual esfuerzo, necesitas niveles semejantes de alimentación, educación, participación, etc., es un proceso de voluntad política y de condiciones prácticas que te hacen una sociedad homogénea en cuanto a realizar y aportar más o menos lo mismo».
Pero es que hasta la Declaración de Independencia de la más grande entre las potencias capitalistas, sin ir muy lejos, declara justo al comienzo: “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres son creados iguales…” Es decir, una igualdad original, y eso que los Estados Unidos no son socialistas, ni siquiera de la variedad “productiva” de Henri Falcón. Seríamos, según los gringos fundadores, iguales al nacer lo que, muy obviamente, es falso. En verdad, lo que los padres de los Estados Unidos querían decir es que todos los hombres debían ser iguales ante la ley, cosa que nunca fue así, sobre todo en las peores épocas de su discriminación racial, y aquí menos, según puede explicar abundantemente la jueza María Lourdes Afiuni.
Chávez, en cambio, sabe que los hombres no son creados iguales, pero quiere convertirlos en eso, en hombres iguales, en hombres de Dieterich, en hormigas idénticas y programables.
Ni la idea marxista de la igualdad final del socialismo ejemplificado en Chávez es posible ni jamás ha sido que los hombres nazcan iguales, ni jamás lo será. Gracias a Dios, porque no sería lo más conveniente. Ambos, el liberalismo capitalista, de un lado, y el socialismo indigenista de Chávez del otro, son formas de sostener la noción de que el estado ideal de la sociedad humana es aquél en el que todos los hombres son iguales. Esta formulación se cuela, asimismo, en frases tales como la de “desigualdad en la distribución de las riquezas”, empleadas con frecuencia por gente nada socialista, quienes a lo mejor no quieren implicar que la renta debiera, en principio, distribuirse igualitariamente. Una sociedad “sana”—esto es, la mejor sociedad posible—es una en la que la distribución de la riqueza aproxima la distribución de cualidades morales de una sociedad expresadas en la práctica y, como vimos, esta última es una distribución estadística gaussiana, nunca una distribución igualitaria.
En síntesis, ni la igualdad puede ser criterio político práctico o justo, ni tampoco es que nunca se ha hablado de ella en Venezuela, razón por la que habría ansias de oír de aquélla en “un sector de la población”. Si lo que Falcón quiso decir es que el tratamiento del gobierno a los ciudadanos no es igualitario, puesto que discrimina cruelmente entre partidarios y opositores, entonces tendría razón. Pero no dijo esto, pues parece experimentar dificultad para criticar a un gobierno del que estuvo pegado once años. Es preciso hablar claro; si no se hace así, quien hable un lenguaje ambiguo y timorato debe esperar que se le entienda mal. LEA
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