inclusión. 1. f. Acción y efecto de incluir.
exclusión. 1. f. Acción y efecto de excluir.
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En la época de la campaña electoral que convertiría a Jaime Lusinchi en Presidente de la República, su oferta programática central era un tal «Pacto Social», que al menos era formalmente una panacea, suficiente para curar todos los males del país. Su pretendido carácter curativo era sólo nominal; no pasaba de ser la etiqueta de un frasco de contenido incógnito, cuyos propagandistas anunciaban como remedio para todos los problemas. Tanto era así la cosa, que un prestigioso dirigente de Acción Democrática—se le tenía por más culto que el promedio de sus compañeros—decidió escribir un folleto de una decena de páginas para explicar qué era el bendito Pacto Social. Sus párrafos comenzaban más o menos en estos términos: «El Pacto Social no consiste en…», «No debe confundirse al Pacto Social con…», «El Pacto Social no es lo mismo que…», y así por el estilo. A lo largo del opúsculo, el autor podía reivindicar mediano éxito en haber explicado lo que no era el Pacto Social, pero en ningún caso explicó lo que era sustantivamente.
En la ciencia de la lógica se topa uno frecuentemente con este modo de describir el negativo para sugerir la forma del positivo, pero si el procedimiento no es exhaustivo es inválido, y conduce inevitablemente a falacias o absurdidades. Hasta en el mundo del chiste se aprovecha el recurso para proponer, por ejemplo, una adivinanza como ésta: ¿en qué se parecen un caballo y un poste de teléfonos? Respuesta: en que con ninguno de los dos se puede hacer dulce de guayaba.
De nuevo se nota la misma falta de sustantividad cuando Henri Falcón intenta reposicionar al partido Patria Para Todos (PPT). María Prato reportó para El Universal, hace tres días, declaraciones típicas; después de certificar que en Venezuela no existía «ni revolución ni socialismo», Falcón explicó: “Así como nos alejamos de esa forma de hacer política, también nos distanciamos del otro extremo opositor, del pasado. No queremos nada con la política retrasada del pasado ni con la política desfasada del presente». En otro punto repitió: «La gente tiene que estar consciente de que el 26 de septiembre debemos castigar al pasado fracasado y al presente desfasado». La mera repetición revela que ha pensado en las etiquetas que cree convenientes y eficaces; el mero distanciamiento, que no puede describir exacta y sustantivamente su postura sin referencia a lo que no es, a aquello con lo que no debemos confundirlo, a aquello en lo que no consiste.
Sigue explicando el distanciamiento: «Nos hemos separado diametralmente de las políticas del gobierno nacional porque hemos observado que, además de improvisación, no hay un plan de acción, que pueda de verdad sentirse a futuro como la guía hacia el crecimiento y el desarrollo del país». ¿No es, en el fondo, la carencia de un plan de acción lo mismo que la improvisación, por una parte y, por la otra, significa eso que de tener el gobierno nacional un plan de acción que le permitiera actuar sin improvisación no se habría dado la separación diametral?
Bueno, probablemente no, porque también dijo que «en Venezuela lo que hay es un gobierno central improvisado, lleno de maldad y capacidad para destruir empleos productivos generando un cementerio de empresas que profundiza la crisis social en el país. Eso tenemos que decirlo con contundencia, sin miedo». Es una buena razón para ser ahora opositor del gobierno, sin duda, pero insuficiente. Además de esto pudiera decir, que no lo hace, que Hugo Chávez ha «enemistado entre sí a los venezolanos, incitado a la reducción violenta de la disidencia (…) desnaturalizado la función militar, establecido asociaciones inconvenientes a la República, empleado recursos públicos para sus propios y sectarios fines, amedrentado y amenazado a ciudadanos e instituciones, insultado a otros jefes de Estado, desconocido la autonomía de los poderes públicos e instigado a su desacato, promovido persistentemente la violación de los derechos humanos, así como violado de otras maneras y de modo reiterado la Constitución de la República e impuesto su voluntad individual de modo absoluto». (El blog de LEA: Nota del Día 27/05/10).
Pudiera decir, pero no lo dice, que Hugo Chávez pretende perpetuarse en el poder, y que despreció la voluntad constituyente expresada en el referéndum del 2 de diciembre de 2007 (que negó la posibilidad de reelegirse indefinidamente), al replantear el asunto de modo tramposo en otro referéndum del 15 de febrero de 2009, que ganó por abuso y ventajismo electoral característicos e incompetencia opositora, también característica. Probablemente no dice eso porque él, Henri Falcón, hizo activa campaña en apoyo de esa aberración inconstitucional.
¿Estamos siendo muy duros? A ver: en verdad, Falcón también emitió una declaración con apariencia de sustantividad, al decir: «Nosotros simplemente trabajamos para incluir y sumar. El arte de la política es ése y el de hablar con la verdad, hablar de futuro, de desarrollo. En Venezuela hay que hablar de respeto, de tolerancia y de verdadero ejercicio democrático de la política, que tiene que ver con los niveles de entendimiento necesario para construir un estado en armonía, en paz y con justicia».
El arte de la Política es la solución de los problemas de carácter público, pero aun si se lo entendiera como incluir y sumar, Falcón comenzó declarando que no quiere «nada con la política retrasada del pasado ni con la política desfasada del presente»; esto es, Falcón ha aprendido a excluir y restar.
Luego, cada vez que apunta a proponer algo positivo, Falcón parece entender que lo que hay que hacer es hablar. (El 25 de mayo: «El arte de la política es (…) el de hablar con la verdad, hablar de futuro, de desarrollo. En Venezuela hay que hablar de…» El 2 de mayo: «Un sector de la población tiene la expectativa de que la dirigencia le hable de igualdad, ética, productividad, respeto y diálogo”). Ya habíamos dicho acá en el anterior artículo de esta serie:
La población venezolana no quiere que se le hable; quiere que se le muestre. A ella se le ha hablado ya bastante. Lo que los venezolanos queremos es ver conductas, no escuchar palabras. Los políticos venezolanos, como los de cualquier parte del mundo, han hablado en exceso desde que se inauguró la República, y ahora el Presidente de la República no sabe callar. Es acción y no palabra lo que se requiere. El país no está mejor porque un partido diga democracia social en lugar de socialdemocracia, o el gobernador de Lara mencione un socialismo ético y productivo en vez del socialismo del siglo XXI. No hemos progresado un ápice desde que se dice protagónico, endógeno, vertical (como adjetivo de gallinero), participativa, pentapolar o revolución.
Finalmente, Falcón sigue siendo, como en su lema para las elecciones de 2009, insistentemente redundante, discursante en sinonimias: «En Venezuela hay que hablar de respeto, de tolerancia y de verdadero ejercicio democrático de la política, que tiene que ver con los niveles de entendimiento necesario para construir un estado en armonía, en paz y con justicia». El valor semántico agregado con cada sinónimo—respeto, tolerancia, ejercicio democrático, entendimiento, armonía, paz—es verdaderamente minúsculo.
Y todo esto tiene detrás una estrategia más que obvia: la intención de posicionarse como la tercera vía que el inmenso mercado político de los llamados Ni-ni estaría esperando. Una sucinta frase de Falcón la denuncia: «Desde el PPT, estamos construyendo una tercera opción en Lara y en el país».
El PPT entra en las encuestas en la categoría «Otros», pues no llega a marcar 1% de preferencias ciudadanas. Falcón asegura ahora que «crece exponencialmente». Veremos; hasta ahora la disidencia del chavismo no ha logrado imponerse. Ninguno de los candidatos a gobernador que hubiesen salido de las filas oficialistas tuvo éxito en las elecciones de 2008. Hoy, la figura de Wilmer Azuaje no captura más de 4% de simpatías en Barinas; Raúl Isaías Baduel, a duras penas, obtiene 3% de apoyo en Aragua; el muy vocal Ismael García, 2,6% en Falcón (el estado). El propio Falcón (el precandidato presidencial) medía un sólido 26% de aceptación en una región que comprendía los estados centro-occidentales de Lara, Portuguesa y Yaracuy. Ya ha perdido esa posición en los dos últimos.
Pero la maniobra es diáfana. A pesar de que la mayoría de las opiniones no alineadas se manifiesta desde al menos hace seis años, Henri Falcón y el PPT, que han acompañado a Chávez durante más de una década, acaban de descubrirla y quieren engatusarla con su doble distanciamiento del «pasado fracasado» y el «presente desfasado». Se trata de una decisión en frío, mirando a las encuestas, para decir lo que se cree conveniente decir. Pero la falta de sustantividad en las ideas, evidente en el discurso insustancial—recuerda mucho al de Manuel Rosales, un dirigente regionalmente exitoso que fracasó en su salto a la dimensión nacional—, redundante y vacío, socialista, traiciona la incompetencia.
Como se ha reconocido antes aquí, creemos que personalmente es Henri Falcón gente de diálogo y respeto. Ése no es el punto. El asunto es si Falcón calza la talla de un verdadero y moderno estadista, necesaria para enfrentarse a Chávez en 2012—para lo que se prepara—, al molestarse porque en el país no hay «ni revolución ni socialismo», implicando así que debe haberlos. No será suficiente una habilidad mediana, no bastará una astucia mediocre que se percata del disgusto de muchos venezolanos con la agresividad presidencial y por eso habla de respeto y de armonía. La cosa es que la situación política venezolana tendrá que ser superada con algo que no sea una mera equidistancia teórica, que es lo que Falcón y el PPT—organización de la que se ha convertido en portaestandarte—ofrecen hasta ahora. Es obvio, y no sólo recientemente, que con el «pasado fracasado» o el «presente desfasado» no se puede hacer dulce de lechosa. LEA
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Se me ha pedido expresamente que no trate así a la disidencia del chavismo, especialmente a Falcón y al PPT. Que no es el momento de oponer un «prontuario» de chavismo a quienes abandonan sus filas, y que no debo señalar que han sido, al menos, ciegos—cuando no cómplices—para darse cuenta tan tarde de la malignidad del régimen imperante en Venezuela, al que longevamente acompañaron y apoyaron. Se me ha dicho que José Albornoz «no es el enemigo». Admito ser más bien bruto para entender tal caracterización. Como mi análisis no transcurre dentro del paradigma que entiende a la Política como lucha o combate, sino como solución de los problemas públicos, una admonición de esa clase no me hace sentido. No pienso en enemigos, pienso en remedios. Vale.
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Ni tan calvo, ni con dos pelucas. Puede que políticamente convenga no agredir al que se distancia del adversario político, pero hace falta pedirle definiciones claras de su posición sobre los temas más graves del país. Hasta el momento sigue luciendo ambiguo en su discurso. Yo le preguntaría de entrada ¿usted considera que el CNE, el Tribunal Supremo, la Contraloría, la Fiscalía deben ser substituidos por la nueva legislatura por personas que no dependan de los demás poderes públicos y respetuosas de la Constitución? ¿Votaría su partido por la liberación de los presos políticos y la eliminación de la competencia del Contralor de declarar inhabilitaciones políticas? Etc., etc. Entiendo que de todas formas hay que tener cuidado, porque un tremendo alcalde (como Irene Sáez) no necesariamente tiene la calidad de estadista para ser presidente—un estadista suele hablar muy claro acerca de su pensamiento político, porque es líder—y tiene que demostrar que no es un subproducto de la Sala Situacional de Miraflores, como aquel que acusó de delitos de lesa humanidad al «endividuo» y ahora es ministro (???????). Sin embargo, pienso que debe permitírsele con toda generosidad que participe activamente del diálogo político y abierto que debe tener la oposición, para distanciarse del sectarismo, el irrespeto y la intolerancia del lado pro gubernamental.
La clave del artículo que comentas tal vez sea la última parte de su postdata: «Se me ha dicho que José Albornoz ‘no es el enemigo’. Admito ser más bien bruto para entender tal caracterización. Como mi análisis no transcurre dentro del paradigma que entiende a la Política como lucha o combate, sino como solución de los problemas públicos, una admonición de esa clase no me hace sentido. No pienso en enemigos, pienso en remedios». De nuevo, pues, y por eso mismo, debo distanciarme de tu conjetura: «Puede que políticamente convenga no agredir al que se distancia del adversario político».
Chávez no es para mí un adversario político; es un problema, y muy grave. Clínicamente, su dominación es un proceso canceroso que hay que curar, pero así como el oncólogo no odia al tumor aunque deba anularlo, tampoco pienso en términos de adversarios, ni siquiera cuando pienso en el actual Presidente de la República.
Tampoco, por supuesto, creo que sea Henri Falcón un adversario. Naturalmente, tiene todo el derecho de participar, como pones, «activamente del diálogo político», tanto y no más que cualquier otro ciudadano de Venezuela (Chávez incluido, si supiera dialogar). Pero, otra vez, no del diálogo «que debe tener la oposición». Es pensarse como oposición lo que es el error. Precisamente es tema central del artículo la ausencia de sustantividad de las cosas que se definen negativamente.
Mi observación sobre las capacidades o posibilidades de Falcón tiene que ver, más bien, con lo siguiente: la esencia del «verdadero arte del Estado», según Tocqueville, es un asunto de visión. Y, por definición, quienquiera que haya acompañado a Chávez durante una década, y tarde ese lapso en percatarse de la perniciosidad de su régimen carece de visión; es, si no políticamente ciego al menos tan miope como Mr. Magoo, y por tanto no puede pretender ser el líder, puesto que él mismo no sabe bien dónde se encuentra. Quienquiera que a estas alturas del siglo siga pensando en términos ideológicos—como el «socialismo productivo» del Sr. Falcón—está, para usar sus propias palabras, grandemente desfasado.
De resto, bienvenida su reciente iluminación, aunque sea tardía.