Sri Radhakrishnan, en un pasaje de Kalki: El futuro de la civilización, discutía el fundamento ético del protocolo de Ginebra que proscribe el empleo de gases y armas bacteriológicas (1925) en la guerra. No creía consistente que se permitiera achicharrar a centenares de personas con bombas incendiarias o que fuese comme il faut atravesar el cerebro de alguien con una bayoneta, mientras se consideraba un atentado contra la urbanidad de la guerra el uso de un gas venenoso. Para Radhakrishnan esto equivalía a criticar a un lobo “no porque se comiese al cordero, sino porque no lo hacía con cubiertos”. Opinaba, pues, que el protocolo de Ginebra no era otra cosa que un ejercicio de hipocresía.
Quien no come con cubiertos es, evidentemente, Hugo Rafael Chávez Frías, la exacerbación cancerosa de la Realpolitik en Venezuela. Si alguien procura el poder por cualquier medio disponible—abuso, ventajismo, extorsión, violencia directa de las leyes y la Constitución—es el actual Presidente de la República, el más fundamentalista de nuestros fundamentalistas.
El fundamentalismo es una postura realmente simplista y muy peligrosa socialmente. Es la postura de Khomeini, es la que lleva a decretar la muerte de Salman Rushdie, es la que MacCarthy asumía en los Estados Unidos de los años cincuenta, es la que personificó Robespierre durante la época del Terror durante la Revolución Francesa. Los resultados de la política fundamentalista en esa fase de la Revolución Francesa configuran una lección histórica que no conviene olvidar. Aun cuando, en teoría, la Revolución era un movimiento a favor de las clases más bajas de la sociedad francesa de fines del siglo XVIII, la distribución por clases sociales de las víctimas del Terror arroja un resultado paradójico y terrible: el 7 y el 8% de los guillotinados provenían, respectivamente, del clero y de la nobleza, en tanto que 31% pertenecía a la clase trabajadora, 28% era de la clase de los campesinos y un 11% adicional correspondía a la clase media baja.
Los procesos sociales guiados por un código fundamentalista tienden a salirse de control con rapidez, y de hecho son iniciados, bajo el manto de imagen de sus moralistas postulados, por actores sociales que en realidad emplean técnicas de Realpolitik de modo disimulado. El puño de hierro dentro del guante de seda de Metternich. No es éste, por cierto, el caso de Chávez, que ni come con cubiertos ni usa guantes. Su protocolo, por lo contrario, pareciera regodearse en el descaro.
La sociedad venezolana debe sustituir el malsano código ético de la política “realista” por un código mucho más maduro que el de los santones fundamentalistas. Un código clínico, que libre por todos, que reconcilie a todos, que castigue y expurgue lo que es debido, sin incurrir en los excesos destructivos e hipócritas de una inquisición que sería incapaz de dar de comer a los venezolanos. LEA
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