Desempleados de 1929

La cosa comenzó ayer por una baja pronunciadísima de los mercados asiáticos, pero los europeos no se dieron por aludidos y cerraron en terreno positivo. Luego llegó el turno de los Estados Unidos, cuyas bolsas iniciaron la jornada al alza, para caer estrepitosamente por la tarde y cerrar en rojo rojito. Hoy, tanto Oriente como Europa han continuado la rubicundez. El índice Nikkei ha cerrado ya con una caída de 191 puntos (2,04% de su valor de conjunto), y a la 1:30 del mediodía londinense el STOXX 50 ha perdido 32 puntos o 1,24%. No hay respiro; el sobresalto bursátil reaparece y estremece, una y otra vez.

Las explicaciones son muchas; una, de Perogrullo, dice que las bolsas estadounidenses bajaron porque las asiáticas cayeron antes; otra, que el desempeño económico de los norteamericanos—cifras de desempleo peores que las esperadas—y los chinos ha anulado evaluaciones optimistas; otra, que el anuncio de la agencia Moody sobre la probable degradación de la deuda española—en abril y mayo ya Standard and Poor y Fitch, respectivamente, lo habían hecho—ha reavivado los temores sobre el problema global de las deudas soberanas; que las nuevas regulaciones sobre el mundo financiero de los Estados Unidos—aprobadas ya en la Cámara de Representantes—desestimulan la actividad bursátil. Etcétera.

Ayer dijo Bill Fleckenstein (Presidente de Fleckenstein Capital Inc. en Seattle), que el mercado se había convertido en un “casino especulador” que ya no descontaba los problemas, pero el domingo precedente ya había pegado más duro un agorero artículo de Paul Krugman (Premio “Nóbel” de Economía) en el New York Times. Su título: La tercera depresión.

Krugman aventuró la conjetura de que la economía mundial está en las fases iniciales de una depresión económica comparable con la de 1873 (la Depresión Larga) y la iniciada en 1929 (la Gran Depresión). En este caso, el prestigioso economista estima que el factor principal de la nueva, la Tercera Depresión, es una falla sistémica de política económica. En sus términos, pareció que la crisis financiera de 2008-2009 sería enjugada por el apoyo al crédito emprendido por la Reserva Federal de los EEUU y el Banco Central Europeo, pero ha resurgido, en su estimación, a partir de temores por la magnitud del proceso, una política ortodoxa de presupuestos balanceados. Krugman advierte que el temor a la inflación es suicida cuando la dinámica subyacente es la de una “trampa de deflación”.

Krugman es, ciertamente, un “liberal” (en el sentido anglosajón de estar “a la izquierda” del monetarismo conservador), y cree que la cosa es un error de comprensión; no ahorra críticas a quienes, según él, sostienen que el modo de exhibir liderazgo en tiempos difíciles es imponer sufrimiento sobre los demás.

Sea o no correcto lo que dice, la lectura dominical de Krugman contribuyó mucho a las evaluaciones negativas de los mercados de valores. LEA

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