El Presidente de la República ha capitulado, a su manera, a regañadientes, en el intercambio de declaraciones con Jorge Cardenal Urosa Savino. Su magnánima frase de retirada: “Que Dios perdone a Urosa; no me ocuparé más de él”.
Pero siguió ocupándose por un rato, mientras se retiraba. Ardido por la reacción unánime de apoyo al cardenal Urosa y, muy especialmente, por el demoledor comunicado que éste redactó en Roma y apareció ayer en los medios de comunicación, lo retó a que “saque sus armas trogloditas”. Ya no es la persona pastoral la que habitaría en cavernas; sólo sus armas, según la enmienda de capote. (Moronta ya no podrá objetar que esta reformulación, que este desplazamiento semántico “no es propio de la investidura del Presidente”). El modo de huir presidencial es en sí mismo confirmación de lo advertido por Urosa, quien dijo que Chávez, “en lugar de reflexionar y ponderar los argumentos expuestos, y rectificar su línea de conducta, se limita a descalificar y ofender”.
Hizo, hay que notar, un débil intento por dirigirse al fondo del asunto pero, de nuevo, evadiendo la materia y pasando la responsabilidad a otro. Eso fue cuando dijo: “Ese cardenal que me acusa de estar violando la Constitución tendría que demostrarlo ante un tribunal señora Fiscal, por ejemplo. El cardenal me está acusando a mí que soy Presidente de que estoy violando la Constitución, de que estamos haciendo leyes inconstitucionales, señora Presidenta, tendría que explicarle a la Asamblea Nacional en qué se fundamenta”. Aparentemente, cree que estas frases atemorizarían al Cardenal.
Hugo Chávez sabe perfectamente bien de qué está hablando Urosa, y sabe que tiene razón. En una de las más débiles defensas de sí mismo que se le hayan oído, pretendió vender la tontería de que sus opositores “ante cualquier cambio a favor de los pueblos, sacan la excusa del marxismo, leninismo, dictadura, para atropellar a los pueblos”. Él mismo fue quien se declarara marxista en sesión de la Asamblea Nacional del 15 de enero de este año (y antes el 19 de diciembre de 2009); él es quien dice que La Hojilla, vergüenza de la televisión venezolana que pone imágenes de Lenin y de Marx como telón de fondo, es un gran programa; él es quien hace caso omiso de la Constitución, cuyo Artículo 2 establece que Venezuela tiene al pluralismo político como uno de los “valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación” y, por consiguiente, la viola cada vez que pretende enjaular al país en un régimen socialista; es él quien no ha ocultado nunca su obsesión de fundirse con el régimen dictatorial y comunista que sojuzga a Cuba.
Pero ni siquiera esa dictadura cree que esté de moda pelearse con la Iglesia Católica. Raúl Castro, en vez de insultar a los prelados cubanos, se reúne largas horas con ellos y los acepta como intercesores a favor de la libertad de sus presos políticos. Ya ha anunciado la liberación de 52 de ellos, y los Castro saben desde hace tiempo, como Urosa ha demostrado, que alguien que se queja de que lo llamen marxista después de haberse declarado como tal no es sino un farsante. LEA
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