Fidel Castro no es tan viejo. Es menor, por ejemplo, que Hugh Hefner (9 de abril de 1926), el fundador de Playboy Magazine. Castro es cuatro meses y cuatro días menor (13 de agosto de 1926) que el fauno millonario, quien en estos días batalla con su competidor, Penthouse, por el control del grupo de las conejitas.
Castro tampoco quiere perder—o parecer que pierde—control de su imperio en Cuba. La Revolución Cubana también es una marca, posicionada desde hace tiempo entre los consumidores políticos izquierdistas, especialmente los franceses, como algo chic. Acaba de aparecer en un programa de opinión (Mesa redonda) de la televisión estatal cubana—¿es que hay televisión en Cuba que no sea estatal?—, justamente cuando el régimen que preside su hermano menor—mucho menor; Raúl tiene sólo 79 años—está en las noticias porque, en magnanimidad por cuotas, concederá la libertad a 52 presos políticos, luego de intercesión de los prelados católicos de Cuba y el gobierno español, hoy inflado con vientos de fútbol.
Por supuesto que la noticia de esa liberación debe alegrar los corazones, como la de Ingrid Betancourt—que mete la pata con peregrinas demandas contra el Estado colombiano—en su momento. Pero es que ni Betancourt, por más imprudente que fuera, ni los disidentes cubanos que recuperarán su libertad física (no la política) tenían por qué estar privados de ella. La pretensión de Castro el mayor, de coger cámara en la liberación de unos presos que él mismo encerró hace siete años, es una muestra más del caradurismo socialista.
Apareció, pues, como oráculo, como viejo sabio, como grande y experimentado timonel, para advertir de la inminencia de una guerra nuclear en el Cercano Oriente. Hace no mucho escribió que los Estados Unidos e Israel procurarían usar el Campeonato Mundial de Fútbol como distracción para lanzar desapercibidos un ataque contra Irán. (¿Creería, realmente, que el alto mando militar iraní podía ser sorprendido mientras miraba encuentros deportivos en Sudáfrica?) Ayer concluyó el mes futbolístico y no hubo ataque alguno, quizás porque su astucia desmontó la aviesa maniobra a tiempo.
Ahora fue más allá, advirtiendo a los Estados Unidos que guerrear con Irán no es lo mismo que combatir con Irak: “Cuando Bush atacó a Irak, Irak era un país dividido. Irán no está dividido”. Aparentemente, durante su larga e inconclusa convalecencia, no se enteró de la represión que Ahmadinejad se vio forzado a emplear para aplacar la protesta post electoral de la mitad de ese país.
Hasta ahora, por lo que se conoce de la entrevista en Mesa redonda, Castro el viejo no objetó en modo alguno el barbárico procedimiento penal de la lapidación en Irán. LEA
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