El teclado de colores de Scriabin

 

A ME, hermana mística

 

Nunca se había dedicado en este blog, en las previas trece entradas de tema musical, una de ellas a un solo compositor. Ésta viene centrada sobre Alexander Scriabin (1872-1915) porque fue un músico que influyó decisivamente la composición del siglo XX, porque en sus escasos 43 años de existencia desarrolló una asombrosa y rara metamorfosis estilística y porque, sencillamente, su obra es muy hermosa y no demasiado conocida.

Alexander Nikolayevich Scriabin

Alexander Nikolayevich Scriabin escribió obras puramente orquestales: cuatro estupendas sinfonías y dos poemas sinfónicos (siendo uno Prometeo: el Poema del Fuego), pero era esencialmente un compositor para el piano, instrumento que aprendió a construir él mismo con sus manos. Es de su obra pianística que se escoge la selección aquí presente. Ella es comúnmente clasificada en tres períodos, que van del temprano grupo de composiciones à la manière de Chopin (del opus 1 al 29), al intermedio (op. 30 al 53), en el que su lenguaje asume un carácter impresionista y, finalmente, hasta el período tardío (op. 54 al 74), que es decididamente atonal, aunque renuente a las exigencias canónicas del dodecafonismo de Arnold Schönberg, cuya música no apreciaba.

Pero presentemos de una vez la música de Scriabin. Nada mejor para introducirla que la joya que compuso a sus 19 años, el muy hermoso Estudio #1 del opus 2, en Do sostenido menor—tal como Rachmaninoff, que a la misma edad compuso su más famoso preludio (op. 3, #2), exactamente en la misma tonalidad. Abajo está interpretado por quien fue seguramente el mejor de sus intérpretes en el siglo XX: Vladimir Horowitz. (En YouTube puede verse un video enternecedor, cuyo código de inserción está desactivado y no puede ponerse aquí. Cuando Horowitz regresó a Rusia después de sesenta años de ausencia, tocó en el piano del compositor, para la hija de éste, la prodigiosa pieza).

Mucho más chopinianos resultarían los estudios del opus 8. El melancólico #11 (Andante cantabile) es tan chopiniano que lleva, como el que acabamos de escuchar, la marca contrapuntística de Chopin, rasgo de la música del polaco que Harry Corothie (Ingeniero Forestal y Doctor en Música, mi tío materno) me hizo notar. (Chopin componía, en realidad, en textura de contrapunto: la conjunción de dos o más voces que cantan melodías distintas pero consonantes). De nuevo, quien ejecuta es Horowitz, que conoció a Scriabin desde que era niño, cuando tocó para el compositor.

Y, por supuesto, el #12 del opus 8—Patético, en Re sostenido menor, una endemoniada clave de seis sostenidos—evoca, en su agitación, al famoso Estudio Revolucionario (#12 del opus 25) de Chopin. Horowitz lo interpreta en Carnegie Hall en este video (debajo, los tres primeros compases de la partitura):

Scriabin era él mismo un magnífico pianista, aunque sus dedos eran cortos y abarcaban un poco más de una octava a duras penas. Sintiéndose retado por el virtuosismo de Josef Lhèvinne, dañó seriamente su mano derecha mientras se esforzaba por ejecutar difíciles piezas de Balakirev y de Liszt. De esa época (1894), es su Preludio y Nocturno para la mano izquierda (op. 9). He aquí el Nocturno en versión de John O’Conor. A la izquierda del archivo de audio, los tres primeros compases de la pieza.

Para cerrar la muestra del período temprano de Scriabin, he aquí une autre fois Vladimir Horowitz, interpretando el Preludio #8 del op. 11:

Hace 100 años y 1 año, a comienzos de febrero de 1910, Alexander Scriabin registró ocho rollos para pianola en un piano Welte-Mignon. Seis de ellos han sobrevivido; acá podemos oír al propio Scriabin interpretando su Poème (op. 32, #1), una obra del período intermedio en idioma impresionista.

Del mismo período es el #1 de su opus 31 (Cuentos de la vieja abuela, Moderato), interpretado aquí por Marta Deyanova:

La evolución musical de Scriabin corresponde estrechamente a la de su filosofía personal. Scriabin fue el compositor más destacado del Simbolismo Ruso; de allí su lenguaje impresionista a mitad de su carrera. Más adelante, se dejó influir por Federico Nietzsche—a fin de cuentas, éste había sentenciado: “Sin la música, la vida sería una equivocación”—y el ocultismo teosófico de Madame Blavatsky. Él mismo exploraría el misticismo esotérico y, hacia el final de su vida, cuando ya ataba música y color, concebía un espectáculo multimedia que debía tener lugar al pie de los Himalayas. Este proyecto no se llevó a cabo, pero Scriabin creía que la ejecución, que duraría una semana entera, tendría el poder de traer una nueva era para la humanidad: «Una grandiosa síntesis religiosa de todas las artes, heraldo del nacimiento de un mundo nuevo». En su lugar, en 1914 se iniciaba la Gran Guerra, y Scriabin moriría de septicemia al año siguiente.

Scriabin, en la mística penumbra de su estudio

De ese último período son las dos piezas que siguen: el Estudio #3 (Molto vivace) del opus 65, tocado por Marta Deyanova, y Vers la flamme, en video de ejecución informal por Vladimir Horowitz.

La riqueza musical de Scriabin se pone diáfanamente de manifiesto en su único Concierto para piano y orquesta (op. 20), escrito en la tonalidad de Fa sostenido menor (1896), de nuevo, en la mismísima tonalidad del Primer Concierto de Rachmaninoff, que precedió al suyo por cuatro años. Sus tres movimientos, Allegro, Andante, Allegro moderato, son de duración creciente; en la ejecución que sigue (Vladimir Ashkenazy y Lorin Maazel dirigiendo la Sinfónica de Londres), 8′ 23″, 9′ 55″ y 12′ 28″ respectivamente. Este maravilloso concierto, obra maestra de Scriabin, es de corte enteramente romántico. El primer movimiento, cuyo segundo tema causa evocaciones orientales, cierra con una elegante coda; el segundo es inusual, un tema (expuesto inicialmente por la orquesta) con variaciones; el tercero tiene un hermoso segundo tema a guisa de «canción sin palabras», y concluye con la persistencia del último acorde en el piano, cuando la orquesta ya ha callado, prolongado por el pedal derecho sostenido.




No he hecho otra cosa que escuchar este concierto durante el último mes, el mes de la hermana. LEA

Rublo de 1997, conmemorativo de Scriabin

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