Don Ricardo Zuloaga en la Universidad Francisco Marroquín, Guatemala: Veritas, Libertas, Jvstitia (sep. 2010).

 

Ricardo Zuloaga no era de estirpe felina. Su corazón no era de león arrebatador, sino de noble caballo libre, como el del escudo de Venezuela. Se entendía muy bien con los corceles, con los aviones que volaban como sus ideas. Se entendía muy bien con la gente o, más bien, nosotros le entendíamos perfectamente. Su vida entera fue una larga y límpida lección de nobleza y libertad.

Hacia las seis de la tarde del viernes 17 de julio de 1964, estuve por primera vez en su presencia. Era el último día del simposio Desarrollo y Promoción del Hombre, extraordinaria conjunción de conferencistas extranjeros—Louis Joseph Lebret, Kenneth Boulding, Alfred Sauvy, Jean Yves Calvez (sólo algunos)—y venezolanos—Eloy Anzola Montaubán, Roberto Álamo, Héctor Mujica, Jorge Ahumada (prestado de Chile)—que Arístides Calvani, Alfredo Anzola Montaubán y José Rafael Revenga habían traído para presentar en sociedad al Instituto para el Desarrollo Económico y Social. Ricardo Zuloaga tomó la palabra en el debate final, como asistió a innumerables foros en los que regalara su palabra franca, honestamente dicha. En esta ocasión, explicó la fundamental importancia de la institución del dinero como fuerza civilizadora. Con el pedante atrevimiento de mis veintiún años, me referí a su intervención señalando que el dinero era invención del hombre, un dispositivo cultural que por tanto podía también desaparecer o ser sustituido. Mientras lo hacía, sentí que mis orejas se ponían calientes, enrojecidas, consciente ya de mi imprudente irrespeto al gran señor cuyas ideas discutía.

Ricardo Zuloaga pidió la palabra de nuevo, gentilmente, como todo lo que hizo, y apuntó que la cultura era también naturaleza, que el hombre hace cultura para agrandar y enriquecer la naturaleza, y que por tanto ya formaba parte de ella el dinero. Una o dos veces me dirigió la mirada y ésta no era de regaño sino dulce. Al cabo del debate, se acercó a presentarse y a darme la mano. Estuve sobrecogido y agradecido de su paciencia por muchos días seguidos.

Desde entonces tuvimos amistad y muy pocas veces estuvimos en desacuerdo, el que jamás emergió destemplado, sino como desajuste provisional en nuestra larga conversación de cuarenta y siete años. Con frecuencia, en cambio, compartíamos opiniones que expresamos contra la corriente de consensos más amplios que el nuestro. Ricardo, por supuesto, fue siempre un campeón formidable de la idea de la libre empresa; miembro de la exclusiva Sociedad Mont Pelerin que estableciera Friedrich Hayek, fundador del Centro para la Divulgación del Conocimiento Económico, promotor de la revista Orientación Económica que dirigió su gran amigo, Joaquín Sánchez-Covisa. Preocupado por la juventud y su aprendizaje, fue factor decisivo en el Consejo Superior de la Universidad Metropolitana de Caracas.

Naturalmente, Ricardo Zuloaga Pérez fue empresario importantísimo. Su padre fue el legendario Ricardo Zuloaga Tovar, ingeniero como su hijo, fundador de La Electricidad de Caracas. En esta empresa, en la Luz Eléctrica de Venezuela que presidiera, en el agro y la ganadería, en la industria, en los servicios, en el mundo financiero, nuestro Ricardo fue un caballero de empresa, inteligente y limpio, que hizo progresar al país.

Con Carmen Luisa Rodríguez hizo amor y familia de numerosos hijos que llevan su impronta, su enseñanza de hombre, esposo y padre bueno. Ahora tienen ellos un hueco enorme en el alma, que se llenará con el recuerdo numeroso de su bonhomía y su valor. Son la prueba irrefutable de que Ricardo, este inmenso y fuerte caballero de sangre vasca y venezolana, no fue invento de trovadores sino que, en verdad, existió.

Son incontables, por otra parte, las iniciativas sociales, cívicas y empresariales que estableciera o apoyara, y su autoridad intelectual, invariablemente acompañada de su característica modestia, se hizo sentir por todo el continente americano y cruzó hasta Europa y el continente asiático. Hoy está de luto la mitad del mundo.

Era uno de sus últimos proyectos, que ahora culminará en homenaje a su persona impar, la reedición de las Memorias de Rafael Arévalo González, el heroico periodista que enfrentó solo, con valor y desprendimiento, las dictaduras venezolanas de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Ricardo emprendió esta tarea con el mismo entusiasmo que entregó a sus otras causas; creía que Arévalo González era un símbolo de especial relevancia en esta época, ejemplo que debía proponerse a la juventud venezolana. Dejó una frugal nota introductoria de la reedición, en la que puso: «Ante la subversión de valores que sufre el país, el valor cívico, el sacrificio y la vida sin manchas de este héroe civil son un ejemplo digno de ser conocido por nuestros conciudadanos y, particularmente, por nuestra juventud, que también nos ha dado hermoso ejemplo de preocupación social, responsabilidad individual, dignidad, valor y patriotismo».

Ahora hay que añadir el emblema de Ricardo Zuloaga, su viril y noble trayectoria, a la conciencia de los jóvenes compatriotas. Dios lo bendijo con el carisma de la bondad y, como decía Pedro Grases, «La bondad nunca se equivoca». LEA

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